La paz inalcanzable

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Por Elíades Acosta
Fuente. Una paz inalcanzable. De Valencia a Bagdad. Los intelectuales y la defensa de la humanidad. Ocean Sur. 2006.
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Al concluir la Primera Guerra Mundial quienes habían sobrevivido a la matanza respiraron aliviados, pensando que jamás se podría repetir semejante atrocidad. Millones de personas en todo el mundo creyeron que al cesar el tronar de los cañones, la humanidad se adentraría en una época de paz y felicidad, de florecimiento del comercio, las artes y la cultura. Un singular optimismo impregnó aquellos días, pero la esperanza tuvo corta vida.
Los tratados de paz que debían fijar las relaciones internacionales al fin de la Primera Guerra Mundial, especialmente el de Versalles, firmado en París, el 28 de junio de 1919, no fueron justos. No podían serlo: habían sido redactados y rubricados por los representantes de las potencias imperialistas vencedoras, a costa de las derrotadas. El nuevo reparto del mundo no se basaba en la justicia, ni en el deseo sincero de acometer una obra general de reconstrucción de las relaciones internacionales capaz de conjurar nuevas conflagraciones. No importó, tampoco, la suerte de los pueblos atrapados en aquella vorágine de ambiciones expansionistas y apetitos por colonias y mercados. No primaba el deseo de generar confianza mutua, ni restablecer los nexos históricos europeos, dañados severamente por la guerra, sino de humillar y castigar a los vencidos y lucrar a su costa, como si ellos hubiesen sido los causantes de la tragedia y no mereciesen existir.


UNA PAZ INALCANZABLE

Tratado de Versalles

Al ser firmado el Tratado de Versalles, y entrar en vigor sus 247 cláusulas, el 10 de enero de 1920, los revanchistas y militaristas germanos dijeron a las tropas y al pueblo alemán que sus fuerzas aún estaban intactas, y que si se había llegado a la rendición se debía a la acción desleal y traicionera de ciertas figuras políticas liberales interesadas en poner de rodillas a la nación. De esta manera, la sensación de humillación y los deseos de revancha y venganza anidaron entre los más recalcitrantes exponentes del imperialismo alemán, de sus políticos reaccionarios y de una parte de la población manipulada e ignorante.
Alemania fue obligada a cargar con la culpa de la guerra y a indemnizar a los vencedores con sumas elevadas de su presupuesto nacional, a costa de un drástico aumento de la miseria, el hambre y el desempleo de su pueblo. Sus fuerzas armadas terrestres fueron reducidas a 100.000 efectivos (siete divisiones de infantería y tres de caballería), su fuerza aérea fue desmantelada, sus fortificaciones fronterizas desmontadas y su flota de alta mar, eliminada.
Desde el punto de vista territorial, Alemania fue privada de jurisdicción sobre los siguientes territorios:1
  • En el oeste, Francia recibió Alsacia, Lorena y el Sarre, mientras Bélgica tomaba Eupen y Malmedy, y forzaba a Alemania a desmilitarizar, por su seguridad, la cuenca del Rhin.
  • En el norte, se devolvió a Dinamarca la región de Schleswig del Norte, mientras que Lituania se apoderaba de Memel.
  • Polonia recobró su status independiente y su acceso al Mar Báltico, a costa de territorios conocidos como Prusia Oriental. La ciudad de Danzig recibió de la Liga de las Naciones el carácter de ciudad libre. Se devolvió a los polacos, tras un referéndum, la región de la Alta Silesia Oriental.
  • Alemania perdió todas las colonias que poseía antes de la guerra fuera de las fronteras europeas, entre ellas, las de África central, oriental y occidental, y también en China, Indonesia y Samoa.
  • En total, Alemania perdió el 80% de su flota, el 46% de su producción de hierro, el 16% de su producción de carbón, el 13% de su territorio, y el 12% de su población. El monto total de las reparaciones que debía pagar a sus antiguos enemigos fue fijado, en la Conferencia de Londres (1920), en la enorme cifra de 140.000 millones de marcos-oro. En otras cláusulas del Tratado Alemania fue obligada a reconocer su responsabilidad por haber iniciado la guerra y por todos los daños derivados de ella, además se le prohibió la entrada en la Sociedad de Naciones y la unión con Austria, conocida como Anschluss.
Mediante el Tratado de Saint Germain, se firmó la paz con Austria; por el del Trianon con Hungría; por el de Neuilly, con Bulgaria, y por el de Sévres, con Turquía. En todos ellos se incluían cláusulas que estipulaban cesiones de territorios, el pago de reparaciones, las limitaciones de sus ejércitos y flotas. De hecho, se efectuó un nuevo reparto del mundo.
El 7 de mayo de 1919, a las tres de la tarde, en el Trianon Palace Hotel, de Versalles, Georges Clemenceau, el representante de Francia en la Conferencia, comunicó oficialmente, con toda crudeza, a Ulrico Graf van Brockdorff-Rantzau, representante de Alemania, los términos de la propuesta de paz. Sobre la acusación de que toda la responsabilidad por la guerra recaía sobre su país, respondió el delegado alemán: "En los últimos 50 años el imperialismo de todos los estados europeos ha emponzoñado, crónicamente, la situación internacional. Las políticas de expansión y de venganza, junto al desconocimiento del derecho de los pueblos a determinar su propio destino, han contribuido a la enfermedad de Europa, cuya crisis final presenciamos durante la guerra mundial".2
Sobre los alegados crímenes de guerra cometidos por el ejército alemán, recordó:

[...] cuando se hable de reparaciones, no debe olvidarse el armisticio. Les ha tomado 6 semanas acceder a ello, y a nosotros, 6 meses para poder conocer las condiciones de paz [...].
Cientos de miles de personas no-combatientes han muerto desde el 11 de noviembre debido al bloqueo, asesinados con fría premeditación, cuando ya ustedes tenían asegurada la victoria. Piensen en ellos cuando hablen de culpas y castigos.3

El 15 de mayo, en carta de Brockdorff-Rantzau a la Comisión norteamericana que negociaba la paz, se sintetizaba de la siguiente manera lo que el Tratado de Versalles representaría para el pueblo alemán:

Las obligaciones del Tratado implicarán, por fuerza, la muerte de varios millones de personas en Alemania [...]
La paz implicará para el país muchas más víctimas que una guerra que duró cuatro años y medio (1.750.000 víctimas causó el enemigo, más de un millón, el bloqueo) [...].
Los que firmen este Tratado firmarán una sentencia de muerte para millones de hombres, mujeres y niños alemanes.4

Al conocerse en Alemania los términos del Tratado de Versalles, se decretó una semana de duelo nacional y comenzaron las protestas en su contra. El primer ministro, Philip Schedeiman, se vio obligado a dimitir el 21 de junio, y fue sustituido por el socialdemócrata Bauer. La Asamblea Nacional tuvo que aprobarlo por 237 votos a favor y 138, en contra, con dos reservas: Alemania no aceptaba la responsabilidad única de la guerra, y se negaba a entregar a sus ciudadanos acusados de crímenes de guerra.
La economía europea resultó completamente devastada por la guerra, al extremo de que el poder económico mundial se desplazó de Europa a los Estados Unidos, y de Londres a New York. Mientras los capitalistas norteamericanos gozaban de su favorable situación geográfica, alejada del principal escenario bélico, y se constituían en los principales acreedores mundiales, los capitalistas ingleses conocían, por vez primera, las angustias de los deudores.
El capitalismo norteamericano era el único que poseía entonces la capacidad de financiar la reconstrucción europea, y aprovechó semejante oportunidad para penetrar las economías del continente. Por ejemplo, cuando en 1923 Alemania sufrió una inflación masiva, se realizó una reforma financiera que permitió las inversiones norteamericanas. A inicios de 1924, bajo las estipulaciones del Plan Dawes, bonos alemanes fueron vendidos a inversionistas privados de los Estados Unidos.
Mientras la economía norteamericana funcionó, la recuperación europea también lo hizo. Cuando esta colapsó, su reflejo en el continente no se hizo esperar, como ocurrió en 1929.
Versalles no trajo la paz a Europa. Los múltiples conflictos que se sucedieron tras su firma, presagio de las inmensas tragedias que se avecinaban, fueron descritas por el propio Adolf Hitler, en el discurso ante el Reichstag el 7 de marzo de 1936: "En lugar de la cordialidad [tras Versalles] [...] presenciamos el espectáculo de intranquilidad y desorden que no parecen menguar, sino, desgraciadamente, tomar incremento. Recelo y odio, envidia y egoísmo, desconfianza y sospecha son los sentimientos que palpables y visiblemente dominan a los pueblos. Adonde quiera que miremos, vemos desde entonces surgir desórdenes interiores y exteriores".5
Más que los diferendos entre naciones imperialistas, más que las propias injusticias y desequilibrios derivados de una guerra de rapiña, más que el nuevo reparto del mundo, más que los tratados incapaces de preservar por algún tiempo la paz, fueron el ascenso de las luchas de clases, la lucha entre explotadores y explotados, entre proletarios y burgueses, los factores que actuaron como los más poderosos catalizadores de las radicales transformaciones experimentadas por el mundo que emergió tras el fin de la Primera Guerra Mundial.


Julio de 1917. Partidarios de Kerenski abren fuego contra una marcha de los Bolcheviques

Diecinueve meses antes del momento en que los delegados de las potencias imperialistas, en el fondo, magníficos compadres momentáneamente enfrentados, zanjaban en Versalles sus diferentes interpretaciones sobre lo que debía ser el saqueo y el botín, en la lejana ciudad rusa de Petrogrado, una proclama del Comité Militar Revolucionario adjunto al Soviet de Diputados Obreros y Soldados dirigida a todos los ciudadanos del país, cambiaba la marcha del siglo XX:

El gobierno provisional ha sido depuesto. El poder del Estado ha pasado manos del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, del Comité Militar Revolucionario que encabeza al proletariado y a la guarnición de Petrogrado.
La causa por la cual luchaba el pueblo: la propuesta inmediata de una paz democrática, la abolición de la propiedad de los terratenientes sobre In tierra, el control obrero sobre la producción, la creación de un gobierno soviético, está asegurada.
¡Viva In revolución de los obreros, soldados y campesinos! 6

La Gran Revolución Socialista de Octubre, dirigida por Vladimir I. Lenin y el partido bolchevique, había triunfado el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917, derrotando a la reacción encarnada en el gobierno contrarrevolucionario de Alexander Kerensky. Por primera vez en la historia del siglo XX las masas explotadas sustituían en el poder a los explotadores. El socialismo triunfante en la atrasada Rusia, en medio del debilitamiento de los mecanismos coercitivos de los estados burgueses atrapados en la guerra imperialista, y su ejemplo para otros pueblos del mundo, constituyó una importante razón para que las potencias europeas y los Estados Unidos intentaran llegar a un acuerdo con tal de evitar que se repitiese esa experiencia en sus países. Los enemigos de las vísperas, enfrentados por ambiciones hegemónicas, se apresuraron a deponer sus diferencias con tal de conjurar el peligro derivado de las luchas de clases que amenazaban el dominio de sus clases dirigentes.
La revolución bolchevique actuó como un catalizador de las fuerzas políticas en la arena internacional, y también en el interior de cada una de las naciones europeas. Las burguesías nacionales comprendieron, quizás demasiado tarde, que el verdadero enemigo se encontraba dentro de sus fronteras, entre aquellos millones de soldados, obreros y campesinos de la retaguardia a quienes había logrado arrastrar al matadero o a sufrir crecientes privaciones gracias a la propaganda bélica y chovinista. Llegado el momento, era más importante luchar contra el enemigo interno, negación radical de la sociedad burguesa, que buscar una paz de conveniencia y hasta una alianza con las potencias rivales.


Louise Bryant vela el cadáver de John Reed en el Templo del Trabajo de Moscú. 24 de octubre de 1920

Diez días antes de que los bolcheviques tomasen en Petrogrado el Palacio de Invierno, el periodista norteamericano John Reed había entrevistado al importante capitalista ruso Stepán Georgievich Lianózov, conocido como "el Rockefeller ruso", logrando las siguientes declaraciones:

La revolución es una enfermedad. Tarde o temprano deberán intervenir aquí las potencias extranjeras [...] como alguien intervendría para curar a un niño enfermo y enseñarle a caminar. Naturalmente, esto sería algo más o menos impropio, pero las naciones deben comprender el peligro que para ellas mismas representa el bolchevismo y las peligrosas ideas de "revolución proletaria" y "revolución social mundial" […]. Pero existe lo posibilidad de que esta intervención no sea necesaria. El transporte está desorganizado, las fábricas están cerrando y los alemanes avanzan [...] Quizá el hambre y la derrota devuelvan al pueblo ruso la razón... 7

En su libro, Reed demostró también que "Una gran parte de las clases poseedoras prefería a los alemanes a la revolución [...]. Una tarde visité la casa de un comerciante moscovita; durante la hora del té, preguntamos a las once personas que se sentaban a la mesa que a quién preferían si a Guillermo [el Kaiser alemán] o a los bolcheviques. El resultado fue de diez 1 uno a favor de Guillermo [ ... ]".8
Desde 1917 el temor al avance de las ideas revolucionarias será el principal factor que movilizará las energías políticas, militares, diplomáticas, filosóficas y económicas de los estados burgueses. Todo el devenir de la historia universal, desde entonces, está signado por este temor, incluyendo el ascenso del fascismo en Italia y del nazismo, en Alemania. Agitar el terror ante el avance rojo ha constituido un recurso recurrente cuando un estado capitalista ha necesitado reforzar la unidad nacional o acentuar la represión contra sus enemigos internos o externos. El mismo Hitler no dudaba en apelar a él si le convenía a sus intereses: "Tiemblo por Europa cuando pienso lo que ha de ser de nuestro viejo continente el día en que al imponerse ese concepto asiático del mundo, concepto destructor y revolucionador de lo los los valores habidos hasta hoy, se suma en el caos de la revolución bolchevique".9
Tanto temor despertaba en los imperialistas europeos y norteamericanos lo sucedido en Rusia, que el asunto no estuvo ausente de las negociaciones de los máximos representantes aliados reunidos en el Consejo Supremo de Guerra realizado en el Quai d'Orsay, París, el domingo 12 de enero de 1919, cinco meses antes de la firma del Tratado de Versalles:

El Presidente Wilson opinó que no era recomendable discutir detalladamente [el informe sobre el armisticio presentado por el mariscal Foch] porque forma parte de un problema mucho más general, el de la necesidad de vigilar el avance del bolchevismo hacia Occidente. Existen dudas acerca de si es recomendable enfrentar este avance por medio de las armas […] Antes se debe aprobar una política general sobre cómo enfrentar el daño social del bolchevismo. 10


Cuando aún no se había producido la rendición total de Alemania, los aliados dedicaban su tiempo a discutir la forma de combatir a un enemigo considerado por ellos mucho más letal que el militarismo germano. A pesar de que se posponía, aparentemente, la toma de decisiones trascendentales, lo cierto es que se barajaban las opciones a la mano para derrotar militarmente al Ejército Rojo y acabar con la revolución. Así se aprecia en otro momento de este Consejo:

Lloyd George dijo tener información de que aún quedaban 1.200.000 prisioneros rusos en Alemania [...]. Se pregunta adónde debemos enviar a estos prisioneros cuando sean liberados: si a Ucrania, para que se unan al general Denikin, o a Siberia, para que se unan al Almirante Kolchak, al norte de Rusia, o simplemente enviarlos a través de la frontera. Esta decisión forma parte del problema ruso. Si se decide luchar contra el bolchevismo se podrá disponer de alguna de estas variantes. En cualquier caso, se debe actuar de conjunto y de manera eficiente […]. 11

El llamado de Lloyd George a la eficiencia intervencionista de los Aliados, iba enfilado contra el gobierno de los soviets, y no constituía un argumento retórico: seis meses antes se había iniciado la intervención en Rusia cuando las tropas de más de 18 potencias se lanzaron desde todos los puntos cardinales para impedir la consolidación de los bolcheviques en el poder y apuntalar a las fuerzas reaccionarias blancas que combatían al Ejército Rojo. La convocatoria inicial a la intervención fue realizada por el Consejo Supremo de Guerra, bajo el estímulo directo del mariscal Ferdinand Foch, como se desprende de la lectura del telegrama enviado por el oficial de enlace norteamericano ante dicho Consejo, fechado en París, el 2 de julio de 1918:

El Consejo Supremo considera que, desde la última reunión, la situación rusa ha cambiado completamente, lo cual hace ineludible y urgente la intervención de los Aliados.
Una fuerza de 50.000 checoslovacos, totalmente desligada de los asuntos políticos internos de Rusia (¡) y decidida a luchar contra los alemanes [...] mantiene el control del ferrocarril en Siberia occidental [...].12

La intervención en Siberia es necesaria por tres razones:

1) Para salvar a las tropas checoslovacas [que pueden ser cercadas por fuerzas alemanas] y sacar ventajas de esta oportunidad que se presenta, logrando el control aliado de esta región.
2) Por la situación interna de Rusia, no hay dudas de que el poder de los bolcheviques está decayendo. Cada día todas las clases sociales rusas, incluyendo a los ex soldados, los campesinos y los obreros, aprecian que los bolcheviques no podrían cumplir sus promesas, y que la anarquía, el desorden y el hambre es lo que les espera con ese régimen [...]. La única diferencia de opinión estriba en qué tipo de intervención prefieren, si la de Alemania o la de los Aliados.
3) La intervención en Rusia es esencial para poder ganar la guerra. No hay dudas de que si los alemanes no logran recuperar la iniciativa en el frente occidental, en las próximas semanas, intentarán usar todo su poder para paralizar cualquier intento de regeneración nacional rusa, mientras dure la guerra.
[...]
En resumen, es unánime la opinión del Mariscal Foch y de los asesores militares del Consejo Supremo acerca de que despachar de inmediato una considerable fuerza aliada a Siberia, es esencial para lograr la victoria de nuestras armas. 13

Un mes después de este "llamado", los Regimientos 27 y 31 de la Infantería del Ejército de los Estados Unidos, a los que se sumaron 500 hombres de la Octava División, en total, 43 oficiales y 1.888 soldados bajo el mando del general William Sydney Graves, partieron de San Francisco hacia Siberia. En 1919, un año después, y transcurrido un mes de haberse firmado el Tratado de Versalles, las tropas norteamericanas que intervenían en Rusia ascendían a 338 oficiales y 8.050 soldados. Ya no existía el pretexto del peligro alemán, pero los soldados interventores se mantuvieron en Rusia hasta el 1ro de abril de 1920.
Tras sufrir cerca de 500 bajas mortales en sus enfrentamientos con los guerrilleros rojos, y cuando comprobaron, según informe de Mr. Lansing, Secretario de Estado, al presidente Thomas W. Wilson, que “[...] el gobierno [contrarrevolucionario] de Kolchak había colapsado, y que el ejército bolchevique avanzaba hacia Siberia oriental [...]",14 terminó aquella aventura intervencionista norteamericana y de otras fuerzas aliadas, y con ella, sus esperanzas de acabar con el Estado soviético, por la fuerza.
El 15 de noviembre de 1920 se efectuó la primera Asamblea General de la Liga de las Naciones, mecanismo promovido por el presidente Wilson y calificado por este como" [...] el único convenio capaz de garantizar la paz [...]",15 que tuvo que enfrentar una fuerte oposición interna movilizada por el senador Henry Cabot Lodge bajo consignas aislacionistas y que, al final, impidió la incorporación de los Estados Unidos a ella. A pesar de la creación de la Liga y del optimismo reinante, Wilson caracterizó con tintes sombríos la situación, tras la conclusión de la Primera Guerra Mundial: "Puedo predecir con absoluta seguridad que dentro de una generación estallará otra guerra mundial, si las naciones del planeta no encuentran mecanismos capaces de prevenirla".16
La situación política de la Europa de entre guerras corroboraba la predicción de Wilson. Las tormentas sociales estaban presentes también en los Estados Unidos. Así lo apreciaba John Reed en su artículo "Bolshevism in America", publicado el 18 de diciembre de 1918, en The Revolutionary Age:

Nada enseña mejor a la clase obrera norteamericana que los tiempos difíciles y la represión. Los tiempos difíciles se aproximan y la represión está organizada a gran escala. Por mucho tiempo en este país no ha existido tierra disponible, ni oportunidades para que un obrero se convierta en millonario. La clase obrera todavía no lo sabe.
Lo cierto es que durante las próximas décadas los Estados Unidos prometen convertirse en la porción más reaccionaria del globo, y esto, claro está, surtirá efecto.
[...] si los socialistas son arrestados y la bandera roja prohibida, en cinco años tendrá lugar en este país una revolución. Bismarck no la pudo detener en Alemania.17

Los acontecimientos políticos europeos, en efecto, no daban la razón a que quienes miraban el futuro con optimismo, o creían que había llegado un milenio de paz para todas las naciones. Así avanzaban las fuerzas políticas reaccionarias, el autoritarismo y la represión en medio de un clima ascendente de irracionalismo y violencia institucional, que alcanzaría su apogeo durante la Segunda Guerra Mundial:
  • Por ejemplo, en Albania el 13 de diciembre de 1924, Ahmed Zogu con sus guerrilleros invade el país, derroca al gobierno y se hace elegir presidente con poderes dictatoriales por siete años. En 1928 convierte a la nación en un reino y se corona como Zog l.
  • En Austria el partido nazi experimenta en 1932 un fuerte respaldo electoral. El 25 de julio de 1934, Engelbert Dollfuss, el canciller austriaco, es asesinado en medio de un intento de golpe de estado nazi que fracasa. Kart Van Schuschnigg, el nuevo canciller, comienza una política de concesiones a Hitler que lo lleva a legalizar al Partido Nazi, el 12 de febrero de 1938, e incluir a sus representantes en el gobierno. Un mes después las tropas alemanas ocupan Viena.
  • En 1924, en Bulgaria, es prohibido el Partido Comunista, de Georgi Dimitrov. En 1932 Alexander Tsankov funda el Movimiento Nacionalsocialista Búlgaro, de clara tendencia pronazi. En 1934 el coronel Damian Velchev da un golpe militar de derecha. Kimon Georgiev es nombrado Primer Ministro con poderes dictatoriales. En 1935, el zar Boris III toma el poder y proclama la creación de un reino dictatorial.
  • Vochtej Tuka, líder del ala derechista del Partido Populista Eslovaco, conocida como Nastupistas, crea en Checoslovaquia, en 1929, las unidades paramilitares llamadas Rodobrana, manteniendo estrechas relaciones con los nazis. En 1935, el Sudendeustche Heitmanfront se transforma en Partido Alemán del Sudeste, recibe financiamiento de los nazis y obtiene el 60% de los votos en las elecciones de mayo. El 24 de abril de 1938 este partido, en estrecha coordinación con Hitler, solicita la separación de Checoslovaquia de la región del sudeste para incorporarla a Alemania. El 15 de marzo de 1939 las tropas alemanas entran en Bohemia y Morovia, sin encontrar resistencia.
  • En Estonia, tras un intento revolucionario fallido del ilegalizado Partido Comunista, en diciembre de 1924, se produce un golpe de estado, el 12 de marzo de 1934, liderado por Konstantin Pats y J. Laidoner, que pone en vigor una constitución promovida por el veterano fascista Arturo Sirks. El 5 de marzo son disueltos todos los partidos políticos. El 28 de abril de 1938, Pats es electo presidente.
  • La monarquía es abolida en Grecia en 1923, tras la derrota en la guerra con Turquía. Los años republicanos siguientes son una sucesión de dictaduras y golpes de estado. En 1932, mediante un referéndum fraudulento, se restaura la monarquía. En 1934 se proclama una dictadura monárquica, bajo el mando del general Ioannis Metaxas. El 6 de abril de 1941, Alemania ocupa el país.
  • Los comunistas y socialdemócratas toman el poder en Hungría el 21 de marzo de 1919, bajo la dirección de Bela Kun. El 1ro de agosto las tropas rumanas ocupan la capital. En enero de 1920, se restaura la monarquía, y es designado regente el almirante Miklos Horta. En julio se comienza a limitar el acceso de judíos a las universidades. En 1939 se aprueban las Leyes Judías. El 20 de noviembre de 1940 se firma un tratado de alianza con Alemania, Italia y Japón.
  • En Letonia, el 15 de mayo de 1934, el primer ministro Karlis Ulmani disuelve el Parlamento y se proclama dictador.
  • Los conservadores y militares protagonizan un golpe de estado en Lituania, el 17 de diciembre de 1926, expulsan del Parlamento a los liberales e izquierdistas, e imponen en el poder a Antanas Smetona.
  • En 1926, en Polonia, el mariscal Josef Pildsuski toma el mando mediante un golpe de estado militar, estableciendo un estilo de mando autoritario y dictatorial en el país.
  • Manuel Gómez da Costa, general portugués, anuncia el 26 de mayo de 1926 que marchará sobre Lisboa, intentando reeditar la Marcha sobre Roma, de Mussolini. El 30 de mayo el presidente Bernardino Luis Machado renuncia y toma el poder el general Antonio Óscar de Fragoso Carmona, quien nombra ministro de Finanzas a Antonio de Oliveira Salazar, que el 30 de mayo de 1930 pronuncia un discurso donde llama a la creación del Estado Novo. El 5 de julio de 1932 Salazar es designado primer ministro.
  • En Rumanía, en 1930, el capitán de la Guardia de Hierro, Corneilu Zelea, llama a la guerra contra los judíos y los comunistas, convirtiéndose en el mayor partido fascista de los Balcanes. En 1933 el premier Ion Duca es asesinado por miembros de la Guardia de Hierro. En 1939, el rey Carol deroga la Constitución y proclama la monarquía dictatorial. En septiembre de 1940 una coalición de Guardias de Hierro y militares, dirigidos por el general Ion Antonescu fuerzan al rey a abdicar, imponiendo nuevas restricciones a judíos, griegos y armenios. El 8 de octubre de 1940 las tropas alemanas ocupan Rumanía.
  • En España, toma el poder en 1923 el general Primo de Rivera, y disuelve el Parlamento proclamándose dictador. En 1931 cae la monarquía. En 1933 la derecha gana las elecciones, en medio de la crisis económica y la decepción. En 1934 el general Franco reprime una huelga de mineros en Asturias y la autonomía de Cataluña, con 30.000 personas arrestadas. En 1936, con la victoria del Frente Popular se inicia un período de violencia callejera falangista. El 18 de julio comienza el levantamiento militar contra la República española y se inicia la Guerra Civil.
  • En 1921 la Asamblea Federal de Yugoslavia prohíbe el Partido Comunista. En 1929, el rey Aleksandar deroga la Constitución, disuelve los partidos políticos y pone en vigor una monarquía dictatorial. En octubre de 1934 es asesinado en Marsella por un miembro de los Ustasis, una organización fascista croata, apoyada por Italia y Hungría. El 25 de marzo de 1941 el gobierno firma un tratado con el Eje.
El panorama europeo, en efecto, jamás dio muestras de estabilidad en los años de entreguerras. La Liga de las Naciones nació sin poder real para mediar y resolver las disputas entre los diferentes estados. En realidad, como se demostró en el caso norteamericano, los monopolios, cuyos intereses representaban los gobiernos burgueses, no estaban interesados en evitar las guerras, porque de ellas obtenían inmensas ganancias, ni en instaurar un clima de respeto a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, porque su auspicio de las fuerzas más reaccionarias les permitía reprimir, sin respetar las fronteras nacionales, a las fuerzas revolucionarias y progresistas, como se evidenciaría con su complicidad ante el rearme alemán y la promoción del fascismo y el nazismo.
La lista de disputas en territorio europeo o relacionadas con algunos de sus estados¡, en las que la Liga de las Naciones intervino entre 1924 y 1935, es extensa, lo cual demuestra la volatilidad de la región y el predominio en ella de un clima de tensiones y conflictos que no cesaron tras el Tratado de Versalles. El Protocolo de Ginebra, firmado en 1924, establecía que sus miembros debían observar el principio del arreglo pacífico de los conflictos, la publicación de sus tratados y someterse obligatoriamente al arbitraje internacional. Un somero análisis de las disputas así lo corrobora:

  • En 1920 la Liga interviene en el diferendo entre Finlandia y Suecia por la posesión de las islas Aaland, y falla a favor de Finlandia. 
  • En 1921, entre Alemania y Polonia por la Alta Silesia; se sentencia el reparto entre ambas de la región. 
  • En 1925, entre Grecia y Bulgaria, por problemas fronterizos. Se indicó el retiro de las tropas griegas y el pago de indemnizaciones a Bulgaria. 
  • Entre Turquía y Gran Bretaña por la región de Mosul, en Iraq, bajo el control británico. Se dictaminó a favor de Gran Bretaña. 
  • En 1922, entre Polonia y Lituania, por la ciudad de Vilna. Se declaró que no procedía el arbitraje, circunscribiendo la jurisdicción de la Liga a temas relacionados con el Tratado de Versalles. 
  • En 1923, entre Grecia y Albania, por el incidente de Corfú, en el cual resultó asesinado el general italiano Enrico Tellini, y que provocó el bombardeo de la ciudad ordenado por Mussolini, y el pago de una indemnización. Se falló a favor de Italia. 
Aunque no se encontraban directamente en el ámbito europeo, dos incidentes más, la invasión japonesa a Manchuria y la creación del estado satélite de Manchukó, en 1931, y la invasión italiana a Abisinia, en 1935, demostraron la inoperancia de este mecanismo internacional, alentando la impunidad de los agresores y de quienes utilizaban la fuerza de las armas para el logro de sus objetivos. No debe extrañar, en consecuencia, que un historiador de la talla del británico A.J.P. Taylor, en su obra The Origins of the Second World War afirmara que el estallido de esa guerra se debió a que Inglaterra y Francia vacilaron entre la política de apaciguamiento promovida por Neville Chamberlain, y el enfrentamiento resuelto a Hitler. La Primera Guerra Mundial, afirmó, causó, inevitablemente, la Segunda.


The Origins of the Second World War. A.J.P. Taylor.

La política de "apaciguamiento" hacia Alemania e Italia, en el período de entreguerras, no fue, como se intenta justificar, la obra aislada de Neville Chamberlain, el primer ministro británico, ni de un político ingenuo y bien intencionado, cuya miopía no le permitió apreciar la naturaleza del enorme peligro que se incubaba en Europa, y que, en consecuencia, se mostró débil y negligente ante el avance del fascismo y el nazismo.
Chamberlain, representante de los conservadores británicos, ocupó el cargo a partir del 28 de mayo de 1937, cuatro años después de que Hitler hubiese sido nombrado canciller, uno desde que Alemania e Italia comenzasen a apoyar el levantamiento franquista en España, dos desde que Mussolini invadiese Abisinia, dos desde que Hitler, en abierta violación de lo estipulado en el Tratado de Versalles, expandiese las fuerzas armadas de su país hasta alcanzar el medio millón de efectivos, y refundas e su fuerza aérea, y uno desde que tropas alemanas reocupasen la región del Rhin. Como puede apreciarse, a Chamberlain le tocó ser actor principal de un drama cuyo inicio había tenido lugar mucho antes.
Los conservadores británicos, al igual que otros políticos burgueses franceses y norteamericanos, no menospreciaron el ascenso del fascismo y el nazismo en Europa, y del militarismo japonés en Asia, sino que lo estimularon, lo protegieron, y en algunos casos, lo financiaron. Creían haber encontrado el antídoto perfecto contra las veleidades revolucionarias de los masas y el avance de la URSS y el socialismo. Hitler y Benito Mussolini no eran el principal peligro a enfrentar, pues, a pesar de autoproclamarse “socialistas", lejos de molestar a los grandes poseedores de los medios de producción, a los banqueros y monopolistas, se aliaban con ellos para propiciar el rearme y la expansión territorial. Eran los soviéticos y el resto de los partidarios del comunismo quienes expropiaban dichos medios, violando los sacrosantos derechos de la propiedad privada, dando poder a obreros y campesinos, defendiendo la revolución proletaria mundial y el internacionalismo. Ante semejante peligro, pensaban, ¿qué importancia podía tener hacer algunas concesiones territoriales, así como recomponer una vez más el mapa geopolítico europeo y mundial?
La burguesía inglesa, no sólo la conservadora, adoptaba por aquellos días la misma actitud de la burguesía rusa ante la amenaza alemana, descrita por John Reed. William Gallacher, un comunista británico, así la describía en The Chosen Few, en 1940:

No es exagerado decir que muchas figuras prominentes del Partido Conservador, voceros de los dueños de tierras y las finanzas del país, darían la bienvenida a Hitler y al ejército alemán, si creyesen que esa fuese la única alternativa al establecimiento del socialismo en Inglaterra. Su ruidosoa aprobación a la ferocidad germana e italiana en España, y su absoluta despreocupación por el hundimiento de buques británicos y el sacrificio de vidas de sus conciuidadanos, así lo demuestra.

Los nazis saben que en todo país capitalista hay hombres dispuestos a traicionar a su propio pueblo, si con ello creen salvar sus propiedades y privilegios.18
En 1938, renunció el secretario de Relaciones Exteriores de Chamberlain, Anthony Eden, por desacuerdos con el primer ministro en la aplicación de la política de "apaciguamiento", y fue reemplazado por lord Halifax, quien mantenía excelentes relaciones con el gobierno alemán. Concluida su primera vista oficial a Berlín, en 1936, comentó a su amigo Henry Channon, "[...] que le agradaban todos los líderes nazis, incluido Goebbels, y que quedó muy impresionado con lo que vio. Cree que el régimen [nazi] es absolutamente fantástico".19
La capitulación ante Hitler, eufemísticamente llamada "política de apaciiguamiento", no se debió sólo a la actitud de Chamberlain y su partido, sino que tenía raíces clasistas profundas, las mismas que explican el surgimiento y auge del fascismo y el nazismo, ante la indiferencia de los estadistas de la época. Aquel" dejar hacer" era compartido por todos los partidos burgueses y buena parte de la opinión pública europea, que antes había sido también "apaciguada" al presentarle como" defensa de la paz mundial" lo que era, en rigor, pura complicidad. Escribía por entonces Robert Boothby: "Lo único que importaba al Partido Conservador eran sus propiedades y el dinero. A lo único que realmente temía, era que esos odiados comunistas viniesen a expropiárselo. Los laboristas y los liberales no eran mejores".20
No fue tampoco por ignorar las verdaderas intenciones de Hitler que Chamberlain impuso ese rumbo a su política exterior. Una abundante información política, diplomática y de inteligencia disponible entonces, indicaba, sin lugar a duda, que Hitler no se detendría ante nada en sus planes de dominio universal. El 3 de febrero de 1937, por ejemplo, un agente del MI6 británico (Hugh Christie) se había entrevistado en Berlín con Hermann Goering, e informó al gobierno que "[...] Goering reconoció que Alemania se anexaría Austria y Checoslovaquia, y que pedía "manos libres en Europa Oriental".21 Esto último debió de ser especialmente grato para los estadistas conservadores del gabinete de Chamberlain, pues indicaba una posible agresión contra la URSS.
En un patético intento por presentarse como un esforzado defensor de la paz mundial, cuando su línea política de “apaciguamiento” marchaban en sentido contrario, y alentaba la política guerrerista de los nazis, Chamberlain se entrevistó dos veces en suelo alemán, en el mes de septiembre de 1938, con Hitler: la primera (15 de septiembre, en Berchtesgaden) para tratar el conflicto entre Alemania y Checoslovaquia por la región del sudeste, y la segunda (28-29 de septiembre, en Münich), junto a Daladier (primer ministro francés), y Mussolini, para firmar el Pacto de Munich, que abandonaba parte de Checoslovaquia (la región del sudeste) en manos de Hitler. Seis meses después, violando una vez más lo convenido, los nazis se anexaron el resto del país.


Chamberlain y Hitler. Pacto de Munich, 1938.

Es interesante recordar la manera engañosa como se presentó al mundo, y en primer lugar, al propio pueblo británico, la política de Chamberlain y sus "triunfos". Así describe Henry Channon la manera en que fue recibido en la Cámara de los Comunes, para informar sobre el Pacto de Munich: "El Primer Ministro llegó y fue ovacionado por los representantes de todos los partidos políticos presentes en la Cámara, que precian el gran esfuerzo realizado [...] [cuando se anuncia la firma del Pacto] se producen escenas de indescriptible entusiasmo: la paz ha sido salvada, y con ella, el mundo".22
El historiador A.J.P. Taylor también describe el momento en su obra English History 1914-1945:

Toda la prensa dio la bienvenida al Pacto de Munich, como alternativa a la guerra, con la sola excepción del Reynold's News, un semanario dominical del ala izquierda socialista, de pequeña tirada, y, claro, del comunista Daily Worker. Duff Cooper, el Primer Lord del Almirantazgo renunció, declarando que Gran Bretaña debía ir a la guerra, no para salvar a Checoslovaquia, sino para evitar la hegemonía en Europa de un solo país, mediante la fuerza bruta. Nadie lo secundó en la Cámara durante el debate que se prolongó del 3 a16 de octubre [...]. 23

El mundo recordaría después, en medio de la guerra más devastadora que haya experimentado jamás la humanidad, la imagen fotográfica de un sonriente y exultante Neville Chamberlain saliendo del avión donde regresaba de Munich y proclamando solemnemente ante los periodistas, que la hoja de papel firmada por Hitler y él mismo, entre otras personalidades políticas del momento, demostraba que se había alcanzado “la paz de nuestra época”.
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Referencias:

1. Interview Years. En http://www.angelfive.com/ct/ww2europe/prewar.html
2. Presentation of the Peace Treaty Terms to the German Designation on May 7, 1919, 3 p.m
En: http://www.nc.cc.va.us/home/cevans/Versailles/archives/
3. Ídem
4. Brockdorff-Rantzau Reply Memorandum. May 15 1919.
En http://www.nc.cc.va.us/home/cevans/Versailles/archives/
5. Hitler, Adolf. Discurso ante el Reichstag. 7 de marzo de 1936. pp. 5-6.
6. Lenin, Vladimir Ilich. Sobre la Gran Revolución Socialista de Octubre. La Habana: Editora Política, 1964. pp. 17-18.
7. Reed, John. Diez días que estremecieron al mundo. La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1974. p.34.
8. Ídem, p.35.
9. Hitler, A. Op.cit.(5).p.19.
10. Meeting of the Supreme War Council, January, 12, 1919.
En: http://www.nc.cc.va.us/home/cevans/Versailles/archives/
11. Ídem.
12. The Diplomatic Liaison Officer, Supreme War Council (Fraizier), to the Secretary os State [Telegram]. París, July 2, 1918, Midnight, and July 3, 1918, 1 a.m.
En: http://secretwar.hhsweb.com/swc.htm
13. Ídem.
14. The Secretary of State to President Wilson. Washington, December 23, 1919.
En: http://secretwar.hhsweb.com/lansing122319.htm
15. Woodrow, Wilson. Appeal for Support of the League of Nations.
En: http:// www.mtholyoke.edu/acad/intrel/ww40.htm
16. Ídem
17. Reed, John. Bolshevism in America.
En: http:// www.marxists.org/archive/reed/wrks/1918/bols.htm
18. William Gallacher was a strong advocate od a military alliance with the Soviet Union... He wrote about these views in The Chosen Few (1940).
En: http:// www.spartacus.schoolnet.co.uk/2wwappeasement.htm
19. Channon, Henry (Chips). Diary Entry. 5th December, 1936. Ídem.
20. Boothby, Robert. Boothby: Recollections of a Rebel (1978). Ídem.
21. Christie, Hugh. Ídem.
22. Channon, H. Ídem.
23. Taylor, A.J.P. English History 1914-1945. Ídem
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Elíades Ignacio Acosta Matos (Santiago de Cuba, 1959), se graduó como Licenciado de Filosofía en la Universidad Estatal de Rostov del Don (URSS) en 1982. Ha colaborado regularmente en órganos de prensa cubanos y extranjeros. Ha impartido Ciclos de Conferencias en Cuba y en varios países sobre temas actuales de cultura cubana, filosofía, historia, arte y política. Director de la Biblioteca Nacional José Martí.
Es autor de cuatro libros publicados en Cuba: "Los Hermanos Santiagueros de Martí" (1995), "El árbol de la discordia" (1997), "El 98: cien respuestas para un siglo de dudas" (1998), y la novela de ficción histórica "Hotel Tampa Bay", publicada en España.

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