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Por Rudi Dutschke
Digitalizado de La Rebelión de los estudiantes. Editorial Ariel. 1976.
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Observación
previa: Ningún estudio profundo de la realidad histórico-social del
presente puede ni debe hacer abstracción de los resultados
anteriores de la teoría revolucionaria. Lo que significa que sigue
en pie la tarea de una recepción y una ampliación críticas de la
teoría de Marx y de sus posteriores desarrollos en los diversos
períodos habidos desde su origen. Estamos contra toda dogmatización
del marxismo, pues el marxismo es una ciencia creadora que, sobre la
base del método crítico de la dialéctica, tiene que enfrentarse
con toda realidad nueva y obtener de ella las categorías nuevas
necesarias para la comprensión de cada presente concreto.
La
creación de nuevas necesidades, rebasando la satisfacción inmediata
por la «producción espontánea de la naturaleza», obliga a los
hombres a introducir un modo de producción industrial basado en la
división del trabajo. Con la división del trabajo aparecen la
propiedad privada y la contraposición de clases, la contradicción
entre los intereses de las clases y el interés social de todos los
individuos. La historia de la sociedad humana como sociedad de clases
empieza con la organización de la vida material según el principio
de la división del trabajo. La separación entre las «condiciones
de la producción» y los productores inmediatos constituye la
contradicción fundamental entre el capital y el trabajo asalariado,
contradicción que cobra formas particulares en las varias fases
históricas específicas. La relación del capital, propia de la
sociedad burguesa, exacerba la alienación del hombre respecto de los
productos por él producidos, la cual alienación surge ya de la
división del trabajo; y constituye la relación de clase entre la
burguesía y el proletariado.
La
contradicción característica de toda producción capitalista
consiste en que, por una parte, el modo de producción tiene carácter
social, o sea, inserta a todos los productores en una conexión de
división del trabajo que es tendencialmente universal y es lo que
posibilita el desarrollo y el despliegue de las fuerzas productivas y
de la riqueza social; y, por otra parte, domina el modo privado de
apropiación, el trabajo se presenta a los productores como trabajo
privado en el cual no se reconocen, para quedar finalmente excluidos
de la abundancia de la riqueza social.
La
lucha entre los productores y la clase capitalista determina todo el
período de formación de la sociedad burguesa-capitalista. El cambio
de las formas de las clases se explica por el desarrollo histórico
del trabajo. En la sociedad burguesa-capitalista no domina ya un
trabajo determinado, sino el trabajo general-abstracto. La capacidad
humana de trabajo se convierte en la mercancía fuerza de trabajo, en
el trabajador asalariado doblemente libre, libre de medios de
producción y libre para la venta de su particular capacidad de
producir riqueza social. En la sociedad productora de mercancías el
trabajo humano, que originariamente era una capacidad individual
específica. mente caracterizadora del hombre respecto de la
satisfacción inmediata de sus necesidades, se transforma en un
trabajo social productor de mercancías. El producto del trabajo
individual-social se hace mercancía y el trabajo humano vivo,
creador de riqueza, no interesa ya más que como tiempo de trabajo
explotable: «El tiempo lo es todo, el hombre no es nada» (Marx).
Los contactos sociales entre los diversos productores se interrumpen
porque éstos se convierten en portadores impersonales de los
productos de su trabajo. Las relaciones humanas subyacentes al
trabajo social que mediante su división produce esas mercancías se
convierten en relaciones entre cosas entre mercancías. Marx ha
caracterizado esa apariencia, que tiene fudamentum in re, con
una metáfora inspirada por la «nebulosa región del mundo
religioso»: como carácter fetichista del mundo de las mercancías.
Pues
al igual que en el mundo de la mercancía los productos de las manos
humanas, así también en el mundo religioso los productos del
espíritu parecen figuras independientes dotadas de vida propia y
puestas en relaciones entre ellas y con los hombres.
El
desarrollo de la sociedad productora de mercancías coincide
totalmente con una despersonalización creciente de la situación y
las relaciones humanas. Los individuos concretos se convierten,
durante el proceso de producción y concentración del capital, en
máscaras características económicas, en personificaciones de
relaciones económicas. Aumenta constantemente el poder del capital,
y el capitalista, personificación de las condiciones sociales de la
producción, se hace cada vez más poderoso frente al productor
inmediato, y llega a ser poder extrañado, inndependizado, el cual,
como dominio sobre la «muerta materia» puesta en manos de la clase
capitalista, se enfrenta con la sociedad entera: «El mundo
hechizado, invertido, con los pies por alto, en el cual celebran su
fantasmal aquelarre Monsieur le Capital y Madame la Terre como
personajes sociales y al mismo tiempo, e inmediatamente, como cosas
meras».1
La
cosificación del hombre se consuma mediante la falsedad de su
consciencia. El principal rasgo característico de la sociedad
capitalista, desde el punto de vista de un análisis que considere
esa realidad respecto de su mutabilidad revolucionaria, consiste en
que los hombres no pueden reconocer adecuadamente en su seno la
realidad social. En vez de las reales relaciones económicas como
totalidad de relaciones interhumanas se refleja en la consciencia de
los productores sólo la apariencia cosificada de esas relaciones.
Esta mistificación de la consciencia respecto de la realidad
histórico-social se hace cada vez más completa por las diversas
metamorfosis del capital en la producción y la circulación. Cuando
se llega, por último, a la forma dinero, no queda ya nada de la
forma originaria del capital; la mistificación de la relación
capitalista se ha totalizado, pero se dibuja ya la transición a una
nueva forma de producción:
El
que el crédito aparezca en el comercio como palanca principal de la
superproducción y la ultraespeculación se debe exclusivamente a que
el proceso de reproducción, elástico por naturaleza, se fuerza
ahora hasta el extremo límite, y ello porque una gran parte del
capital social es utilizado por individuos no propietarios del mismo
y que, por ello, proceden de manera muy distinta de la del
propietario, el cual, cuando opera personalmente, sopesa
temerosamente los límites de su capital. Con ello se pone
simplemente de manifiesto que la utilización del capital basada en
el carácter objetivo de la producción capitalista no permite sino
hasta cierto punto el desarrollo real y libre, y es de hecho el freno
y la limitación inmanente de la producción, rota constantemente por
la organización del crédito. Por eso acelera ésta el desarrollo
material de las fuerzas productivas y la constitución del mercado
mundial, la constitución de todo lo cual como fundamento material de
la nueva forma de producción y hasta cierto grado de desarrollo es
la tarea histórica del modo de producción capitalista. Al mismo
tiempo el crédito acelera las explosiones violentas de esa
contradicción, las crisis, y, con ello, los elementos de disolución
del viejo modo de producción.2
Y,
respecto del período de transformación:
Por
último, no hay ninguna duda de que el sistema del crédito servirá
como poderosa palanca durante la transición del modo de producción
capitalista al modo de producción del trabajo asociado, pero sólo
como un elemento más, en conexión con otras grandes
transformaciones orgánicas del modo de producción mismo. En cambio,
las ilusiones acerca de una milagrosa eficacia, en sentido
socialista, del sistema del crédito y la banca arraigan en un
desconocimiento completo del modo de producción capitalista y del
sistema del crédito en cuanto forma suya. En cuanto que los medios
de producción dejen de transformarse en capital (cosa que implica la
supresión de la propiedad privada), el crédito como tal deja de
tener sentido [...] 3
2.
Ibid., p. 483.
La
burguesía ha desempeñado «una función revolucionaria» (Marx)
durante todo un período de la historia de la sociedad humana,
durante el período de la «necesidad transitoria» del capitalismo:
ha acumulado capital, ha destruido las relaciones precapitalistas de
producción del feudalismo, ha sentado las condiciones para un
ulterior despliegue de las fuerzas productivas.
El
descubrimiento de América, la circunnavegación del África
facilitaron un nuevo terreno a la burguesía ascendente. El mercado
de las Indias Orientales y la China, la colonización de América, el
tráfico con las colonias, el aumento de los medios de cambio y de
las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación
y a la industria un impulso antes desconocido, y dieron así
vertiginoso desarrollo al elemento revolucionario presente en la
sociedad feudal en descomposición.4
Las
nuevas necesidades que surgían no se podían satisfacer más que
mediante nuevos modos de producción.
3.
Ibid., Pp. 655-656.
4.
Karl Marx, Kommunistisches Manifest, en Marx-Engels, Werke [en
adelante MEWJ. vol. 4, Berlín, 1964, pp. 463 s.
La
manufactura y luego, sobre la base de un mercado sin saturar, la
«gran industria» profundizaron el sistema de la división del
trabajo, aumentaron la productividad de éste y el poder y el dominio
del capital.
Las
clases precapitalistas se caracterizaban por el rasgo de ver en la
conservación de su modo de producción tradicional la condición
primera de su vida. No así la burguesía. La burguesía tiene que
revolucionar sin pausa sus relaciones de producción y sus fuerzas
productivas. La burguesía es la contradicción viva entre la
tendencia, innmanente al capital, a desarrollar sin límites las
fuerzas productivas (pero por la mediación de la concurrencia en el
mercado) y las permanentes barreras opuestas a ese desarrollo por la
limitada finalidad de la aplicación del capital. La lucha entre esas
dos tendencias contrapuestas determina el destino histórico del
capitalismo.
La
necesidad de más mercados nuevos «lanza a la burguesía por todo el
globo. En todas partes tiene que establecerse, sembrar, enlazar
relaciones».5 Así se
construye el mercado mundial, el cual pone en interdependencia a las
diversas naciones y «mediante el rápido perfeccionamiento de todos
los instrumentos de producción y mediante la facilitación infinita
de las comunicaciones proyecta violentamente todas las naciones,
incluso las bárbaras, en la civilización. La burguesía obliga a
todas las naciones a apropiarse el modo de producción de la
burguesía si no quieren perecer [...], dicho brevemente: se crea un
mundo a su imagen y semejanza».6
y también:
Mediante
la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado una
configuración cosmopolita a la producción y el consumo de todos los
países. Con gran dolor de los reaccionarios, ha sustraído a la
industria el suelo nacional en que se asentaba [ ... ] al introducir
nuevas industrias cuya posesión se convierte en una cuestión vital
para todas las naciones civilizadas, pero que son industrias que no
trasforman materias primas locales, sino materias primas procedentes
de lejanísimas regiones, mientras que sus productos no se consumen
sólo en el propio país, sino en todos los continentes por igual. 7
5.
Ibid., pp. 465 s.
6.
Ibid., pp. 466 s.
Marx
supone aquí más o menos la constitución de la totalidad concreta
del mercado mundial capitalista, la percapitalización universal. Lo
cual, desde luego, no era un hecho en la época de Marx. La
percapitalización de la sociedad, del mundo, es, en efecto, un
proceso histórico. Esto es: para reconocer la totalidad histórica
de la sociedad real tenemos que estudiar la relación entre la
sociedad capitalista y la sociedad no-capitalista, así como el
proceso de percapitalización. Este punto de vista esencial para el
ulterior desarrollo de la teoría marxiana es el que problematizó
Rosa Luxemburg, particularmente en su libro Die Akkumulation des
Kapitals. Marx había esperado una capitalización rápida, por
rápida industrialización, en la India y en China, por obra del
capitalismo inglés. Y sin duda el capitalismo inglés destruyó en
esas regiones importantes elementos del viejo modo de producción,
pero sin introducir realmente en ellas el modo nuevo, el capitalista.
Más bien se formó ya entonces una división represiva del trabajo,
de la que el mismo Marx tomó ya nota: «Por lo que hace a las clases
trabajadoras [...] es muy discutible la cuestión de si su situación
ha mejorado [...] Pero es posible que al hablar de mejoras los
economistas quisieran referirse a los millones de trabajadores que
tuvieron que perecer en la India para que el millón y medio de
obreros que trabajan en la misma industria en Inglaterra tuvieran
cada diez años tres de prosperidad».8
En ese apunte se revela ya el mecanismo de explotación que se
continuó luego a escala ampliada en el «imperialismo clásico» a
partir del cambio de siglo. Y así quedó claro que el modo de
producción capitalista no es una mercancía de exportación de la
que se pueda disponer en cualquier caso. La teoría del imperialismo
formuló ese hecho histórico. ¿Qué había ocurrido en realidad? La
concentración de la producción y la acumulación creciente del
capital, que se impusieron en la dialéctica de la concurrencia y el
monopolio, acarrearon la formación de asociaciones monopolísticas
que forzaron sustancialmente la expansión colonial. Para frenar la
disminución de la tasa de beneficio -según la interpretación de R.
Hilferding-, el capital industrial y el bancario se fundieron en un
capital financiero que permite llevar a cabo una exportación
sistemática y planificada, dirigida por los bancos, de capital a los
países no capitalistas o poco capitalizados. El fundamento material
de la crecida exportación de mercancías, y particularmente de la
exportación de capitales, es el superbeneficio obtenido en las
colonias y en el «comercio exterior», la superproducción en los
países industriales, en los cuales las mercancías y el capital
buscaban en vano posibilidades favorables de salida e inversión. La
fuerza constrictiva militar del estado se puso al servicio de las
necesidades económicas. La fase proteccionista del imperialismo,
subsiguiente a la librecambista, se caracterizó por el hecho de que
la ampliación de las dimensiones del territorio económico se
convirtió en necesidad absoluta para todo país desarrollado. Los
territorios económicos menores se convirtieron en tributarios de los
grandes. Se declaró una guerra económica estatal permanente, lo
cual condujo inevitablemente a pugnas militares. En este contexto hay
que considerar la formación de una gigantesca industria de
armamento. Y a todo ello se añade que, en el modo de producción
capitalista, el nivel de vida de un pueblo se queda siempre por
detrás de las posibilidades técnicas del aumento de la producción.
El despliegue de la industria civil tiene como limitación el
insuficiente consumo de las masas. El capital aumenta mucho más
rápidamente que las posibilidades de su aplicación. El fondo de
acumulación del capital, gigantescamente hinchado, tiene, pues, que
buscar campos de actuación que sean en lo esencial independientes de
la capacidad de consumo de su propio pueblo: la industria de guerra.
La primera guerra mundial fue el intento del imperialismo alemán de
poner otra vez en discusión, por procedimientos militares, el
reparto ya resuelto del mundo en determinadas zonas de dominio y de
influencia. En estas condiciones, la propuesta de todos los radicales
de izquierda, desde Lenin hasta Rosa Luxemburg, fue la transformación
de la guerra revolucionaria en guerra civil. Pero sólo las masas
rusas consiguieron liberarse del imperialismo y plantearse la
construcción de un orden social socialista.
7.
Ibid., pp. 466 s.
8.
Karl Marx, Misere de la philosopbie [Miseria de la filosofía] MEW,
vol. 4, Berlín, 1964, pp. 123·124.
Con
la guerra de 1914-1918 terminó la época de la «necesidad
transitoria» del capitalismo y empezó la de la decadencia de éste
y la posibilidad de la revolución.
La
teoría marxiana de la revolución pareció verificarse
históricamente:
1.
En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a un estadio en
el cual se producen fuerzas de producción y medios de tráfico que
en la situación existente no pueden producir sino males, y que no
son ya en ella fuerzas de producción, sino fuerzas de destrucción
(maquinaria y dinero); y, cuestión relaciona· da con ello, surge
una clase que ha de soportar todas las cargas de la sociedad sin
gozar de sus beneficios, se ve expulsada de la sociedad y forzada a
situarse en resuelta contraposición con todas las demás clases, una
clase que constituye la mayoría de todos los miembros de la
sociedad, una clase de la que parte la consciencia de la necesidad de
una revolución radical, la consciencia comunista, consciencia que,
desde luego, se puede constituir también en las demás clases
mediante la consideración de la posición de esa otra clase.
2.
Que las condiciones en las cuales se pueden aplicar determinadas
fuerzas de producción son laN condiciones del dominio de una
determinada clase de la sociedad, cuyo poder social, que se deriva de
su posesión, tiene su expresión práctico-idealista en cada forma
de estado, por lo cual cada lucha revolucionaria se orienta contra
una clase que ha dominado hasta entonces.
3.
Que en todas las anteriores revoluciones ha quedado siempre intacta
la naturaleza de la actividad y se ha tratado sólo de otra
distribución de esta actividad, de una nueva distribución del
trabajo entre otras personas, mientras que la revolución comunista
se dirige contra la actual naturaleza de la actividad, suprime
el trabajo y supera el dominio de todas las clases junto con
las clases mismas, porque actúa a través de la clase que ya en la
sociedad no se considera como una clase, no es reconocida como clase,
sino que es expresión de la disolución de todas las clases, de
todas las nacionalidades, etc., dentro de la sociedad actual.
4.
Que tanto para la producción masiva de esta consciencia comunista
cuanto para la imposición de la cosa misma hace falta una
transformación masiva de los hombres, la cual no puede ocurrir sino
en un movimiento práctico, en una revolución; que, por lo tanto, la
revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede
ser derribada de ningún otro modo, sino también porque la clase
que la derriba no puede liberarse sino por una revolución de
toda la vieja miseria que lleva sobre los hombros, ni capacitarse
para una nueva fundamentación de la sociedad.9
La
primera guerra mundial había transformado todo el mundo capitalista
-que por entonces no fundaba aún una conexión de interdependencia
realmente mundial- en un único taller de producción de armas,
municiones y víveres para los ejércitos en lucha de los esta· dos
capitalistas. La fabricación de medios de destrucción masivos por
el modo de producción capitalista, que era para Marx el criterio de
la objetiva «madurez de la revolución», resultó, empero, muy
escasamente enlazada con la formación de una consciencia de la clase
explotada acerca de la necesidad y la posibilidad de una revolución
«total» contra las relaciones capitalistas de producción,
inhibidoras del desarrollo humano. Para entender esta aparente
contradicción es necesario discutir una vez más las implicaciones
del concepto marxiano de clase. La realidad social que se encuentra
ante todo en el centro de las investigaciones económicas y
materiales del proceso de producción por Marx son los hombres, no
como individuos aislados, sino como clases. En la economía no se
trata de cosas, sino de relaciones y situaciones humanas, Pero como
esas relaciones se adhieren a cosas y estas cosas son producidas por
los productores en forma alienada -puesto que están excluidos de la
posesión y el control de los medios de producción-, las relaciones
humanas aparecen en la consciencia de los productores y de los
capitalistas como dominio de las cosas sobre los hombres. Por detrás
de esas «cosificadas relaciones de producción» se encuentran las
relaciones humanas en forma de relaciones entre las clases. Pero ¿qué
es lo que, según Marx, hace de la clase una clase?
9.
Karl Marx, Deutsche Ideologie [Ideología alemana], MEW, vol. 3,
Berlín, 1962, pp. 59-60 s.
En
el 18 Brumario de Luis Bonaparte la respuesta es:
Millones
y millones de familias constituyen una clase en la medida en que
tienen que vivir en situaciones económicas reales que separan su
modo de vida, sus intereses y su formación de los de otras clases, y
que las hacen enemigos respecto de ellas. En la medida, por ejemplo,
en que las únicas relaciones entre los campesinos pequeños
propietarios son relaciones locales y la comunidad de sus intereses
no produce entre ellos unidad, vinculación natural y organización
política, esos campesinos no constituyen ninguna clase. 10
Y
en la Miseria de la filosofía:
Las
relaciones económicas han transformado a la masa de la población en
trabajadores. El dominio del capital ha producido para las masas una
situación común e intereses comunes. De este modo esta masa es ya
una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la
lucha [...] se concentra esta masa, se constituye en clase para sí.
Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero
la lucha de clase contra clase es lucha política. 11
Para
que esté completa la realidad de la clase hace falta no sólo que
los individuos de la clase tengan intereses comunes, pues en este
caso la clase está determinada sólo económicamente, sólo
objetivamente por su posición en el proceso de la producción, sino
que la realidad históricamente relevante de la clase se consigue
cuando los hombres llegan a consciencia de su clase, a la consciencia
de clase. El marxismo, en cuanto teoría revolucionaria contra todas
las situaciones y relaciones bajo las cuales el hombre se encuentra
abandonado, solitario y explotado, se sostiene o se hunde según que
haya o no haya una comprensión adecuada de la consciencia de clase.
La lucha de la clase hace que la realidad objetiva, económica y
científica de la clase sea también subjetiva, política y
práctico-crítica. El concepto de clase no se tiene que entender
estáticamente, como dado para toda la eternidad, sino dinámicamente,
como realidad histórica que sólo se configura plenamente en la
lucha. La formación de las masas asalariadas hasta ser clase
revolucionaria es el objetivo y la tendencia del proceso
revolucionario, no el punto de partida. Es verdad, por cierto, que el
punto de partida de las reflexiones tácticas para la lucha de clase
es siempre la situación económico-científica de la clase
proletaria. Toda práctica revolucionaria va reduciendo la diferencia
entre ser pasivo-económico y el hacer activo-revolucionario, la
consciencia práctico-crítica de clase. El carácter constrictivo,
espontáneo y ciego, de las leyes económicas, que parece darles el
carácter de una «legalidad natural» suprahistórica, se quiebra
mediante la acción consciente de la consciencia práctico-crítica
de clase. En la lucha de clases del proletariado se supera
tendencialmente el dualismo histórico de la teoría y la práctica.
No se puede contraponer la teoría a la acción práctica, pues «sólo
por la teoría se convierte en poder material, en cuanto aferra a las
masas».12 Aquí se
encuentra la función prácticamente eficaz de la consciencia en la
historia, incluida, como más tarde había de comprobarse, la de la
falsa consciencia.
Dicho
en el lenguaje de la teoría del conocimiento, todo eso significa lo
siguiente: el conocimiento social es transformación social. El
conocimiento de la situación social tiene un carácter como activo,
porque la acción es, con identidad dialéctica, el conocimiento. Con
eso se plantea el problema de la consciencia de clase. Esta
autoconsciencia histórica del proletariado no se produce más que en
la consciente lucha de clases, en la cual hay que incluir también,
como elementos, la teoría y su desarrollo. La consciencia de clase
no se puede formar más que en un proceso largo y doloroso, pues las
clases dominantes intentan por todos los medios impedir ese proceso
de toma de consciencia de las masas asalariadas. En las Enthüllungen
über den Kommunistenprozess in Koln [Revelaciones acerca del
proceso de Colonia contra los comunistas] escribía Marx contra la
fracción Willich-Schapper:
En
vez de las relaciones reales, para vosotros el motor de la revolución
es la voluntad mera. Mientras que nosotros decimos a los trabajadores
«Tenéis que atravesar 15, 20, 50 años de guerras civiles y guerras
nacionales no sólo para alterar la situación, sino también para
cambiaros a vosotros mismos [cursiva de Dutschke] y ser capaces
de poder político», vosotros, por el contrario, les decís «O nos
hacemos inmediatamente con el poder o ya podemos echamos a dormir...
». Del mismo modo que los demócratas hicieron un ídolo de la
palabra «pueblo», así lo hacéis vosotros con la palabra
«proletariado».13
12.
Karl Marx, ltlr Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie
[Conntribuci6n a la crítica de la filosofía hegeliana del derecho],
MEW, vol. 1, Berlín, 1964, p. 385.
El
carácter procesual de la formación de la clase revolucionaria del
proletariado y de su consciencia de clase determina también la
problemática básica del marxismo revolucionario, la unidad de la
teoría y la práctica. Esta unidad, que pone a su vez en unidad
dialéctica la filosofía marxista de la sociedad y de la historia
con la política revolucionaria de la lucha de clases, constituyendo
una filosofía de la práctica, no es una unidad que esté ya lista
a priori, como tampoco lo es la de la clase, sino que sólo se
puede entender como producto de procesos históricos contradictorios.
La
totalidad de la producción material -fundamento condicionador de
todos los procesos de pugna social en el período de formación
capitalista- no es, en última instancia, sino una parte de la
totalidad social. Las clases, los sujetos de la producción, no
intervienen sólo en la producción y el cambio. También luchan
entre ellos por el poder y por conservar o transformar
revolucionariamente la estructura social de cada caso. En ciertas
condiciones el proceso de producción muta en lucha de clases, en
pugna política, y ambas cosas se interpenetran sin cesar. De este
modo el proletariado ya consciente influye en la producción también
por su acción política: «De todos los instrumentos de producción,
la mayor fuerza productiva es la clase revolucionaria misma».14
Mas,
¿cuáles son para Marx las condiciones necesarias para que la clase
revolucionaria pueda desarrollarse hasta ser la mayor fuerza
productiva? El curso «normal» del modo de producción capitalista
produce una clase trabajadora «integrada»:
En
el proceso de la producción capitalista se desarrolla una clase
trabajadora que por educación, tradición y costumbre reconoce las
exigencias de ese modo de producción como evidentes leyes de la
naturaleza. La organización del proceso plenamente capitalista de
producción aplasta toda resistencia, la constante producción de una
superpoblación relativa mantiene la vigencia de la ley de oferta y
demanda de trabajo y, por lo tanto, el salario, en un plano que
corresponde a las necesidades de aplicación del capital, y la muda
violencia de las relaciones económicas sella el dominio del
capitalista sobre el obrero. Sin duda se sigue utilizando la
violencia extraeconómica inmediata, pero sólo excepcionalmente. Por
lo que hace al curso habitual de las cosas, se puede confiar el
obrero a las «leyes naturales de la producción», o sea, a
su propia dependencia del capital, originada, garantizada y
eternizada por las condiciones mismas de la producción. 15
Pero
en la crisis económica profunda, crisis de la sociedad en su
conjunto, la violencia económica de la relación capitalista,
interiorizada y más o menos aceptada, puede ser problematizada por
el productor, y sólo entonces se tiene la posibilidad objetiva de la
constitución de una consciencia revolucionaria de clase, sobre la
base de la lucha de clases política entre el trabajo asalariado y el
capital.
Ya
según el pensamiento de Marx, y aún más según el de Lenin, la
lucha de clases política es dirigida por los partidos obreros, entre
los cuales, y según las palabras de Marx, los comunistas «no se
distinguen de los demás partidos obreros más que por defender y
expresar en las diversas luchas nacionales de los proletarios los
intereses comunes de todo el proletariado, independientes de la
nacionalidad, y por representar siempre el interés de todo el
movimiento a través de los diversos estadios que atraviesa la lucha
entre el proletariado y la burguesía».16
Los comunistas no se proponen modelar el movimiento proletario
mediante determinados principios, ni se distinguen sus intereses de
los del movimiento global. Esta idea de un frente unido de todas las
masas asalariadas contra los mecanismos de dominio político y
económico de la burguesía no se ha realizado hasta ahora en la
práctica histórica del movimiento obrero.
14.
Misère de la philosophie, MEW, vol. 4, Berlín, 1964, p. 181.
15.
Karl Marx, Das Kapital, 1, Berlín, 1960, pp. 776-777 s.
Cuando,
tras la primera guerra mundial, se hizo, virulenta la primera crisis
mundial del sistema capitalista, todos los partidos revolucionarios
existentes dentro del sistema mundial del capitalismo de la época
-aunque tampoco esta totalidad concreta del mercado mundial era aún
realmente mundial- tenían que poner en acto la posibilidad histórica
de subvertir el estado capitalista y el modo de producción que lo
condiciona y conseguir un mundo socialista sin monopolios
maximalizadores del beneficio, sin explotación del hombre por el
hombre y sin guerra.
Es
verdad que en Alemania, por ejemplo, y también en otros países, se
constituyeron formas espontáneas de organización del pueblo
trabajador y armado, consejos de obreros y soldados, y que en enero
de 1919 hubo en Berlín manifestaciones de masas, de cientos de miles
de trabajadores; pero esta oleada revolucionaria pasó muy deprisa, y
los consejos de obreros y soldados desaparecieron en seguida sin
dejar ninguna huella duradera en las masas. No expropiaron ,a las
grandes familias que habían huido ni eliminaron el viejo sistema de
pequeños estados alemanes, absurdo tras la huida de las dinastías,
dejaron intactas las grandes posesiones y los privilegios locales
discriminatorios disfrutados por los Junker, no destruyeron la
«continuidad del mando militar», no socializaron la industria
pesada, esencialmente corresponsab1e de la guerra, ni crearon un
ejército popular para consolidar y continuar la revolución.
16.
Kommunistisches Manifest, MEW, vol. 4, Berlín, 1964, pp. 474 s.
Fue
determinante de ese fracaso histórico el que el movimiento obrero
alemán, representante y portador de la revolución democrática y
socialista, no comprendiera que en las modernas condiciones de un
aparato industrial, administrativo, militar y jurídico muy
complicado, no es posible quebrar el poder de la clase dominante más
que por una rápida y completa ocupación y democratización de todos
esos aparatos. Faltó la fuerza política organizativa que pudiera
hacerse con los controles conscientes del estado y de la economía,
no se llegó a desplegar la autonomía activa de las masas contra las
fuerzas del capital y de la propiedad de la tierra, que en aquel
momento estaban en retirada temporal, y no se pudo emprender la
transformación posible de los fundamentos sociales. A todo eso hay
que añadir un factor muy decisivo: en 1918 no existían ya el
movimiento socialdemócrata ni el movimiento sindical en cuanto
movimientos revolucionarios anticapitalistas. La política social
reformista, que había tenido elementos acertados en el período de
rápido ascenso del capitalismo alemán, se convirtió en un peligro
político para todo el movimiento obrero por el hecho de que daba pie
a la ilusión de poder sostener en todas las fases del capitalismo
aquella «política de reformas sociales» sin crear garantías y
seguridades revolucionarias, en la organización y en la consciencia,
que permitieran conservar las conquistadas «posiciones de reforma».
El sueño de «desembocar» en el socialismo desembocó realmente en
la victoria de la contrarrevolución. El reformismo, desarmando con
una ideología falsa al movimiento obrero, negando el hecho de la
lucha de clases para afirmar una ficticia comunidad nacional y
renunciando a toda disposición revolucionaria, transformó «la
mayor organización obrera del mundo» en una máquina de
manipulaciones electorales.
El
joven partido comunista alemán, que ya durante el primer año de su
existencia perdió a manos de traidores asesinos
contrarrevolucionarios sus tres dirigentes principales (Rosa
Luxemburg, la principal teorizadora, Karl Liebknecht, destacado
agitador, y Leo Jogiches-Tyszko, su mejor organizador), no podía aún
cumplir las gigantescas tareas. Muy pronto (1921, tras el III
Congreso del Comintern) se produjo una situación de dependencia, ya
nunca más puesta en tela de juicio, respecto de la Internacional
Comunista, la cual a su vez estaba dominada por el Partido Comunista
de la Unión Soviética (PCUS) y se «interpretó» según las
necesidades propias de éste.
La
decisiva discusión política y teórica acerca de la revolución en
Centroeuropa se realizó durante el III Congreso de la Internacional
Comunista. Esa discusión es hoy de la mayor actualidad para
nosotros, pues en ella se trataba -aunque en otras condiciones
históricas- de la relación entre la economía y la ideología en el
período de la crisis actual del sistema capitalista, la cuestión,
esto es, de las relaciones organizativas, teoréticas y tácticas
entre la vanguardia y las masas. Lukács escribía, formulando la
cuestión: «La relación entre el partido y la masa, ¿es siempre
la misma durante todo el proceso revolucionario, o bien es esa
relación misma un proceso obligado a vivir también él activamente
las transformaciones y mutaciones del proceso global?».17
Esta
cuestión nos remite al problema de la relación entre la ideología
y la economía. El proceso económico-social de descomposición del
modo de producción capitalista puso en movimiento grandes acciones
de masas contra el sistema capitalista. En la concepción «clásica»
de la relación entre la economía y la ideología, la acción
espontánea de masas es el aspecto subjetivo del proceso económico
objetivo. Ello determina la tarea y la función del partido en el
proceso revolucionario: el partido puede acelerar el proceso, ser
motor del movimiento, pero nunca aparte del movimiento de las masas,
el cual se impone en última instancia con independencia del partido,
lo quiera o no éste. Según esta concepción, e! partido no debe
realizar ninguna iniciativa por su cuenta, con independencia de las
acciones de masas; para la concepción «clásica» eso sería puro
blanquismo O putschismo. Esta concepción parte del carácter
de «ley natural» de los procesos económicos y de los políticos e
ideológicos. En la teoría activista de Marx, orientada a la
práctica, esa relación no puede ser la verdadera más que durante
el período de la transioria necesidad del capitalismo, O sea, para
el período durante el cual el capitalismo tenía un carácter
históricamente progresivo. Según Marx, las «leyes naturales» de
la vida social se basan precisamente en la «inconsciencia de los
afectados», y conducen la sociedad a la crisis del sistema, pero no
garantizan en modo alguno una resolución socialista-revolucionaria
de la crisis. Las proposiciones de Marx acerca del carácter
histórico de las proposiciones de las ciencias sociales, incluida la
economía, se caracterizan precisamente por el hecho de ser «ciencia
revolucionaria», autoconocimiento de cada estadio social particular,
por lo que no se pueden entender en modo alguno, a la manera del
marxismo vulgar, como leyes atemporalmente válidas de la sociedad
humana. El problema consiste en si dadas las condiciones del «salto
del reino de la necesidad al reino de la libertad» (Engels), el cual
se tiene que entender como proceso de transformación del
capitalismo, siguen valiendo los procesos «según leyes naturales».
Lukács ha precisado esta cuestión:
¡Cuándo,
dónde y en qué circunstancias y medida empieza ese «salto al reino
de la libertad»? La respuesta a esa cuestión que, como casi todos
los problemas de importancia teorética decisiva, no se ha planteado,
desgraciadamente, casi nunca, es de la máxima importancia práctica
para la determinación de la táctica de los partidos comunistas.
Pues caso de que el comienzo de ese proceso se sitúe en el período
de la última crisis del capitalismo, esa decisión teorética
impondrá consecuencias tácticas de gran alcance. 18
En
este punto consigue conexión y fundamento materialistas la teoría
subjetiva, activista y voluntarista de la revolución: sólo la
«acción consciente» del proletariado revolucionario puede
trasponer la crisis objetiva del sistema capitalista en
transformación revolucionaria del sistema. Como alternativa en caso
de fracaso del proletariado, la teoría marxiana y la práctica
histórica ven la «muerte de las clases en' lucha» o, con una
palabra de Rosa Luxemburg, «la barbarie».
El
fracaso del movimiento obrero en la profunda crisis que siguió a la
primera guerra mundial mostró muy visiblemente que el gran obstáculo
con que chocó la revolución no fue tanto la fuerza inmediata de la
burguesía cuanto la inesperada debilidad y la falta de objetivos del
proletariado mismo. En ningún caso se vio una «ideología
revolucionaria» del proletariado como consecuencia de las «leyes
naturales» del capital que habían provocado una profunda crisis
económica. Anteriormente hemos explicado la falta de «voluntad
revolucionaria» en el proletariado por la teoría y la práctica
reformistas de la socialdemocracia. La interpretación por Lenin
parte de la cuestión siguiente: «¿Hay alguna relación entre el
imperialismo y esa monstruosa, repugnante victoria conseguida en
Europa por el oportunismo (en la forma del chauvinismo) sobre el
movimiento obrero? Esta es la cuestión fundamental del socialismo
moderno». Tras una caracterización del sistema del capitalismo, ya
mutado en imperialismo por la «acumulación monstruosa de
capital-dinero en unos pocos países», se encuentra la exposición
decisiva para la explicación del oportunismo y la fundamentación de
la revolución anticolonial: «[...] la explotación de las
colonias por un puñado de grandes potencias transforma
progresivamente el mundo civilizado en un parásito que vive del
cuerpo compuesto por los cientos de miles de hombres incivilizados
[...] la capa privilegiada del proletariado de las grandes potencias
imperialistas vive en parte a costa de los cientos de millones de
hombres de los pueblos no civilizados».19
La exposición de los hechos económicos es acertada y consecuente
desde el punto de vista de la economía. Pero a pesar de ello la
«teoría» de la aristocracia obrera nos parece inequívocamente
marxista-vulgar, y nos recuerda inevitablemente la explicación de la
Reforma por Kautsky como «expresión ideológica de profundas
transformaciones que ocurrían en el mercado lanero europeo de la
época».
Lenin
explicitó en 1902, en ¿Qué hacer? las primeras
consecuencias positivas del comportamiento histórico observado hasta
entonces por la clase obrera: los trabajadores, formados por las
relaciones de producción capitalistas, no se pueden organizar
revo1ucionariamente más que «desde fuera», por medio del partido
como vanguardia de la clase. Esta teoría de la organización, que
sólo con mucha dificultad podía apelar al fundamental sentido de la
idea marxista de emancipación -«la liberación de la clase obrera
no puede ser obra sino de los obreros»- tenía por fuerza que
fracasar en las muy diversas condiciones de la Europa central, con
una clase obrera altamente cualificada y que había asimilado
íntimamente las normas y los modos de comportamiento de la sociedad
obrera a causa de la «coacción muda» de las relaciones
capitalistas mismas.
19.
Wladimir I. Lenin, Gegen den Strom [Contra la corriente], Hamburgo,
1921, p. 512.
La
teoría marxista parecía chocar con verdaderos límites, y hasta el
final de los años veinte no se tuvo una explicación realmente
materialista de las inhibiciones ideológicas del proletariado. En
Pannekoek se encuentran pobres conatos de una explicación
descriptiva:
Harán
falta decenios para superar en los viejos países capitalistas la
influencia pestífera y paralizadora de la cultura burguesa en el
proletariado [...] No se estima esta revolución mundial en toda su
importancia universal cuando se la contempla sólo desde el punto de
vista europeo-occidental [...] La causa de Asia es la causa auténtica
de la humanidad [...], más de la mitad de la población de la tierra
[...] decadencia de Europa [...] por eso los movimientos nacionales
de liberación de los pueblos asiáticos, sobre el firme suelo
material de una lucha de clases de los trabajadores y los campesinos
contra la bárbara opresión por el capital mundial, asumirán, y
acaso antes de lo que por la apariencia externa puede esperarse, un
mundo ideal comunista y un programa comunista."
Ante
ese texto presentimos ya algo de la necesidad de una duradera
revolución cultural precisamente en los países desarrollados de
Centroeuropa, como condición de la posibilidad de una transformación
revolucionaria de toda la sociedad. La estimación de Asia tiene un
carácter «profético», pero era noción muy corriente en el
movimiento comunista internacional durante los años veinte. También
en los textos de Lenin encontramos esa enfática estimación de la
revolución colonial, mientras que en vano buscaremos en ellos una
respuesta a la cuestión, tan esencial, del desarrollo y la
transformación de la estructura de la consciencia del proletariado
europeo. En un curioso artículo escrito en el décimo aniversario de
Pravda (5 mayo 1922) expone Lenin:
20.
Weltrevolution und kommunistiscbe Taktik [La revolución mundial y la
táctica comunista], Viena, 1920, p. 44.
La
causa principal de esta enorme aceleración del desarrollo
internacional se encuentra en el hecho de que han sido incluidos en
ella centenares y centenares de millones de hombres. La vieja Europa
burguesa e imperialista, acostumbrada a considerarse el ombligo del
mundo, está podrida y ha estallado como un absceso maloliente en la
primera carnicería imperialista [...] Esta decadencia de la vieja
Europa no es, sin embargo, más que un episodio de la historia de la
decadencia de la burguesía, empachada por su festín en la
explotación y la opresión imperialistas de la mayoría de la
población de la tierra. Ahora la mayoría se ha despertado y se ha
puesto en un movimiento tan intenso que ni siquiera las potencias más
fuertes y «poderosas» son capaces de detenerlo [...] hierven la
China y la India. Se trata de más de 700 millones de hombres. Se
trata de más de la mitad de la población de la tierra, si contamos
junto con la India y la China los demás países asiáticos
limítrofes de ellas y en situación análoga. En esos países se
está acercando cada vez más deprisa, y sin que pueda ser detenido,
su 1905, con la diferencia, esencial y gigantesca, de que en 1905 la
revolución (al principio al menos) pudo quedar aislada en Rusia, sin
penetrar inmediatamente en otros países. Mas la revolución que
madura en China y en India se introducirá, porque lo está ya, en la
lucha revolucionaria, en el movimiento revolucionario, en la
revolución internacional.
El
décimo aniversario del diario legal bolchevique, Pravda, nos permite
ver claramente un hito en el camino de esa aceleración enorme de la
gran revolución
[...]
Cuando se fundó la vieja Iskra el año 1900 no trabajaban en ella
más que una docena escasa de revolucionarios. Cuando surgió el
bolchevismo trabajaban en el periódico, y asistieron al congreso
ilegal de Bruselas y Londres de 1903 unos cuarenta revolucionarios
[...] en noviembre de 1917 la mayoría del proletariado y del
campesinado políticamente consciente estaba con los bolcheviques,
bajo la forma de mayoría de los delegados al II Congreso Pan-ruso de
los Soviets, y en la de la mayoría de los hombres más activos y más
conscientes del pueblo trabajador, el ejército de doce millones
existente en la época [...] en estos veinte años la revolución ha
empezado y ha llegado a ser una fuerza invencible en países cuya
población suma más de mil millones de hombres (todo el Asia, pero
sin olvidar, por ejemplo, el África del Sur, que ha presentado hace
poco su pretensión de ser hombre y no esclavo [ ... ]).
Y
si algunos discípulos de Spengler infieren de ello [...] que la
cuenta que acabamos de hacer no incluye entre las fuerzas
revolucionarias al proletariado de Europa y América, contestamos:
Esos dirigentes «supergeniales» argumentan siempre como si del
hecho de que nueve meses tras la concepción se puede esperar el
nacimiento del niño resultara inferible también la hora y el minuto
del nacimiento y el grado exacto de los dolores y de los peligros
superados por el niño y por la madre. «¡Gentes supergeniales!» No
pueden entender que, desde el punto de vista del desarrollo de la
revolución internacional, el paso del cartismo al servidor de la
burguesía Henderson, o de Varlin a Renaudel, o de Wilhelm Liebknecht
y Bebel a Südekum, Scheidemann y Noske no es sino el paso de un
automóvil desde una calzada lisa y llana de cientos de kilómetros
de longitud hasta un charco pequeño, sucio y maloliente, un charco
pequeño, de pocos metros.
Los
hombres mismos hacen su historia [...] Esta burguesía que ha hecho
todo lo que ha podido por dificultar el nacimiento, por decuplicar
los peligros y los sufrimientos del poder proletario en Rusia, es
todavía capaz de condenar a la tortura y a la muerte a millones y
millones de hombres, por medio de guerras civiles y de guerras
imperialistas. No debemos olvidado. Hemos de poner hábilmente de
acuerdo nuestra táctica con esta particularidad de la actual
situación. Por el momento, la burguesía puede seguir impunemente
martirizando, torturando y asesinando. Pero no puede detener la
victoria definitiva del proletariado revolucionario, inevitable y
nada lejana desde el punto de vista de la historia universal."
21
La
extensa cita muestra con insólita claridad la grandeza y la
limitación del pensamiento de Lenin, el espléndido análisis
tendencial del proceso de emancipación del actual «tercer mundo»,
encuadrado en el marco de la historia universal, y, al mismo tiempo,
su impotencia e incapacidad, casi indisimuladas, ante la tarea de
llevar a concepto la problemática del proletariado centrooeuropeo y
de su revolución. Sólo por eso se resuelve a reconocer aún
iniciativa histórica a la burguesía. Y por eso era natural que
Lenin combatiera políticamente, por «desviación izquierdista», la
estrategia «ofensiva» de las izquierdas del Comintern (desde G.
Lukács hasta A. Thalheimer V P. Frolich). Esa concepción partía de
los «límites de la espontaneidad» de las acciones de masas, tal
como esos límites se habían manifestado prácticamente después de
la primera guerra mundial. Partiendo de ese reconocimiento
determinaban de un modo nuevo la función y el papel de la vanguardia
organizada en el proceso revolucionario: como las leyes naturales de
la producción capitalista no rompen por sí mismas en la consciencia
de la clase obrera, por el solo efecto de la crisis, el poder íntimo
de las relaciones de producción capitalistas, ni se supera, por lo
tanto, automáticamente el íntimo menchevismo del proletariado, el
partido, como «configuración histórica de la consciencia
proletaria de clase» (G. Lukács), tiene que romper, mediante la
explicación y las acciones, la «letargia del proletariado».
Mediante acciones parciales realizadas por el partido, pero dirigidas
al proletariado entero, se agudizará la consciencia de clase, y la
acción será un medio de la actividad práctico-crítica del partido
que se prepara a luchar por el poder. La influencia de la explicación
y de las acciones en la consciencia del proletariado han de preparar
a éste para la lucha por el poder. «y ofensiva significa: despertar
a las masas proletarias de su letargia mediante la acción autónoma
del partido iniciada en el momento adecuado y con consignas
adecuadas, separar a las masas proletarias de su dirección
menchevique mediante la acción (o sea, organizativamente, y no sólo
intelectualmente), cortar el nudo de la crisis ideológica del
proletariado con la espada de la acción.» 22
21.
Wladimir l. Lenin, Werke, vo!. 33, pp. 335 ss.
Esta
teoría, tan incapaz como las demás de indicar las profundas causas
histórico-materialistas del «aburguesamiento» del proletariado,
había entendido en todo caso una decisiva verdad del marxismo: «La
coincidencia de la transformación de las circunstancias y la
transformación de la actividad humana, o autotransformación, no se
puede captar ni entender racionalmente más que como práctica
revolucionaria».23 Esa teoría entendió, por ejemplo, lo que en las
actuales condiciones no ha entendido algún «marxista ortodoxo», a
saber, que «mayoría» y «minoría» no han de entenderse de un
modo estático, sino procesual, como mutables y realizables por la
actividad humana, o sea, históricamente.
La
catástrofe de la Acción de Marzo en la Alemania central, acción
«preparada» de una manera completamente propia de aficionados por
el KPD * contra la entrada de las unidades Horsing del ejército en
la «Turingia roja», y la subsiguiente pugna con Paul Levi dentro
del partido y del Comintern, terminaron muy pronto con las «teorías
de la ofensiva». El III Congreso de la Internacional partía en 1921
de una estimación distinta de la situación mundial: el capitalismo
se ha consolidado transitoriamente. A ello se añadieron los hechos
de Kronstadt, la sublevación revolucionaria de los soldados obreros
y campesinos por la democracia de los consejos y contra el dominio
del aparato burocrático, la introducción de la Nueva Política
Económica, inseparable de esos hechos, la consiguiente
recapitalización parcial de la economía y la prohibición de las
fracciones en el X Congreso, prohibición entendida primero como
medida transitoria, pero que se convirtió pronto en un instrumento
permanente de represión y opresión de la democracia interna del
partido.
22.
Lukács, Internationale (mayo 1921), p. 215.
23.
Karl Marx, Thesen über Fetterbach [Tesis sobre Feuerbach], 3, MEW',
vol. 3, Berlín, 1962, p. 6 .
*KPD:
Kommunistische Partei Deutschland [Partido Comunista de Alemania],
El
marxismo que era «teoría del conocimiento de la voluntad
revolucionaria», tal como se desarrollaba sobre todo en las Tesis
sobre Feuerbach, se convirtió en la Unión Soviética, todavía en
tiempos de Lenin, en un mito para la conservación del estado. Lenin
había recibido de Marx la acentuación de los momentos dirección y
orientación. Los «nuevos funcionarios» tenían que cumplir
órdenes, pero con iniciativa: «y una vez que la práctica de la
revolución ha llegado a este punto, ambas cosas, teoría y mito, se
convierten en un dogma que las condiciones cambiantes no pueden ya
alterar. Y en una ideología (heteronomía de los fines) utilizable y
utilizada para cualquier objetivo inmediato. Lectura de .la vulgata =
herejía; interpretaciones cambiantes = ortodoxia».24
Para
llegar a una explicación materialista del «aburguesamiento»
(integración) del proletariado en los países capitalistas
industrializados de la Europa central hay que analizar en lo esencial
dos esferas:
"
X Congreso del Partido soviético.
24.
Karl Korsch, Buch der Abschaffungell [El libro de las supresiones],
Instituto de Historia Social, Amsterdam, manuscrito de 1945, p.9.
a)
La teoría del desarrollo de la sociedad capitalista según Marx, y
su recepción abreviada por los teóricos y los prácticos del
movimiento obrero revolucionario. Metamorfosis del capitalismo.
b)
¿Qué factores presentes en los individuos de la clase proletaria
inhiben la formación de una consciencia de clase militante y
activista?
Excurso
ad a)
Según
Marx, la producción capitalista se caracteriza por tres hechos
principales:
1.
Concentración de los medios de producción en pocas manos, con lo
cual dejan de aparecer como propiedad del trabajador inmediato y se
transforman por el contrario en potencias sociales de la producción.
Aunque al principio como propiedad privada de los capitalistas. Éstos
son los trustees de la sociedad burguesa, pero recogen los
frutos de esa actividad de confianza.
2.
Organización del trabajo mismo, en cuanto social, por cooperación,
división del trabajo y vinculación del trabajo con la ciencia de la
naturaleza.
El
modo de producción capitalista supera por los dos lados, aunque en
formas contrapuestas, la propiedad privada y el trabajo privado.
3.
Constitución del mercado mundial. La fuerza productiva, gigantesca
respecto de la población, que se desarrolla dentro del modo de
producción capitalista, y, aunque no en la misma medida, el aumento
de los valores de capital (y no sólo de su sustrato material), los
cuales crecen mucho más deprisa que la población, entran en
contradicción con la base, pequeña respecto de la creciente
riqueza, para la cual actúa esa gigantesca fuerza productiva, así
como con las condiciones de aplicación de ese creciente capital. De
ahí las crisis. 25
Con
la organización del crédito (cf. supra) se constituyen empresas por
acciones que tienden a separar cada vez más de la posesión del
capital el trabajo de gestión de los «dirigentes» (Marx)
mercantiles e industriales, o sea, el trabajo de gestión en cuanto
función.
Mas
como al mero propietario del capital, al capitalista del dinero, se
enfrenta el capitalista en funciones, y como con el desarrollo del
crédito hasta el mismo capital-dinero asume un carácter social, se
concentra en bancos y es prestado por éstos, no por sus propietarios
inmediatos, y como, por otra parte, el mero dirigente [cursiva
de Dutschke], que no posee el capital por título alguno, ni en parte
ni de ningún otro modo, realiza todas las funciones reales propias
del capitalista en funciones como tal, queda sólo el funcionario, y
el capitalista desaparece, por superfluo, del proceso de producción.
26
Las
sociedades por acciones determinan una «gigantesca ampliación de la
escala de la producción». Esto no había sido posible para los
capitales individuales del pasado. En las sociedades por acciones el
capital toma la forma de «capital social» (capital de individuos
directamente asociados), «en contraposición con el capital privado,
y sus empresas surgen como empresas sociales, en contraposición con
las privadas. Esto es la superación del capital como propiedad
privada dentro de los límites del modo de producción capitalista
mismo».27 Del mismo modo que «el capitalista realmente en
funciones» queda sustituido por el «mero dirigente», el
«administrador de capital ajeno», así también el antiguo
propietario de capitales se convierte en «mero propietario», en
«mero capitalista de dinero»:
25.
Das Kapital, vol. 3, pp. 295-296.
26.
Ibid., p. 424.
27.
Ibid., p. 477.
Aunque
los dividendos que perciben incluyan el interés más el beneficio de
la empresa, o sea, el beneficio total (pues la remuneración de los
dirigentes es o debe ser mero salario para un cierto trabajo de tipo
calificado, cuyo precio se regula en el mercado de trabajo, como el
de cualquier otro trabajo), ese beneficio total se percibe, sin
embargo, sólo bajo forma de interés, o sea, como mera gratificación
de la propiedad del capital, la cual queda, pues, tan totalmente
separada de la función en el proceso real de reproducción como
pueda estarlo esta función, en la persona del dirigente, respecto de
la propiedad del capital. El beneficio se presenta así [...] como
mera apropiación de plustrabajo ajeno, que nace de la transformación
de los medios de producción en capital, esto es, de su alienación
respecto de los productores reales, de su contraposiición, como
propiedad ajena, a todos los individuos realmente activos en la
producción, desde el dirigente hasta el último jornalero. En las
sociedades por acciones la función se ha separado de la propiedad
del capital, y, por lo tanto, también se ha separado completamente
el trabajo de la propiedad de los medios de producción y del
plustrabajo. 28
Este
proceso es para Marx resultado histórico del despliegue sumo del
modo de producción capitalista y, por otra parte,
necesario
punto de transición para la retransformación del capital en
propiedad de los productores [...] como propiedad de ellos en cuanto
asociados, como propiedad social inmediata. Y es, por otra parte, un
punto de transición hacia la transformación de todas las funciones
hasta ahora vinculadas con la propiedad del capital en el proceso de
reproducción en meras funciones de los productores asociados, en
funciones sociales. 29
Marx
ve, efectivamente, en las sociedades por acciones «la superación
del modo de producción capitalista dentro del modo de producción
capitalista mismo»,30 y
las entiende como «mero punto de transición» hacia una nueva forma
social de la producción. Esta «contradicción que se supera a sí
misma» provoca en determinadas esferas el «monopolio»,
y
exige por lo tanto la intervención del estado.
Esta
contradicción reproduce una aristocracia financiera, una nueva
especie de parásitos, en las figuras de los proyectistas,
fundadores, directores meramente nominales, y todo un sistema de
estafa y engaño respecto a fundaciones, entrega de títulos y
tráfico con ellos. Es una producción privada sin los controles de
la propiedad privada. 31
Lukács,
que, junto con Lenin, ha sido el autor que más ha luchado en los
años veinte por una recepción radical de Marx, recoge en Geschichte
und Klassenbewussstsein [Historia y consciencia de clase] 32
la exposición de la sociedad por acciones como «superación del
modo de producción capitalista dentro del modo de producción
capitalista mismo», pero no se la toma muy en serio, ni ve
transformaciones de importancia en el proceso material de producción
y reproducción de la sociedad capitalista. Ni Lenin ni Lukács
atienden al problema de la intervención del estado en el proceso
económico-social. Mas precisamente esos dos fenómenos nuevos
recogidos sólo fragmentaria o alusivamente en la obra de Marx
habrían tenido que ser los puntos de inserción de la ciencia
revolucionaria, problematizando las alteraciones
sociológico-clasistas dimanantes de las modificaciones ocurridas y
en curso en la producción material. Sólo así habría sido posible
una teoría histórico-materialista de la transformación
revolucionaria adecuada para la época de la crisis posterior a la
primera guerra mundial. El acrítico atenerse a las «formulas
comprobadas» de los clásicos degradó la lucha revolucionaria,
rebajándola al nivel de la práctica sin conceptos o del activismo
ciego.
29.
Ibid., p. 478.
30.
Ibid., p. 479.
31.
Ibid., pp. 479-480.
32.
Berlín, 1923.
Excurso:
Las metamorfosis del capitalismo
La
contradicción fundamental del período capitalista de formación
analizado por Marx (cf. supra) consistía en que el modo de
producción, socialmente mediado, implicaba una apropiación no
social, sino privada y basada en la separación del capital y el
trabajo asalariado. Organización y planificación en la empresa
individual, anarquía en el conjunto de la sociedad.
Esta
contradicción cobra formas múltiples en el proceso de desarrollo
contradictorio e irregular del Capital. La tendencia al despliegue
ilimitado de las fuerzas productivas y a una limitación de las
necesidades de aplicación del capital constituyen la tendencia
básica de la contradicción capitalista fundamental en una forma
específica de cada caso.
El
capitalismo se adapta (1º) al crecimiento cuantitativo y
cualitativo, siempre históricamente determinado, de las fuerzas
productivas, y (2°) al nivel en cada caso alcanzado por la pugna
social.
El
rápido desarrollo del capitalismo por la aceleración del proceso
técnico y la ampliación del espacio capitalista produjo una
intensificación enorme de la productividad social. Surgieron enteras
ramas industriales nuevas, que crearon nuevas necesidades, etc. El
mismo proceso industrial de producción queda sometido, desde Taylor
y Ford, a alteraciones cualitativas (análisis del trabajo,
planteamiento científico de la disminución de costes,
normalización, standardización, control del mercado, estadística
social, etc.). En lugar de la concurrencia entre los capitalistas
privados aparecen los acuerdos de los propietarios de las sociedades
para repartirse el mercado. Por detrás de todo eso se encuentra en
el capitalismo la tendencia a la socialización, y también se
expresa en ello una forma más consciente de la conexión social
entre los productores. Tipos crecientes de plustrabajo y un aumento
absoluto de la población activa provocan el aumento de la masa de la
plusvalía: productividad creciente del trabajo, dicho de otra
manera. Esta masa de plusvalía queda disponible para el proceso de
acumulación. La acumulación tiene como barreras concretas la
capacidad de producción y la proporcionalidad. El
capital dispuesto para la acumulación entra en contradicción con
esas condiciones; entonces intenta superar las barreras mediante el
progreso técnico, mediante necesidades artificialmente producidas,
mediante la exportación de capital, la penetración en nuevos
territorios, etc. El hambre permanente de posibilidades de aplicación
es el motor del desarrollo capitalista. En la medida en que se hace
cada vez más difícil la ampliación del campo exterior de la
producción capitalista -pues ya se ha terminado el reparto del
mundo-, el progreso técnico se convierte progresivamente en
motor decisivo de la acumulación. Pero también en este punto
hay, desde luego, límites inmanentes. Cada vez son menos las ramas
de la producción que no están completamente industrializadas
(agricultura).
En
cierto sentido se puede decir que son industrias nuevas
enteras las que van convirtiéndose sucesivamente en portadoras
determinantes del proceso de acumulación.
Frente
a estas nuevas industrias se encuentran, en número creciente, otras
ya saturadas de capital, incapaces de ulterior acumulación. La
parte, generalmente grande, del capital fijo en estas industrias las
hace necesitadas de apoyo durante el período de desmantelamiento. El
impulso en el sentido de la intervención de medidas estatales
procede precisamente de esas ramas de la producción que se
encuentran en peligro. Las ramas de la economía que son ya incapaces
de acumulación expresan los pesos muertos de la sociedad
capitalista, indican las limitaciones objetivas de la acumulación, y
obstaculizan, por otra parte, el desarrollo total «liso». El
despliegue de una productividad creciente del trabajo sobre la base
del progreso técnico produce un aumento constante del fondo de
acumulación. Las limitadas posibilidades de aplicación del capital
y las limitaciones, cada vez más difícilmente superables, de la
acumulación tienen por consecuencia necesaria las más varias formas
de destrucción de capital. El aumento de la destrucción de capital
física (desmantelamientos, destrucción de reservas y depósitos,
guerras) y funcional (toda aplicación de capital para fines
improductivos, el aumento de los gastos públicos improductivos,
etc.) indica la «ultramadurez» del sistema. El enorme aumento de
los faux frais, los costes perdidos de la producción capitalista,
expresa la totalidad de la destrucción de capital. La diferencia
entre el despliegue tecnológicamente posible de las fuerzas
productivas sociales, o gigantesco aumento de la productividad del
trabajo, y su real incremento es cada vez mayor. Con eso se aumenta
también la tensión entre el nivel de vida que sería posible con
una supresión completa de las cadenas capitalistas y el nivel de
vida existente de hecho. «El fundamento último de todas las crisis
reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las
masas, frente al impulso de la producción capitalista a desarrollar
las fuerzas productivas como si su único límite fuera la capacidad
absoluta de consumo de la sociedad.» 33
Esta «crisis real» se impuso realmente entre 1929 y 1934 en forma
de crisis económica mundial. En ella fracasó el estado
parlamentario, aquella gran «bolsa de intereses» (Sering) en la
cual las diversas clases -pugnaban por compromisos. Esa negociación
política tuvo siempre carácter de resultante. Por la mediación del
estado la distribución del producto social no procedía ya de un
modo directo según la fuerza económica de los varios grupos. La
distribución se politizó según principios de dominio político;
los grupos recibían una «gratificación» concorde con su peso
político-social. Pero en la crisis disminuyó la capacidad de acción
de todas las clases en la medida en que retrocedía la producción.
Aumentó muy de prisa el paro, signo estructural del capitalismo en
la época de las capacidades sin utilizar; aumentó también la
extrañación humana entre los «con trabajo» y los «parados». De
ello sufrió mucho la solidaridad de intereses de los proletarios. Se
perdió la unidad de la clase obrera, antes de entonces visible
materialmente en el destino de sus diversas capas. De la creciente
mecanización del proceso de producción se sigue en la lógica del
capital una reducción del número de trabajadores ocupados en la
producción: en vez de suprimir el trabajo, el capitalismo suprime
trabajadores. Los que estaban parados mucho tiempo llegaron a
distinguirse de los con trabajo en su consciencia y en su vida.
Trabajo y miseria formaban antes una unidad en el concepto y en la
realidad del proletariado que consideró Marx. Tras la primera guerra
mundial no se volvió a dar en la Europa central esa unidad
subversiva y explosiva. Ya en la Acción de Marzo antes citada se
manifestó la «lucha fratricida» entre parados y obreros con
trabajo, la cual se agudizaría mucho más en la segunda mitad de la
década del veinte. Infierno era ya no la vida de los «productivos»,
sino la de los sin trabajo. Éstos eran los que más urgentemente
necesitaban la subversión del sistema. Pero no tenían la formación
ni la capacidad de organización características del proletariado
alemán anterior a la primera guerra mundial. La falta de comprensión
de la teoría se pudo sustituir transitoriamente mediante
«concepciones del mundo». Y este «dúplice» modo de existencia
histórica del proletariado alemán se expresó en los años veinte,
entre otras cosas, por la existencia de dos partidos obreros. Su
lucha recíproca, que culminó con la fórmula de «socialfascismo de
la socialdemocracia», acuñada por los comunistas, consumó la
impotencia del movimiento obrero alemán. La victoria del fascismo no
tenía ningún momento de necesidad, pero fue perfectamente posible
porque el movimiento obrero resultó incapaz de orientar de un modo
socialista revolucionario la prolongada crisis. Fue, por el
contrario, el movimiento obrero el que se convirtió en objeto de la
crisis, y con ello quedó expedito el camino para el fascismo.
La
«teoría» de los partidos comunista y socialdemócrata no recogió
tampoco en la estrategia socialista las alteraciones
sociológico-clasistas manifiestas por las «metamorfosis del
capitalismo», sino que siguió confiando en los viejos esquemas.
Los
obreros en paro estructural, junto con las clases pasivas,
eran capas completamente afuncionales que expresaban la creciente
proporción de «improductivos» en la población. Por esta vía
discurría ya desde hacía tiempo una parte considerable de la
destrucción funcional de capitales. Aún más intensamente
aumentaron el aparato administrativo y el militar, con la
constitución de artificiales capas de funcionarios que
destruyeron la creciente masa fiscal reunida por el estado. Los
funcionarios y los militares son grupos improductivos y parasitarios
que, como organizaciones de la violencia de la clase dominante, han
de ser rápidamente disueltos y derrotados en la transformación
revolucionaria.
A
la nueva estratificación de la clase obrera misma se añade el que,
a consecuencia de la mecanización del proceso de trabajo, va a
disminuir inevitablemente, como ya se ha indicado, la proporción e
intervención de los trabajadores calificados. Pero aumenta en cambio
la imprescindibilidad de la capa, relativamente estrecha, de la
intelectualidad de la producción, de la intelectualidad técnica y
económica, en el proceso social de reproducción. Una estrategia
revolucionaria para los países capitalistas muy desarrollados no
puede hacer abstracción de esa capa, pues en ella tienen que
formarse los especialistas revolucionarios que entiendan
prácticamente la dirección central de la economía y el despliegue
de la iniciativa de las masas no como una contraposición de términos
excluyentes, sino como la unidad dialéctica del proceso socialista
de transformación.
Durante
la crisis económica mundial muchos países se encontraron de nuevo
al borde de la revolución. Entonces quedó claro que el capitalismo
no dominaba la situación con los normales medios para la superación
de crisis económicas. Por primera vez se introdujo sistemática e
internacionalmente el intervencionismo esta· tal como arma decisiva
para la superación de la crisis. Se trata de un saneamiento sobre la
base de las relaciones de propiedad dadas. Las ramas de la producción
que son concurrenciales en las condiciones dominantes pueden luchar
por ampliar su campo de explotación. Este constante fenómeno
concomitante del capitalismo cobra, empero, una novedad cualitativa
por el hecho de que ahora predomina la aplicación de métodos
políticos para sostener relaciones y situaciones de propiedad y de
producción que están históricamente superadas desde el mismo punto
de vista de un cálculo capitalista racional. La explicación de este
fenómeno se encuentra en la circunstancia de que partes social
y políticamente decisivas del capitalismo no pueden ya
mantener por vías progresivas su posición económico-social y se
han hecho, por lo tanto, reaccionarias. Las ramas de la producción
que todavía son capaces de acumulación no tienen ni la fuerza ni
los medios necesarios para imponerse políticamente contra el aparato
socio-estatal y contra las ramas de la producción que dependen de su
ayuda. Desde luego que los «pesos muertos económicos» (Sering) de
las industrias incapaces de acumulación son plomo en las alas de las
industrias aún capaces de ella. Pero éstas no tienen más remedio
que recorrer también el camino estatista que ha emprendido el
estado. Llamaremos estatismo a la totalidad de las
regulaciones estatales de la economía. La finalidad del estatismo no
es la estatificación de los medios de producción, sino la dirección
estatal del capitalismo privado.
El
análisis abstracto tiene como tarea el identificar la orientación
básica general del capitalismo internacional en cuanto tal y
en general. Pero esa abstracción no nos puede decir nada acerca
del momento preciso o el ritmo de elaboración del estatismo, ni
tampoco nada acerca de su realizabilidad en circunstancias históricas
concretas. De todos modos, los límites de ese proceso son bastante
estrechos en la realidad social. La relación de capital va cayendo
en contradicción con las fuerzas productivas en un número cada vez
mayor de terrenos, y aquellas fuerzas no se pueden ya desarrollar más
que al precio de su autodestrucción. La mutación de las fuerzas
productivas que han de liberar al hombre de innecesario trabajo en
unas fuerzas destructivas que amenazan al hombre como especie era y
es condición de la posibilidad de la intervención históricamente
importante de las masas en la historia. Las leyes naturales de la
producción capitalista analizadas por Marx no incluían aún la
función dúplice sistemática del estado como regulador
económico-político y como actividad directamente económica del
«sector público». La organización social del capital crece de
forma contradictoria.
La
necesidad de la regulación social global, forzada por el constante
crecimiento de la masa total de la actividad económica del estado,
elimina en parte la anarquía de la producción capitalista. Las
nuevas tendencias, antes indicadas, de la dinámica de las clases se
acentuaron aún más por la nueva determinación funcional del
estado. El sujeto revolucionario del período capitalista de
formación había sido corroído por el fracaso del movimiento obrero
y por la práctica histórica del capital. Mas, ¿qué apareció en
su lugar?
Excurso
ad b)
El
psicoanálisis, en cuanto doctrina de las consecuencias de la
renuncia al instinto, desenmascaró la familia e indicó en ella el
lugar de la pugna con el representante del dominio, con el padre en
cuanto representante también del principio del rendimiento dominante
en la sociedad. En compensación de la renuncia al instinto, se
promete a los hijos, particularmente a los varones, la sucesión del
padre, y el llegar a ser a su vez representantes de la estructura de
rendimiento de la sociedad.
Ya
en época precapitalista tuvo el individuo que hacerse violencia.
Para poder soportar física y psíquicamente el proceso de la
acumulación primitiva de capital, el individuo tuvo que imponerse
conscientemente inhibiciones que antes, originariamente, procedían
de fuera, de la naturaleza. La Reforma secularizó las normas
religiosamente asimiladas, traspuso la instancia inhibidora de los
instintos: de la Iglesia a la consciencia propia. La dialéctica de
la utilidad y la razón caracteriza la situación de las masas
oprimidas. La razón es en la sociedad de clases la razón de la
clase dominante, que se orienta por el dominio y el beneficio y tiene
que convencer a los oprimidos de que hay armonía entre el individuo
y el todo. Pero los oprimidos quedaban excluidos de esa
universalidad, y su renuncia al instinto se producía por la fuerza.
Hoy siguen siendo seres sociales determinados y fabricados por la
violencia, y siguen constituyendo la base de la dictadura de minorías
sobre las masas.
La
renovación religiosa puso al hombre en condiciones de subordinar su
vida inmediata a fines lejanos. Las masas se han alejado de la
infantil entrega al instante y se han educado en la consideración
objetiva, la consecuencia tenaz y el entendimiento práctico. Con
ello no sólo han robustecido al hombre en su resistencia al destino,
sino que, además, le han hecho capaz de desprenderse a veces de la
intrincación de su vida y levantarse, en la contemplación, por
encima de su interés propio y de su utilidad. Pero esas pausas
contemplativas no han alterado en nada el hecho de que los fines de
lo existente arraigan con profundidad cada vez mayor. 34
La
«libre servidumbre» de los hombres, imprescindible para la
formación y aún más para el modo de existencia de la sociedad
burguesa, es en última instancia la forma de la autoconservación
«adecuada a la realidad». Esta estructura básica autoritaria es
aprovechable desde un punto de vista capitalista, pues de ella no
puede esperarse una pugna revolucionaria contra las estructuras
existentes.
En
la transición del capitalismo concurrencial al monopolista, nutridas
capas burguesas pierden la conexión armoniosa entre la vida
individual y un orden general y dador de sentido. Expresión
histórica de esta ruptura es la ciega entrega de las masas
autoritariamente gobernadas a las irracionalidades más brutales. Con
la formación de gigantescos monopolios que levantaron una
«immpenetrable selva virgen», junto con los gobiernos, entre ellos
y los dominados se produjo la posibilidad de una planificación
amplia, por un lado, y, por otro, la de guerras mundiales de
aniquilación entre los monopolios a costa de las masas. En estas
condiciones lo único que hace falta para mantener el statu quo
social es una rígida disposición de la jerarquía social de arriba
a abajo. Ahora ya coinciden más o menos plenamente la
autoconservación de la sociedad burguesa con la «destrucción de lo
humano».
34.
Marx Horkheimer, Vernunft und Selbsterhaltung [Razón y
autoconservación], 1942, pp. 32·33.
Las
grandes perspectivas doctrinales de la filosofía idealista acerca de
la autonomía del individuo no pudieron sobrevivir al desarrollo
industrial en forma capitalista. La decadencia de la razón, la
totalización de la irracionalidad en la producción de las fuerzas
destructivas y la disolución del individuo y de su despliegue
autónomo son procesos paralelos. Bajo el dominio de los monopolios
el individuo está siempre condenado a corto plazo. Siempre ha de
estar vigilante y dispuesto, a punto de saltar, «sin escuchar la
lengua más que como información, orientación o instrucciones, sin
suelo y sin historia».35
También se disipa la consciencia de la servidumbre. La impotencia
del individuo por un lado y la gigantesca potencia del capital por
otro dificultan mucho al hombre el reconocer siquiera el fundamento
de su miseria. «La ideología se encuentra ya en la disposición de
los mismos hombres, en su reducción espiritual, en su estar
remitidos al grupo. No viven cosa alguna sino a la luz del
convencional sistema de conceptos de la sociedad.» 36
La cosificación de los hombres no es tanta que carezcan totalmente
de una roedora consciencia de la falsedad y la inhumanidad de la
sociedad existente.
«Por
mutilados que todos estén, pueden notar durante un instante que el
mundo racionalizado bajo la constricción del dominio podría
liberarlos de la autoconservación que hoy todavía contrapone unos a
otros. El terror, ayudando a la razón, es al mismo tiempo el último
medio para detenerlos; tan cerca ha llegado la verdad.» 37
35.
Ibid., p. 40.
36.
Ibid., p. 58.
El
terror cínico y brutal del fascismo tenía. que impedir a las masas
asalariadas que destruyeran por fin la relación capitalista,
superflua ya desde hacía tanto tiempo. Tras la derrota externa del
fascismo internacional, particularmente del alemán, empezó, luego
de la segunda guerra mundial, una reproducción de las antinomias de
la sociedad burguesa, pero con experiencias fascistas.
El
rascacielos.
Un
corte longitudinal por la estructura social del presente tendrá que
presentar más o menos lo que sigue:
a)
Los magnates de los trusts, combatiéndose según sus grupos;
b)
los pequeños magnates, los terratenientes, el equipo de los
colaboradores principales;
c)
los miembros de profesiones liberales, los empleados, los agentes
políticos, los mili tares y los ca catedráticos, los ingenieros,
los jefes de oficina y las mecanógrafas;
d)
los restos de la existencia autónoma: artesanos, campesinos;
e)
el proletariado: la «aristocracia obrera», los no calificados, los
que durante mucho tiempo no ganan nada, los pobres, los viejos, los
enfermos, los que trabajan;
f)
el verdadero fundamento de la miseria sobre el cual se levanta este
edificio: los territorios coloniales y semicoloniales;
g)
[...] el sufrimiento indescriptible, inimaginable, de los animales,
el infierno de los animales en la sociedad humana."
37.
Ibid., p. 59.
38.
Según Heinrich Regius, Diimmerung. Notizen il1 Deutschland [Ocaso.
Apuntes en Alemania], Zurich, 1934, pp. 132-133.
Con
la limitación tendencial de las posibilidades de compensar las
barreras de la acumulación de capital mediante la capitalización de
espacios no capitalizados -los actuales «países en desarrollo»-,
con el consiguiente aumento de la aniquilación de capitales mediante
el armamento, la creación y la hinchazón artificiales de
gigantescos aparatos administrativos y burocráticos, con el paro
estructural, las capacidades inutilizadas, la publicidad orientada a
fines de dominio, etc., o sea, con el crecimiento de los «costes
muertos» sociales, aparecieron en los estados capitalistas
desarrollados, ya por los años treinta, nuevos fenómenos de la
dinámica antagónica entre la burguesía y el proletariado (cf.
supra).
El
proceso de creciente aniquilación funcional de capital, orientado de
modo primario por las necesidades de dominio, según se ha descrito
antes (como sistema de subvenciones a las ramas industriales
necesitadas de apoyo, regulación estatal de grandes partes de la
producción y la distribución) contribuyó a sustituir la
polarización de las dos clases principales de la sociedad, peligrosa
para el sistema, por un dispositivo de concesiones de los dominantes
a los dominados, y a consumar en lo esencial la integración de la
clase obrera en el marco de la sociedad dominante.
Por
eso no puede sorprender que durante los años cuarenta se produjera
un desplazamiento importante del centro revolucionario del mundo.
Por
los días de la toma fascista del poder en Alemania, los ejércitos
de liberación de los campesinos chinos, organizados en soviets,
intentaban hacer frente a la «Cuarta campaña de aniquilación»
lanzada por Chang Kai-chek con nuevos métodos militares o, más
precisamente, con un nuevo método de guerra: con la guerra popular
revolucionaria, la duradera guerra de guerrillas de partes cada vez
mayores de la población politizada y por politizar del país contra
los invasores extranjeros o contra oligarquías indígenas.
Esta
forma de lucha nacional de liberación, entendida como parte del
movimiento internacional de liberación, no se puede separar del
nivel alcanzado por el desarrollo mundial de las fuerzas productivas,
del movimiento total del capital, ya incapaz de instalarse en donde
quisiera y de convertir el mundo entero en un productor de plusvalía.
Con
ello quedaba dada para los revolucionarios, para los pueblos, la
posibilidad histórica de empezar la lucha emancipadora por la
autodeterminación nacional, por la eliminación de la miseria de las
masas, por la superación de la dependencia en sus más diversas
formas, la posibilidad de no esperar ya más, sino hacer ya en esas
condiciones, consciente y voluntariamente, su propia historia,
convertirse en sujeto del acaecer histórico.
DEL
ANTISEMITISMO AL ANTICOMUNISMO
Fromm
considera que el Yo reprimido por el Ello y por el Super-Yo,
impotente y temeroso, es el presupuesto de la actitud ambivalente,
sadomasoquista, de la personalidad autoritaria. Su represión acarrea mistificaciones constantemente renovadas de la realidad y conflictos
neuróticos, se expresa como comportamiento rebelde o devoto respecto
de los poderosos, como odio sádico a los débiles y en la falta de
todo valor cívico. Para mantener acallados sus sentimientos de
angustia y culpa y conseguir, al menos, una identidad temporal, el
autoritario se identifica con el estado, con el caudillo, con la
nación, etc. De este modo puede el pequeño burgués refrenar su
terror y sentirse arropado y protegido en la autoridad.
En
The Authoritarian Personality,39
la investigación sociopsicológica de Adorno, Frenkel-Brunswik,
Levinson y Sanford, se esbozan los siguientes síntomas de la
personalidad autoritaria:
1.
Convencionalismo (rigidez de la actitud moral, etcétera). 2.
Sumisión a las autoridades morales idealizadas del in-group
(a pesar, o incluso a causa, de la profunda ambivalencia respecto de
autoridades). 3. Hostilidad contra personas que choquen con los
valores convencionales (las personas cargadas de prejuicios quieren
contarse entre los «bienpensantes» y «justos»). 4. Recusación de
lo subjetivo, lo imaginativo, lo blando. 5. Superstición y
estereotipia. 6. Interés predominante por el aspecto de poder en las
relaciones humanas, y acentuación de la «virilidad». 7.
Proyectividad. Y 8. Acentuación de lo sexual.
Esta
base psicológica del fascismo no quedó superada por la derrota
externa del fascismo en Alemania, sino que se pudo conservar, sin
alteración esencial, en el anticomunismo.
La
destrucción de los viejos cuadros revolucionarios del movimiento
obrero por el fascismo y el stalinismo explica que pudiera resultar
tan fácil y rápida la integración de las masas asalariadas en el
anticomunismo, la «ideología» del período de la «guerra fría».
De nuevo había en las masas un estado de ánimo sordo -mediado por
la guerra- anticapitalista (y antistalinista). Pero de nuevo también
fracasaron los jefes socialistas revolucionarios, o en esta ocasión
no los hubo. Así resultó fácil para los burócratas stalinistas,
dirigidos desde fuera, y para las marionetas del capital y del
dominio de la clase burguesa, teledirigidas por dentro, hacerse con
las masas mediante concesiones, manipulaciones y represión directa.
El socialismo revolucionario alemán desapareció históricamente de
la escena política, para no volver a ser realidad histórica hasta
unos veinte años después, en algunos sectores del estudiantado, en
algunas fracciones de los asalariados de la industria y la
administración y en algunos reducidos grupos de estudiantes de
enseñanza media. La teoría marxista se individualizó y perdió así
su núcleo subversivo. La concepción de la organización como
academia en la cual los revolucionarios universales se forman
omnilateral y creadora mente y se encuentran en interacción
permanente con la práctica revolucionaria se disipó en el reino de
las nieblas utópicas.
En
los acuerdos de Yalta y de Potsdam los aliados antifascistas se
habían puesto de acuerdo a costa de los estados fascistas. El
occidente democrático-capitalista y la Unión Soviética, de
aspiración socialista, ampliaron sus esferas de influencia de mutuo
acuerdo. Pero los intereses comunes a corto plazo dejaron muy pronto
paso a las fundamentales diferencias estructurales. La «guerra fría»
empezó ya en 1947, cuando la doctrina Truman del anticomunismo se
convirtió en línea maestra de la política exterior norteamericana.
La «política de contención» de la oligarquía americana del poder
condujo también muy pronto a la formación de los sistemas militares
OTAN, CENTO y SEATO. Cuando en agosto de 1953 se tuvo la explosión
de la primera bomba de hidrógeno soviética, sólo un año después
de la americana, la histeria anticomunista entendió el
acontecimiento como un «sabotaje». Se reforzó el maccarthismo, la
«caza de brujas» dirigida contra todos los que no colaboraran en el
anticomunismo.
Al
alcanzar el «empate atómico», la Unión Soviética no podía ya
ser objeto del chantaje de la «gran bomba».
El
«discurso secreto» de Jruschov en el XX Conngreso del PCUS -Stalin
había muerto en 1953- abre una nueva fase de la política
internacional. El levantamiento anticapitalista y antistalinista de
los húngaros no acarreó un choque militar de las grandes potencias.
La URSS y los EE.UU. no podían ya enfrentarse militarmente, aunque
sí controlarse recíprocamente. Es importante observar a este
respecto que el anticomunismo militante estaba muerto desde antes de
nacer. Ni el 17 de junio de 1953 en Berlín-este y en la RDA ni en
octubre de 1956 en Hungría se le autorizó a ser militante. Ni
siquiera el 13 de agosto de 1961 cobró esta ideología un poco de
contenido real; y eso es precisamente lo que hace de ella ideología
plena.
Este
período no dio perspectiva a los pocos socialistas organizados en el
SPD o fuera de él, o en el SDS. Fue un período no comprendido, de
mera frustración. No parecía dado aún un ámbito de movimiento
para la propia práctica, más allá del capitalismo y del
stalinismo. El proceso de reconstrucción del capitalismo en la
Alemania occidental fue entonces interpretado por la mayoría de los
socialistas como una cosa sorprendente, y por muchos como prueba
definitiva de la organicidad a prueba de crisis del sistema del
capitalismo tardío. De ahí nació la resignada teoría de la
«sociedad cerrada», impenetrable en todos sus puntos y capaz de
asimilarse a todo. Réplica a esa tesis fue característicamente la
teoría que hacía de la RDA «la verdadera patria de los socialistas
alemanes».
Durante
todo este período comprendido entre 1945 y 1965 -que fue para la RFA
un período entero de restauración sistemática, pero también una
fase de desmistificación de las pequeñas fuerzas de
pseudo-oposición de los partidos, las instituciones y las pugnas en
el parlamento- se desarrollaron fuera de Europa, como lo había
«anunciado» Lenin en su artículo sobre Pravda
acontecimientos de importancia extraordinaria para la transformación
revolucionaria del mundo: «Al irse terminando la segunda guerra
mundial, el principal problema político suelto era la cuestión
colonial. Si el occidente hubiera intentado perpetuar el statu quo
del colonialismo, habría habido inevitablemente revoluciones
violentas, y una derrota también inevitable. La única política
prometedora de éxito tenía que consistir en dar a los más
progresados de entre esos 700 millones una independencia pacífica».40
El ejemplo de las Filipinas puede ilustrar la solución: «El 4 de
julio de 1946 los Estados Unidos nos van a hacer una jugada
descomunal. Ese señalado día el Tío Sam, con sus maneras honradas
y todo sinceridad, declarará libre e independiente a nuestro país,
entre marchas militares, desfiles y discursos. Con este gran gesto
los Estados Unidos de Norteamérica darán un ejemplo de fabuloso
chantaje».41 Poco después
ocurrían cosas como ésta: «Unidades de la policía militar
filipina dispararon hoy de 100 a 150 granadas de gran calibre, así
como una gran cantidad de descargas de ametralladora, contra un
terreno situado a unas doce millas en el cual se sospecha la
existencia de campamentos de los huks rebeldes».42
Miles de huks fueron asesinados durante los años siguientes
para destruir el brazo guerrillero del frente de liberación. Durante
algunos años fue así posible reprimir la lucha. Pero hoy, a los
veinte años, la nueva generación huk domina de nuevo grandes zonas
del país, se extiende la lucha y el títere gobernante exige a los
Estados Unidos más apoyo militar, con objeto de evitar el Vietnam de
los años setenta...
Pocos
meses después de la declaración de la independencia filipina empezó
en Madagascar una sublevación contra el colonialismo francés. Fue
aplastado de un modo siniestramente sangriento. Unos 80.000 malgaches
fueron muertos. Ni la Unión Soviética, ni la ONU ni la «opinión
pública mundial» atendieron por entonces a aquellos hechos.
Durante
los años cuarenta sólo las masas chinas consiguieron pasar del
reino de la explotación imperialista al reino de la pobreza
socialista, punto de partida de una real satisfacción de las
necesidades de las masas en China.
40.
A. DulIes, War 01' Peace, Nueva York, 1957, p. 76.
41.
The Philippine Press, Manila (1 abril 1946).
42.
AP, Manila (3 diciembre 1946).
La
fórmula de la independencia de los territorios coloniales se llenó
muy pronto con el inmutado contenido de la dependencia política y la
explotación económica. El capitalismo, debilitado por la guerra,
necesitaba grandes masas de capital para su reconstrucción: «Entre
1945 y 1951», ha escrito Pau1 Batan en The Political Ecoonomy of
Growth, «las colonias inglesas se vieron obligadas, bajo
innumerables pretextos, a acumular no menos de mil millones de libras
esterlinas [...] esa suma constituyó la exportación de capital
colonial a Inglaterra». Las colonias, o los nuevos países
independientes del tercer mundo, que habrían necesitado esas sumas
de miles de millones para la construcción rápida de una industria
que satisficiera las necesidades de las masas, siguieron siendo
explotados por las «leyes naturales» del mercado mundial,
determinadas en parte sustancial por las giant-corporations,
que hundieron los precios de la mayoría de las materias primas.
La
situación de miseria, acentuada por el intenso aumento de la
población y que el capitalismo, estancado o decadente, no podía ya
superar, produjo convulsiones violentas cada vez más frecuentes:
«Los EE.UU. están hoy inextricablemente mezclados en esas duras
luchas -China, Corea, Japón, Malasia (Filipinas, Indonesia
holandesa, Malaya británica, Indochina francesa), Siam, Birmania e
India- y aún se hundirán más en ellas en un futuro próximo. No
hay duda de que tomarán sus posiciones y desarrollarán su variante
característica de esta nueva forma de imperialismo».43
Lo peculiar de esta nueva forma de imperialismo consiste en que no ha
de ser entendido de un modo primariamente económico. No hay duda de
que las baratas materias primas siguen siendo hoy importantes y
rentables, pero no son ya el centro del fenómeno imperialista. La
nueva forma del imperialismo se caracteriza por el hecho de que se
apoya en «gobiernos amigos, títeres, quislings y
colaboradores de todo tipo, incluidos algunos tipos de supuestos
movimientos de resistencia».44
En
el capitalismo decadente -lo que quiere decir, objetivamente, desde
finales de la primera guerra mundial y, subjetivamente, desde la
instauración de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética
bajo la forma de dictadura de la vanguardia- empieza a disminuir
esencialmente la importancia de la exportación de capitales. La cosa
no puede asombrar, porque en la época de las crisis políticas y
económicas más graves no se puede prestar capital si no es con la
mayor cautela. A eso se añade que los países que han aumentado ya
los gastos de armamento hasta el máximo tienen cada vez menos
posibilidades de utilizar para fines de exportación un exceso de
capitales, pues esos sobrantes se consumen precisamente en la
preparación de una guerra moderna.
En
el lugar de la exportación de capitales apareció ya durante los
años veinte y treinta la comprensión de la necesidad de ampliar y
explotar fuentes de materias primas y de sustancias energéticas
(combustibles). La moderna industria de guerra consume reservas
gigantescas de materias primas, y ese consumo aumenta aún en la
medida en que se agudiza el peligro bélico.
Las
fricciones entre los estados exigen «medidas estratégicas» y
«dispositivos estratégicos» para anticiparse al enemigo potencial,
para conseguir territorios nuevos, ocupar puntos de importancia
estratégica que permitan tener una posición de partida favorable en
caso de guerra. Impera la lógica de la máquina de guerra. La
carrera de armamentos y los choques militares son «consecuencias
plenamente normales» de ese desarrollo.
El
período de decadencia del capitalismo es un período de crisis
permanente del sistema capitalista; sólo la acción revolucionaria
consciente de las masas que hayan llegado a la mayoría de edad
política puede impedir la crisis, la guerra potencial, etc. Al
terminarse la segunda guerra mundial nos encontramos ya, pues, en el
terreno de la crisis permanente del sistema, pero ésta no sólo
estaba sin superar, sino que además no era aún perceptible.
Empezamos
a estudiar todos estos conocimientos acerca de los mecanismos y los
diversos estadios del imperialismo en la época en que el problema
del Congo y el del Vietnam ofrecieron dos ejemplos perceptibles y
hasta manifiestos de la práctica de la contrarrevolución
internacional.
El
estudio de cuestiones internacionales era resultado de nuestra
contradictoria situación. Ninguno de nosotros apreciaba la muralla
de Berlín, sólo unos pocos admitían que la RDA y el SED fueran
realmente socialistas, pero casi todos odiábamos la hipócrita
«república» adenaueriana, la duplicidad del SPD y la traición de
la CDU a la reunificación alemana. Mas en nuestra propia realidad no
veíamos posibilidad alguna de una práctica política con sentido.
Los bienintencionados intentos de hacerse con un «suelo de
izquierda» en el SPD o en los sindicatos fracasaron todos. Incluso
los más de nosotros mismos estábamos presos en las ilusiones del
«eterno milaagro económico». La impotencia y la frecuente
irritación por las frustraciones que sufrían eran probablemente las
características determinantes de los pocos socialistas que había
entonces, dentro y fuera del SDS. Miembros del SDS eran a comienzos
de los años sesenta principalmente los estudiantes de sociología o
de filosofía que al ambientarse así esperaban asimilar mejor el
«marxismo de seminario» practicado entonces por el SDS y por el
profesor Lieber en su cátedra. A eso se añadió el que en 1964 y
1965 se produjo una especie de división represiva del trabajo entre
el SDS de Berlín-oeste y el Club Argument, teoría estetízante
frente a artesanía sin conceptos.
Entre
esos dos grupos y en colaboración con ellos se encontraba la sección
berlinesa de la Acción Subversiva, que hasta la primavera de 1965 no
se fusionó con el SDS.
De
las filas de ese grupo, la Acción Subversiva, proceden probablemente
las primeras afirmaciones acerca de la función revolucionaria del
«mundo colonial»:
«El
principal factor de la desintegración del sistema capitalista es la
disolución de los vínculos entre los estados imperialistas y sus
numerosas colonias» (Bujarin. en 1921). Si en tiempos de Bujarin era
ya rudimentariamente visible ese hecho, hoy, para nosotros, resulta
la evidencia misma. Las sublevaciones nacionales, los levantamientos
anticolonialistas, en resolución, las guerras de liberación
nacional obligaron en la mayoría de los Casos a los antiguos señores
coloniales a abandonar el dominio visible [...] queda todavía la
fuerza económica disimulada, que sigue manteniendo en dependencia a
los nuevos estados. 45
Esas
proposiciones eran puramente teoréticas, pues nacían en la «baja
marea» revolucionaria que era el contexto berlinés; allí había
que profundizar el análisis teórico de la presente sociedad
mundial. La recepción subversiva de la política internacional
en Berlín, particularmente la recepción de la problemática de los
países del tercer mundo, fue posible por la comprensión del
carácter .mundial de la pugna entre el trabajo asalariado y. el
capital, aunque no se hubiera encontrado en el propio ambiente el
lugar adecuado y efectivo para el trabajo político de emancipación.
A ello se añadió la existencia de un círculo de trabajo
internacional, en el cual estudiantes latinoamericanos estudiantes y
obreros alemanes de izquierdas, estudiaron juntos los «clásicos» y
las publicaciones más recientes de la teoría crítica y del
marxismo. En ese seminario oímos por vez primera, a fines de 1964,
una ponencia acerca de Frantz Fanon, mucho antes de que apareciera
extractado en el Kursbuch, nº2. Aquellos extraordinarios
camaradas que hoy están luchando en América Latina por la
emancipación de sus pueblos se encontraron también en cabeza de la
primera manifestación masiva de la izquierda, fuera de los partidos,
desde la segunda guerra mundial. El 18 de diciembre de 1964 el primer
ministro congoleño Moisés Chombé, responsable del asesinato del
revolucionario africano más destacado, Patricio Lumumba, visitó
Berlín occidental. Ya había realizado lo que importaba,
negociaciones· sobre la participación de trusts alemanes
occidentales en el negocio de Katanga, y ahora había que cumplir
rápidamente con el ritual pangermánico, la visita relámpago al
«Willy de Berlín» y a la muralla.
45.
Altschlag [Cartel], periódico de un grupo de estudiantes berlineses
(julio 1964).
No
nos habíamos preparado para la manifestación, ni desde el punto de
vista de la organización ni desde el de la técnica. La habíamos
anunciado «reglamentariamente», pero no teníamos entonces una
comprensión de la manifestación como instrumento de lucha para la
toma de consciencia -primariamente- de los que participan en ella. No
deja de tener interés histórico el que con esa ocasión discutieran
por vez primera conjuntamente acerca de una acción el SDS y la FDJ
*, de Berlín occidental. Estaban también presentes representantes
de LSD y de la SHB. Las «comprensibles» reservas de los
representantes LSD contra la FDJ impidieron la aparición de una
octavilla común firmada por todos los grupos.
*
FDJ; Freie Deutsche Jugend [Juventud Alemana Libre], las juventudes
comunistas, que el gobierno de Alemania occidental no puede prohibir
en Berlín-oeste, a causa del estatuto de ocupación.
Fue
muy importante en la manifestación misma ante el aeropuerto y luego
en las calles, de vuelta hacia el ayuntamiento, la predisposición de
la mayoría de los manifestantes a un abandono de la legalidad de la
manifestación, su disposición para emprender una acción común
contra las fetichizadas reglas del juego de la democracia formal. Se
produjeron cooperación o solidaridad espontáneas entre las más
diversas fracciones de la izquierda, que por entonces eran aún de
gesticulación muy sectaria. La militante aparición de manifestantes
sorprendió a los «guardianes del orden y la paz». La agitación y
la explicación como proceso de autoaclaración de los manifestantes
fue de un carácter bastante sensible. La organización y la temporal
dirección se constituyeron también en el curso de la acción misma.
La
«larga marcha» desde el aeropuerto hasta el ayuntamiento de
Schoneberg, evitando los bloqueos de la policía, supuso unos diez
kilómetros. La verdad es que Duennsing* habría debido dimitir ya
entonces por incapacidad. Llegamos en grupo cerrado ante el
ayuntamiento, aunque sin aprovechar en seguida para una «actividad
guerrillera» las posibilidades que ofrecía el hecho de ser día de
mercado. Fue un error. La policía consiguió reagruparse a tiempo;
permitió una delegación de manifestantes, y así la manifestación
cobró momentos ambivalentes. Volvió a ser subversiva hacia el
final, cuando consiguió cubrir con un «terrorífico» bombardeo de
tomates el automóvil de Chombé que ya arrancaba. En esta acción se
inventaron espontáneamente formas de resistencia que hasta mucho más
tarde no se convirtieron en método de nuestra lucha política.
Con
la manifestación contra Chombé habíamos tomado por vez primera la
iniciativa política en esta ciudad. La consideración post festum se
puede entender como comienzo de nuestra revolución cultural en la
cual se ponen en discusión tendencialmente todas las anteriores
normas y todos los valores de lo establecido; los que intervienen en
la acción se concentran primariamente sobre sí mismos y continúan
en la acción misma su propia autoaclaración acerca del sentido y el
objetivo de ella.
*
Jefe de policía de Berlín que dimitió tras la muerte del
estudiante Benno Ohnesorg causada por el agente Kutras.
Los
manifestantes no se reconocieron en absoluto en los comentarios de
prensa de los días siguientes, y eso robusteció su desconfianza
respecto del orden socioestatal. Se dieron cuenta de la división del
trabajo practicada con la información, y percibieron con claridad
todos los planos de la deformación y de la mentira. Así se pudo
leer en el Abend, que ya entonces representaba óptimamente
los «intereses objetivos» del senado de la ciudad y del capital:
El
Neue Deutschland*, intenta esta mañana hinchar la
manifestación. Bajo el titular «Millares gritan en Berlín
occidental: ¡Afuera el asesino Chombé!» el periódico intenta
producir la impresión de que en Berlín-oeste ha habido algo así
como una revolución contra Chombé. El minucioso reportaje del Neue
Deutschland traza, con formulaciones como «resuenan a coro
los gritos de afuera el asesino Chombé», un cuadro totalmente
deformado de la silenciosa manifestación.
La
Berliner Morgenpost rotulaba mucho más clara e
inequívocamente: «Manifestantes gritan afuera Chommbé en el
Mehringdamm. En vano intentaron los policías frenar a los
estudiantes. Los funcionarios fueron desbordados».46
*
Neue Deutschland [Nueva Alemania] es el órgano del SED, Berlín-este.
46.
19 diciembre 1964.
Las
cartas de los lectores en los periódicos tocaban a rebato: la
«población» deseaba que se nos aplicaran duras medidas. «Mandad
esas hordas salvajes al este»: ésa era la fórmula estereotipada y
más recurrente. La manipulación manipuladora se nos convirtió en
caja de resonancia de nuestro «trabajo abierto». Aún menos que hoy
hallábamos entonces el camino hacia las masas; pero nuestra
voluntaria limitación a las capas de los estudiantes universitarios
y de bachillerato, fáciles de movilizar, era acertada, pues por de
pronto se trataba de consolidar y ampliar ante todo la base, todavía
muy estrecha, que teníamos en la universidad misma.
Ni
en el SDS ni en una asamblea plenaria en la universidad se hizo una
verdadera autocritica radical, de organización y de personas,
respecto de la manifestación contra Chombé. Los procesos de
aprendizaje en la calle no se completaron mediante una reflexión
teorética con consecuencias práctico-organizativas. Pero a pesar de
todo se había abierto una brecha. El 18 de diciembre de 1964 cobró
vida por primera vez en Berlín el tercer mundo, en la actividad
práctico-critica de estudiantes y trabajadores. Pero también lo fue
para la actividad y el proceso de aprendizaje de la policía. En la
primavera de 1965 los norteamericanos intensificaron sus esfuerzos de
guerra, sus agresiones contra el pueblo vietnamita. Fuertes unidades
americanas de invasión tienen que salvar al gobierno de Vietnam del
Sur, ya incapaz de defenderse y rechazado totalmente por el pueblo.
Por esta época los camaradas Horlemann y Gilgemann empezaron en el
SDS de Berlín occidental a trabajar materiales norteamericanos
acerca del conflicto del Vietnam. Esa elaboración permitió una
primera discusión pública con un representante de la misión
estadounidense en Berlín. Fue una conferencia de prensa en la cual
nuestros camaradas consiguieron probar que la actuación de los
norteamericanos en Vietnam es una agresión, sin utilizar más que
materiales norteamericanos. A finales de abril una delegación del
SDS de Berlín-oeste acudió a Moscú y Leningrado para discutir con
las organizaciones estudiantiles acerca de problemas de la política
socialista en la Europa central y en el tercer mundo. Se producen
choques muy intensos a propósito del problema del stalinismo y
acerca de la función de la Unión Soviética en el proceso de
emancipación económico-social del tercer mundo. Los estudiantes
soviéticos defienden con suma contundencia la teoría de la
coexistencia pacífica. El argumento que fundamenta la política de
coexistencia pacífica es la existencia de armas atómicas. Ellos
parten de la convicción de que toda política se encuentra ante la
alternativa «guerra mundial o coexistencia pacífica». Al mismo
tiempo admiten que los movimientos de liberación nacional pueden
seguir adelante en su lucha, incluso en las condiciones del
equilibrio nuclear. Sin embargo; ese reconocimiento no afecta a la
problemática del apoyo de la Unión Soviética a los movimientos de
liberación nacional. La política soviética respecto del tercer
mundo se caracteriza en ese momento, por ejemplo, por el hecho de no
tener en cuenta los diversos movimientos de liberación nacional de
América Latina. La Unión Soviética tiene relaciones comerciales
con las varias burguesías de compradores* de los diversos países
latinoamericanos, con completa independencia. de la existencia de los
correspondientes movimientos de liberación nacional. Una discusión
con funcionarios acerca de la ayuda al Vietnam fue tremenda y
sintomática. Estos funcionarios nos dijeron con toda precisión el
número de botes de sangre para transfusiones y las sumas de
cotizaciones de las varias fábricas y secciones y talleres
realizadas en ayuda del Vietnam. Pero no estaban dispuestos a
discutir con nosotros acerca de la función de los movimientos de
liberación nacional dentro del proceso de la revolución mundial.
Nos parece que la ayuda al Vietnam y los numerosos comités de ayuda
al Vietnam que existen en la Unión Soviética no son muy importantes
para la situación de los productores soviéticos en sus lugares de
trabajo y en la universidad. Pues no parecía que implicaran un mayor
interés por las cuestiones internacionales, un interés creciente
por apoyar el movimiento de liberación. Les parecía imposible
interpretar la revolución vietnamita como un momento de su propia
problemática. No eran ni son capaces de entender la extrañación
entre partido y masas, la alienación en el lugar de trabajo,
producida por la separación entre los productores y sus medios de
producción; esa alienación no existe para ellos. Para ellos la
estatificación de los medios de producción y de la tierra es sin
más la supresión de la alienación en el lugar de trabajo. Hasta
tiempos muy recientes no se ha planteado como problema teórico la
cuestión de la alienación. Pero ese problema no aparece aún en
absoluto en la discusión ni en la vida social de los productores
directos. Éstos atienden sin consciencia a su trabajo, por lo cual la
lucha nacional liberadora del tercer mundo no se convierte en una
fuerza productiva adecuada para entender la alienación en su propio
país y hallar los medios para superada. Nosotros opinamos
precisamente que la única posibilidad que tiene la Unión Soviética
de emprender un camino socialista-revolucionario hacia el futuro
consiste en integrarse cada vez más intensamente en el proceso
económico-social de emancipación del tercer mundo y verse obligada,
en el curso de esa integración, a explicar a sus propias masas lo
que ocurre en los varios países del tercer mundo, los métodos con
los cuales procede la emancipación económico-social, y luego
obligada a explicar a sus propias masas por qué no se ha introducido
ni realizado todavía en las fábricas soviéticas la democracia
obrera en la forma del dominio inmediato de los productores sobre los
productos, control de los productores inmediatos sobre los productos.
Sólo así podría surgir de nuevo en la Unión Soviética una
consciencia internacionalista, una consciencia que partiera de la
convicción de que no es posible resolver las contradicciones en un
solo país, sino que sólo un proceso mundial de emancipación puede
reso1verlos.
*
En castellano, en el sentido técnico en que se ha hecho
internacional esa palabra castellana.
La
creciente agresión de los norteamericanos en el Vietnam desencadenó
en Berlín-oeste una resolución más radical acerca del conflicto.
«En realidad la guerra vietnamita es una guerra civil que, hasta la
intervención de los Estados Unidos, fue casi exclusivamente una
guerra entre los revolucionarios sudvietnamitas y el gobierno de
Saigón. Según las estimaciones norteamericanas, más de tres
cuartas partes de la población están a favor de los rebeldes.» El
semestre de invierno 1965-1966 se convirtió en la universidad de
Berlín en un semestre de explicación de los acontecimientos del
Vietnam. A pesar de ello Wolfgang Lefevre, del SDS, fue depuesto en
el otoño de 1965 de su cargo de primer presidente del AStA por haber
firmado una resolución de la Comisión Permanente para el Vietnam.
La resolución, titulada «Paz en Vietnam», exigía la supresión de
los bombardeos norteamericanos y la evacuación de las tropas
yanquis. El senador responsable de los asuntos de ciencia y arte,
profesor Dr. Werner Stein, dijo acerca de esto en una declaración de
prensa: «Desde luego que el que apoye a esa Comisión tiene que
saber, por varia experiencia, que con ello se sitúa muy cerca de la
política del SED».47
En
diciembre se tiene en la universidad un choque con el rector a
propósito de una exposición sobre el Vietnam que quería instalar
el SDS en el edificio Henry Ford. El rector apeló a reglamentos
sobre los edificios con objeto de impedir la exposición. Con su
actitud nos permite ver claramente que las pugnas del tercer mundo
tienen sus idénticos dialéctico s también entre nosotros, aunque
sea en otras condiciones históricas. Ello quedó aún más de
manifiesto por la acción de las campanas de la libertad, realizada
por los diarios berlineses en homenaje a los soldados norteamericanos
muertos en el Vietnam. Wolfgang Neuss, uno de los principales
precursores del actual movimiento de oposición, organizó una
contra-campaña con su Neuss-Deutschland.*
¡Lectores
de periódicos! ¡Engañados! Bajo el desgastado tañido de la
berlinesa Campana de la Libertad se concentra el rebaño de los
diarios berlineses para un cínico avance publicitario. Organizan un
metafísico regalo de Navidad para los deudos de los muertos americanos producidos por la guerra americana del Vietnam. Nosotros
vamos a organizar un regalo humanista de Navidad para los
trabajadores de las manufacturas de porcelana que tienen que fabricar
las campanillas para los americanos en luto con los donativos de la
población de Berlín occidental. Neuss-Deutschland va a completar el
llamamiento de los diarios berlineses: pedimos donativos para los
deudos de los soldados norteamericanos que cayeron en lucha contra la
Alemania hitleriana.
En
diciembre de 1965 se celebraron, fuera y dentro del SDS, discusiones
acerca de cómo oponerse con alguna eficacia al renovado intento de
los norteamericanos de intensificar sus agresiones en el Vietnam. Nos
decidimos por una acción (nocturna) de carteles en Munich y en
Berlín-oeste, que es donde existían condiciones políticas y de
organización. La acción coordinada entre las dos ciudades se
desarrolló la noche del 3 al 4 de febrero de 1966.
Los
pueblos de Asia, de África y de América latina luchan contra el
hambre, la muerte y la deshumanización. Los antiguos esclavos
quieren hacerse hombres. Cuba, el Congo, el Vietnam: la respuesta de
los capitalistas es la guerra. Con la violencia de las armas se
mantiene el antiguo dominio. La coyuntura se consolida mediante una
economía de guerra. El este y el oeste se ponen siempre de acuerdo a
costa de los países económicamente subdesarrollados. Ya no queda a
los oprimidos más posibilidad que las armas. El futuro es para ellos
revolución. Nos destinan a ayudar a los señores en el genocidio.
Por eso invocan al fantasma del «peligro amarillo». ¿Hasta cuándo
permitiremos que se asesine en nuestro nombre? ¡Yanquis, fuera del
Vietnam! Frente Internacional de Liberación.
*
El título es un juego de palabras que hace anticipadamente burla de
la acusación dirigida a W. Neuss de estar al servicio de la RDA y el
SED, cuyo órgano diario se llama Neue Deutschland.
Fueron
detenidos durante esta acción algunos miembros del SDS. Los
enunciados teóricos de aquel llamamiento eran muy ambivalentes, por
no decir falsos. Pero la importancia de la acción consiste en que
mostró una dimensión completamente nueva de la acción política, dimensión que podía resultar muy importante para el SDS y para su
trabajo. La nueva dimensión de acciones políticas que se reveló en
aquella acción ilegal de los carteles desencadenó reacciones
histéricas en el SDS. Había habido además, el 5 de febrero, una
manifestación en el centro que terminó con un breve asedio de la
Casa Americana (Berlín). En el curso de la acción se puso a media
asta la bandera norteamericana. Ello constituyó el punto de partida
de una gran campaña de calumnias realizada por la prensa, los
partidos y el rectorado contra los estudiantes de izquierda, de un
modo imponente y terrorista.
Nuestro
rector no se consideró disminuido por enviar el 7 de febrero una
carta de disculpa al comandante americano de la ciudad, Franklin. El
rector Lieber expresaba en ella «su profundo sentimiento por el
irresponsable comportamiento de algunos estudiantes». «Es
incomprensible que esos estudiantes no puedan o no quieran entender
que a la presencia, ante todo, de los Estados Unidos y de sus aliados
en Berlín deben el poder estudiar aquí con libertad y el poder
expresar siempre libremente su opinión.» Con esa actitud Lieber
recoge en lo esencial las argumentaciones estereotipadas de los
diversos periódicos de Springer, de los partidos y del senado. Las
implicaciones de sus palabras son que en Vietnam se defiende Berlín
occidental, como si no fueran precisamente los americanos los que,
con su desmedida guerra vietnamita, han perdido toda justificación
moral para poder hablar de defensa de la libertad en lugar alguno del
mundo. El cínico reconocimiento de las posiciones norteamericanas
por el rector y el alcalde tuvo por fuerza que dejar perplejos a los
estudiantes que hasta entonces habían estado firmemente convencidos
de la honradez y la sinceridad de los funcionarios universitarios y
senatoriales. Se empezó a notar entre los estudiantes una creciente
pérdida de autoridad de las instituciones oficiales y establecidas
de nuestra sociedad. Ningún representante de los partidos, del
parlamento ni del senado consideró necesario -u osó- acudir a la
universidad para discutir con los estudiantes acerca del Vietnam o de
otros problemas sociales. Los estudiantes no estaban tampoco
dispuestos ya a aceptar irracionalmente como autoridades reales a
autoridades sólo reconocidas administrativamente. A finales del
semestre de invierno 1965-1966 las acciones en la calle, las
prolongadas campañas de información y explicación dentro y fuera
de la universidad acerca de la situación del tercer mundo en general
y del Vietnam en particular habían contribuido ya a formar en miles
de estudiantes una disposición psíquica antiautoritaria que se
agudizó por los choques con la burocracia universitaria.
A
ello se añadió que también en el seno de la población de
Berlín-oeste existía una cierta comprensión abierta de la posición
americana en el Vietnam. Excelente test a este respecto fue la
manifestación de simpatía a la potencia de ocupación americana
convocada por la CDU para el 8 de febrero. No más de unos 1.000
berlineses occidentales aparecieron ante la Casa Americana para oír
los discursos de Amrehn, Lemmer y Wohlrabe. «En esta ciudad no hay
sitio para los enterradores de la libertad.» Lemmer pronunció esas
palabras, añadiéndoles la exhortación al senado de que en adelante
procediera más resueltamente contra «los intentos, inspirados por
los comunistas, de los estudiantes radicales de izquierda». El
autoritario espíritu de aquella reunión puede documentarse por el
hecho de que los interpelan te s fueron materialmente atacados por el
público ante la mirada de la policía, arrastrados hasta la próxima
estación del metro y apaleados allí, y luego obligados a comprar
billete en dirección este. «La multitud esperó hasta que los
alocados jóvenes pagaron sus billetes y desaparecieron por el andén.
La policía detuvo provisionalmente, para protegerlos, a dos
interpeladores.»48 El
acto mostró la situación espiritual desesperada de los que se
solidarizan con los americanos en la cuestión del Vietnam. Tendría
que ser de importancia sistemática para una estrategia
sociallucionaria el hecho de que el sistema del capitalismo tardío
no puede contar con una base de masas activa y autónoma. Es verdad
que el sistema tiene una base de masas, pero es una base pasiva, que
soporta, incapaz de hacer frente por sí misma a provocaciones
políticas y económicas. El fascismo actual no se manifiesta ya en
un partido ni en una persona, sino que radica en la cotidiana
educación de los hombres para ser personalidades autoritarias, o
sea, en la educación. Dicho brevemente: se encuentra en el actual
sistema institucional. Por eso este fascismo, a diferencia del de los
años veinte y treinta, no puede producir la base activa de masas
-por más que manipulada- con que contó su antecesor. El sistema del
capitalismo tardío es más que nunca un dominio minoritario
sostenido por la contradictoria unidad del aparato total compuesto
por la burocracia socio-estatal y los representantes de los
oligopolios. La cotidiana movilización de toda la sociedad contra la
idea de la liberación social respecto de un trabajo añadido y
superfluo y de un dominio también innecesario tiene que reducir
espiritual y biológicamente a los hombres al nivel de receptores
de señales. En estas condiciones, mantener el concepto tradicional
de masas, el de los años veinte, es ambivalente o, por mejor decir,
estratégica y tácticamente falso. Los dominantes no pueden
movilizar contra nosotros, de la noche a la mañana, cientos de miles
de hombres. El contradictorio aparato global no puede siquiera
permitirse hoy día movilizar las masas en su favor. Pues toda
movilización de las masas contiene en las actuales circunstancias un
momento de toma de consciencia respecto de los mecanismos existentes
en la sociedad. Por eso los señores de arriba, los personajes
dominantes, tienen que renunciar a la movilización de masas, que en
última instancia podría orientarse contra el dominio ejercido por
los burócratas y los monopolios.
Las
discusiones acerca de la acción de los carteles empezaron en el SDS
el 13 de febrero con un informe de Rudi Dutschke que, apelando a
Frantz Fanon, intentaba precisar la relación entre el tercer mundo y
los países muy industrializados:
Pero
«esta atmósfera de violencia y amenaza la amenaza de los cohetes,
no asusta ni turba a los colonizados. Los colonizados han llegado por
vez primera a la consumación de sus tiempos. A veces sorprende que
los colonizados, en vez de regalar un vestido a la mujer, se compren
un transistor. Es que viven en una atmósfera de fin del mundo y
creen que no tienen que perderse nada de 10 que ocurra. El
colonizado, el hombre subdesarrollado, es hoy un zoon politikon
en el más amplio sentido de la palabra». ¿Caigo así en un
escapismo que teoriza los movimientos del tercer mundo y no encuentra
ya asidero alguno para la problemática de nuestra acción aquí? No.
El materialista histórico tiene que ver la función constitutiva del
tercer mundo para la revolución mundial partiendo de la peculiar
situación económico-social de esa totalidad de pobreza y
deshumanización en el seno de la sociedad mundial. Aquí está
operando la dialéctica de la «pobreza real», la cual tiene que
completarse con una «dialéctica de la recta comprensión» en las
metrópolis de los estados capitalistas desarrollados para imponer lo
que Marx, en carta a Ruge, llamó la alianza de la humanidad que
piensa y la humanidad que sufre. Las luchas de los vietcong en
Vietnam o del MIR en el Perú son nuestras, y tienen que
trasfuncionalizarse realmente entre nosotros en una comprensión
consciente, a través de la discusión racional y de manifestaciones
y acciones en principio ilegales. Es una tarea gigantesca, casi
irresoluble.
En
la discusión se trató también la cuestión de las nuevas
condiciones de la práctica política en el capitalismo tardío. Por
primera vez se intenta recoger para la práctica política de estos
países la teoría de los focos de Che Guevara. La cuestión es:
¿cómo y en qué circunstancias puede intervenir el factor subjetivo
como factor objetivo en el proceso histórico? La respuesta de
Guevara para América latina era que los revolucionarios no tienen
siempre que esperar la formación de las condiciones objetivas de la
revolución, sino que a través del foco, de la vanguardia armada del
pueblo, pueden crear las condiciones objetivas de la revolución
mediante una actividad subjetiva. Este problema aparecía en última
instancia también en el fondo de la acción de los carteles, y sigue
estando hoy detrás de toda acción. ¿Hemos de partir en todas
nuestras acciones de la impotencia permanente de nuestro trabajo
político, o hemos llegado a un momento histórico en el cual la
actividad creadora subjetiva de los individuos en cooperación decida
de la realidad y de su mutabilidad? También esta discusión se quedó
en el plano de la mera opinión, como las muchas que le siguieron,
entre ellas las que acarrearon la escisión o disolución del Club
Argument y no tuvieron, como tantas veces ocurría, ninguna
consecuencia práctica, organizativa, ni para los individuos ni para
el SDS. Pero las discusiones eran momentos de aquel largo proceso de
aprendizaje que era condición de la ampliación real del campo
antiautoritario dentro y fuera de la universidad. Los dominantes
empezaron por entonces a presentar como terror de una minoría
política las pequeñas acciones semilegales e ilegales, como la de
los carteles, el lanzamiento de tomates y huevos contra la Casa
Americana. Aquellos que disponen de todos los medios de la violencia
y del terror en esta sociedad, desde la policía, pasando por la
gente de leyes y la burocracia, hasta las estaciones de la violencia
del trust Springer, el cual domina diariamente, sistemática y
funcionalmente las masas en la producción de inconsciencia y las
violenta hasta que ellas rompan un día ese aparato...
El
elemento de irracionalidad contenido en el lanzamiento de huevos y
tomates no es la irracionalidad de los fascistas, que aspira a la
violencia como fin en sí, sino la materialización superrealista y
provocadora de la irracionalidad de una sociedad que documenta la
falta de importancia de la razón política y del lenguaje de la
humanidad concediéndoles un rinconcillo de Hyde Park. Cuando además
resulta que la caricatura de poder, expresiva de la real impotencia,
manifiesta en la forma de lanzamiento de huevos y tomates, provoca al
aparato del poder, que se finge tolerante, a poner a un lado las
formas democráticas del estado de derecho para entrar sin afeites
«en el fondo de la cuestión», aplicando la violencia a los
hombres, entonces esa irracionalidad provocadora contribuye
manifiestamente a la aclaración política mucho más que la mayoría
de las discusiones de mesa redonda.*
49.
Van der Freien zur Kritischen Universitat. Geschichte der Krise an
der Freien Universitiit Berlin [De la Universidad Libre a la
Universi· dad Crítica. Historia de la crisis de la Universidad
Libre de Berlín], editado por el AStA, ESG, FDP, HSU, SDS, SHB.
Las
irresueltas antinomias entre el oportunismo y el putschismo, entre el
exotismo y el provincialismo, constantemente encendidas en las
discusiones del SDS, tenían que resolverse «analíticamente» en un
gran círculo de trabajo acerca de la «sociedad formada».'"
Ese intento tenía que fracasar, porque nos portábamos como teóricos
puros frente a la realidad, y ésta no se convertía en tarea
práctico-crítica. En el fondo había una comprensión falsa de la
teoría y la práctica, una comprensión según la cual la teoría
elaborada posibilita la práctica.
A
principios del semestre de verano de 1966 se implantó en las
facultades de derecho y de medicina la matrícula temporalmente
limitada, o sea, la exmatriculación forzosa. Esta decisión fue el
punto de partida de la profunda pugna entre la burocracia
universitaria y una gran parte de los estudiantes, no dispuestos ya a
permitir que se decidiera acerca de ellos sin intervenir en la
decisión misma. Precisamente en el semestre de verano de 1966 se
articularon ya muy claramente en las asambleas plenarias del
estudiantado las tres esferas distintas de la protesta universitaria,
de la resistencia universitaria contra una sociedad represiva. El
primer plano es la existencia de la guerra criminal de los Estados
Unidos en Vietnam, que es lo que ha abierto los ojos por vez primera
a muchos estudiantes cuya comprensión de la relación entre la
ciencia y el humanismo hizo crisis precisamente por causa de esa
guerra y se vio obligada a plantearse nuevas preguntas y buscar
nuevas respuestas. Este plano de los intereses emancipatorios vitales
por la paz, la justicia y la felicidad se complementó con la
política restrictiva de la burocracia, muy claramente perceptible en
la universidad y que aspiraba a producir más idiotas especializados
en menos tiempo, y precisamente a costa del estudiantado. Esta
experiencia sensible inmediata de los estudiantes, la experiencia de
que la sociedad capitalista no es capaz de fundar condiciones en las
cuales los hombres determinen ellos mismos su destino, se convirtió
también en punto de partida de una comprensión del tercer plano,
que es el del agotamiento de lo que se llamó milagro económico.
Dicho más precisamente: el final del período de reconstrucción
económica del capitalismo germanotal. Los intereses inmediatos de
los productores inmediaatos, que en este caso eran los estudiantes,
se vieron directamente afectados por la exmatriculación forzosa. El
nivel ya alcanzado de politización y de actitud antiautoritaria
permitió entender aquella medida burocrática como fenómeno social
general de una sociedad capitalista llegada al final de su período
de prosperidad; permitió entender que una sociedad así y en un
momento tal necesita un output mayor de especialistas de la
universidad para introducir un nuevo grado de reproducción social
total.
*
«Sociedad formada» fue la fórmula arbitrada por el antiguo
canciller Ludwig Erhard para difundir la tesis de que la actual
sociedad capitalista ha conseguido un equilibrio orgánico
definitivo.
La
conmoción subjetiva de una gran parte del estudiantado afectada por
las polémicas sobre la exmatricuulación forzosa durante el semestre
de verano de 1966 resultó una nueva fuerza productiva en la
recepción de los acontecimientos del tercer mundo, particularmente
del Vietnam, y fundamento de la recepción radical de las teorías
del tercer mundo. En esa época estábamos ya estudiando el libro de
Frantz Fanon, nos reconocíamos en los artículos de Che Guevara
sobre la guerra de guerrillas y el hombre y el socialismo en Cuba y
estudiábamos los Kursbücher editados por Hans Magnus Enzensberger,
parrticularmente el número 2, que tiene el artículo de Frantz Fanon
sobre la violencia. También resultaron muy importantes los cuadernos
de Argument editados por los camaradas de Marburg, acerca de una
teoría de la emancipación económico-social del tercer mundo. El
libro de ]ürrgen Horlemann y Peter Gang sobre el Vietnam fue el
cierre sistemático de esta incipiente reflexión acerca de los
acontecimientos y las luchas del tercer mundo. Estas discusiones y
reflexiones sobre las teorías del tercer mundo tuvieron expresión
muy importante, pero acaso también ambigua, en las Informationen,
nº1, editadas por el SDS de Berlín-oeste:
El
espíritu sinceramente democrático recobrará su peso cuando se
dirija de una vez a quien tiene que dirigirse, cuando comprenda que
ya no se puede discutir con el verdugo que ocupa la Casa Blanca.
Evacuación de las tropas americanas, elecciones libres en el
Vietnam, ésas son propuestas al vietcong para que consiga una paz
justa, exigencias que no se detienen, impotentes, en la solidaridad
con los oprimidos, que fue hasta hoy el llanto de un tímido
movimiento alemán de protesta, sino que se hacen eficaces en la
solidaridad con los vencedores, en cada avión americano derribado,
en cada orden de movilización que se quema en los Estados Unidos.
Hay que hacer finalmente lo que no se ha hecho hasta hoy: reconocemos
en aquellos condenados que se defienden con éxito, en vez de entonar
por ellos el canto de la desgracia. Motor de las hojas que siguen es
nuestro interés bien entendido, el cual entiende que cada victoria
de los vietcong es una victoria para nuestra democracia.
Aunque
era acertado pronunciarse contra tímidos movimientos de protesta y
declarar que una discusión permanente con el «verdugo» de la Casa
Blanca no podía ser ya el sentido de nuestra protesta por el
Vietnam, aquella hoja no veía aún las nuevas mediaciones que nos
posibilitaban el hacer efectiva nuestra solidaridad con el Frente
Nacional de Liberación de Vietnam del Sur. Volvió a haber profundos
choques dentro del SDS de la RFA y de Berlín-oeste. El que en
nuestra exposición hayamos hecho en general abstracción de las
discusiones habidas en la RFA se debe exclusivamente a la necesidad
de dar a conocer en su especificidad los acontecimientos de Berlín
occidental, los cuales empezaron realmente en condiciones
específicas. Pero no hay que pasar por alto que precisamente por lo
que hace a la cuestión del Vietnam y las discusiones acerca de las
teorías del tercer mundo los camaradas de Marburg y Frankfurt
intervinieron decisivamente en la formulación de una comprensión
radical de los procesos del tercer mundo y su significación para las
metrópolis.
La
contradicción entre un humanismo moral abstracto por un lado y, por
otro, la satisfacción por las cifras de bajas americanas en el
Vietnam suscitó una primera discusión de fondo acerca del problema
de la violencia en la lucha revolucionaria. Quedó claro que sólo
una parte reducida del estudiantado estaba dispuesta a llevar a cabo
una discusión así. Lo mismo se apreció en la ulterior cuestación
para comprar armas al Frente Nacional de Liberación del Vietnam del
Sur. Poquísimos estudiantes cotizaron para ese fin, mientras que
eran muchos los dispuestos a dar dinero para ayuda médica al mismo
frente de liberación. Tampoco los posteriores acontecimientos del
año 1966 consiguieron superar esa real limitación de la consciencia
de los estudiantes. El rechazo de la violencia por la mayoría de los
estudiantes contenía la acertada comprensión de que en las
metrópolis no se puede producir un terror revolucionario mediante
las armas. Y como las asociaciones estudiantiles de izquierda,
incluido el SDS, habían renunciado también a insistir en sus actos
de explicación sistemática en la problemática de la violencia y a
discutirla concretamente con los ejemplos del Vietnam y otros,
tampoco podía existir entre los estudiantes otra actitud.
Faltaba
además en aquel momento una experiencia sensible de la represión en
las metrópolis. De todos modos, cada vez estaba más claro que el
campo antiautoritario estudiantil no estaba ya dispuesto a colaborar
con una «tolerancia represiva» (Marcuse), sino que lo estaba ya a
liquidar actos de camuflaje, como el celebrado en Berlín con la
presencia del embajador de Vietnam del Sur. Liquidar quería decir
intervenir en esos actos, clarificar, desenmascarar al embajador y a
los lacayos alemanes que le ayudaban, y mostrar que luego de largos
meses de intenso trabajo acerca de la situación en el Vietnam no
estábamos ya dispuestos a soportar las mentiras y las deformaciones
de un títere de Saigón. Ya entonces había aparecido el librito
Kritik der reinen Toleranz [Crítica de la tolerancia pura]
que contiene el artículo de Herbert Marcuse sobre la tolerancia
represiva. Ese artículo dio forma conceptual a nuestra desazón por
la discusión permanente sin consecuencias prácticas. Comprendimos
que la burguesía, la clase dominante en todos los países del «mundo
libre», puede permitirse que minorías críticas discutan de
problemas de su sociedad y de otras sociedades, que la burguesía
está dispuesta a permitir toda discusión, toda discusión que no se
salga nunca de la teoría. El artículo de Marcuse resultó así para
muchos estudiantes una importante fuerza productiva para la
elaboración de los problemas del capitalismo tardío teniendo en
cuenta el ejemplo del tercer mundo, de Vietnam en este caso. Como se
ve, todo este desarrollo presenta una dialéctica de conocimientos
acerca del tercer mundo, conocimientos acerca de los países muy
desarrollados del mundo capitalista y práctica propia en las
metrópolis, la cual posibilitó los procesos de aprendizaje, la
radicalización de la consciencia y la radicalización de las
acciones. A finales de 1966 quedó también claro que 10 que
importaba a los americanos en el Vietnam no era combatir una agresión
comunista por el oeste, sino hacer del Vietnam un instructivo caso
ejemplar de combate contra los movimientos social-revolucionarios de
todo el tercer mundo. Los estudiantes antiautoritarios entendieron
las frases de McNamara:
El
Vietnam no nos interesa como objetivo estratégico, ni siquiera como
base política: nos interesa como ejemplo [ ... ] Este conflicto es
típico. ¿Cómo puede superado victoriosamente una gran potencia
como la nuestra? ¿Cómo un país que dispone de un potencial militar
enorme y de un potencial político menor puede triunfar en cualquier
lugar del mundo sobre un contrincante que es militarmente inferior,
pero políticamente fuerte? Esta es la cuestión que se nos plantea.
No es para nosotros una cuestión de vida o muerte, por lo menos no
aquí ni ahora. Pero aquí y ahora tenemos que aprender métodos con
los que podamos resolver ese mismo problema en cualquier lugar de
Asia, África o, sobre todo, América latina, cuando un día se trate
realmente de una cuestión de vida o muerte.
La
élite americana del poder, particularmente McNaamara, reconocía
cada vez más claramente que el problema del tercer mundo no es
idéntico con el concepto tradicional y actual del comunismo. Con
ello contribuyeron a la progresiva destrucción de su propia base, el
anticomunismo.
La
citada respuesta de McNamara, cínica, pero casi
«histórico-materialista» en su veracidad, indica que en las fases
decisivas de la pugna entre la revolución y la contrarrevolución
también la burguesía asimila en medida insólita elementos
histórico-materialistas de conocimiento. La burguesía no está
condenada, como no lo estamos nosotros, a permitir que la historia
discurra sobre ella como ciego acaecer, sino que puede, como
nosotros, intervenir activa y autónoma mente en el proceso de la
historia para perpetuar la sumisión de las masas, la explotación y
la miseria. Desde la organización internacional de la CIA hasta los
diversos centros del Pentágono se muestra una tendencia clara: la de
aniquilar las fuerzas revolucionarias del mundo entero mediante todas
las posibilidades organizativas y técnicas de la técnica más
desarrollada, a través de una lucha técnico-económica y militar.
Esos hechos se reflejan ya en la resolución «Vietnam Analyse
eines Exempels» [Vietnam: Análisis de un caso ejemplar]
aprobada en mayo de 1966 por el congreso estudiantil.
Todos
los participantes entienden el conflicto del Vietnam como un modelo
de revolución colonial y contrarrevolución: en ese conflicto se
obtiene y transmite consciente mente el instrumental técnico y
táctico que posibilite el combatir con éxito las revoluciones
sociales no sólo «aquí y ahora», sino «siempre y en cualquier
parte». La evacuación del Vietnam por las tropas americanas y la
toma democrática del poder por el Frente Nacional de Liberación
sería para otros movimientos de emancipación una nueva prueba de la
posibilidad de liberarse y un poderoso estímulo en su lucha. Las
oligarquías del poder estadounidense han entendido con claridad ese
valor de ejemplo que tiene el conflicto del Vietnam. Esa
significación es el motivo principal de la tenacidad con que se
aferran los EE.UU. a su posición.
Pero
también «la mula vieja», la revolución, pudo continuar su proceso
de aprendizaje. Los campesinos vietnamitas tuvieron que aprender a
resistirse a una maquinaria imponente, utilizada por la mayor
potencia capitalista industrial. El proceso de aprendizaje de la
revolución vietnamita, el proceso que lleva, por ejemplo, del
dominio de una defensa primitiva, con trampas, etc., contra el
dispositivo enemigo hasta la moderna batería de cohetes, fue muy
largo y doloroso. Pero esa capacidad de adaptarse flexiblemente y con
éxito a condiciones nuevas era precisamente lo que nos cautivaba,
particularmente a nosotros, parte considerable del estudiantado. La
victoriosa lucha del Frente de Liberación Nacional era muy
importante para nosotros incluso en el sentido de que nos dio
atrevimiento para adoptar por fin una actitud activa de resistencia
frente al sistema de dominio de nuestro mundo y para proceder contra
la policía como representante más visible de esas relaciones de
dominio. Cunando el
10 de
diciembre de 1966 volvimos a arriesgar una manifestación contra la
agresión norteamericana al Vietnam habíamos realizado ya intensas
discusiones acerca del quebrantamiento de las reglas del juego de la
democracia formal en la calle. No debíamos ni queríamos volver a
aceptar manifestaciones legalizadas y ya desde el primer momento
neutralizadas, por Zonas deshabitadas. Mediante la «discusión en
grupos reducidos» y la «propaganda desenfrenada» esperábamos
influir en los manifestantes con nuestras consignas. Conseguimos un
comienzo de marcha en masa, el cual, empero, fracasó pronto porque
los manifestantes no eran aún capaces de aplicar concretamente la
táctica de la centralización, la descentralización y la dispersión
por las calles al chocar con la policía. Algunos de los nuestros
reprocharon por entonces a muchos camaradas nuestros ell1evar a cabo
manifestaciones sin que resultaran visibles los contenidos políticos.
Pero el hecho es que en esas confrontaciones activas con la policía
y, por 10 tanto, con el senado y su política en Berlín-oeste,
consumamos el proceso elemental de aprendizaje imprescindible para
llegar a ser capaces de lucha política, de lucha de clases. Sin ese
proceso de autoeducación y auto aclaración en la práctica, en la
pugna militante activa con el sistema, es imposible una politización
de los individuos. Nuestra estructura caracterológica, el carácter
burgués del individuo en el capitalismo tardío en general, se
caracteriza por el hecho de que ese individuo acuñado por la
sociedad que lo ha producido interviene muy activa y conscientemente
en la vida de esa sociedad. Con todo eso el carácter burgués creó
una riqueza gigantesca para la satisfacción de las necesidades de
los hombres, una riqueza imprevista que fundamentó la posibilidad
histórica única de tener una vida más allá de las necesidades
materiales elementales, una vida que pueda estar regida por el
principio «Todos los hombres han de comer y han de trabajar poco»
(Horkheimer). La contradicción del carácter burgués consiste
precisamente en que esas fuerzas productivas por él creadas, esas
riquezas acumuladas para la satisfacción de las necesidades humanas,
se han independizado frente al hombre y se han extrañado de él Esa
separación entre los productores y los productos acarrea el fenómeno
antes descrito de la extrañación social, y también el sentimiento
de impotencia de los individuos frente al sistema existente,
sentimiento que es una parte de la cosificación y la alienación
dominantes del individuo. Este «sentimiento de impotencia» (Fromm)
es en lo esencial inconsciente en el carácter burgués del
individuo. El cotidiano proceso de producción, la cotidiana
funcionalización del individuo por la sociedad profundizan esa
actitud del individuo, la neurotizan hasta hacer de ella convicción
profunda de la propia impotencia, de la propia total debilidad. Y
esta neurosis fundamenta la incapacidad de orientarse en el mundo,
reconocerse en él, la incapacidad de descubrir en el mundo un lugar
adecuado para uno mismo. El desamparo así producido, ya en una
ciudad ajena, ya en una nueva clase, entrega el individuo a los
poderes dominantes, lo hace fungible en cualquier momento, disponible
y aprovechable para las necesidades de dominio del capital. Creemos
que gracias a los choques activos y militantes en la calle hemos
modificado mediante la lucha esta estructura caracterológica
burguesa nuestra y de todos los hombres que viven en la sociedad del
capitalismo. Al conseguir desenmascarar la irracionalidad latente y
la manifiesta del sistema, el terror contenido en las instituciones y
la brutalidad de la policía, intentamos mostrar, como lo hace el
vietcong, la vulnerabilidad del sistema. Pruebas afortunadas, como la
capacidad que mostramos el 17 de diciembre de 1966 de convertir el
Kurfürstendamm en «agua» movida para los antiautoritarios,
contribuyeron tendencialmente a destruir en nosotros la estructura
autoritaria del carácter burgués y a producir momentos de fortaleza
individual, de convicción de poder derribar un día el sistema. El
17 de diciembre la policía detuvo provisionalmente a unos 80
«transeúntes»; sólo dos de ellos eran del SDS. Estas acciones son
políticas porque nos transforman Íntimamente. Mientras que la
política practicada sin modificación interior de los que participan
en ella es manipulación por élites. Cuando la guerra del Vietnam,
o, más precisamente, la agresión del imperialismo occidental, nos
abrió los ojos, la impotencia, nuestra total impotencia, no podía
ser más que nuestra primera respuesta. La élite americana del poder
no se preocupaba en absoluto, como probablemente sigue sin
preocuparse hoy, por la llamada opinión pública mundial, sino que
continuaba intensa y «racionalmente» su obra destructora en el
Vietnam. Frente a aquella escalada no podíamos presentar más que
nuestra impotencia. En la recepción de la guerra y de sus causas
pudimos dar el primer paso, un primer descubrimiento de la
problemática. Aprendimos a entender las palabras de Marx:
En
nuestros días toda cosa parece ir grávida de su contrario. Vemos
que la maquinaria, dotada de la maravillosa fuerza de disminuir y
fecundar el trabajo humano, lo mutila y lo devora hasta el
agotamiento. Un extraño conjuro transforma las nuevas fuentes de
riqueza en fuentes de miseria. Las victorias de la ciencia parecen
pagarse con la pérdida de carácter. A medida que domina la
naturaleza, el hombre parece sometido por otros hombres o por su
propia vileza. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder
brillar sino sobre el oscuro trasfondo de la ignorancia. Todos
nuestros inventos y todo nuestro progreso parecen desembocar en la
dotación de las fuerzas materiales con vida espiritual y la
conversión de la vida en estúpida fuerza material.
Pero
incluso este saber seguía siendo impotente, no podía ofrecer pasos
prácticos para la eliminación de la posición de impotencia. La
tensión entre la protesta moral abstracta y la imposibilidad de
terminar mediante esa protesta la guerra de los norteamericanos
contra el pueblo vietnamita era un inevitable peso duro de soportar.
Nuestra impotencia, nuestra incapacidad, nuestra ineficacia para
ayudar al Frente Nacional de Liberación en su lucha produjo la
cólera. Esta cólera contra el imperialismo y por la traición a
nuestros ideales, que fueron en otro tiempo también ideales
burgueses, no era todavía una elaboración consciente de sus fines,
aniquiladora del enemigo ... Pero la cólera contenía la posibilidad
de descubrir este camino, de trabajar en la práctica para abrirlo y
de obtener en cada caso consecuencias específicas de las luchas
prácticas y de la subsiguiente reflexión teorética. Todos los
choques con la policía en las manifestaciones, las subsiguientes
frustraciones (resultado más frecuente) y las agresiones cada vez
más violentas y generalizadas, han de entenderse como proceso
permanente de aprendizaje, como constante intento de transformación
de la propia estructura caracterológica. Nosotros, hombres crecidos
en una sociedad autoritaria, no tenemos la posibilidad de abrir
nuestra autoritaria estructura caracterológica más que si
aprendemos a movemos en esta sociedad como hombres a los que ella
pertenece, aunque les es negada por la existente estructura del poder
y el dominio en el sistema. Los hombres han hecho siempre la
historia, pero hasta ahora nunca conscientemente. Esto muestra la
necesidad de aspirar a la formación de hombres nuevos. Este proceso
de educación no es posible ni tiene sentido más que en la pugna con
la estructura actual. Los ejemplos de las revoluciones china y cubana
muestran cuántas cosas dependen de esa capacidad de los hombres de
tomar conscientemente en las manos su propia historia. Esas
revoluciones se caracterizan por el hecho de que ambas, aunque con
duraciones muy diferentes, han tenido que superar en la práctica un
proceso de aprendizaje muy complicado, sembrado de derrotas, subidas
y bajadas. Sólo la constante resolución y aplicación productiva de
las contradicciones dadas posibilita el proceso de aprendizaje de los
hombres, el proceso educativo de los hombres y, con él, la
permanencia de la revolución. Sin la formación del hombre nuevo es
imposible la revolución permanente. Así también nosotros tenemos
que convertirnos en «hombres nuevos» en la pugna con nuestro
sistema de dominio, hemos de reconocernos como hombres en nuestra
lucha política y hemos de trabajar por que pase a las masas la idea
de la liberación social.
Sobre
la base de las muchas acciones y manifestaciones en favor del Frente
Nacional de Liberación y contra el imperialismo de los Estados
Unidos, que nos enfrentaban siempre con el senado de Berlín
occidental y con su tropa policíaca, pudimos ir ganando cada vez más
estudiantes para el campo antiautoritario. Cada vez era, además, más
fácil mostrarles lo completamente que la élite americana del poder
renunciaba a un marco general ideológico de legitimación. Las
siguientes palabras pronunciadas por McNamara en 1966 pueden bastar
para representar muchas otras formulaciones análogas:
Sólo
en los últimos ocho años ha habido no menos de 164 explosiones de
violencia con importancia internacional […] Lo extraordinario es
que sólo 15 de esas 164 explosiones serias han sido conflictos entre
estados. Y en ninguno de esos 164 conflictos se ha declarado
formalmente la guerra […]
A
principios del año 1958 había en curso 23 sublevaciones en todo el
mundo. El 1º de febrero de 1966 eran 40. Además, el número total
de sublevaciones ha ido aumentando de año en año. En 1958 fueron
34; en 1965 fueron 58.
Pero
lo más importante de todo esto es que siempre ha habido una relación
directa y constante entre los acontecimientos violentos y la
situación económica de las naciones afectadas.
El
Banco Mundial clasifica las naciones sobre la base de la renta per
capita, en cuatro
categorías: ricas, de renta media, pobres y muy pobres. Son ricas
las naciones con una renta per
capita anual de 750
dólares o más. La renta anual per
capita norteamericana
es actualmente algo superior a 2.700 dólares […] Las naciones
ricas son 27. Poseen el 75 por ciento de la riqueza mundial, pero
componen sólo el 25 por ciento, aproximadamente, de la población
del globo [...] De las 38 naciones muy pobres -las que tienen una
renta per capita
anual inferior a los 100 dólares- no menos de 32 tuvieron conflictos
graves [".] Desde 1958 ha habido explosiones violentas serias en
el 87 por ciento de las naciones muy pobres, en el 69 por ciento de
las naciones pobres y en el 48 por ciento de las naciones de renta
media.
Por
lo tanto, no se puede siquiera poner en duda que existe una relación
férrea entre la violencia y el atraso económico.
La
distancia entre las naciones ricas y las pobres va aumentando además
constantemente.
Hacia
1970 [...] esta mitad hambrienta de la especie humana no dispondrá
más que de la sexta parte de los bienes y servicios producidos en
todo el mundo.
La
consecuencia que se desprende de todo eso es inequívoca y de
imposible ocultación: la actual vinculación del estancamiento
económico con la aparición de la violencia es un dato, y los
próximos años están preñadas de violencia para las naciones
situadas en la mitad sur de la Tierra. Esta afirmación valdría
aunque no existiera amenaza alguna de subversión comunista, la cual
existe evidentemente. Pero sería una simplificación muy grande
considerar el comunismo como factor central de todo conflicto
producido en el mundo subdesarrollado. Los comunistas intervinieron
sólo en una parte de las 149 sublevaciones serias de los últimos
ocho años; esa parte se tiene que estimar entre el 38 y el 58 por
ciento de todos los movimientos, pero contando entre ellos los siete
casos en los cuales los comunistas mismos eran el objetivo del
alzamiento.
Pero
intervengan o no los comunistas en todos los casos, la violencia se
registra y comunica inmediatamente, se presente donde se presente, a
través del complejo sistema ganglionar de las relaciones
internacionales de este mundo en tensión; y la seguridad de los
Estados Unidos depende de la seguridad y la estabilidad de naciones
que se encuentran en la otra parte del mundo. Mas ni la consciencia
ni el common sense
indican que los Estados Unidos deban ni puedan ser los policías del
mundo.50
50. Robert McNamara, en US News & World Report (30 mayo 1966), pp. 91-93.
Ante
ese texto se comprende de nuevo, clara e inequívocamente, de qué se
trata en realidad: se trata del mantenimiento de las esferas de
influencia norteamericanas en determinadas partes del mundo; se trata
de la posición de primera potencia mundial que tienen los Estados
Unidos en ese terreno. El imperialismo en cuanto sistema total se
encuentra totalmente en retirada. Organiza combates de retirada que
son, ciertamente, universales y que renuncian a toda base de
legitimación, incluso a la del anticomunismo. Su única legitimación
-la cual efectivamente tiene carácter real- es la nuda y brutal
fuerza que el imperialismo norteamericano tiene que aplicar
diariamente en todas las esquinas del mundo para aplastar los
movimientos de revolución social o mantenerlos limitados.
Cuando
llegó a Berlín el vicepresidente Humphrey el 6 de abril de 1967,
los estudiantes antiautoritarios y la parte de las masas asalariadas
que ya se solidarizaba con los estudiantes en las manifestaciones por
el Vietnam recibieron inevitablemente la noticia como una abierta
provocación. Es verdad que éramos y seguimos siendo «una minoría».
Pero ¿qué partido de Berlín occidental es capaz de poner en marcha
miles de personas por una causa de emancipación política? Ya antes
de la manifestación contra Humphrey se habían producido detenciones
preventivas de varios miembros del SDS, capturados «in fraganti»
por la policía criminal mientras preparaban «bombas» de flan y de
humo contra Humphrey. Las bombas de napalm no son de humo, y la
utilización de pudding como arma no se puede identificar con los
cientos de toneladas de explosivos que caen diariamente sobre el
Vietnam. Pero todo medio es bueno para denunciar a los estudiantes
críticos ante la población y ante todo posible grupo de
simpatizantes. Se recurre a la mentira total en la que ya no queda
contenido ni un momento sólo de la verdad. De este modo los
periódicos -periódicos, otra vez, sobre todo del trust Springer-
contribuyeron a crear en abril el estado de ánimo y la atmósfera de
pogrom que aprovechó el 2 de junio la policía en su acción contra
los estudiantes. Los seres humanos pueden odiar a un Ky, a un Branco,
a un Duvalier, al shah '/ a muchos otros, tienen que organizar una
dura lucha militar implacable del pueeblo contra los dictadores o los
títeres, realizar atentados, aplicar terror revolucionario contra
los opresores y sus auxiliares. Pero esta caracterización de la
situación no se puede aplicar a las metrópolis. Entre nosotros, en
las metrópolis, incluida Norteamérica, la situación es distinta ya
en cuestiones de principio: los señores que nos dominan son
básicamente fungibles, se pueden sustituir en cualquier momento por
otras máscaras burocráticas. No podemos ni siquiera odiarlos, pues
son también cautivos y víctimas de la maquinaria represiva del
proceso de explotación capitalista. Por eso no habría tenido
ningún sentido el proceder contra Humphrey mediante un atentado;
eso habría sido en realidad un acto contrarrevolucionario. No hay
que pasar por alto que el 6 de abril la policía movilizó por vez
primera grandes grupos de escuadras de asalto contra los
manifestantes. Esas escuadras tenían la misión de detener a los
estudiantes y trabajadores más activos, con objeto de paralizar la
actividad de las masas. La cuestión de la violencia y del atentado
se presentó otra vez el 2 de junio, con ocasión de la visita del
shah de Persia. Nuestros camaradas y amigos persas, organiizados en
la Confederación Irania, realizaron durante los días anteriores a
la visita del shah una excelente y eficaz campaña de explicación
por toda la República Federal y Berlín-oeste acerca de la situación
de la dictadura en Perrsia. Bahman Nirumand, que tuvo un papel
destacado en esa
campaña de explicación, había llamado ya la atención sobre las
decisivas debilidades estructurales del sistema en su libro
Persien-Modell eines Entwicklungslandes [Persia: Modelo de un país
subdesarrollado], y había insistido en la necesidad de una
transformación revolucionaria de su país. La «protección» del
shah, tremenda maquinaria que se puso en marcha al empezar la visita,
fue el punto de partida de una verdadera caza de minorías de
izquierda en la República Federal. El corriente espectáculo de los
apretones de manos y brillo de cuento oriental se convirtió en unas
maniobras sistemáticas y extremadas de represión interior por parte
de la policía de la República Federal y de Berlín-oeste. Aquellos
días tomó plena vida entre nosotros la problemática del tercer
mundo. No se podía pensar en un atentado contra el shah en
colaboración con las organizaciones clandestinas persas. Es verdad
que la muerte del tirano, el tiranicidio, es desde hace siglos la
clásica forma de resistencia del pueblo al dominio inhumano de una
camarilla. Pero en la era de la represión organizada y de la
coordinación imperialista un atentado no tiene pleno y acertado
sentido más que si se puede convertir en punto de partida de la
revolución social, de la lucha militar directa contra el régimen. Y
como en junio de 1967 las organizaciones de lucha de los campesinos
persas no eran lo suficientemente fuertes como para convertir un
atentado logrado en comienzo de la directa transformación
revolucionaria de la sociedad, todo atentado habría sido
simplemente, en última instancia, una empresa contrarrevo1ucionaria.
Por todo eso respondimos a esta nueva y más violenta provocación
que preparaban contra la izquierda los dominantes mediante una cadena
de manifestaciones. De nuevo, empero, se mostró en ellas que el
campo antiautoritario, esencial y primariamente compuesto entonces
por estudiantes, era poco o nada capaz de organizarse, de descubrir
formas de resistencia que pudieran oponerse eficazmente a la
represión organizada. Así, aunque sin duda se produjo, tras la
muerte a tiros del estudiante Benno Ohneesorg por el policía Kurras
el 2 de junio de 1967, una situación en agudización constante, los
estudiantes no fueron capaces de desplegar expansivamente hacia
afuera esa radicalización. La muerte de Benno Ohnesorg, la brutal
intervención de la policía, las cínicas declaraciones del senado
berlinés y muchas cosas más produjeron sin duda entre nosotros
repugnancia y pasión, pero no se llegó a una resistencia
organizada. Más o menos claramente nos resignábamos ya el 3 de
junio a reconocer como un dato inconmovible la abrumadora fuerza de
la policía, y ni siquiera nos atrevíamos a ampliar nuestra propia
base social, la universidad que en aquellos momentos era unánime,
para convertirla en una base de lucha subversiva. Dejamos la
iniciativa en manos del enemigo y despreciamos así la primera regla
elemental que habíamos aprendido del tercer mundo por mediación de
Mao Tse-tung, Guevara y Fanon. En el abandono de la iniciativa se
manifestaba una actitud básica resignada y pasiva que no se
consiguió romper tampoco durante las semanas y los meses siguientes.
Se llegó incluso a una racionalización de nuestra impotencia,
nosotros mismos nos pusimos la estrella de judío, racionalizamos
nuestra incapacidad de dirigirnos a las masas y actuar expansivamente
hacia afuera mediante la explicación y la acción, tomando como base
la universidad. Pero no hay que dudar que el día 2 de junio de 1967
pasará de todos modos a la historia de las universidades alemanas y
de la sociedad alemana de la segunda posguerra mundial. Por primera
vez desde el final de la guerra se movilizaron contra la estructura
básica autoritaria de esta sociedad amplias capas del estudiantado.
Estos estudiantes experimentaron de una manera perceptiblemente
manifiesta y en su propio cuerpo aquella autoridad irracional que se
les aplicó materialmente en las manifestaciones. Durante las semanas
y los meses posteriores al 2 de junio se produjo una amplia
movilización de estudiantes, jóvenes trabajadores, empleados y
alumnos de enseñanza media precisamente sobre la base de las
experiencias del 2 de junio y de las demás apariciones del shah en
la Alemania occidental. Se produjo incluso una mutación de la
«opinión pública». Se tuvo que reconocer que las protestas de los
estudiantes tenían «a pesar de todo» un núcleo justificado, y que
la agitación producida por la protesta era una agitación legítima.
En muchas universidades Se constituyeron espontáneamente nuevas
organizaciones del SDS y, en general, aumentaron en las universidades
las organizaciones de izquierda. En esta época en que se
experimentaba la violencia ejercida por los dominantes de uno mismo,
el Vietnam y el tercer mundo pasaron un poco a segundo término en la
consciencia de los estudiantes. No parecía que todo el mundo hubiera
entendido que la fabricación del. tercer mundo en las metrópolis
-como en la visita del shah a Berlín-oeste- no es ninguna
casualidad, sino algo que está ocurriendo cada día, aunque no lo
percibamos, o no lo queramos percibir, más que de vez en cuando.
Hasta el 21 de octubre de 1967 no se volvió a producir una
manifestación grande contra la agresión de los Estados Unidos al
Vietnam. Aquel día se manifestaron más de 10.000 berlineses
occidentales por la paz en Vietnam, por la victoria del Frente
Nacional de Liberación del Vietnam del Sur. Pero quedó cada vez más
claro que el sentido primario de aquella manifestación era la pugna
político-estratégica con el nuevo senado de Berlín. Se trataba de
mostrar desde el primer momento al nuevo senado que se le combatiría
con energía máxima. Mas también quedó claro en aquella ocasión
lo difícil que le resulta a una «intelectualidad de izquierda»
liberarse del espíritu del individualismo y dar de sí trabajo
socialvolucionario de organización. La actual estructura de dominio
infunde en la intelectualidad estudiantil, compuesta de parásitos
temporales pagados por el sistema, una apariencia de independencia,
de protección y defensa en la selección de una élite. Nuestra
«libertad» estudiantil, el profundo y falso individualismo de los
estudiantes -incluidos los estudiantes críticos- ha tenido siempre
hasta ahora sus límites en el hecho de que la represión, en cambio,
es orgánica y está organizada. La mera penetración intelectual en
los mecanismos sociales del dominio -en el Vietnam o entre nosotros-
no disuelve la estructura individualista de nuestro pensamiento
mismo. Sólo una re orientación práctico-organizativa de la
comprensión social, sólo su reorientación colectiva organizada en
la acción podría inaugurar en este punto la tendencia a un lento y
largo proceso de transformación de los intelectuales. Ya no es
posible, ya no podemos permitimos ningún abandono más del aspecto
organizativo de las manifestaciones, de importancia tan decisiva. En
esta época de radicalización de la escalada de la élite americana
del poder en el Vietnam es más necesario que nunca movilizar todas
las reservas estratégicas internacionales con que cuenta ya de hecho
la revolución vietnamita, con objeto de debilitar las fuerzas del
imperialismo norteamericano. No es posible debilitar el sistema de
las metrópolis sin una fuerza organizada de resistencia.
El
2 de junio no fuimos sino mero objeto del ejército que Berlín
occidental tiene preparado para la guerra civil. La enseñanza del 2
de junio no puede consistir más que en movilizar para el futuro las
fuerzas más capaces del campo antiautoritario para que consigan
dirigir y organizar en todos sus aspectos las luchas en la calle,
etc. La dirección de la manifestación tiene que estar en las manos
de comités de lucha unidos por la experiencia común y la amistad
personal, no en las de un servicio de orden o funcionarios de los
grupos políticos. Sólo la organización y el ejercicio de la
dirección permite el despliegue de la iniciativa, la intervención
práctica de todos los manifestantes. Una dirección manipuladora
significa explotación y utilización objetual de los manifestantes,
frustración y resignación para éstos. La dirección emancipadora
significa en cambio actualización y realización de la actividad
potencial práctico-crítica de las personas que intervienen,
significa toma de consciencia práctica mediada por la explicación.
La
crítica y la autocrítica sobre la base de las experiencias de la
«Manifestación contra la guerra» del 21 de octubre de 1967
Nuestra
manifestación del 21 de octubre no se puede entender formalmente
como «participación en la jornada internacional de protesta contra
la guerra contrarrevolucionaria de los EE.UU. en el Vietnam». Esa
descripción, errónea por inespecífica, produce un pseudoproblema
con contenido real: hay que «aguantar» el abismo entre la
manifestación en Berlín occidental y la guerra en el Vietnam. Dados
esos presupuestos, tanto la «confrontación astutamente provocada»
con la policía cuanto cualesquiera otros trucos supuestamente
revolucionarios tienen que ser destruidos críticamente, pues son
sólo conducta irracional.
El
verdadero contexto de aquella manifestación no se revela más que
mediante una descripción concreta y específica de la situación de
las pugnas sociales entre el senado, la policía y los partidos, por
un lado, y la oposición extra parlamentaria por otro. Nuestras
manifestaciones por el Vietnam son ya desde hace mucho tiempo
momentos, primariamente, de la lucha social contra la oligarquía
dominante, y no se pueden ya catalogar bajo la rúbrica del complejo
protestatario pluralista, en realidad ya adaptado.
La
elección de Schütz para la alcaldía, poco antes de la
manifestación, fue el centro político estructurador de las
discusiones sobre la táctica en el SDS, portador más consciente de
la oposición extraparlamentaria.
El
día 21 de octubre se trataba de obligar a la «democracia»
representativa de Berlín occidental a mostrar su carácter opresivo,
a desenmascararse como «dictadura de la violencia». Había que
conseguido por medio de una confrontación sistemática, controlada y
limitada con el poder del estado y con el imperialismo en Berlín
occidental. Así se habría podido originar una fuerza productiva
movilizadora para la campaña anti-Springer. No se alcanzó esa
finalidad, y aquí tiene también que aplicarse la autocrítica
severa de los organizados, de los grupos de iniciativa, etc.
Sólo
en el marco de esa perspectiva táctica tienen sentido coherente los
grupos de iniciativa, los de autodefensa, los de escaramuzas, las
luchas limitadas con la policía por la «calzada de la izquierda».
Una
profunda autocrítica de las fuerzas motoras del campo
antiautoritario-socialista tiene que examinar cuáles han sido las
erróneas estimaciones de la organización y de las personas que han
motivado nuestra «derrota» táctica, nuestra incapacidad de
desenmascarar el sistema como «dictadura de la violencia».
1.
La falsa estimación de la capacidad de adaptación de la represión
policíaca:
El
nuevo alcalde Schütz, personificación de la táctica del manager,
vio con todo acierto que unas transitorias dificultades con la CDU a
causa de la «línea blanda» que estaba siguiendo ahora su policía
tenía por fuerza que robustecer su posición en su partido,*
mientras que una repetición de los acontecimientos violentos del 2
de junio necesariamente significaría el comienzo del fin para el
nuevo senado y la ruptura de la frágil unidad restablecida en su
partido.
Nos
dejamos engañar por el bluff que era el «duro lenguaje» de
Neubauer en las «conversaciones de contacto». La amenaza de
inmediatas medidas policíacas en caso de inobservancia de los
reglamentos nos produjo «la inequívoca sensación» de que el
«cambio de calzada» mediado durante la acción por la agitación y
la propaganda y con los grupos de iniciativa más el núcleo
consciente de los simpatizantes bastaría para provocar choques de
poca duración, controlados por nosotros, y aprender en ellos los
métodos oportunos para dominar temporalmente a la policía, la cual
no deja de utilizar en Berlín-oeste métodos de ejército en guerra
civil. Éste era el sentido eminentemente político de la rotura de
las reglas de juego del sistema.
2.
La total insuficiencia de la explicación e ilustración de las masas
acerca del sentido de una manifestación por el Vietnam como
instrumento de lucha en las pugnas sociales nuestras:
Los
actos por el Vietnam realizados durante la semana anterior a la
manifestación fueron actos casi puramente informativos. Unos
especialistas informaban, y unos oyentes consumían. Esa combinación
tenía por fuerza que repetirse desde el punto de vista
político-organizativo en la forma de una manifestación legal y
adaptada, cosa que efectivamente ocurrió el día 21 con más de la
mitad de los 10.000 manifestantes.
3.
La absoluta falta de discusión pública acerca del aspecto
organizativo de las manifestaciones de lucha:
La
noche antes de la manifestación discutimos en el Auditorio Máximo
con unos socialdemócratas cuya tarea objetiva era romper el frente
único de los estudiantes práctico-críticos. Con eso nos
«olvidamos» de la última posibilidad de discutir aún
«masivamente» la preparación política -o sea, esencialmente
organizativa- de la acción del día siguiente, y de llegar a
decisiones comunes tal vez incluso en forma organizativa, en forma de
comités de acción.
4.
La falta de colaboración entre las agrupaciones que intervenían en
la manifestación:
Esto
produjo desconfianza e inseguridad en la manifestación y
resentimiento con un núcleo fundado entre las organizaciones.
5.
Los grupos tácticos de iniciativa resultaron, casi sin
excepción, demasiado débiles en la manifestación; hacía demasiado
poco tiempo que se habían constituido como grupos, como unidades de
un conjunto político; no se les había aclarado en ningún gran acto
su naturaleza de necesidad político-organizativa para la compleja
dirección de la lucha, ni habían sido criticados y admitidos. Que
nadie nos venga con una mal pensada mitología de la espontaneidad.
La forma más alta de autoactividad es la forma organizada. Ninguna
asamblea seguida de discusión puede hacer de los 2.000 o 4.000
oyentes, con a 10 sumo 10 o 20 «dirigentes» políticos que orientan
el proceso de aclaración, y, por si fuera poco, de un modo
contradictorio, 2.000 o 4.000 «dirigentes» conscientes que puedan
luchar por sí mismos en el estado de más alta consciencia. Si así
fuera, hace tiempo que habríamos terminado con el sistema. Bajo el
dominio del capitalismo no es posible una identidad consciente, entre
la dirección política temporal y la masa de manifestantes compuesta
por sectores en los que se dan los más varios estadios germinales de
consciencia. El problema que se plantea a los más conscientes
portadores del trabajo político contra el sistema consiste
precisamente en alzar hasta el nivel más alto posible en cada
momento los diversos estadios de consciencia mediante el máximo
posible de explicación y mediante las adecuadas correas
organizativas de transmisión; consiste en hacerse tendencialmente
cada vez más superfluos ellos mismos, aunque sin entregarse a la
ilusión de que las «masas ilustradas» recorrerán por sí mismas
su «camino». Esa ilusión conduce inevitablemente a la
«socialdemocratización masiva», aunque sea con ropaje de frente
popular, y esa socialdemocratización no conoce ya más que la
cantidad de la «protesta», su organización «ordenada», pero no
la lucha sistemática y duradera por un «nuevo tipo humano». Pues
este último no surge más que en la pugna permanente y cada vez más
aguda con el sistema.
6.
Después del 21 no basta ya con realizar antes de las acciones
grandes actos sólo en la universidad. El Club Republicano, los
Falken* y demás organizaciones tienen que ser, más que hasta
ahora, correas de transmisión entre los estudiantes y los
asalariados, incluso en forma político-organizativa.
7.
La parte teórica de la cuestión organizativa (megáfonos,
distribución de octavillas, consignas preparadas, canciones,
escudos, pancartas, recipientes de pintura, bombas de humo) es un
elemento del complejo total; si se independiza se puede convertir en
un tecnicismo políticamente vacío; pero si se le desprecia; su
falta puede conducir fácilmente a un oportunismo pragmático en la
calle.
8.
El aspecto organizativo de la actividad «conspirativa»
contra el imperialismo norteamericano en Berlín occidental (ejército
norteamericano, casas comerciales norteamericanas que intervienen en
las canalladas del Vietnam, las centrales de la CIA) no es objeto de
discusión pública. Pero la discusión material acerca de la
necesidad de esa lucha se tiene que poner cada vez más en el centro
de nuestro trabajo de explicación.
Conclusiones:
a)
La ruptura con las reglas del juego del orden capitalista dominante
no conduce al desenmascaramiento manifiesto del sistema como
«dictadura de la violencia» más que si atacamos de diversas formas
puntos nerviosos centrales del sistema (desde manifestaciones
abiertas no violentas hasta formas de acción conspirativas), por
ejemplo el parlamento, las oficinas de impuestos, los tribunales, los
centros de manipulación, como el edificio Springer, la Casa
Americana, las embajadas de los gobiernos títeres, los centros del
ejército, las comisarías de policía, etcétera.
b)
Pero para poder realizar esa lucha tenemos que transformar en fuerzas
materiales, lo cual quiere decir sustancialmente organizativas, las
intensas fuerzas morales que se han manifestado en las grandes
demostraciones de las izquierdas desde el comienzo de la guerra fría
en Berlín occidental. Hemos de comprender que necesitamos la lucha,
y, por tanto, también las organizaciones de la lucha. La mediación
de esos dos factores nos convierte en una fuerza revolucionaria, nos
capacita para contestar mejor y más eficazmente los golpes
internacionales del imperialismo mundial. En los próximos meses el
intento de genocidio en el Vietnam volverá a alcanzar nuevos puntos
culminantes. No debemos ignorar esa perspectiva, sino que tenemos que
prepararnos para contestar sin ilusiones, pero resueltamente, con
formas de lucha que no tendrán más que un limitado parecido con las
actuales, a la invasión de Vietnam del Norte, o el bombardeo de la
República Popular de China, sin olvidar intervenciones de los
Estados Unidos en los países latinoamericanos.
*
Falken [Halcones], es el nombre tradicional de las Juventudes
Socialistas de Alemania
LAS CONDICIONES HISTÓRICAS DE LA LUCHA INTERNACIONAL EMANCIPADORA
Toda
oposición radical al sistema existente -que por todos los medios
quiere impedirnos la introducción de relaciones sociales bajo las
cuales los hombres puedan tener una vida creadora sin guerras, sin
hambre y sin trabajo represivo- tiene hoy que ser necesariamente
global. La globalización de las fuerzas revolucionarias es la tarea
más importante de todo el periodo histórico en el que vivimos y
trabajamos por la emancipación humana.
Los
desheredados de todo el mundo representan la base histórico-real de
masas de los movimientos de liberación, y sólo en ellos se
encuentra el carácter subversivo de la revolución internacional.
El
tercer mundo, totalidad de los pueblos que sufren bajo el terrorismo
del mecanismo del mercado mundial, determinado por las
“giant-corporations”, y cuyo desarrollo ha sido impedido por el
imperialismo, ha empezado esa lucha durante los años cuarenta, bajo
la impresión y la experiencia de la primera y “traicionada”
(Trotski) “revolución proletaria” en la Unión Soviética.
Diferencia decisiva: el carácter masivo y la duración del proceso,
concebido ya como permanente en la teoría.
Durante
los años sesenta empezó una nueva etapa con las transformaciones
revolucionarias de Argelia, Cuba, y con la lucha ininterrumpida del
Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur contra la dictadura
de Diem.
Esta
última lucha cobró significación histórico-universal para el
movimiento de oposición de todo el mundo. La agresión de los
Estados Unidos era imposible de ocultar. Se produjo en un momento
determinado, de una forma brutal, abierta y repentina, en cuanto que
los múltiples mecanismos de la “influencia” no bastaron ya para
impedir el triunfo de las fuerzas revolucionarias de liberación en
el Vietnam del Sur. La mala pata histórica de la élite
norteamericana del poder, o, más exactamente, del imperialismo
norteamericano, consistió en que tuvo que ir derribando su única
“base de legitimación”, la ideología anticomunista, para
posibilitar el aplastamiento de los movimientos de liberación
social-revolucionarios en general bajo una bandera anticomunista más
genérica. Esta aparente contradicción se disipa en cuanto
entendemos que el reconocimiento de la ideología soviética de la
coexistencia pacífica por el imperialismo tuvo el objeto de
estabilizar, al menos en la Europa central y occidental, una “zona
tranquila” del sistema, consiguiendo así “seguridad a la
espalda” para el aplastamiento rápido y efectivo de los
movimientos revolucionarios del tercer mundo. La «culpa» histórica
de la Unión Soviética estriba en su completo fracaso en la tarea de
comprender profundamente esta estrategia del imperialismo y darle una
respuesta subversivo-revolucionaria.
La
agresión del imperialismo norteamericano en el Vietnam, cada año,
cada mes más violenta, se materializó en los países capitalistas
más desarrollados como «presencia abstracta del tercer mundo en las
metrópolis» (O. Negt), como fuerza productiva espiritual en el
proceso de toma de consciencia de las antinomias del mundo actual.
Cuando
el Vietnam cobró vida para nosotros en el curso de los años
sesenta, en informes, discusiones, películas y manifestaciones, los
socialistas revolucionarios pudimos, en cierto sentido, sublimar
históricamente nuestro sentimiento de culpa por la existencia del
Muro* y del stalinismo en la RDA, precisando y desarrollando la
diferencia específica que hay entre la toma del poder por la
violencia, pero sin que las masas mismas estén revolucionadas, y la
masificación de la idea de liberación social en el proceso
revolucionario, en Vietnam, por ejemplo. Pero el Vietnam era ya a
priori algo más que una compensación o que un pretexto para las
actividades del estudiantado de izquierda. Muy pronto estuvo en el
centro de las discusiones acerca del Vietnam la importancia histórica
de la lucha del pueblo vietnamita, el significado ejemplar que tiene
esa lucha para las ulteriores pugnas con el imperialismo. Nos parece
que el hecho de que ese decisivo aspecto del problema vietnamita
penetrara tan pronto en la consciencia estudiantil se explica por la
específica situación de los productores estudiantiles en la
producción. Aunque sea con peculiaridades en cada facultad, todos
tenemos, en cuanto estudiantes, una situación sociológica mente
ambigua en el seno de la reproducción social completa. Por una parte
somos una fracción del puebla privilegiada en cuanto a situación
intelectual y de aprendizaje; pero en realidad ese privilegio no
significa más que frustración. Frustración porque el estudiante,
particularmente el políticamente comprometido, vive día a día,
mientras se va formando, el idiotismo de las camarillas de la casta
política de las autoridades irracionales; lo vive conscientemente y
a veces lo experimenta físicamente. A ello se añade el que esos
estudiantes antiautoritarios no tienen aún en la sociedad una
posición materialmente segura, sino que aún están relativamente
lejos de los intereses y las posiciones del poder y la fuerza. Esta
situación provisionalmente subversiva de los estudiantes produce una
identidad dialéctica entre los intereses inmediatos de los
productores y sus intereses históricos. Por eso es natural que las
necesidades y los intereses vitales por la paz, la justicia y la
emancipación se materialicen del modo más fácil en esas posiciones
sociológicas. Pero los estudiantes antiautoritarios no entraron en
un estadio de declarada oposición hasta que se politizaron por la
lucha antiautoritaria en su propio ambiente, la universidad, contra
la burocracia de esa institución, hasta que iniciaron resueltamente
una lucha por sus intereses y la satisfacción de sus necesidades. La
relación inmediata del productor estudiantil con el ambiente en el
cual se forma no se puede pasar por alto. La situación de
aprendizaje en la universidad está determinada por la dictadura de
los exámenes, en verdadera inflación, y por la dictadura de los
catedráticos numerarios. A su vez, los catedráticos son servidores
del estado. La actual estatificación de la sociedad entera
suministra la base de una comprensión de la lucha antiestatal y
antiinstitucional de la oposición radical antiparlamentaria.
*
La muralla que separa los dos sectores de Berlín, levantada por el
gobierno de la RDA.
Con
todo eso el Vietnam perdió mucho de su aparente abstracción. La
mediación productiva entre los intereses inmediatos y los intereses
histórico-emancipatorios de los estudiantes antiautoritarios no
puede producirse más que en la lucha política. La política
restrictiva de la burocracia universitaria, las intervenciones
brutales del ejército berlinés de guerra civil en las varias
manifestaciones, la larga y permanente labor de exp1icación de las
contradicciones sociales, las formas de acción que sistemáticamente
«conculcaban» las reglas del juego de la sociedad burguesa y, en
resolución, el proceso de aprendizaje dimanante de todo ello
produjeron la actitud antiautoritaria, actitud que resulta más
potente que la misma tendencia revolucionaria y la educación y auto
educación en este sentido. Los dominantes nos enseñaron a palos el
comportamiento antiautoritario. Pero nuestra oposición no se dirige
contra pequeños «defectos» del sistema, sino que es una oposición
total, orientada contra todo el modo el vida actual del estado
autoritario.
El
«terrorismo anónimo» de la maquinaria del poder estatal y social
está omnipresente en todas las instituciones, pero «no tiene más
poder real que el de la misma maquinaria del gobierno» (Marx). La
novedad de nuestra situación consiste precisamente en que no
aceptamos ya ese orden como necesidad indiscutible e indiscutida, en
que el estado pierde cada vez más inequívocamente su apariencia de
neutralidad ajena a los partidos y se muestra cada vez más como una
«máquina repulsiva del dominio de clase» (Marx).
Al
final de lo que se llamó «milagro econ6mico», o sea, al final de
la completa explotaci6n de la existente estructura cuantitativa y
cualitativa de la fuerza de trabajo y del dispositivo profesional, la
RF A se caracteriza por el hecho de que los elevados gastos
improductivos del esstado, las subvenciones, etc. que la máquina
estatal pudo regalar con facilidad relativa durante el próspero
período de su establecimiento a los representantes de los varios
intereses, se presentan ahora, al final del período de
reeconstrucci6n del capitalismo alemán occidental, «repentinamente»,
como pesos muertos añadidos, por 10 general improductivos,
peligrosos para el ulterior desarrollo de la economía: como faux
fraís de la producción capitalista.
Los
miles de millones de «inversiones no rentables» en la esfera de la
educación (construcción de nuevas universidades, escuelas, escuelas
profesionales, de ingenieros, etc.), que serían necesarias para
crear una estructura cuantitativa y cualitativamente nueva de las
profesiones y la formación, no están disponibles -sin peligro de
inflación- en la actual fase del capitalismo alemán occidental. A
ello se añade el hecho de que la contradictoria unidad del aparato
total de los oligopolios, la burocracia estatal y social, los
partidos, las asociaciones d intereses, etc., no está realmente
orientada en el cor junto de la sociedad por una «voluntad
dominante».
La
existencia de ramas de la producción estancadas incapaces de
acumulación (minería, agricultura, por ejemplo), «inválidas» que
tienen que ser subvencionadas, y la situación atrasada,
subdesarrollada en este país, de los que serán portadores decisivos
del proceso de acumulación en los años setenta, las ramas
industriales históricamente nuevas de la electrónica, la
investigación espacial, la construcción aeronáutica, la energía
atómica, etc., permiten prever un largo período de estancamiento
del capitalismo alemán occidental.
La
estimación de la situación económico-social de la RFA y de
Berlín-oeste es el presupuesto de toda discusión
político-estratégica acerca del proceso de transformación en este
territorio, dentro del contexto de la pugna internacional entre la
revolución y la contrarrevolución.
La
gran coalición,* último y desesperado intento de las oligarquías
dominantes para «resolver» las dificultades estructurales del
sistema, tropieza cada vez más claramente con limitaciones objetivas
en su trabajo y funcionamiento, tiene que ir retrasando a golpe de
subvenciones la crisis estructural (véase el informe sobre las
subvenciones) y prepara así a la larga contradicciones más
profundas. Podemos concebir la «gran coalición» como un nuevo
partido del orden cuya tarea inmediata consiste en mantener
las masas asalariadas en su minoría de edad política, en echar
sobre ellas los costes de la crisis estructural. En los magníficos
borradores de La guerra civil en Francia Marx habla de las
tareas de esta forma de dominio de clase, y dice que su única
«raison d´être» es impedir la emancipación de las masas
productoras. Para Marx esta forma es el régimen político más
repulsivo. En él se unen hoy, con el fin de mantener reprimidas a
las masas, todas las fracciones del aparato, los antiguos fascistas,
junto con algunos tipos de antiguos resistentes y la burocracia del
estado y los representantes de los monopolios, los sindicalistas
traidores; y al mismo tiempo se organizan para colaborar en los
mismos fines los centros de manipulación, los Augstein* y los
Springer. Juntos forman la «sociedad anónima», el terrorismo sutil
o -cuando hace falta- manifiesto del dominio de clase del capitalismo
tardío. Las varias fracciones del aparato estatal, de la máquina
del gobierno, están celebrando en la gran coalición una «orgía de
renegados». Sedicentes combatientes de la resistencia, como
Gerstenmaier, antiguos representantes de partidos obreros, como
Brandt (SAPD), Wehner (KPD),** socialdemócratas ya cínicos y
antiguos nazis como Kiesinger & Co. ocupan esa cama redonda hasta
que les echen de ella las masas llegadas a consciencia.
*
«Gran coalición, de SPD y CDU, análoga al «centro izquierda» de
otros países capitalistas europeos,
La
tarea histórica del capitalismo tardío consiste en transformar las
masas en una colectividad que reaccione funcionalmente en el interés
de los dominantes, en mantener las masas siempre disponibles y
aprovechables para fines militares y civiles. Pero esa tarea le
resulta cada vez menos realizable en la República Federal. La
revolución cultural., período de transición que, desde el 2 de
junio de 1967 al menos, ha movilizado considerables capas dentro y
fuera de la universidad, no se ha concluido todavía, y sólo han
podido «acabado» mediante la aplicación masiva y brutal de todos
los medios de represión.
*
Augstein, director del semanario Der Spiegel.
**
H Brandt y Wehner, actualmente ministros, pertenecen ambos a la
socialdemocracia (SPD) desde hace más de veinte años. El autor
recuerda sus partidos de origen (partidos, ambos, revolucionarios) en
los años 20 y 30.
La
clase dominante se ha transformado mucho. Hace mucho que no coincide
ya con los propietarios nominales de los medios de producción. Ya
Marx, como se ha dicho antes, había visto analíticamente los
conatos de aparición de una nueva «clase» de la «burocracia
industrial». Esta nueva clase no elimina la contradicción básica
de la sociedad capitalista burguesa, sino que, por el contrario, la
exacerba e introduce la última fase de la sociedad burguesa. En ésta
quedan «persocializadas» todas las funciones del capital, delegadas
a determinados grupos e instituciones: «Cuanto más capaz es una
clase dominante de asimilar los hombres más destacados de las clases
dominadas, tanto más sólido y peligroso es su dominio».51
El desarrollo ha rebasado incluso esa fase, ha consumado la
persocialización represiva del capital. En ese punto radican la
fuerza y la debilidad del sistema del capitalismo tardío. Este
proceso no deja realmente grupo alguno fuera de la compleja conexión
represiva, sino que intenta dominados a todos mediante un «sistema
de conexiones dentro del marco capitalista» (Sering). Este marco
estructural procede de la «muda constricción de la situación», de
las normas e ideas interiorizadas de la sociedad capitalista
burguesa. Pero si una fracción socialmente relevante de los
perjudicados o subprivilegiados queda fuera de la «bolsa de
intereses» en la cual se «distribuye» el producto social
políticamente, fuera, pues de la «obvia limitación de los
intereses y las necesidades para que queden dentro del marco
dominante», entonces se pone en tela de juicio el sistema entero:
«Por eso la rotura de la falsa consciencia puede suministrar el
punto arquimédico para una amplia emancipación aunque, desde luego,
en un lugar infinitamente pequeño; pero la posibilidad de una
transformación depende de la ampliación de esos pequeños
lugares».52
Lo
que hemos empezado es precisamente esa rotura de la falsa
consciencia. El control y la administración de individuos por el
sistema se pone estructuralmente en tela de juicio por obra de
nuestro trabajo político, de nuestra tarea de explicación, de
nuestras provocaciones y de nuestras acciones de masas. Precisamente
por eso incluso los «críticos liberales de izquierda», desde el
Spiegel hasta la Zeit, empiezan claramente a apuntar su
apartamiento de nosotros. Comprenden ya el incipiente peligro para el
capitalismo tardío, peligro que llegará a ser mortal si conseguimos
despertar mediante una dialéctica cada vez más eficaz de la
explicación y la acción la espontaneidad de las masas asalariadas,
destruida por los partidos: «El que tras la traición de su propia
burocracia a partir de 1914, tras la conversión de los partidos en
máquinas universales destructoras de la espontaneidad, tras el
asesinato de los revolucionarios, los trabajadores aceptaran como
neutrales el orden totalitario no es en absoluto síntoma de
embotamiento».53 El
recuerdo de los últimos 50 años del movimiento obrero alemán no
tiene atractivo más que para el intelectual contemplativo. Para las
masas esos años son una serie ininterrumpida de traiciones de la
intelectualidad derechista y de la intelectualidad izquierdista.
Nuestra
limitación, históricamente acertada, al trabajo en la universidad
no tiene que convertirse en un fetiche. Una dialéctica
revolucionaria tiene que entender la «larga marcha por las
instituciones» como una actividad crítico-práctica en todos los
ámbitos sociales, tiene como objetivo la profundización
crítico-subversiva de las contradicciones, hoy posible en todas las
instituciones que intervienen en la organización de la vida
cotidiana. No hay ya ningún campo de la sociedad privilegiado con
exclusivismo en la fase revolucionario-cultural de nuestro
movimiento, de modo tal que le compitiera la expresión de los
intereses del movimiento total.
52.
Herbert Marcuse, Repressive Toleranz, Frankfurt am Main, 1966, p.
122.
53.
Max Horkheimer, «Die Juden und Europa» [Los judíos y Europa], en
Zeitschrift für Sozialforschung, 1939, p. 122.
Ha
muerto el movimiento de la oposición tibia, y ha empezado la
resistencia espontánea, a menudo, todavía, con una forma
completamente desorganizada; en Frankfurt o en Bremen, en Berlín o
en Hamburgo, dominamos, domina el campo antiautoritario, los
eslabones decisivos para la toma de consciencia de los hombres: las
conferencias de explicación e información fuera de las
universidades, las asambleas estudiantiles en las grandes
universidades, las asambleas de los institutos de enseñanza media.
La gran cantidad de revistas estudiantiles y de bachillerato es un
momento moviliza dar y clarificador de todo el movimiento. Por todas
partes se forman «vanguardias por propio nombramiento», que
emprenden la lucha contra la manipulación y la opresión de las
capacidades creadoras del hombre siendo ellas mismas autónomas y sin
que ninguna central las organice o manipule, sino porque ellas por sí
mismas han entendido que aquella lucha es necesaria. Esa es la fuerza
de este movimiento antiautoritario: que la actividad práctico-crítica
de los antiautoritarios es expresión real de las necesidades y los
intereses de los individuos mismos. La trasposición de las
necesidades, los intereses y los sufrimientos propios a la práctica
impide la monopolización de los intereses históricos de los hombres
por un partido «representante» de las masas. Ya dominamos también
las calles de las grandes ciudades, nos encontramos a nuestras anchas
en la «maleza de las grandes ciudades», (Brecht); pero aún no
hemos conseguido la masificación real de la idea de la liberación
social revolucionaria.
En
las empresas industriales se están formando los primeros grupos de
base autónomos -laxamente coordinados con los demás grupos según
el principio de la ayuda recíproca-, que introducen en las fábricas
los métodos aprendidos en la calle y en los actos de explicación, e
intentan combatir las constricciones autoritarias de la jerarquía de
la estructura del taller.
La
burocracia de la sociedad y del estado es impotente en todas las
esferas. Así ve en los conflictos socialmente mediados la obra de
cabecillas o bien un transitorio conflicto de generaciones. La
burocracia tiene que personalizar los problemas, pues para ella la
historia es obra de las «grandes personalidades», mientras que las
masas son sólo el «material» de las «élites».
Las
izquierdas, por su parte, se encuentran muy a menudo ante el peligro
de absolutizar de un modo llanamente metafísico el «proletariado»
o las «masas», y no entender la concreta y difícil dialéctica de
la toma de consciencia de las masas, no entender la temporal
separación entre grupos conscientes minoritarios radicales y las
masas. El otro peligro que nos amenaza es el orgullo intelectual, o
sea, en última instancia, el miedo a la capacidad creadora de las
masas llegadas a consciencia. Entre los polos de esas falsas
alternativas se encuentra la práctica del trabajo de emancipación
históricamente correcto.
Se
trata de superar críticamente los viejos conceptos del socialismo,
no de aniquilarlos, ni de conservados artificialmente. No puede
existir aún un nuevo concepto; el nuevo concepto no se puede
elaborar más que en la lucha práctica, en la constante mediación
entre la reflexión y la acción, la teoría y la práctica. La
ciencia revolucionaria no es hoy posible más que dentro del
movimiento antiautoritario, como fuerza productiva de la liberación
del hombre respecto de los poderes, incomprendidos e incontrolados,
de la sociedad y de la naturaleza.
Lo
que hoy nos mantiene unidos no es una teoría abstracta de la
historia, sino el asco existencial por una sociedad que charla y
charla de libertad mientras oprime, sutil y brutalmente, los
intereses inmediatos y las necesidades de los individuos y de los
pueblos que luchan por su emancipación económico-social.
Esta
dialéctíca del sentimiento y de la emoción, radical porque afecta
al hombre entero (Marcuse), y en la cual la teoría es sólo
expresión consciente de la dialéctica misma, nos mantiene unidos,
más sólidamente que nunca, contra esa sociedad autoritaria
estatificada y nos posibilita a los antiautoritarios una radical
unidad de acción sin programa de partido, precisamente, y sin
pretensión de monopolio.
Los
métodos y las técnicas de la integración social son ya ineficaces
con nosotros, igual los sutiles que los brutales. La recusación
sentimental-emocional se convierte en recusación organizada a través
de la lucha con las organizaciones violentas del sistema, con la
burocracia estatal y social, con la policía, con el aparato
judicial, con la burocracia industrial de los oligopolios, etc.;
aquella recusación redunda en un saber práctíco-crítico, en una
voluntad revolucionaria de destruir las fuerzas productivas
sustantivadas, las inhumanas maquinarias de la guerra y de la
manipulación que difunden cada día la muerte y el horror por el
mundo, pueden provocar cada día un genocidio mundial. En la lucha se
desarrollan nuevas necesidades radicales como, por ejemplo, el deseo
de romper las ataduras de capital y burocracia que inmovilizan las
fuerzas productivas capaces de liberar a la totalidad de los hombres
de las largas jornadas de trabajo, de la manipulación y de la
miseria, para someterlas finalmente y con todos los medios
disponibles al control consciente de los productores.
Pero
no nos hagamos ilusiones. La red mundial de la represión organizada,
el continuo del dominio, no es fácil de desgarrar. El «hombre nuevo
del siglo XXI» (Guevara, Fanon), que representa el presupuesto de la
«nueva sociedad», es resultado de una lucha larga y dolorosa,
conoce un vertiginoso oscilar del movimiento; progresos transitorios
dan paso a «derrotas» inevitables. Nuestra fase transitoria de la
revolución cultural era, según las concepciones «clásicas» de la
teoría de la revolución, una fase prerrevolucionaria en la cual las
personas y los grupos se hacen aún muchas ilusiones,
representaciones abstractas y proyectos utópicos; es una fase en la
cual no empieza aún a desplegarse concreta e inmediatamente la
contradicción radical entre la revolución y la contrarrevolución,
entre la clase dominante en su nueva forma y el campo de los
antiautoritarios y subprivilegiados. Lo que para América es ya
realidad inequívoca tiene mucha importancia para nosotros, aunque
con ciertas modificaciones:
Ésta
no es una época de reflexión sobria, sino un tiempo de exhortación.
La tarea de los intelectuales coincide con la del organizador
callejero, con la del que se niega a cumplir el servicio de armas, el
digger: hablar con el pueblo, y no sobre el pueblo. La
literatura decisiva es ahora la del underground, los discursos
de Malcolm X, los escritos de Fanon, los songs de los Rolling
Stones y de Aretha Franklin. Todo lo demás suena a informe Moynihan,
a ensayo de Time, que lo explican todo, no entienden nada ni
cambian a nadie.54
No
tenemos aún una amplia y continua literatura de underground,
aún falta diálogo de los intelectuales con el pueblo, precisamente
desde el punto de vista de los intereses reales del pueblo, o sea de
sus intereses inmediatos e históricos. Tenemos un comienzo de
campaña por las deserciones en el ejército de ocupación
norteamericano, pero no tenemos ninguna campaña organizada en el
ejército federal alemán. Nos atrevemos ya a atacar políticamente
al imperialismo americano, pero no nos decidimos a romper con nuestro
propio aparato de poder.
54.
A. Kopldnd, «Von der Gewaltlosigkeit zum Guerrilla·Kampf» [De la
no-violencia a la lucha guerrillera], en Voltaire-Flugschriften
número 14, pp. 24·25. '
¡Camaradas,
antiautoritarios, hombres! No nos queda ya mucho tiempo. En Vietnam
se nos aplasta también a nosotros diariamente; esto no es una
metáfora ni una frase. Si el imperialismo estadounidense puede
probar convincentemente en el Vietnam que es capaz de aplastar
victoriosamente una guerra popular revolucionaria, entonces empezará
otro largo período de dominio autoritario del mundo, desde
Washington hasta Vladivostok. Tenemos una abierta posibilidad
histórica. Depende ante todo de nuestra voluntad el modo cómo
termine este período de la historia. «Si no se suman al vietcong un
cong americano, otro asiático y otro europeo, la revolución
vietnamita fracasará como otras antes que ella. Un estado jerárquico
de funcionarios cosechará los frutos que no ha sembrado.» 55
Y Frantz Fanon dice para el tercer mundo: «Adelante, compañeros de
lucha; es mejor que nos decidamos en seguida a cambiar la ruta. Hemos
de sacudirnos la profunda noche en la que estábamos sumidos y
dejarla a nuestras espaldas. El nuevo día que ya se muestra en el
horizonte tiene que encontrarnos firmes, despiertos y resueltos».56
Aceleremos, por último, la marcha por nuestra acertada ruta. El
Vietnam se está acercando, pues en Grecia empiezan a luchar las
primeras unidades del frente de liberación nacional. Se agudizan las
pugnas en España. Allí ha nacido, a los 30 años de dictadura
fascista, una nueva fuerza revolucionaria en el frente unitario de
los obreros y los estudiantes.
55.
Partisan, nº1, «Vietnam, die Dritte Welt und der Selbstbetrug der
Linken» [Vietnam, el tercer mundo y el autoengaño de las
izquierdas], Berlín, 1967.
56.
Die Verdammeten diesen Erde [Los condenados de la tierra], Frankfurt
am Main, 1966, p. 239.
Los
estudiantes de Bremen han mostrado la energía subversiva que puede
liberar la politización de necesidades inmediatas de la vida
cotidiana, con su lucha contra el aumento de precios de los
transportes públicos. Su solidarización con las masas asalariadas,
el acertado tratamiento de las contradicciones y las luchas con la
policía autoritaria y militarista muestran con toda claridad las
grandes posibilidades que tiene la lucha en el sistema del
capitalismo tardío. Ese choque de formas radicales es posible en
cualquier lugar de la República Federal. Depende de nuestra
capacidad creadora el que consigamos profundizar y politizar, audaz y
resueltamente, las contradicciones visibles e inmediatas, el que
arriesguemos las acciones adecuadas, el que despleguemos auudazmente
y en todas las direcciones la iniciativa de las masas. La real
solidaridad revolucionaria con la revolución vietnamita consiste en
debilitar efectivamente y transformar procesualmente los centros del
imperialismo. Nuestra ineficacia y nuestra resignación estaban ya
incluidas en la teoría.
Revolucionar
a los revolucionarios es el presupuesto decisivo que se necesita para
revolucionar a las masas.
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Marxismo crítico,
Mayo 68,
Rudi Dutschke,
SDS alemán
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