Los estudiantes antiautoritarios y las contradicciones del capitalismo tardío

Universidad negativa | 12:00 | 0 comentarios

Por Rudi Dutschke
Digitalizado de La Rebelión de los estudiantes. Editorial Ariel. 1976.
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Observación previa: Ningún estudio profundo de la realidad histórico-social del presente puede ni debe hacer abstracción de los resultados anteriores de la teoría revolucionaria. Lo que significa que sigue en pie la tarea de una recepción y una ampliación críticas de la teoría de Marx y de sus posteriores desarrollos en los diversos períodos habidos desde su origen. Estamos contra toda dogmatización del marxismo, pues el marxismo es una ciencia creadora que, sobre la base del método crítico de la dialéctica, tiene que enfrentarse con toda realidad nueva y obtener de ella las categorías nuevas necesarias para la comprensión de cada presente concreto.


La creación de nuevas necesidades, rebasando la satisfacción inmediata por la «producción espontánea de la naturaleza», obliga a los hombres a introducir un modo de producción industrial basado en la división del trabajo. Con la división del trabajo aparecen la propiedad privada y la contraposición de clases, la contradicción entre los intereses de las clases y el interés social de todos los individuos. La historia de la sociedad humana como sociedad de clases empieza con la organización de la vida material según el principio de la división del trabajo. La separación entre las «condiciones de la producción» y los productores inmediatos constituye la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo asalariado, contradicción que cobra formas particulares en las varias fases históricas específicas. La relación del capital, propia de la sociedad burguesa, exacerba la alienación del hombre respecto de los productos por él producidos, la cual alienación surge ya de la división del trabajo; y constituye la relación de clase entre la burguesía y el proletariado.
La contradicción característica de toda producción capitalista consiste en que, por una parte, el modo de producción tiene carácter social, o sea, inserta a todos los productores en una conexión de división del trabajo que es tendencialmente universal y es lo que posibilita el desarrollo y el despliegue de las fuerzas productivas y de la riqueza social; y, por otra parte, domina el modo privado de apropiación, el trabajo se presenta a los productores como trabajo privado en el cual no se reconocen, para quedar finalmente excluidos de la abundancia de la riqueza social.
La lucha entre los productores y la clase capitalista determina todo el período de formación de la sociedad burguesa-capitalista. El cambio de las formas de las clases se explica por el desarrollo histórico del trabajo. En la sociedad burguesa-capitalista no domina ya un trabajo determinado, sino el trabajo general-abstracto. La capacidad humana de trabajo se convierte en la mercancía fuerza de trabajo, en el trabajador asalariado doblemente libre, libre de medios de producción y libre para la venta de su particular capacidad de producir riqueza social. En la sociedad productora de mercancías el trabajo humano, que originariamente era una capacidad individual específica. mente caracterizadora del hombre respecto de la satisfacción inmediata de sus necesidades, se transforma en un trabajo social productor de mercancías. El producto del trabajo individual-social se hace mercancía y el trabajo humano vivo, creador de riqueza, no interesa ya más que como tiempo de trabajo explotable: «El tiempo lo es todo, el hombre no es nada» (Marx). Los contactos sociales entre los diversos productores se interrumpen porque éstos se convierten en portadores impersonales de los productos de su trabajo. Las relaciones humanas subyacentes al trabajo social que mediante su división produce esas mercancías se convierten en relaciones entre cosas entre mercancías. Marx ha caracterizado esa apariencia, que tiene fudamentum in re, con una metáfora inspirada por la «nebulosa región del mundo religioso»: como carácter fetichista del mundo de las mercancías.
Pues al igual que en el mundo de la mercancía los productos de las manos humanas, así también en el mundo religioso los productos del espíritu parecen figuras independientes dotadas de vida propia y puestas en relaciones entre ellas y con los hombres.
El desarrollo de la sociedad productora de mercancías coincide totalmente con una despersonalización creciente de la situación y las relaciones humanas. Los individuos concretos se convierten, durante el proceso de producción y concentración del capital, en máscaras características económicas, en personificaciones de relaciones económicas. Aumenta constantemente el poder del capital, y el capitalista, personificación de las condiciones sociales de la producción, se hace cada vez más poderoso frente al productor inmediato, y llega a ser poder extrañado, inndependizado, el cual, como dominio sobre la «muerta materia» puesta en manos de la clase capitalista, se enfrenta con la sociedad entera: «El mundo hechizado, invertido, con los pies por alto, en el cual celebran su fantasmal aquelarre Monsieur le Capital y Madame la Terre como personajes sociales y al mismo tiempo, e inmediatamente, como cosas meras».1
La cosificación del hombre se consuma mediante la falsedad de su consciencia. El principal rasgo característico de la sociedad capitalista, desde el punto de vista de un análisis que considere esa realidad respecto de su mutabilidad revolucionaria, consiste en que los hombres no pueden reconocer adecuadamente en su seno la realidad social. En vez de las reales relaciones económicas como totalidad de relaciones interhumanas se refleja en la consciencia de los productores sólo la apariencia cosificada de esas relaciones. Esta mistificación de la consciencia respecto de la realidad histórico-social se hace cada vez más completa por las diversas metamorfosis del capital en la producción y la circulación. Cuando se llega, por último, a la forma dinero, no queda ya nada de la forma originaria del capital; la mistificación de la relación capitalista se ha totalizado, pero se dibuja ya la transición a una nueva forma de producción:

El que el crédito aparezca en el comercio como palanca principal de la superproducción y la ultraespeculación se debe exclusivamente a que el proceso de reproducción, elástico por naturaleza, se fuerza ahora hasta el extremo límite, y ello porque una gran parte del capital social es utilizado por individuos no propietarios del mismo y que, por ello, proceden de manera muy distinta de la del propietario, el cual, cuando opera personalmente, sopesa temerosamente los límites de su capital. Con ello se pone simplemente de manifiesto que la utilización del capital basada en el carácter objetivo de la producción capitalista no permite sino hasta cierto punto el desarrollo real y libre, y es de hecho el freno y la limitación inmanente de la producción, rota constantemente por la organización del crédito. Por eso acelera ésta el desarrollo material de las fuerzas productivas y la constitución del mercado mundial, la constitución de todo lo cual como fundamento material de la nueva forma de producción y hasta cierto grado de desarrollo es la tarea histórica del modo de producción capitalista. Al mismo tiempo el crédito acelera las explosiones violentas de esa contradicción, las crisis, y, con ello, los elementos de disolución del viejo modo de producción.2

Y, respecto del período de transformación:

Por último, no hay ninguna duda de que el sistema del crédito servirá como poderosa palanca durante la transición del modo de producción capitalista al modo de producción del trabajo asociado, pero sólo como un elemento más, en conexión con otras grandes transformaciones orgánicas del modo de producción mismo. En cambio, las ilusiones acerca de una milagrosa eficacia, en sentido socialista, del sistema del crédito y la banca arraigan en un desconocimiento completo del modo de producción capitalista y del sistema del crédito en cuanto forma suya. En cuanto que los medios de producción dejen de transformarse en capital (cosa que implica la supresión de la propiedad privada), el crédito como tal deja de tener sentido [...] 3

2. Ibid., p. 483.

La burguesía ha desempeñado «una función revolucionaria» (Marx) durante todo un período de la historia de la sociedad humana, durante el período de la «necesidad transitoria» del capitalismo: ha acumulado capital, ha destruido las relaciones precapitalistas de producción del feudalismo, ha sentado las condiciones para un ulterior despliegue de las fuerzas productivas.

El descubrimiento de América, la circunnavegación del África facilitaron un nuevo terreno a la burguesía ascendente. El mercado de las Indias Orientales y la China, la colonización de América, el tráfico con las colonias, el aumento de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso antes desconocido, y dieron así vertiginoso desarrollo al elemento revolucionario presente en la sociedad feudal en descomposición.4

Las nuevas necesidades que surgían no se podían satisfacer más que mediante nuevos modos de producción.

3. Ibid., Pp. 655-656.
4. Karl Marx, Kommunistisches Manifest, en Marx-Engels, Werke [en adelante MEWJ. vol. 4, Berlín, 1964, pp. 463 s.

La manufactura y luego, sobre la base de un mercado sin saturar, la «gran industria» profundizaron el sistema de la división del trabajo, aumentaron la productividad de éste y el poder y el dominio del capital.
Las clases precapitalistas se caracterizaban por el rasgo de ver en la conservación de su modo de producción tradicional la condición primera de su vida. No así la burguesía. La burguesía tiene que revolucionar sin pausa sus relaciones de producción y sus fuerzas productivas. La burguesía es la contradicción viva entre la tendencia, innmanente al capital, a desarrollar sin límites las fuerzas productivas (pero por la mediación de la concurrencia en el mercado) y las permanentes barreras opuestas a ese desarrollo por la limitada finalidad de la aplicación del capital. La lucha entre esas dos tendencias contrapuestas determina el destino histórico del capitalismo.
La necesidad de más mercados nuevos «lanza a la burguesía por todo el globo. En todas partes tiene que establecerse, sembrar, enlazar relaciones».5 Así se construye el mercado mundial, el cual pone en interdependencia a las diversas naciones y «mediante el rápido perfeccionamiento de todos los instrumentos de producción y mediante la facilitación infinita de las comunicaciones proyecta violentamente todas las naciones, incluso las bárbaras, en la civilización. La burguesía obliga a todas las naciones a apropiarse el modo de producción de la burguesía si no quieren perecer [...], dicho brevemente: se crea un mundo a su imagen y semejanza».6 y también:

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado una configuración cosmopolita a la producción y el consumo de todos los países. Con gran dolor de los reaccionarios, ha sustraído a la industria el suelo nacional en que se asentaba [ ... ] al introducir nuevas industrias cuya posesión se convierte en una cuestión vital para todas las naciones civilizadas, pero que son industrias que no trasforman materias primas locales, sino materias primas procedentes de lejanísimas regiones, mientras que sus productos no se consumen sólo en el propio país, sino en todos los continentes por igual. 7

5. Ibid., pp. 465 s.
6. Ibid., pp. 466 s.

Marx supone aquí más o menos la constitución de la totalidad concreta del mercado mundial capitalista, la percapitalización universal. Lo cual, desde luego, no era un hecho en la época de Marx. La percapitalización de la sociedad, del mundo, es, en efecto, un proceso histórico. Esto es: para reconocer la totalidad histórica de la sociedad real tenemos que estudiar la relación entre la sociedad capitalista y la sociedad no-capitalista, así como el proceso de percapitalización. Este punto de vista esencial para el ulterior desarrollo de la teoría marxiana es el que problematizó Rosa Luxemburg, particularmente en su libro Die Akkumulation des Kapitals. Marx había esperado una capitalización rápida, por rápida industrialización, en la India y en China, por obra del capitalismo inglés. Y sin duda el capitalismo inglés destruyó en esas regiones importantes elementos del viejo modo de producción, pero sin introducir realmente en ellas el modo nuevo, el capitalista. Más bien se formó ya entonces una división represiva del trabajo, de la que el mismo Marx tomó ya nota: «Por lo que hace a las clases trabajadoras [...] es muy discutible la cuestión de si su situación ha mejorado [...] Pero es posible que al hablar de mejoras los economistas quisieran referirse a los millones de trabajadores que tuvieron que perecer en la India para que el millón y medio de obreros que trabajan en la misma industria en Inglaterra tuvieran cada diez años tres de prosperidad».8 En ese apunte se revela ya el mecanismo de explotación que se continuó luego a escala ampliada en el «imperialismo clásico» a partir del cambio de siglo. Y así quedó claro que el modo de producción capitalista no es una mercancía de exportación de la que se pueda disponer en cualquier caso. La teoría del imperialismo formuló ese hecho histórico. ¿Qué había ocurrido en realidad? La concentración de la producción y la acumulación creciente del capital, que se impusieron en la dialéctica de la concurrencia y el monopolio, acarrearon la formación de asociaciones monopolísticas que forzaron sustancialmente la expansión colonial. Para frenar la disminución de la tasa de beneficio -según la interpretación de R. Hilferding-, el capital industrial y el bancario se fundieron en un capital financiero que permite llevar a cabo una exportación sistemática y planificada, dirigida por los bancos, de capital a los países no capitalistas o poco capitalizados. El fundamento material de la crecida exportación de mercancías, y particularmente de la exportación de capitales, es el superbeneficio obtenido en las colonias y en el «comercio exterior», la superproducción en los países industriales, en los cuales las mercancías y el capital buscaban en vano posibilidades favorables de salida e inversión. La fuerza constrictiva militar del estado se puso al servicio de las necesidades económicas. La fase proteccionista del imperialismo, subsiguiente a la librecambista, se caracterizó por el hecho de que la ampliación de las dimensiones del territorio económico se convirtió en necesidad absoluta para todo país desarrollado. Los territorios económicos menores se convirtieron en tributarios de los grandes. Se declaró una guerra económica estatal permanente, lo cual condujo inevitablemente a pugnas militares. En este contexto hay que considerar la formación de una gigantesca industria de armamento. Y a todo ello se añade que, en el modo de producción capitalista, el nivel de vida de un pueblo se queda siempre por detrás de las posibilidades técnicas del aumento de la producción. El despliegue de la industria civil tiene como limitación el insuficiente consumo de las masas. El capital aumenta mucho más rápidamente que las posibilidades de su aplicación. El fondo de acumulación del capital, gigantescamente hinchado, tiene, pues, que buscar campos de actuación que sean en lo esencial independientes de la capacidad de consumo de su propio pueblo: la industria de guerra. La primera guerra mundial fue el intento del imperialismo alemán de poner otra vez en discusión, por procedimientos militares, el reparto ya resuelto del mundo en determinadas zonas de dominio y de influencia. En estas condiciones, la propuesta de todos los radicales de izquierda, desde Lenin hasta Rosa Luxemburg, fue la transformación de la guerra revolucionaria en guerra civil. Pero sólo las masas rusas consiguieron liberarse del imperialismo y plantearse la construcción de un orden social socialista.

7. Ibid., pp. 466 s.
8. Karl Marx, Misere de la philosopbie [Miseria de la filosofía] MEW, vol. 4, Berlín, 1964, pp. 123·124.

Con la guerra de 1914-1918 terminó la época de la «necesidad transitoria» del capitalismo y empezó la de la decadencia de éste y la posibilidad de la revolución.
La teoría marxiana de la revolución pareció verificarse históricamente:

1. En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a un estadio en el cual se producen fuerzas de producción y medios de tráfico que en la situación existente no pueden producir sino males, y que no son ya en ella fuerzas de producción, sino fuerzas de destrucción (maquinaria y dinero); y, cuestión relaciona· da con ello, surge una clase que ha de soportar todas las cargas de la sociedad sin gozar de sus beneficios, se ve expulsada de la sociedad y forzada a situarse en resuelta contraposición con todas las demás clases, una clase que constituye la mayoría de todos los miembros de la sociedad, una clase de la que parte la consciencia de la necesidad de una revolución radical, la consciencia comunista, consciencia que, desde luego, se puede constituir también en las demás clases mediante la consideración de la posición de esa otra clase.

2. Que las condiciones en las cuales se pueden aplicar determinadas fuerzas de producción son laN condiciones del dominio de una determinada clase de la sociedad, cuyo poder social, que se deriva de su posesión, tiene su expresión práctico-idealista en cada forma de estado, por lo cual cada lucha revolucionaria se orienta contra una clase que ha dominado hasta entonces.

3. Que en todas las anteriores revoluciones ha quedado siempre intacta la naturaleza de la actividad y se ha tratado sólo de otra distribución de esta actividad, de una nueva distribución del trabajo entre otras personas, mientras que la revolución comunista se dirige contra la actual naturaleza de la actividad, suprime el trabajo y supera el dominio de todas las clases junto con las clases mismas, porque actúa a través de la clase que ya en la sociedad no se considera como una clase, no es reconocida como clase, sino que es expresión de la disolución de todas las clases, de todas las nacionalidades, etc., dentro de la sociedad actual.

4. Que tanto para la producción masiva de esta consciencia comunista cuanto para la imposición de la cosa misma hace falta una transformación masiva de los hombres, la cual no puede ocurrir sino en un movimiento práctico, en una revolución; que, por lo tanto, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derribada de ningún otro modo, sino también porque la clase que la derriba no puede liberarse sino por una revolución de toda la vieja miseria que lleva sobre los hombros, ni capacitarse para una nueva fundamentación de la sociedad.9

La primera guerra mundial había transformado todo el mundo capitalista -que por entonces no fundaba aún una conexión de interdependencia realmente mundial- en un único taller de producción de armas, municiones y víveres para los ejércitos en lucha de los esta· dos capitalistas. La fabricación de medios de destrucción masivos por el modo de producción capitalista, que era para Marx el criterio de la objetiva «madurez de la revolución», resultó, empero, muy escasamente enlazada con la formación de una consciencia de la clase explotada acerca de la necesidad y la posibilidad de una revolución «total» contra las relaciones capitalistas de producción, inhibidoras del desarrollo humano. Para entender esta aparente contradicción es necesario discutir una vez más las implicaciones del concepto marxiano de clase. La realidad social que se encuentra ante todo en el centro de las investigaciones económicas y materiales del proceso de producción por Marx son los hombres, no como individuos aislados, sino como clases. En la economía no se trata de cosas, sino de relaciones y situaciones humanas, Pero como esas relaciones se adhieren a cosas y estas cosas son producidas por los productores en forma alienada -puesto que están excluidos de la posesión y el control de los medios de producción-, las relaciones humanas aparecen en la consciencia de los productores y de los capitalistas como dominio de las cosas sobre los hombres. Por detrás de esas «cosificadas relaciones de producción» se encuentran las relaciones humanas en forma de relaciones entre las clases. Pero ¿qué es lo que, según Marx, hace de la clase una clase?

9. Karl Marx, Deutsche Ideologie [Ideología alemana], MEW, vol. 3, Berlín, 1962, pp. 59-60 s.

En el 18 Brumario de Luis Bonaparte la respuesta es:

Millones y millones de familias constituyen una clase en la medida en que tienen que vivir en situaciones económicas reales que separan su modo de vida, sus intereses y su formación de los de otras clases, y que las hacen enemigos respecto de ellas. En la medida, por ejemplo, en que las únicas relaciones entre los campesinos pequeños propietarios son relaciones locales y la comunidad de sus intereses no produce entre ellos unidad, vinculación natural y organización política, esos campesinos no constituyen ninguna clase. 10

Y en la Miseria de la filosofía:

Las relaciones económicas han transformado a la masa de la población en trabajadores. El dominio del capital ha producido para las masas una situación común e intereses comunes. De este modo esta masa es ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha [...] se concentra esta masa, se constituye en clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es lucha política. 11

Para que esté completa la realidad de la clase hace falta no sólo que los individuos de la clase tengan intereses comunes, pues en este caso la clase está determinada sólo económicamente, sólo objetivamente por su posición en el proceso de la producción, sino que la realidad históricamente relevante de la clase se consigue cuando los hombres llegan a consciencia de su clase, a la consciencia de clase. El marxismo, en cuanto teoría revolucionaria contra todas las situaciones y relaciones bajo las cuales el hombre se encuentra abandonado, solitario y explotado, se sostiene o se hunde según que haya o no haya una comprensión adecuada de la consciencia de clase. La lucha de la clase hace que la realidad objetiva, económica y científica de la clase sea también subjetiva, política y práctico-crítica. El concepto de clase no se tiene que entender estáticamente, como dado para toda la eternidad, sino dinámicamente, como realidad histórica que sólo se configura plenamente en la lucha. La formación de las masas asalariadas hasta ser clase revolucionaria es el objetivo y la tendencia del proceso revolucionario, no el punto de partida. Es verdad, por cierto, que el punto de partida de las reflexiones tácticas para la lucha de clase es siempre la situación económico-científica de la clase proletaria. Toda práctica revolucionaria va reduciendo la diferencia entre ser pasivo-económico y el hacer activo-revolucionario, la consciencia práctico-crítica de clase. El carácter constrictivo, espontáneo y ciego, de las leyes económicas, que parece darles el carácter de una «legalidad natural» suprahistórica, se quiebra mediante la acción consciente de la consciencia práctico-crítica de clase. En la lucha de clases del proletariado se supera tendencialmente el dualismo histórico de la teoría y la práctica. No se puede contraponer la teoría a la acción práctica, pues «sólo por la teoría se convierte en poder material, en cuanto aferra a las masas».12 Aquí se encuentra la función prácticamente eficaz de la consciencia en la historia, incluida, como más tarde había de comprobarse, la de la falsa consciencia.
Dicho en el lenguaje de la teoría del conocimiento, todo eso significa lo siguiente: el conocimiento social es transformación social. El conocimiento de la situación social tiene un carácter como activo, porque la acción es, con identidad dialéctica, el conocimiento. Con eso se plantea el problema de la consciencia de clase. Esta autoconsciencia histórica del proletariado no se produce más que en la consciente lucha de clases, en la cual hay que incluir también, como elementos, la teoría y su desarrollo. La consciencia de clase no se puede formar más que en un proceso largo y doloroso, pues las clases dominantes intentan por todos los medios impedir ese proceso de toma de consciencia de las masas asalariadas. En las Enthüllungen über den Kommunistenprozess in Koln [Revelaciones acerca del proceso de Colonia contra los comunistas] escribía Marx contra la fracción Willich-Schapper:

En vez de las relaciones reales, para vosotros el motor de la revolución es la voluntad mera. Mientras que nosotros decimos a los trabajadores «Tenéis que atravesar 15, 20, 50 años de guerras civiles y guerras nacionales no sólo para alterar la situación, sino también para cambiaros a vosotros mismos [cursiva de Dutschke] y ser capaces de poder político», vosotros, por el contrario, les decís «O nos hacemos inmediatamente con el poder o ya podemos echamos a dormir... ». Del mismo modo que los demócratas hicieron un ídolo de la palabra «pueblo», así lo hacéis vosotros con la palabra «proletariado».13

12. Karl Marx, ltlr Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie [Conntribuci6n a la crítica de la filosofía hegeliana del derecho], MEW, vol. 1, Berlín, 1964, p. 385.

El carácter procesual de la formación de la clase revolucionaria del proletariado y de su consciencia de clase determina también la problemática básica del marxismo revolucionario, la unidad de la teoría y la práctica. Esta unidad, que pone a su vez en unidad dialéctica la filosofía marxista de la sociedad y de la historia con la política revolucionaria de la lucha de clases, constituyendo una filosofía de la práctica, no es una unidad que esté ya lista a priori, como tampoco lo es la de la clase, sino que sólo se puede entender como producto de procesos históricos contradictorios.
La totalidad de la producción material -fundamento condicionador de todos los procesos de pugna social en el período de formación capitalista- no es, en última instancia, sino una parte de la totalidad social. Las clases, los sujetos de la producción, no intervienen sólo en la producción y el cambio. También luchan entre ellos por el poder y por conservar o transformar revolucionariamente la estructura social de cada caso. En ciertas condiciones el proceso de producción muta en lucha de clases, en pugna política, y ambas cosas se interpenetran sin cesar. De este modo el proletariado ya consciente influye en la producción también por su acción política: «De todos los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la clase revolucionaria misma».14
Mas, ¿cuáles son para Marx las condiciones necesarias para que la clase revolucionaria pueda desarrollarse hasta ser la mayor fuerza productiva? El curso «normal» del modo de producción capitalista produce una clase trabajadora «integrada»:

En el proceso de la producción capitalista se desarrolla una clase trabajadora que por educación, tradición y costumbre reconoce las exigencias de ese modo de producción como evidentes leyes de la naturaleza. La organización del proceso plenamente capitalista de producción aplasta toda resistencia, la constante producción de una superpoblación relativa mantiene la vigencia de la ley de oferta y demanda de trabajo y, por lo tanto, el salario, en un plano que corresponde a las necesidades de aplicación del capital, y la muda violencia de las relaciones económicas sella el dominio del capitalista sobre el obrero. Sin duda se sigue utilizando la violencia extraeconómica inmediata, pero sólo excepcionalmente. Por lo que hace al curso habitual de las cosas, se puede confiar el obrero a las «leyes naturales de la producción», o sea, a su propia dependencia del capital, originada, garantizada y eternizada por las condiciones mismas de la producción. 15

Pero en la crisis económica profunda, crisis de la sociedad en su conjunto, la violencia económica de la relación capitalista, interiorizada y más o menos aceptada, puede ser problematizada por el productor, y sólo entonces se tiene la posibilidad objetiva de la constitución de una consciencia revolucionaria de clase, sobre la base de la lucha de clases política entre el trabajo asalariado y el capital.
Ya según el pensamiento de Marx, y aún más según el de Lenin, la lucha de clases política es dirigida por los partidos obreros, entre los cuales, y según las palabras de Marx, los comunistas «no se distinguen de los demás partidos obreros más que por defender y expresar en las diversas luchas nacionales de los proletarios los intereses comunes de todo el proletariado, independientes de la nacionalidad, y por representar siempre el interés de todo el movimiento a través de los diversos estadios que atraviesa la lucha entre el proletariado y la burguesía».16 Los comunistas no se proponen modelar el movimiento proletario mediante determinados principios, ni se distinguen sus intereses de los del movimiento global. Esta idea de un frente unido de todas las masas asalariadas contra los mecanismos de dominio político y económico de la burguesía no se ha realizado hasta ahora en la práctica histórica del movimiento obrero.

14. Misère de la philosophie, MEW, vol. 4, Berlín, 1964, p. 181.
15. Karl Marx, Das Kapital, 1, Berlín, 1960, pp. 776-777 s.

Cuando, tras la primera guerra mundial, se hizo, virulenta la primera crisis mundial del sistema capitalista, todos los partidos revolucionarios existentes dentro del sistema mundial del capitalismo de la época -aunque tampoco esta totalidad concreta del mercado mundial era aún realmente mundial- tenían que poner en acto la posibilidad histórica de subvertir el estado capitalista y el modo de producción que lo condiciona y conseguir un mundo socialista sin monopolios maximalizadores del beneficio, sin explotación del hombre por el hombre y sin guerra.
Es verdad que en Alemania, por ejemplo, y también en otros países, se constituyeron formas espontáneas de organización del pueblo trabajador y armado, consejos de obreros y soldados, y que en enero de 1919 hubo en Berlín manifestaciones de masas, de cientos de miles de trabajadores; pero esta oleada revolucionaria pasó muy deprisa, y los consejos de obreros y soldados desaparecieron en seguida sin dejar ninguna huella duradera en las masas. No expropiaron ,a las grandes familias que habían huido ni eliminaron el viejo sistema de pequeños estados alemanes, absurdo tras la huida de las dinastías, dejaron intactas las grandes posesiones y los privilegios locales discriminatorios disfrutados por los Junker, no destruyeron la «continuidad del mando militar», no socializaron la industria pesada, esencialmente corresponsab1e de la guerra, ni crearon un ejército popular para consolidar y continuar la revolución.

16. Kommunistisches Manifest, MEW, vol. 4, Berlín, 1964, pp. 474 s.

Fue determinante de ese fracaso histórico el que el movimiento obrero alemán, representante y portador de la revolución democrática y socialista, no comprendiera que en las modernas condiciones de un aparato industrial, administrativo, militar y jurídico muy complicado, no es posible quebrar el poder de la clase dominante más que por una rápida y completa ocupación y democratización de todos esos aparatos. Faltó la fuerza política organizativa que pudiera hacerse con los controles conscientes del estado y de la economía, no se llegó a desplegar la autonomía activa de las masas contra las fuerzas del capital y de la propiedad de la tierra, que en aquel momento estaban en retirada temporal, y no se pudo emprender la transformación posible de los fundamentos sociales. A todo eso hay que añadir un factor muy decisivo: en 1918 no existían ya el movimiento socialdemócrata ni el movimiento sindical en cuanto movimientos revolucionarios anticapitalistas. La política social reformista, que había tenido elementos acertados en el período de rápido ascenso del capitalismo alemán, se convirtió en un peligro político para todo el movimiento obrero por el hecho de que daba pie a la ilusión de poder sostener en todas las fases del capitalismo aquella «política de reformas sociales» sin crear garantías y seguridades revolucionarias, en la organización y en la consciencia, que permitieran conservar las conquistadas «posiciones de reforma». El sueño de «desembocar» en el socialismo desembocó realmente en la victoria de la contrarrevolución. El reformismo, desarmando con una ideología falsa al movimiento obrero, negando el hecho de la lucha de clases para afirmar una ficticia comunidad nacional y renunciando a toda disposición revolucionaria, transformó «la mayor organización obrera del mundo» en una máquina de manipulaciones electorales.
El joven partido comunista alemán, que ya durante el primer año de su existencia perdió a manos de traidores asesinos contrarrevolucionarios sus tres dirigentes principales (Rosa Luxemburg, la principal teorizadora, Karl Liebknecht, destacado agitador, y Leo Jogiches-Tyszko, su mejor organizador), no podía aún cumplir las gigantescas tareas. Muy pronto (1921, tras el III Congreso del Comintern) se produjo una situación de dependencia, ya nunca más puesta en tela de juicio, respecto de la Internacional Comunista, la cual a su vez estaba dominada por el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y se «interpretó» según las necesidades propias de éste.
La decisiva discusión política y teórica acerca de la revolución en Centroeuropa se realizó durante el III Congreso de la Internacional Comunista. Esa discusión es hoy de la mayor actualidad para nosotros, pues en ella se trataba -aunque en otras condiciones históricas- de la relación entre la economía y la ideología en el período de la crisis actual del sistema capitalista, la cuestión, esto es, de las relaciones organizativas, teoréticas y tácticas entre la vanguardia y las masas. Lukács escribía, formulando la cuestión: «La relación entre el partido y la masa, ¿es siempre la misma durante todo el proceso revolucionario, o bien es esa relación misma un proceso obligado a vivir también él activamente las transformaciones y mutaciones del proceso global?».17
Esta cuestión nos remite al problema de la relación entre la ideología y la economía. El proceso económico-social de descomposición del modo de producción capitalista puso en movimiento grandes acciones de masas contra el sistema capitalista. En la concepción «clásica» de la relación entre la economía y la ideología, la acción espontánea de masas es el aspecto subjetivo del proceso económico objetivo. Ello determina la tarea y la función del partido en el proceso revolucionario: el partido puede acelerar el proceso, ser motor del movimiento, pero nunca aparte del movimiento de las masas, el cual se impone en última instancia con independencia del partido, lo quiera o no éste. Según esta concepción, e! partido no debe realizar ninguna iniciativa por su cuenta, con independencia de las acciones de masas; para la concepción «clásica» eso sería puro blanquismo O putschismo. Esta concepción parte del carácter de «ley natural» de los procesos económicos y de los políticos e ideológicos. En la teoría activista de Marx, orientada a la práctica, esa relación no puede ser la verdadera más que durante el período de la transioria necesidad del capitalismo, O sea, para el período durante el cual el capitalismo tenía un carácter históricamente progresivo. Según Marx, las «leyes naturales» de la vida social se basan precisamente en la «inconsciencia de los afectados», y conducen la sociedad a la crisis del sistema, pero no garantizan en modo alguno una resolución socialista-revolucionaria de la crisis. Las proposiciones de Marx acerca del carácter histórico de las proposiciones de las ciencias sociales, incluida la economía, se caracterizan precisamente por el hecho de ser «ciencia revolucionaria», autoconocimiento de cada estadio social particular, por lo que no se pueden entender en modo alguno, a la manera del marxismo vulgar, como leyes atemporalmente válidas de la sociedad humana. El problema consiste en si dadas las condiciones del «salto del reino de la necesidad al reino de la libertad» (Engels), el cual se tiene que entender como proceso de transformación del capitalismo, siguen valiendo los procesos «según leyes naturales». Lukács ha precisado esta cuestión:

¡Cuándo, dónde y en qué circunstancias y medida empieza ese «salto al reino de la libertad»? La respuesta a esa cuestión que, como casi todos los problemas de importancia teorética decisiva, no se ha planteado, desgraciadamente, casi nunca, es de la máxima importancia práctica para la determinación de la táctica de los partidos comunistas. Pues caso de que el comienzo de ese proceso se sitúe en el período de la última crisis del capitalismo, esa decisión teorética impondrá consecuencias tácticas de gran alcance. 18

En este punto consigue conexión y fundamento materialistas la teoría subjetiva, activista y voluntarista de la revolución: sólo la «acción consciente» del proletariado revolucionario puede trasponer la crisis objetiva del sistema capitalista en transformación revolucionaria del sistema. Como alternativa en caso de fracaso del proletariado, la teoría marxiana y la práctica histórica ven la «muerte de las clases en' lucha» o, con una palabra de Rosa Luxemburg, «la barbarie».
El fracaso del movimiento obrero en la profunda crisis que siguió a la primera guerra mundial mostró muy visiblemente que el gran obstáculo con que chocó la revolución no fue tanto la fuerza inmediata de la burguesía cuanto la inesperada debilidad y la falta de objetivos del proletariado mismo. En ningún caso se vio una «ideología revolucionaria» del proletariado como consecuencia de las «leyes naturales» del capital que habían provocado una profunda crisis económica. Anteriormente hemos explicado la falta de «voluntad revolucionaria» en el proletariado por la teoría y la práctica reformistas de la socialdemocracia. La interpretación por Lenin parte de la cuestión siguiente: «¿Hay alguna relación entre el imperialismo y esa monstruosa, repugnante victoria conseguida en Europa por el oportunismo (en la forma del chauvinismo) sobre el movimiento obrero? Esta es la cuestión fundamental del socialismo moderno». Tras una caracterización del sistema del capitalismo, ya mutado en imperialismo por la «acumulación monstruosa de capital-dinero en unos pocos países», se encuentra la exposición decisiva para la explicación del oportunismo y la fundamentación de la revolución anticolonial: «[...] la explotación de las colonias por un puñado de grandes potencias transforma progresivamente el mundo civilizado en un parásito que vive del cuerpo compuesto por los cientos de miles de hombres incivilizados [...] la capa privilegiada del proletariado de las grandes potencias imperialistas vive en parte a costa de los cientos de millones de hombres de los pueblos no civilizados».19 La exposición de los hechos económicos es acertada y consecuente desde el punto de vista de la economía. Pero a pesar de ello la «teoría» de la aristocracia obrera nos parece inequívocamente marxista-vulgar, y nos recuerda inevitablemente la explicación de la Reforma por Kautsky como «expresión ideológica de profundas transformaciones que ocurrían en el mercado lanero europeo de la época».
Lenin explicitó en 1902, en ¿Qué hacer? las primeras consecuencias positivas del comportamiento histórico observado hasta entonces por la clase obrera: los trabajadores, formados por las relaciones de producción capitalistas, no se pueden organizar revo1ucionariamente más que «desde fuera», por medio del partido como vanguardia de la clase. Esta teoría de la organización, que sólo con mucha dificultad podía apelar al fundamental sentido de la idea marxista de emancipación -«la liberación de la clase obrera no puede ser obra sino de los obreros»- tenía por fuerza que fracasar en las muy diversas condiciones de la Europa central, con una clase obrera altamente cualificada y que había asimilado íntimamente las normas y los modos de comportamiento de la sociedad obrera a causa de la «coacción muda» de las relaciones capitalistas mismas.

19. Wladimir I. Lenin, Gegen den Strom [Contra la corriente], Hamburgo, 1921, p. 512.

La teoría marxista parecía chocar con verdaderos límites, y hasta el final de los años veinte no se tuvo una explicación realmente materialista de las inhibiciones ideológicas del proletariado. En Pannekoek se encuentran pobres conatos de una explicación descriptiva:

Harán falta decenios para superar en los viejos países capitalistas la influencia pestífera y paralizadora de la cultura burguesa en el proletariado [...] No se estima esta revolución mundial en toda su importancia universal cuando se la contempla sólo desde el punto de vista europeo-occidental [...] La causa de Asia es la causa auténtica de la humanidad [...], más de la mitad de la población de la tierra [...] decadencia de Europa [...] por eso los movimientos nacionales de liberación de los pueblos asiáticos, sobre el firme suelo material de una lucha de clases de los trabajadores y los campesinos contra la bárbara opresión por el capital mundial, asumirán, y acaso antes de lo que por la apariencia externa puede esperarse, un mundo ideal comunista y un programa comunista."

Ante ese texto presentimos ya algo de la necesidad de una duradera revolución cultural precisamente en los países desarrollados de Centroeuropa, como condición de la posibilidad de una transformación revolucionaria de toda la sociedad. La estimación de Asia tiene un carácter «profético», pero era noción muy corriente en el movimiento comunista internacional durante los años veinte. También en los textos de Lenin encontramos esa enfática estimación de la revolución colonial, mientras que en vano buscaremos en ellos una respuesta a la cuestión, tan esencial, del desarrollo y la transformación de la estructura de la consciencia del proletariado europeo. En un curioso artículo escrito en el décimo aniversario de Pravda (5 mayo 1922) expone Lenin:

20. Weltrevolution und kommunistiscbe Taktik [La revolución mundial y la táctica comunista], Viena, 1920, p. 44.

La causa principal de esta enorme aceleración del desarrollo internacional se encuentra en el hecho de que han sido incluidos en ella centenares y centenares de millones de hombres. La vieja Europa burguesa e imperialista, acostumbrada a considerarse el ombligo del mundo, está podrida y ha estallado como un absceso maloliente en la primera carnicería imperialista [...] Esta decadencia de la vieja Europa no es, sin embargo, más que un episodio de la historia de la decadencia de la burguesía, empachada por su festín en la explotación y la opresión imperialistas de la mayoría de la población de la tierra. Ahora la mayoría se ha despertado y se ha puesto en un movimiento tan intenso que ni siquiera las potencias más fuertes y «poderosas» son capaces de detenerlo [...] hierven la China y la India. Se trata de más de 700 millones de hombres. Se trata de más de la mitad de la población de la tierra, si contamos junto con la India y la China los demás países asiáticos limítrofes de ellas y en situación análoga. En esos países se está acercando cada vez más deprisa, y sin que pueda ser detenido, su 1905, con la diferencia, esencial y gigantesca, de que en 1905 la revolución (al principio al menos) pudo quedar aislada en Rusia, sin penetrar inmediatamente en otros países. Mas la revolución que madura en China y en India se introducirá, porque lo está ya, en la lucha revolucionaria, en el movimiento revolucionario, en la revolución internacional.
El décimo aniversario del diario legal bolchevique, Pravda, nos permite ver claramente un hito en el camino de esa aceleración enorme de la gran revolución
[...] Cuando se fundó la vieja Iskra el año 1900 no trabajaban en ella más que una docena escasa de revolucionarios. Cuando surgió el bolchevismo trabajaban en el periódico, y asistieron al congreso ilegal de Bruselas y Londres de 1903 unos cuarenta revolucionarios [...] en noviembre de 1917 la mayoría del proletariado y del campesinado políticamente consciente estaba con los bolcheviques, bajo la forma de mayoría de los delegados al II Congreso Pan-ruso de los Soviets, y en la de la mayoría de los hombres más activos y más conscientes del pueblo trabajador, el ejército de doce millones existente en la época [...] en estos veinte años la revolución ha empezado y ha llegado a ser una fuerza invencible en países cuya población suma más de mil millones de hombres (todo el Asia, pero sin olvidar, por ejemplo, el África del Sur, que ha presentado hace poco su pretensión de ser hombre y no esclavo [ ... ]).
Y si algunos discípulos de Spengler infieren de ello [...] que la cuenta que acabamos de hacer no incluye entre las fuerzas revolucionarias al proletariado de Europa y América, contestamos: Esos dirigentes «supergeniales» argumentan siempre como si del hecho de que nueve meses tras la concepción se puede esperar el nacimiento del niño resultara inferible también la hora y el minuto del nacimiento y el grado exacto de los dolores y de los peligros superados por el niño y por la madre. «¡Gentes supergeniales!» No pueden entender que, desde el punto de vista del desarrollo de la revolución internacional, el paso del cartismo al servidor de la burguesía Henderson, o de Varlin a Renaudel, o de Wilhelm Liebknecht y Bebel a Südekum, Scheidemann y Noske no es sino el paso de un automóvil desde una calzada lisa y llana de cientos de kilómetros de longitud hasta un charco pequeño, sucio y maloliente, un charco pequeño, de pocos metros.
Los hombres mismos hacen su historia [...] Esta burguesía que ha hecho todo lo que ha podido por dificultar el nacimiento, por decuplicar los peligros y los sufrimientos del poder proletario en Rusia, es todavía capaz de condenar a la tortura y a la muerte a millones y millones de hombres, por medio de guerras civiles y de guerras imperialistas. No debemos olvidado. Hemos de poner hábilmente de acuerdo nuestra táctica con esta particularidad de la actual situación. Por el momento, la burguesía puede seguir impunemente martirizando, torturando y asesinando. Pero no puede detener la victoria definitiva del proletariado revolucionario, inevitable y nada lejana desde el punto de vista de la historia universal." 21

La extensa cita muestra con insólita claridad la grandeza y la limitación del pensamiento de Lenin, el espléndido análisis tendencial del proceso de emancipación del actual «tercer mundo», encuadrado en el marco de la historia universal, y, al mismo tiempo, su impotencia e incapacidad, casi indisimuladas, ante la tarea de llevar a concepto la problemática del proletariado centrooeuropeo y de su revolución. Sólo por eso se resuelve a reconocer aún iniciativa histórica a la burguesía. Y por eso era natural que Lenin combatiera políticamente, por «desviación izquierdista», la estrategia «ofensiva» de las izquierdas del Comintern (desde G. Lukács hasta A. Thalheimer V P. Frolich). Esa concepción partía de los «límites de la espontaneidad» de las acciones de masas, tal como esos límites se habían manifestado prácticamente después de la primera guerra mundial. Partiendo de ese reconocimiento determinaban de un modo nuevo la función y el papel de la vanguardia organizada en el proceso revolucionario: como las leyes naturales de la producción capitalista no rompen por sí mismas en la consciencia de la clase obrera, por el solo efecto de la crisis, el poder íntimo de las relaciones de producción capitalistas, ni se supera, por lo tanto, automáticamente el íntimo menchevismo del proletariado, el partido, como «configuración histórica de la consciencia proletaria de clase» (G. Lukács), tiene que romper, mediante la explicación y las acciones, la «letargia del proletariado». Mediante acciones parciales realizadas por el partido, pero dirigidas al proletariado entero, se agudizará la consciencia de clase, y la acción será un medio de la actividad práctico-crítica del partido que se prepara a luchar por el poder. La influencia de la explicación y de las acciones en la consciencia del proletariado han de preparar a éste para la lucha por el poder. «y ofensiva significa: despertar a las masas proletarias de su letargia mediante la acción autónoma del partido iniciada en el momento adecuado y con consignas adecuadas, separar a las masas proletarias de su dirección menchevique mediante la acción (o sea, organizativamente, y no sólo intelectualmente), cortar el nudo de la crisis ideológica del proletariado con la espada de la acción.» 22

21. Wladimir l. Lenin, Werke, vo!. 33, pp. 335 ss.

Esta teoría, tan incapaz como las demás de indicar las profundas causas histórico-materialistas del «aburguesamiento» del proletariado, había entendido en todo caso una decisiva verdad del marxismo: «La coincidencia de la transformación de las circunstancias y la transformación de la actividad humana, o autotransformación, no se puede captar ni entender racionalmente más que como práctica revolucionaria».23 Esa teoría entendió, por ejemplo, lo que en las actuales condiciones no ha entendido algún «marxista ortodoxo», a saber, que «mayoría» y «minoría» no han de entenderse de un modo estático, sino procesual, como mutables y realizables por la actividad humana, o sea, históricamente.
La catástrofe de la Acción de Marzo en la Alemania central, acción «preparada» de una manera completamente propia de aficionados por el KPD * contra la entrada de las unidades Horsing del ejército en la «Turingia roja», y la subsiguiente pugna con Paul Levi dentro del partido y del Comintern, terminaron muy pronto con las «teorías de la ofensiva». El III Congreso de la Internacional partía en 1921 de una estimación distinta de la situación mundial: el capitalismo se ha consolidado transitoriamente. A ello se añadieron los hechos de Kronstadt, la sublevación revolucionaria de los soldados obreros y campesinos por la democracia de los consejos y contra el dominio del aparato burocrático, la introducción de la Nueva Política Económica, inseparable de esos hechos, la consiguiente recapitalización parcial de la economía y la prohibición de las fracciones en el X Congreso, prohibición entendida primero como medida transitoria, pero que se convirtió pronto en un instrumento permanente de represión y opresión de la democracia interna del partido.

22. Lukács, Internationale (mayo 1921), p. 215.
23. Karl Marx, Thesen über Fetterbach [Tesis sobre Feuerbach], 3, MEW', vol. 3, Berlín, 1962, p. 6 .
*KPD: Kommunistische Partei Deutschland [Partido Comunista de Alemania],

El marxismo que era «teoría del conocimiento de la voluntad revolucionaria», tal como se desarrollaba sobre todo en las Tesis sobre Feuerbach, se convirtió en la Unión Soviética, todavía en tiempos de Lenin, en un mito para la conservación del estado. Lenin había recibido de Marx la acentuación de los momentos dirección y orientación. Los «nuevos funcionarios» tenían que cumplir órdenes, pero con iniciativa: «y una vez que la práctica de la revolución ha llegado a este punto, ambas cosas, teoría y mito, se convierten en un dogma que las condiciones cambiantes no pueden ya alterar. Y en una ideología (heteronomía de los fines) utilizable y utilizada para cualquier objetivo inmediato. Lectura de .la vulgata = herejía; interpretaciones cambiantes = ortodoxia».24
Para llegar a una explicación materialista del «aburguesamiento» (integración) del proletariado en los países capitalistas industrializados de la Europa central hay que analizar en lo esencial dos esferas:

" X Congreso del Partido soviético.
24. Karl Korsch, Buch der Abschaffungell [El libro de las supresiones], Instituto de Historia Social, Amsterdam, manuscrito de 1945, p.9.

a) La teoría del desarrollo de la sociedad capitalista según Marx, y su recepción abreviada por los teóricos y los prácticos del movimiento obrero revolucionario. Metamorfosis del capitalismo.
b) ¿Qué factores presentes en los individuos de la clase proletaria inhiben la formación de una consciencia de clase militante y activista?

Excurso ad a)

Según Marx, la producción capitalista se caracteriza por tres hechos principales:

1. Concentración de los medios de producción en pocas manos, con lo cual dejan de aparecer como propiedad del trabajador inmediato y se transforman por el contrario en potencias sociales de la producción. Aunque al principio como propiedad privada de los capitalistas. Éstos son los trustees de la sociedad burguesa, pero recogen los frutos de esa actividad de confianza.
2. Organización del trabajo mismo, en cuanto social, por cooperación, división del trabajo y vinculación del trabajo con la ciencia de la naturaleza.
El modo de producción capitalista supera por los dos lados, aunque en formas contrapuestas, la propiedad privada y el trabajo privado.

3. Constitución del mercado mundial. La fuerza productiva, gigantesca respecto de la población, que se desarrolla dentro del modo de producción capitalista, y, aunque no en la misma medida, el aumento de los valores de capital (y no sólo de su sustrato material), los cuales crecen mucho más deprisa que la población, entran en contradicción con la base, pequeña respecto de la creciente riqueza, para la cual actúa esa gigantesca fuerza productiva, así como con las condiciones de aplicación de ese creciente capital. De ahí las crisis. 25

Con la organización del crédito (cf. supra) se constituyen empresas por acciones que tienden a separar cada vez más de la posesión del capital el trabajo de gestión de los «dirigentes» (Marx) mercantiles e industriales, o sea, el trabajo de gestión en cuanto función.

Mas como al mero propietario del capital, al capitalista del dinero, se enfrenta el capitalista en funciones, y como con el desarrollo del crédito hasta el mismo capital-dinero asume un carácter social, se concentra en bancos y es prestado por éstos, no por sus propietarios inmediatos, y como, por otra parte, el mero dirigente [cursiva de Dutschke], que no posee el capital por título alguno, ni en parte ni de ningún otro modo, realiza todas las funciones reales propias del capitalista en funciones como tal, queda sólo el funcionario, y el capitalista desaparece, por superfluo, del proceso de producción. 26

Las sociedades por acciones determinan una «gigantesca ampliación de la escala de la producción». Esto no había sido posible para los capitales individuales del pasado. En las sociedades por acciones el capital toma la forma de «capital social» (capital de individuos directamente asociados), «en contraposición con el capital privado, y sus empresas surgen como empresas sociales, en contraposición con las privadas. Esto es la superación del capital como propiedad privada dentro de los límites del modo de producción capitalista mismo».27 Del mismo modo que «el capitalista realmente en funciones» queda sustituido por el «mero dirigente», el «administrador de capital ajeno», así también el antiguo propietario de capitales se convierte en «mero propietario», en «mero capitalista de dinero»:

25. Das Kapital, vol. 3, pp. 295-296.
26. Ibid., p. 424.
27. Ibid., p. 477.

Aunque los dividendos que perciben incluyan el interés más el beneficio de la empresa, o sea, el beneficio total (pues la remuneración de los dirigentes es o debe ser mero salario para un cierto trabajo de tipo calificado, cuyo precio se regula en el mercado de trabajo, como el de cualquier otro trabajo), ese beneficio total se percibe, sin embargo, sólo bajo forma de interés, o sea, como mera gratificación de la propiedad del capital, la cual queda, pues, tan totalmente separada de la función en el proceso real de reproducción como pueda estarlo esta función, en la persona del dirigente, respecto de la propiedad del capital. El beneficio se presenta así [...] como mera apropiación de plustrabajo ajeno, que nace de la transformación de los medios de producción en capital, esto es, de su alienación respecto de los productores reales, de su contraposiición, como propiedad ajena, a todos los individuos realmente activos en la producción, desde el dirigente hasta el último jornalero. En las sociedades por acciones la función se ha separado de la propiedad del capital, y, por lo tanto, también se ha separado completamente el trabajo de la propiedad de los medios de producción y del plustrabajo. 28

Este proceso es para Marx resultado histórico del despliegue sumo del modo de producción capitalista y, por otra parte,

necesario punto de transición para la retransformación del capital en propiedad de los productores [...] como propiedad de ellos en cuanto asociados, como propiedad social inmediata. Y es, por otra parte, un punto de transición hacia la transformación de todas las funciones hasta ahora vinculadas con la propiedad del capital en el proceso de reproducción en meras funciones de los productores asociados, en funciones sociales. 29

Marx ve, efectivamente, en las sociedades por acciones «la superación del modo de producción capitalista dentro del modo de producción capitalista mismo»,30 y las entiende como «mero punto de transición» hacia una nueva forma social de la producción. Esta «contradicción que se supera a sí misma» provoca en determinadas esferas el «monopolio»,

y exige por lo tanto la intervención del estado.
Esta contradicción reproduce una aristocracia financiera, una nueva especie de parásitos, en las figuras de los proyectistas, fundadores, directores meramente nominales, y todo un sistema de estafa y engaño respecto a fundaciones, entrega de títulos y tráfico con ellos. Es una producción privada sin los controles de la propiedad privada. 31

Lukács, que, junto con Lenin, ha sido el autor que más ha luchado en los años veinte por una recepción radical de Marx, recoge en Geschichte und Klassenbewussstsein [Historia y consciencia de clase] 32 la exposición de la sociedad por acciones como «superación del modo de producción capitalista dentro del modo de producción capitalista mismo», pero no se la toma muy en serio, ni ve transformaciones de importancia en el proceso material de producción y reproducción de la sociedad capitalista. Ni Lenin ni Lukács atienden al problema de la intervención del estado en el proceso económico-social. Mas precisamente esos dos fenómenos nuevos recogidos sólo fragmentaria o alusivamente en la obra de Marx habrían tenido que ser los puntos de inserción de la ciencia revolucionaria, problematizando las alteraciones sociológico-clasistas dimanantes de las modificaciones ocurridas y en curso en la producción material. Sólo así habría sido posible una teoría histórico-materialista de la transformación revolucionaria adecuada para la época de la crisis posterior a la primera guerra mundial. El acrítico atenerse a las «formulas comprobadas» de los clásicos degradó la lucha revolucionaria, rebajándola al nivel de la práctica sin conceptos o del activismo ciego.

29. Ibid., p. 478.
30. Ibid., p. 479.
31. Ibid., pp. 479-480.
32. Berlín, 1923.

Excurso: Las metamorfosis del capitalismo

La contradicción fundamental del período capitalista de formación analizado por Marx (cf. supra) consistía en que el modo de producción, socialmente mediado, implicaba una apropiación no social, sino privada y basada en la separación del capital y el trabajo asalariado. Organización y planificación en la empresa individual, anarquía en el conjunto de la sociedad.
Esta contradicción cobra formas múltiples en el proceso de desarrollo contradictorio e irregular del Capital. La tendencia al despliegue ilimitado de las fuerzas productivas y a una limitación de las necesidades de aplicación del capital constituyen la tendencia básica de la contradicción capitalista fundamental en una forma específica de cada caso.
El capitalismo se adapta (1º) al crecimiento cuantitativo y cualitativo, siempre históricamente determinado, de las fuerzas productivas, y (2°) al nivel en cada caso alcanzado por la pugna social.
El rápido desarrollo del capitalismo por la aceleración del proceso técnico y la ampliación del espacio capitalista produjo una intensificación enorme de la productividad social. Surgieron enteras ramas industriales nuevas, que crearon nuevas necesidades, etc. El mismo proceso industrial de producción queda sometido, desde Taylor y Ford, a alteraciones cualitativas (análisis del trabajo, planteamiento científico de la disminución de costes, normalización, standardización, control del mercado, estadística social, etc.). En lugar de la concurrencia entre los capitalistas privados aparecen los acuerdos de los propietarios de las sociedades para repartirse el mercado. Por detrás de todo eso se encuentra en el capitalismo la tendencia a la socialización, y también se expresa en ello una forma más consciente de la conexión social entre los productores. Tipos crecientes de plustrabajo y un aumento absoluto de la población activa provocan el aumento de la masa de la plusvalía: productividad creciente del trabajo, dicho de otra manera. Esta masa de plusvalía queda disponible para el proceso de acumulación. La acumulación tiene como barreras concretas la capacidad de producción y la proporcionalidad. El capital dispuesto para la acumulación entra en contradicción con esas condiciones; entonces intenta superar las barreras mediante el progreso técnico, mediante necesidades artificialmente producidas, mediante la exportación de capital, la penetración en nuevos territorios, etc. El hambre permanente de posibilidades de aplicación es el motor del desarrollo capitalista. En la medida en que se hace cada vez más difícil la ampliación del campo exterior de la producción capitalista -pues ya se ha terminado el reparto del mundo-, el progreso técnico se convierte progresivamente en motor decisivo de la acumulación. Pero también en este punto hay, desde luego, límites inmanentes. Cada vez son menos las ramas de la producción que no están completamente industrializadas (agricultura).
En cierto sentido se puede decir que son industrias nuevas enteras las que van convirtiéndose sucesivamente en portadoras determinantes del proceso de acumulación.
Frente a estas nuevas industrias se encuentran, en número creciente, otras ya saturadas de capital, incapaces de ulterior acumulación. La parte, generalmente grande, del capital fijo en estas industrias las hace necesitadas de apoyo durante el período de desmantelamiento. El impulso en el sentido de la intervención de medidas estatales procede precisamente de esas ramas de la producción que se encuentran en peligro. Las ramas de la economía que son ya incapaces de acumulación expresan los pesos muertos de la sociedad capitalista, indican las limitaciones objetivas de la acumulación, y obstaculizan, por otra parte, el desarrollo total «liso». El despliegue de una productividad creciente del trabajo sobre la base del progreso técnico produce un aumento constante del fondo de acumulación. Las limitadas posibilidades de aplicación del capital y las limitaciones, cada vez más difícilmente superables, de la acumulación tienen por consecuencia necesaria las más varias formas de destrucción de capital. El aumento de la destrucción de capital física (desmantelamientos, destrucción de reservas y depósitos, guerras) y funcional (toda aplicación de capital para fines improductivos, el aumento de los gastos públicos improductivos, etc.) indica la «ultramadurez» del sistema. El enorme aumento de los faux frais, los costes perdidos de la producción capitalista, expresa la totalidad de la destrucción de capital. La diferencia entre el despliegue tecnológicamente posible de las fuerzas productivas sociales, o gigantesco aumento de la productividad del trabajo, y su real incremento es cada vez mayor. Con eso se aumenta también la tensión entre el nivel de vida que sería posible con una supresión completa de las cadenas capitalistas y el nivel de vida existente de hecho. «El fundamento último de todas las crisis reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas, frente al impulso de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si su único límite fuera la capacidad absoluta de consumo de la sociedad.» 33 Esta «crisis real» se impuso realmente entre 1929 y 1934 en forma de crisis económica mundial. En ella fracasó el estado parlamentario, aquella gran «bolsa de intereses» (Sering) en la cual las diversas clases -pugnaban por compromisos. Esa negociación política tuvo siempre carácter de resultante. Por la mediación del estado la distribución del producto social no procedía ya de un modo directo según la fuerza económica de los varios grupos. La distribución se politizó según principios de dominio político; los grupos recibían una «gratificación» concorde con su peso político-social. Pero en la crisis disminuyó la capacidad de acción de todas las clases en la medida en que retrocedía la producción. Aumentó muy de prisa el paro, signo estructural del capitalismo en la época de las capacidades sin utilizar; aumentó también la extrañación humana entre los «con trabajo» y los «parados». De ello sufrió mucho la solidaridad de intereses de los proletarios. Se perdió la unidad de la clase obrera, antes de entonces visible materialmente en el destino de sus diversas capas. De la creciente mecanización del proceso de producción se sigue en la lógica del capital una reducción del número de trabajadores ocupados en la producción: en vez de suprimir el trabajo, el capitalismo suprime trabajadores. Los que estaban parados mucho tiempo llegaron a distinguirse de los con trabajo en su consciencia y en su vida. Trabajo y miseria formaban antes una unidad en el concepto y en la realidad del proletariado que consideró Marx. Tras la primera guerra mundial no se volvió a dar en la Europa central esa unidad subversiva y explosiva. Ya en la Acción de Marzo antes citada se manifestó la «lucha fratricida» entre parados y obreros con trabajo, la cual se agudizaría mucho más en la segunda mitad de la década del veinte. Infierno era ya no la vida de los «productivos», sino la de los sin trabajo. Éstos eran los que más urgentemente necesitaban la subversión del sistema. Pero no tenían la formación ni la capacidad de organización características del proletariado alemán anterior a la primera guerra mundial. La falta de comprensión de la teoría se pudo sustituir transitoriamente mediante «concepciones del mundo». Y este «dúplice» modo de existencia histórica del proletariado alemán se expresó en los años veinte, entre otras cosas, por la existencia de dos partidos obreros. Su lucha recíproca, que culminó con la fórmula de «socialfascismo de la socialdemocracia», acuñada por los comunistas, consumó la impotencia del movimiento obrero alemán. La victoria del fascismo no tenía ningún momento de necesidad, pero fue perfectamente posible porque el movimiento obrero resultó incapaz de orientar de un modo socialista revolucionario la prolongada crisis. Fue, por el contrario, el movimiento obrero el que se convirtió en objeto de la crisis, y con ello quedó expedito el camino para el fascismo.
La «teoría» de los partidos comunista y socialdemócrata no recogió tampoco en la estrategia socialista las alteraciones sociológico-clasistas manifiestas por las «metamorfosis del capitalismo», sino que siguió confiando en los viejos esquemas.
Los obreros en paro estructural, junto con las clases pasivas, eran capas completamente afuncionales que expresaban la creciente proporción de «improductivos» en la población. Por esta vía discurría ya desde hacía tiempo una parte considerable de la destrucción funcional de capitales. Aún más intensamente aumentaron el aparato administrativo y el militar, con la constitución de artificiales capas de funcionarios que destruyeron la creciente masa fiscal reunida por el estado. Los funcionarios y los militares son grupos improductivos y parasitarios que, como organizaciones de la violencia de la clase dominante, han de ser rápidamente disueltos y derrotados en la transformación revolucionaria.
A la nueva estratificación de la clase obrera misma se añade el que, a consecuencia de la mecanización del proceso de trabajo, va a disminuir inevitablemente, como ya se ha indicado, la proporción e intervención de los trabajadores calificados. Pero aumenta en cambio la imprescindibilidad de la capa, relativamente estrecha, de la intelectualidad de la producción, de la intelectualidad técnica y económica, en el proceso social de reproducción. Una estrategia revolucionaria para los países capitalistas muy desarrollados no puede hacer abstracción de esa capa, pues en ella tienen que formarse los especialistas revolucionarios que entiendan prácticamente la dirección central de la economía y el despliegue de la iniciativa de las masas no como una contraposición de términos excluyentes, sino como la unidad dialéctica del proceso socialista de transformación.
Durante la crisis económica mundial muchos países se encontraron de nuevo al borde de la revolución. Entonces quedó claro que el capitalismo no dominaba la situación con los normales medios para la superación de crisis económicas. Por primera vez se introdujo sistemática e internacionalmente el intervencionismo esta· tal como arma decisiva para la superación de la crisis. Se trata de un saneamiento sobre la base de las relaciones de propiedad dadas. Las ramas de la producción que son concurrenciales en las condiciones dominantes pueden luchar por ampliar su campo de explotación. Este constante fenómeno concomitante del capitalismo cobra, empero, una novedad cualitativa por el hecho de que ahora predomina la aplicación de métodos políticos para sostener relaciones y situaciones de propiedad y de producción que están históricamente superadas desde el mismo punto de vista de un cálculo capitalista racional. La explicación de este fenómeno se encuentra en la circunstancia de que partes social y políticamente decisivas del capitalismo no pueden ya mantener por vías progresivas su posición económico-social y se han hecho, por lo tanto, reaccionarias. Las ramas de la producción que todavía son capaces de acumulación no tienen ni la fuerza ni los medios necesarios para imponerse políticamente contra el aparato socio-estatal y contra las ramas de la producción que dependen de su ayuda. Desde luego que los «pesos muertos económicos» (Sering) de las industrias incapaces de acumulación son plomo en las alas de las industrias aún capaces de ella. Pero éstas no tienen más remedio que recorrer también el camino estatista que ha emprendido el estado. Llamaremos estatismo a la totalidad de las regulaciones estatales de la economía. La finalidad del estatismo no es la estatificación de los medios de producción, sino la dirección estatal del capitalismo privado.
El análisis abstracto tiene como tarea el identificar la orientación básica general del capitalismo internacional en cuanto tal y en general. Pero esa abstracción no nos puede decir nada acerca del momento preciso o el ritmo de elaboración del estatismo, ni tampoco nada acerca de su realizabilidad en circunstancias históricas concretas. De todos modos, los límites de ese proceso son bastante estrechos en la realidad social. La relación de capital va cayendo en contradicción con las fuerzas productivas en un número cada vez mayor de terrenos, y aquellas fuerzas no se pueden ya desarrollar más que al precio de su autodestrucción. La mutación de las fuerzas productivas que han de liberar al hombre de innecesario trabajo en unas fuerzas destructivas que amenazan al hombre como especie era y es condición de la posibilidad de la intervención históricamente importante de las masas en la historia. Las leyes naturales de la producción capitalista analizadas por Marx no incluían aún la función dúplice sistemática del estado como regulador económico-político y como actividad directamente económica del «sector público». La organización social del capital crece de forma contradictoria.
La necesidad de la regulación social global, forzada por el constante crecimiento de la masa total de la actividad económica del estado, elimina en parte la anarquía de la producción capitalista. Las nuevas tendencias, antes indicadas, de la dinámica de las clases se acentuaron aún más por la nueva determinación funcional del estado. El sujeto revolucionario del período capitalista de formación había sido corroído por el fracaso del movimiento obrero y por la práctica histórica del capital. Mas, ¿qué apareció en su lugar?

Excurso ad b)

El psicoanálisis, en cuanto doctrina de las consecuencias de la renuncia al instinto, desenmascaró la familia e indicó en ella el lugar de la pugna con el representante del dominio, con el padre en cuanto representante también del principio del rendimiento dominante en la sociedad. En compensación de la renuncia al instinto, se promete a los hijos, particularmente a los varones, la sucesión del padre, y el llegar a ser a su vez representantes de la estructura de rendimiento de la sociedad.
Ya en época precapitalista tuvo el individuo que hacerse violencia. Para poder soportar física y psíquicamente el proceso de la acumulación primitiva de capital, el individuo tuvo que imponerse conscientemente inhibiciones que antes, originariamente, procedían de fuera, de la naturaleza. La Reforma secularizó las normas religiosamente asimiladas, traspuso la instancia inhibidora de los instintos: de la Iglesia a la consciencia propia. La dialéctica de la utilidad y la razón caracteriza la situación de las masas oprimidas. La razón es en la sociedad de clases la razón de la clase dominante, que se orienta por el dominio y el beneficio y tiene que convencer a los oprimidos de que hay armonía entre el individuo y el todo. Pero los oprimidos quedaban excluidos de esa universalidad, y su renuncia al instinto se producía por la fuerza. Hoy siguen siendo seres sociales determinados y fabricados por la violencia, y siguen constituyendo la base de la dictadura de minorías sobre las masas.

La renovación religiosa puso al hombre en condiciones de subordinar su vida inmediata a fines lejanos. Las masas se han alejado de la infantil entrega al instante y se han educado en la consideración objetiva, la consecuencia tenaz y el entendimiento práctico. Con ello no sólo han robustecido al hombre en su resistencia al destino, sino que, además, le han hecho capaz de desprenderse a veces de la intrincación de su vida y levantarse, en la contemplación, por encima de su interés propio y de su utilidad. Pero esas pausas contemplativas no han alterado en nada el hecho de que los fines de lo existente arraigan con profundidad cada vez mayor. 34

La «libre servidumbre» de los hombres, imprescindible para la formación y aún más para el modo de existencia de la sociedad burguesa, es en última instancia la forma de la autoconservación «adecuada a la realidad». Esta estructura básica autoritaria es aprovechable desde un punto de vista capitalista, pues de ella no puede esperarse una pugna revolucionaria contra las estructuras existentes.
En la transición del capitalismo concurrencial al monopolista, nutridas capas burguesas pierden la conexión armoniosa entre la vida individual y un orden general y dador de sentido. Expresión histórica de esta ruptura es la ciega entrega de las masas autoritariamente gobernadas a las irracionalidades más brutales. Con la formación de gigantescos monopolios que levantaron una «immpenetrable selva virgen», junto con los gobiernos, entre ellos y los dominados se produjo la posibilidad de una planificación amplia, por un lado, y, por otro, la de guerras mundiales de aniquilación entre los monopolios a costa de las masas. En estas condiciones lo único que hace falta para mantener el statu quo social es una rígida disposición de la jerarquía social de arriba a abajo. Ahora ya coinciden más o menos plenamente la autoconservación de la sociedad burguesa con la «destrucción de lo humano».

34. Marx Horkheimer, Vernunft und Selbsterhaltung [Razón y autoconservación], 1942, pp. 32·33.

Las grandes perspectivas doctrinales de la filosofía idealista acerca de la autonomía del individuo no pudieron sobrevivir al desarrollo industrial en forma capitalista. La decadencia de la razón, la totalización de la irracionalidad en la producción de las fuerzas destructivas y la disolución del individuo y de su despliegue autónomo son procesos paralelos. Bajo el dominio de los monopolios el individuo está siempre condenado a corto plazo. Siempre ha de estar vigilante y dispuesto, a punto de saltar, «sin escuchar la lengua más que como información, orientación o instrucciones, sin suelo y sin historia».35 También se disipa la consciencia de la servidumbre. La impotencia del individuo por un lado y la gigantesca potencia del capital por otro dificultan mucho al hombre el reconocer siquiera el fundamento de su miseria. «La ideología se encuentra ya en la disposición de los mismos hombres, en su reducción espiritual, en su estar remitidos al grupo. No viven cosa alguna sino a la luz del convencional sistema de conceptos de la sociedad.» 36 La cosificación de los hombres no es tanta que carezcan totalmente de una roedora consciencia de la falsedad y la inhumanidad de la sociedad existente.
«Por mutilados que todos estén, pueden notar durante un instante que el mundo racionalizado bajo la constricción del dominio podría liberarlos de la autoconservación que hoy todavía contrapone unos a otros. El terror, ayudando a la razón, es al mismo tiempo el último medio para detenerlos; tan cerca ha llegado la verdad.» 37

35. Ibid., p. 40.
36. Ibid., p. 58.

El terror cínico y brutal del fascismo tenía. que impedir a las masas asalariadas que destruyeran por fin la relación capitalista, superflua ya desde hacía tanto tiempo. Tras la derrota externa del fascismo internacional, particularmente del alemán, empezó, luego de la segunda guerra mundial, una reproducción de las antinomias de la sociedad burguesa, pero con experiencias fascistas.

El rascacielos.
Un corte longitudinal por la estructura social del presente tendrá que presentar más o menos lo que sigue:
a) Los magnates de los trusts, combatiéndose según sus grupos;
b) los pequeños magnates, los terratenientes, el equipo de los colaboradores principales;
c) los miembros de profesiones liberales, los empleados, los agentes políticos, los mili tares y los ca catedráticos, los ingenieros, los jefes de oficina y las mecanógrafas;
d) los restos de la existencia autónoma: artesanos, campesinos;
e) el proletariado: la «aristocracia obrera», los no calificados, los que durante mucho tiempo no ganan nada, los pobres, los viejos, los enfermos, los que trabajan;
f) el verdadero fundamento de la miseria sobre el cual se levanta este edificio: los territorios coloniales y semicoloniales;
g) [...] el sufrimiento indescriptible, inimaginable, de los animales, el infierno de los animales en la sociedad humana."

37. Ibid., p. 59.
38. Según Heinrich Regius, Diimmerung. Notizen il1 Deutschland [Ocaso. Apuntes en Alemania], Zurich, 1934, pp. 132-133.

Con la limitación tendencial de las posibilidades de compensar las barreras de la acumulación de capital mediante la capitalización de espacios no capitalizados -los actuales «países en desarrollo»-, con el consiguiente aumento de la aniquilación de capitales mediante el armamento, la creación y la hinchazón artificiales de gigantescos aparatos administrativos y burocráticos, con el paro estructural, las capacidades inutilizadas, la publicidad orientada a fines de dominio, etc., o sea, con el crecimiento de los «costes muertos» sociales, aparecieron en los estados capitalistas desarrollados, ya por los años treinta, nuevos fenómenos de la dinámica antagónica entre la burguesía y el proletariado (cf. supra).
El proceso de creciente aniquilación funcional de capital, orientado de modo primario por las necesidades de dominio, según se ha descrito antes (como sistema de subvenciones a las ramas industriales necesitadas de apoyo, regulación estatal de grandes partes de la producción y la distribución) contribuyó a sustituir la polarización de las dos clases principales de la sociedad, peligrosa para el sistema, por un dispositivo de concesiones de los dominantes a los dominados, y a consumar en lo esencial la integración de la clase obrera en el marco de la sociedad dominante.
Por eso no puede sorprender que durante los años cuarenta se produjera un desplazamiento importante del centro revolucionario del mundo.
Por los días de la toma fascista del poder en Alemania, los ejércitos de liberación de los campesinos chinos, organizados en soviets, intentaban hacer frente a la «Cuarta campaña de aniquilación» lanzada por Chang Kai-chek con nuevos métodos militares o, más precisamente, con un nuevo método de guerra: con la guerra popular revolucionaria, la duradera guerra de guerrillas de partes cada vez mayores de la población politizada y por politizar del país contra los invasores extranjeros o contra oligarquías indígenas.
Esta forma de lucha nacional de liberación, entendida como parte del movimiento internacional de liberación, no se puede separar del nivel alcanzado por el desarrollo mundial de las fuerzas productivas, del movimiento total del capital, ya incapaz de instalarse en donde quisiera y de convertir el mundo entero en un productor de plusvalía.
Con ello quedaba dada para los revolucionarios, para los pueblos, la posibilidad histórica de empezar la lucha emancipadora por la autodeterminación nacional, por la eliminación de la miseria de las masas, por la superación de la dependencia en sus más diversas formas, la posibilidad de no esperar ya más, sino hacer ya en esas condiciones, consciente y voluntariamente, su propia historia, convertirse en sujeto del acaecer histórico.

DEL ANTISEMITISMO AL ANTICOMUNISMO

Fromm considera que el Yo reprimido por el Ello y por el Super-Yo, impotente y temeroso, es el presupuesto de la actitud ambivalente, sadomasoquista, de la personalidad autoritaria. Su represión acarrea mistificaciones constantemente renovadas de la realidad y conflictos neuróticos, se expresa como comportamiento rebelde o devoto respecto de los poderosos, como odio sádico a los débiles y en la falta de todo valor cívico. Para mantener acallados sus sentimientos de angustia y culpa y conseguir, al menos, una identidad temporal, el autoritario se identifica con el estado, con el caudillo, con la nación, etc. De este modo puede el pequeño burgués refrenar su terror y sentirse arropado y protegido en la autoridad.
En The Authoritarian Personality,39 la investigación sociopsicológica de Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford, se esbozan los siguientes síntomas de la personalidad autoritaria:

1. Convencionalismo (rigidez de la actitud moral, etcétera). 2. Sumisión a las autoridades morales idealizadas del in-group (a pesar, o incluso a causa, de la profunda ambivalencia respecto de autoridades). 3. Hostilidad contra personas que choquen con los valores convencionales (las personas cargadas de prejuicios quieren contarse entre los «bienpensantes» y «justos»). 4. Recusación de lo subjetivo, lo imaginativo, lo blando. 5. Superstición y estereotipia. 6. Interés predominante por el aspecto de poder en las relaciones humanas, y acentuación de la «virilidad». 7. Proyectividad. Y 8. Acentuación de lo sexual.

Esta base psicológica del fascismo no quedó superada por la derrota externa del fascismo en Alemania, sino que se pudo conservar, sin alteración esencial, en el anticomunismo.
La destrucción de los viejos cuadros revolucionarios del movimiento obrero por el fascismo y el stalinismo explica que pudiera resultar tan fácil y rápida la integración de las masas asalariadas en el anticomunismo, la «ideología» del período de la «guerra fría». De nuevo había en las masas un estado de ánimo sordo -mediado por la guerra- anticapitalista (y antistalinista). Pero de nuevo también fracasaron los jefes socialistas revolucionarios, o en esta ocasión no los hubo. Así resultó fácil para los burócratas stalinistas, dirigidos desde fuera, y para las marionetas del capital y del dominio de la clase burguesa, teledirigidas por dentro, hacerse con las masas mediante concesiones, manipulaciones y represión directa. El socialismo revolucionario alemán desapareció históricamente de la escena política, para no volver a ser realidad histórica hasta unos veinte años después, en algunos sectores del estudiantado, en algunas fracciones de los asalariados de la industria y la administración y en algunos reducidos grupos de estudiantes de enseñanza media. La teoría marxista se individualizó y perdió así su núcleo subversivo. La concepción de la organización como academia en la cual los revolucionarios universales se forman omnilateral y creadora mente y se encuentran en interacción permanente con la práctica revolucionaria se disipó en el reino de las nieblas utópicas.
En los acuerdos de Yalta y de Potsdam los aliados antifascistas se habían puesto de acuerdo a costa de los estados fascistas. El occidente democrático-capitalista y la Unión Soviética, de aspiración socialista, ampliaron sus esferas de influencia de mutuo acuerdo. Pero los intereses comunes a corto plazo dejaron muy pronto paso a las fundamentales diferencias estructurales. La «guerra fría» empezó ya en 1947, cuando la doctrina Truman del anticomunismo se convirtió en línea maestra de la política exterior norteamericana. La «política de contención» de la oligarquía americana del poder condujo también muy pronto a la formación de los sistemas militares OTAN, CENTO y SEATO. Cuando en agosto de 1953 se tuvo la explosión de la primera bomba de hidrógeno soviética, sólo un año después de la americana, la histeria anticomunista entendió el acontecimiento como un «sabotaje». Se reforzó el maccarthismo, la «caza de brujas» dirigida contra todos los que no colaboraran en el anticomunismo.
Al alcanzar el «empate atómico», la Unión Soviética no podía ya ser objeto del chantaje de la «gran bomba».
El «discurso secreto» de Jruschov en el XX Conngreso del PCUS -Stalin había muerto en 1953- abre una nueva fase de la política internacional. El levantamiento anticapitalista y antistalinista de los húngaros no acarreó un choque militar de las grandes potencias. La URSS y los EE.UU. no podían ya enfrentarse militarmente, aunque sí controlarse recíprocamente. Es importante observar a este respecto que el anticomunismo militante estaba muerto desde antes de nacer. Ni el 17 de junio de 1953 en Berlín-este y en la RDA ni en octubre de 1956 en Hungría se le autorizó a ser militante. Ni siquiera el 13 de agosto de 1961 cobró esta ideología un poco de contenido real; y eso es precisamente lo que hace de ella ideología plena.
Este período no dio perspectiva a los pocos socialistas organizados en el SPD o fuera de él, o en el SDS. Fue un período no comprendido, de mera frustración. No parecía dado aún un ámbito de movimiento para la propia práctica, más allá del capitalismo y del stalinismo. El proceso de reconstrucción del capitalismo en la Alemania occidental fue entonces interpretado por la mayoría de los socialistas como una cosa sorprendente, y por muchos como prueba definitiva de la organicidad a prueba de crisis del sistema del capitalismo tardío. De ahí nació la resignada teoría de la «sociedad cerrada», impenetrable en todos sus puntos y capaz de asimilarse a todo. Réplica a esa tesis fue característicamente la teoría que hacía de la RDA «la verdadera patria de los socialistas alemanes».
Durante todo este período comprendido entre 1945 y 1965 -que fue para la RFA un período entero de restauración sistemática, pero también una fase de desmistificación de las pequeñas fuerzas de pseudo-oposición de los partidos, las instituciones y las pugnas en el parlamento- se desarrollaron fuera de Europa, como lo había «anunciado» Lenin en su artículo sobre Pravda acontecimientos de importancia extraordinaria para la transformación revolucionaria del mundo: «Al irse terminando la segunda guerra mundial, el principal problema político suelto era la cuestión colonial. Si el occidente hubiera intentado perpetuar el statu quo del colonialismo, habría habido inevitablemente revoluciones violentas, y una derrota también inevitable. La única política prometedora de éxito tenía que consistir en dar a los más progresados de entre esos 700 millones una independencia pacífica».40 El ejemplo de las Filipinas puede ilustrar la solución: «El 4 de julio de 1946 los Estados Unidos nos van a hacer una jugada descomunal. Ese señalado día el Tío Sam, con sus maneras honradas y todo sinceridad, declarará libre e independiente a nuestro país, entre marchas militares, desfiles y discursos. Con este gran gesto los Estados Unidos de Norteamérica darán un ejemplo de fabuloso chantaje».41 Poco después ocurrían cosas como ésta: «Unidades de la policía militar filipina dispararon hoy de 100 a 150 granadas de gran calibre, así como una gran cantidad de descargas de ametralladora, contra un terreno situado a unas doce millas en el cual se sospecha la existencia de campamentos de los huks rebeldes».42 Miles de huks fueron asesinados durante los años siguientes para destruir el brazo guerrillero del frente de liberación. Durante algunos años fue así posible reprimir la lucha. Pero hoy, a los veinte años, la nueva generación huk domina de nuevo grandes zonas del país, se extiende la lucha y el títere gobernante exige a los Estados Unidos más apoyo militar, con objeto de evitar el Vietnam de los años setenta...
Pocos meses después de la declaración de la independencia filipina empezó en Madagascar una sublevación contra el colonialismo francés. Fue aplastado de un modo siniestramente sangriento. Unos 80.000 malgaches fueron muertos. Ni la Unión Soviética, ni la ONU ni la «opinión pública mundial» atendieron por entonces a aquellos hechos.
Durante los años cuarenta sólo las masas chinas consiguieron pasar del reino de la explotación imperialista al reino de la pobreza socialista, punto de partida de una real satisfacción de las necesidades de las masas en China.

40. A. DulIes, War 01' Peace, Nueva York, 1957, p. 76.
41. The Philippine Press, Manila (1 abril 1946).
42. AP, Manila (3 diciembre 1946).

La fórmula de la independencia de los territorios coloniales se llenó muy pronto con el inmutado contenido de la dependencia política y la explotación económica. El capitalismo, debilitado por la guerra, necesitaba grandes masas de capital para su reconstrucción: «Entre 1945 y 1951», ha escrito Pau1 Batan en The Political Ecoonomy of Growth, «las colonias inglesas se vieron obligadas, bajo innumerables pretextos, a acumular no menos de mil millones de libras esterlinas [...] esa suma constituyó la exportación de capital colonial a Inglaterra». Las colonias, o los nuevos países independientes del tercer mundo, que habrían necesitado esas sumas de miles de millones para la construcción rápida de una industria que satisficiera las necesidades de las masas, siguieron siendo explotados por las «leyes naturales» del mercado mundial, determinadas en parte sustancial por las giant-corporations, que hundieron los precios de la mayoría de las materias primas.
La situación de miseria, acentuada por el intenso aumento de la población y que el capitalismo, estancado o decadente, no podía ya superar, produjo convulsiones violentas cada vez más frecuentes: «Los EE.UU. están hoy inextricablemente mezclados en esas duras luchas -China, Corea, Japón, Malasia (Filipinas, Indonesia holandesa, Malaya británica, Indochina francesa), Siam, Birmania e India- y aún se hundirán más en ellas en un futuro próximo. No hay duda de que tomarán sus posiciones y desarrollarán su variante característica de esta nueva forma de imperialismo».43 Lo peculiar de esta nueva forma de imperialismo consiste en que no ha de ser entendido de un modo primariamente económico. No hay duda de que las baratas materias primas siguen siendo hoy importantes y rentables, pero no son ya el centro del fenómeno imperialista. La nueva forma del imperialismo se caracteriza por el hecho de que se apoya en «gobiernos amigos, títeres, quislings y colaboradores de todo tipo, incluidos algunos tipos de supuestos movimientos de resistencia».44
En el capitalismo decadente -lo que quiere decir, objetivamente, desde finales de la primera guerra mundial y, subjetivamente, desde la instauración de la dictadura del proletariado en la Unión Soviética bajo la forma de dictadura de la vanguardia- empieza a disminuir esencialmente la importancia de la exportación de capitales. La cosa no puede asombrar, porque en la época de las crisis políticas y económicas más graves no se puede prestar capital si no es con la mayor cautela. A eso se añade que los países que han aumentado ya los gastos de armamento hasta el máximo tienen cada vez menos posibilidades de utilizar para fines de exportación un exceso de capitales, pues esos sobrantes se consumen precisamente en la preparación de una guerra moderna.
En el lugar de la exportación de capitales apareció ya durante los años veinte y treinta la comprensión de la necesidad de ampliar y explotar fuentes de materias primas y de sustancias energéticas (combustibles). La moderna industria de guerra consume reservas gigantescas de materias primas, y ese consumo aumenta aún en la medida en que se agudiza el peligro bélico.
Las fricciones entre los estados exigen «medidas estratégicas» y «dispositivos estratégicos» para anticiparse al enemigo potencial, para conseguir territorios nuevos, ocupar puntos de importancia estratégica que permitan tener una posición de partida favorable en caso de guerra. Impera la lógica de la máquina de guerra. La carrera de armamentos y los choques militares son «consecuencias plenamente normales» de ese desarrollo.
El período de decadencia del capitalismo es un período de crisis permanente del sistema capitalista; sólo la acción revolucionaria consciente de las masas que hayan llegado a la mayoría de edad política puede impedir la crisis, la guerra potencial, etc. Al terminarse la segunda guerra mundial nos encontramos ya, pues, en el terreno de la crisis permanente del sistema, pero ésta no sólo estaba sin superar, sino que además no era aún perceptible.
Empezamos a estudiar todos estos conocimientos acerca de los mecanismos y los diversos estadios del imperialismo en la época en que el problema del Congo y el del Vietnam ofrecieron dos ejemplos perceptibles y hasta manifiestos de la práctica de la contrarrevolución internacional.
El estudio de cuestiones internacionales era resultado de nuestra contradictoria situación. Ninguno de nosotros apreciaba la muralla de Berlín, sólo unos pocos admitían que la RDA y el SED fueran realmente socialistas, pero casi todos odiábamos la hipócrita «república» adenaueriana, la duplicidad del SPD y la traición de la CDU a la reunificación alemana. Mas en nuestra propia realidad no veíamos posibilidad alguna de una práctica política con sentido. Los bienintencionados intentos de hacerse con un «suelo de izquierda» en el SPD o en los sindicatos fracasaron todos. Incluso los más de nosotros mismos estábamos presos en las ilusiones del «eterno milaagro económico». La impotencia y la frecuente irritación por las frustraciones que sufrían eran probablemente las características determinantes de los pocos socialistas que había entonces, dentro y fuera del SDS. Miembros del SDS eran a comienzos de los años sesenta principalmente los estudiantes de sociología o de filosofía que al ambientarse así esperaban asimilar mejor el «marxismo de seminario» practicado entonces por el SDS y por el profesor Lieber en su cátedra. A eso se añadió el que en 1964 y 1965 se produjo una especie de división represiva del trabajo entre el SDS de Berlín-oeste y el Club Argument, teoría estetízante frente a artesanía sin conceptos.
Entre esos dos grupos y en colaboración con ellos se encontraba la sección berlinesa de la Acción Subversiva, que hasta la primavera de 1965 no se fusionó con el SDS.
De las filas de ese grupo, la Acción Subversiva, proceden probablemente las primeras afirmaciones acerca de la función revolucionaria del «mundo colonial»:

«El principal factor de la desintegración del sistema capitalista es la disolución de los vínculos entre los estados imperialistas y sus numerosas colonias» (Bujarin. en 1921). Si en tiempos de Bujarin era ya rudimentariamente visible ese hecho, hoy, para nosotros, resulta la evidencia misma. Las sublevaciones nacionales, los levantamientos anticolonialistas, en resolución, las guerras de liberación nacional obligaron en la mayoría de los Casos a los antiguos señores coloniales a abandonar el dominio visible [...] queda todavía la fuerza económica disimulada, que sigue manteniendo en dependencia a los nuevos estados. 45

Esas proposiciones eran puramente teoréticas, pues nacían en la «baja marea» revolucionaria que era el contexto berlinés; allí había que profundizar el análisis teórico de la presente sociedad mundial. La recepción subversiva de la política internacional en Berlín, particularmente la recepción de la problemática de los países del tercer mundo, fue posible por la comprensión del carácter .mundial de la pugna entre el trabajo asalariado y. el capital, aunque no se hubiera encontrado en el propio ambiente el lugar adecuado y efectivo para el trabajo político de emancipación. A ello se añadió la existencia de un círculo de trabajo internacional, en el cual estudiantes latinoamericanos estudiantes y obreros alemanes de izquierdas, estudiaron juntos los «clásicos» y las publicaciones más recientes de la teoría crítica y del marxismo. En ese seminario oímos por vez primera, a fines de 1964, una ponencia acerca de Frantz Fanon, mucho antes de que apareciera extractado en el Kursbuch, nº2. Aquellos extraordinarios camaradas que hoy están luchando en América Latina por la emancipación de sus pueblos se encontraron también en cabeza de la primera manifestación masiva de la izquierda, fuera de los partidos, desde la segunda guerra mundial. El 18 de diciembre de 1964 el primer ministro congoleño Moisés Chombé, responsable del asesinato del revolucionario africano más destacado, Patricio Lumumba, visitó Berlín occidental. Ya había realizado lo que importaba, negociaciones· sobre la participación de trusts alemanes occidentales en el negocio de Katanga, y ahora había que cumplir rápidamente con el ritual pangermánico, la visita relámpago al «Willy de Berlín» y a la muralla.

45. Altschlag [Cartel], periódico de un grupo de estudiantes berlineses (julio 1964).

No nos habíamos preparado para la manifestación, ni desde el punto de vista de la organización ni desde el de la técnica. La habíamos anunciado «reglamentariamente», pero no teníamos entonces una comprensión de la manifestación como instrumento de lucha para la toma de consciencia -primariamente- de los que participan en ella. No deja de tener interés histórico el que con esa ocasión discutieran por vez primera conjuntamente acerca de una acción el SDS y la FDJ *, de Berlín occidental. Estaban también presentes representantes de LSD y de la SHB. Las «comprensibles» reservas de los representantes LSD contra la FDJ impidieron la aparición de una octavilla común firmada por todos los grupos.

* FDJ; Freie Deutsche Jugend [Juventud Alemana Libre], las juventudes comunistas, que el gobierno de Alemania occidental no puede prohibir en Berlín-oeste, a causa del estatuto de ocupación.

Fue muy importante en la manifestación misma ante el aeropuerto y luego en las calles, de vuelta hacia el ayuntamiento, la predisposición de la mayoría de los manifestantes a un abandono de la legalidad de la manifestación, su disposición para emprender una acción común contra las fetichizadas reglas del juego de la democracia formal. Se produjeron cooperación o solidaridad espontáneas entre las más diversas fracciones de la izquierda, que por entonces eran aún de gesticulación muy sectaria. La militante aparición de manifestantes sorprendió a los «guardianes del orden y la paz». La agitación y la explicación como proceso de autoaclaración de los manifestantes fue de un carácter bastante sensible. La organización y la temporal dirección se constituyeron también en el curso de la acción misma.
La «larga marcha» desde el aeropuerto hasta el ayuntamiento de Schoneberg, evitando los bloqueos de la policía, supuso unos diez kilómetros. La verdad es que Duennsing* habría debido dimitir ya entonces por incapacidad. Llegamos en grupo cerrado ante el ayuntamiento, aunque sin aprovechar en seguida para una «actividad guerrillera» las posibilidades que ofrecía el hecho de ser día de mercado. Fue un error. La policía consiguió reagruparse a tiempo; permitió una delegación de manifestantes, y así la manifestación cobró momentos ambivalentes. Volvió a ser subversiva hacia el final, cuando consiguió cubrir con un «terrorífico» bombardeo de tomates el automóvil de Chombé que ya arrancaba. En esta acción se inventaron espontáneamente formas de resistencia que hasta mucho más tarde no se convirtieron en método de nuestra lucha política.
Con la manifestación contra Chombé habíamos tomado por vez primera la iniciativa política en esta ciudad. La consideración post festum se puede entender como comienzo de nuestra revolución cultural en la cual se ponen en discusión tendencialmente todas las anteriores normas y todos los valores de lo establecido; los que intervienen en la acción se concentran primariamente sobre sí mismos y continúan en la acción misma su propia autoaclaración acerca del sentido y el objetivo de ella.

* Jefe de policía de Berlín que dimitió tras la muerte del estudiante Benno Ohnesorg causada por el agente Kutras.

Los manifestantes no se reconocieron en absoluto en los comentarios de prensa de los días siguientes, y eso robusteció su desconfianza respecto del orden socioestatal. Se dieron cuenta de la división del trabajo practicada con la información, y percibieron con claridad todos los planos de la deformación y de la mentira. Así se pudo leer en el Abend, que ya entonces representaba óptimamente los «intereses objetivos» del senado de la ciudad y del capital:

El Neue Deutschland*, intenta esta mañana hinchar la manifestación. Bajo el titular «Millares gritan en Berlín occidental: ¡Afuera el asesino Chombé!» el periódico intenta producir la impresión de que en Berlín-oeste ha habido algo así como una revolución contra Chombé. El minucioso reportaje del Neue Deutschland traza, con formulaciones como «resuenan a coro los gritos de afuera el asesino Chombé», un cuadro totalmente deformado de la silenciosa manifestación.
La Berliner Morgenpost rotulaba mucho más clara e inequívocamente: «Manifestantes gritan afuera Chommbé en el Mehringdamm. En vano intentaron los policías frenar a los estudiantes. Los funcionarios fueron desbordados».46

* Neue Deutschland [Nueva Alemania] es el órgano del SED, Berlín-este.
46. 19 diciembre 1964.

Las cartas de los lectores en los periódicos tocaban a rebato: la «población» deseaba que se nos aplicaran duras medidas. «Mandad esas hordas salvajes al este»: ésa era la fórmula estereotipada y más recurrente. La manipulación manipuladora se nos convirtió en caja de resonancia de nuestro «trabajo abierto». Aún menos que hoy hallábamos entonces el camino hacia las masas; pero nuestra voluntaria limitación a las capas de los estudiantes universitarios y de bachillerato, fáciles de movilizar, era acertada, pues por de pronto se trataba de consolidar y ampliar ante todo la base, todavía muy estrecha, que teníamos en la universidad misma.
Ni en el SDS ni en una asamblea plenaria en la universidad se hizo una verdadera autocritica radical, de organización y de personas, respecto de la manifestación contra Chombé. Los procesos de aprendizaje en la calle no se completaron mediante una reflexión teorética con consecuencias práctico-organizativas. Pero a pesar de todo se había abierto una brecha. El 18 de diciembre de 1964 cobró vida por primera vez en Berlín el tercer mundo, en la actividad práctico-critica de estudiantes y trabajadores. Pero también lo fue para la actividad y el proceso de aprendizaje de la policía. En la primavera de 1965 los norteamericanos intensificaron sus esfuerzos de guerra, sus agresiones contra el pueblo vietnamita. Fuertes unidades americanas de invasión tienen que salvar al gobierno de Vietnam del Sur, ya incapaz de defenderse y rechazado totalmente por el pueblo. Por esta época los camaradas Horlemann y Gilgemann empezaron en el SDS de Berlín occidental a trabajar materiales norteamericanos acerca del conflicto del Vietnam. Esa elaboración permitió una primera discusión pública con un representante de la misión estadounidense en Berlín. Fue una conferencia de prensa en la cual nuestros camaradas consiguieron probar que la actuación de los norteamericanos en Vietnam es una agresión, sin utilizar más que materiales norteamericanos. A finales de abril una delegación del SDS de Berlín-oeste acudió a Moscú y Leningrado para discutir con las organizaciones estudiantiles acerca de problemas de la política socialista en la Europa central y en el tercer mundo. Se producen choques muy intensos a propósito del problema del stalinismo y acerca de la función de la Unión Soviética en el proceso de emancipación económico-social del tercer mundo. Los estudiantes soviéticos defienden con suma contundencia la teoría de la coexistencia pacífica. El argumento que fundamenta la política de coexistencia pacífica es la existencia de armas atómicas. Ellos parten de la convicción de que toda política se encuentra ante la alternativa «guerra mundial o coexistencia pacífica». Al mismo tiempo admiten que los movimientos de liberación nacional pueden seguir adelante en su lucha, incluso en las condiciones del equilibrio nuclear. Sin embargo; ese reconocimiento no afecta a la problemática del apoyo de la Unión Soviética a los movimientos de liberación nacional. La política soviética respecto del tercer mundo se caracteriza en ese momento, por ejemplo, por el hecho de no tener en cuenta los diversos movimientos de liberación nacional de América Latina. La Unión Soviética tiene relaciones comerciales con las varias burguesías de compradores* de los diversos países latinoamericanos, con completa independencia. de la existencia de los correspondientes movimientos de liberación nacional. Una discusión con funcionarios acerca de la ayuda al Vietnam fue tremenda y sintomática. Estos funcionarios nos dijeron con toda precisión el número de botes de sangre para transfusiones y las sumas de cotizaciones de las varias fábricas y secciones y talleres realizadas en ayuda del Vietnam. Pero no estaban dispuestos a discutir con nosotros acerca de la función de los movimientos de liberación nacional dentro del proceso de la revolución mundial. Nos parece que la ayuda al Vietnam y los numerosos comités de ayuda al Vietnam que existen en la Unión Soviética no son muy importantes para la situación de los productores soviéticos en sus lugares de trabajo y en la universidad. Pues no parecía que implicaran un mayor interés por las cuestiones internacionales, un interés creciente por apoyar el movimiento de liberación. Les parecía imposible interpretar la revolución vietnamita como un momento de su propia problemática. No eran ni son capaces de entender la extrañación entre partido y masas, la alienación en el lugar de trabajo, producida por la separación entre los productores y sus medios de producción; esa alienación no existe para ellos. Para ellos la estatificación de los medios de producción y de la tierra es sin más la supresión de la alienación en el lugar de trabajo. Hasta tiempos muy recientes no se ha planteado como problema teórico la cuestión de la alienación. Pero ese problema no aparece aún en absoluto en la discusión ni en la vida social de los productores directos. Éstos atienden sin consciencia a su trabajo, por lo cual la lucha nacional liberadora del tercer mundo no se convierte en una fuerza productiva adecuada para entender la alienación en su propio país y hallar los medios para superada. Nosotros opinamos precisamente que la única posibilidad que tiene la Unión Soviética de emprender un camino socialista-revolucionario hacia el futuro consiste en integrarse cada vez más intensamente en el proceso económico-social de emancipación del tercer mundo y verse obligada, en el curso de esa integración, a explicar a sus propias masas lo que ocurre en los varios países del tercer mundo, los métodos con los cuales procede la emancipación económico-social, y luego obligada a explicar a sus propias masas por qué no se ha introducido ni realizado todavía en las fábricas soviéticas la democracia obrera en la forma del dominio inmediato de los productores sobre los productos, control de los productores inmediatos sobre los productos. Sólo así podría surgir de nuevo en la Unión Soviética una consciencia internacionalista, una consciencia que partiera de la convicción de que no es posible resolver las contradicciones en un solo país, sino que sólo un proceso mundial de emancipación puede reso1verlos.

* En castellano, en el sentido técnico en que se ha hecho internacional esa palabra castellana.

La creciente agresión de los norteamericanos en el Vietnam desencadenó en Berlín-oeste una resolución más radical acerca del conflicto. «En realidad la guerra vietnamita es una guerra civil que, hasta la intervención de los Estados Unidos, fue casi exclusivamente una guerra entre los revolucionarios sudvietnamitas y el gobierno de Saigón. Según las estimaciones norteamericanas, más de tres cuartas partes de la población están a favor de los rebeldes.» El semestre de invierno 1965-1966 se convirtió en la universidad de Berlín en un semestre de explicación de los acontecimientos del Vietnam. A pesar de ello Wolfgang Lefevre, del SDS, fue depuesto en el otoño de 1965 de su cargo de primer presidente del AStA por haber firmado una resolución de la Comisión Permanente para el Vietnam. La resolución, titulada «Paz en Vietnam», exigía la supresión de los bombardeos norteamericanos y la evacuación de las tropas yanquis. El senador responsable de los asuntos de ciencia y arte, profesor Dr. Werner Stein, dijo acerca de esto en una declaración de prensa: «Desde luego que el que apoye a esa Comisión tiene que saber, por varia experiencia, que con ello se sitúa muy cerca de la política del SED».47
En diciembre se tiene en la universidad un choque con el rector a propósito de una exposición sobre el Vietnam que quería instalar el SDS en el edificio Henry Ford. El rector apeló a reglamentos sobre los edificios con objeto de impedir la exposición. Con su actitud nos permite ver claramente que las pugnas del tercer mundo tienen sus idénticos dialéctico s también entre nosotros, aunque sea en otras condiciones históricas. Ello quedó aún más de manifiesto por la acción de las campanas de la libertad, realizada por los diarios berlineses en homenaje a los soldados norteamericanos muertos en el Vietnam. Wolfgang Neuss, uno de los principales precursores del actual movimiento de oposición, organizó una contra-campaña con su Neuss-Deutschland.*

¡Lectores de periódicos! ¡Engañados! Bajo el desgastado tañido de la berlinesa Campana de la Libertad se concentra el rebaño de los diarios berlineses para un cínico avance publicitario. Organizan un metafísico regalo de Navidad para los deudos de los muertos americanos producidos por la guerra americana del Vietnam. Nosotros vamos a organizar un regalo humanista de Navidad para los trabajadores de las manufacturas de porcelana que tienen que fabricar las campanillas para los americanos en luto con los donativos de la población de Berlín occidental. Neuss-Deutschland va a completar el llamamiento de los diarios berlineses: pedimos donativos para los deudos de los soldados norteamericanos que cayeron en lucha contra la Alemania hitleriana.

En diciembre de 1965 se celebraron, fuera y dentro del SDS, discusiones acerca de cómo oponerse con alguna eficacia al renovado intento de los norteamericanos de intensificar sus agresiones en el Vietnam. Nos decidimos por una acción (nocturna) de carteles en Munich y en Berlín-oeste, que es donde existían condiciones políticas y de organización. La acción coordinada entre las dos ciudades se desarrolló la noche del 3 al 4 de febrero de 1966.

Los pueblos de Asia, de África y de América latina luchan contra el hambre, la muerte y la deshumanización. Los antiguos esclavos quieren hacerse hombres. Cuba, el Congo, el Vietnam: la respuesta de los capitalistas es la guerra. Con la violencia de las armas se mantiene el antiguo dominio. La coyuntura se consolida mediante una economía de guerra. El este y el oeste se ponen siempre de acuerdo a costa de los países económicamente subdesarrollados. Ya no queda a los oprimidos más posibilidad que las armas. El futuro es para ellos revolución. Nos destinan a ayudar a los señores en el genocidio. Por eso invocan al fantasma del «peligro amarillo». ¿Hasta cuándo permitiremos que se asesine en nuestro nombre? ¡Yanquis, fuera del Vietnam! Frente Internacional de Liberación.

* El título es un juego de palabras que hace anticipadamente burla de la acusación dirigida a W. Neuss de estar al servicio de la RDA y el SED, cuyo órgano diario se llama Neue Deutschland.

Fueron detenidos durante esta acción algunos miembros del SDS. Los enunciados teóricos de aquel llamamiento eran muy ambivalentes, por no decir falsos. Pero la importancia de la acción consiste en que mostró una dimensión completamente nueva de la acción política, dimensión que podía resultar muy importante para el SDS y para su trabajo. La nueva dimensión de acciones políticas que se reveló en aquella acción ilegal de los carteles desencadenó reacciones histéricas en el SDS. Había habido además, el 5 de febrero, una manifestación en el centro que terminó con un breve asedio de la Casa Americana (Berlín). En el curso de la acción se puso a media asta la bandera norteamericana. Ello constituyó el punto de partida de una gran campaña de calumnias realizada por la prensa, los partidos y el rectorado contra los estudiantes de izquierda, de un modo imponente y terrorista.
Nuestro rector no se consideró disminuido por enviar el 7 de febrero una carta de disculpa al comandante americano de la ciudad, Franklin. El rector Lieber expresaba en ella «su profundo sentimiento por el irresponsable comportamiento de algunos estudiantes». «Es incomprensible que esos estudiantes no puedan o no quieran entender que a la presencia, ante todo, de los Estados Unidos y de sus aliados en Berlín deben el poder estudiar aquí con libertad y el poder expresar siempre libremente su opinión.» Con esa actitud Lieber recoge en lo esencial las argumentaciones estereotipadas de los diversos periódicos de Springer, de los partidos y del senado. Las implicaciones de sus palabras son que en Vietnam se defiende Berlín occidental, como si no fueran precisamente los americanos los que, con su desmedida guerra vietnamita, han perdido toda justificación moral para poder hablar de defensa de la libertad en lugar alguno del mundo. El cínico reconocimiento de las posiciones norteamericanas por el rector y el alcalde tuvo por fuerza que dejar perplejos a los estudiantes que hasta entonces habían estado firmemente convencidos de la honradez y la sinceridad de los funcionarios universitarios y senatoriales. Se empezó a notar entre los estudiantes una creciente pérdida de autoridad de las instituciones oficiales y establecidas de nuestra sociedad. Ningún representante de los partidos, del parlamento ni del senado consideró necesario -u osó- acudir a la universidad para discutir con los estudiantes acerca del Vietnam o de otros problemas sociales. Los estudiantes no estaban tampoco dispuestos ya a aceptar irracionalmente como autoridades reales a autoridades sólo reconocidas administrativamente. A finales del semestre de invierno 1965-1966 las acciones en la calle, las prolongadas campañas de información y explicación dentro y fuera de la universidad acerca de la situación del tercer mundo en general y del Vietnam en particular habían contribuido ya a formar en miles de estudiantes una disposición psíquica antiautoritaria que se agudizó por los choques con la burocracia universitaria.
A ello se añadió que también en el seno de la población de Berlín-oeste existía una cierta comprensión abierta de la posición americana en el Vietnam. Excelente test a este respecto fue la manifestación de simpatía a la potencia de ocupación americana convocada por la CDU para el 8 de febrero. No más de unos 1.000 berlineses occidentales aparecieron ante la Casa Americana para oír los discursos de Amrehn, Lemmer y Wohlrabe. «En esta ciudad no hay sitio para los enterradores de la libertad.» Lemmer pronunció esas palabras, añadiéndoles la exhortación al senado de que en adelante procediera más resueltamente contra «los intentos, inspirados por los comunistas, de los estudiantes radicales de izquierda». El autoritario espíritu de aquella reunión puede documentarse por el hecho de que los interpelan te s fueron materialmente atacados por el público ante la mirada de la policía, arrastrados hasta la próxima estación del metro y apaleados allí, y luego obligados a comprar billete en dirección este. «La multitud esperó hasta que los alocados jóvenes pagaron sus billetes y desaparecieron por el andén. La policía detuvo provisionalmente, para protegerlos, a dos interpeladores.»48 El acto mostró la situación espiritual desesperada de los que se solidarizan con los americanos en la cuestión del Vietnam. Tendría que ser de importancia sistemática para una estrategia sociallucionaria el hecho de que el sistema del capitalismo tardío no puede contar con una base de masas activa y autónoma. Es verdad que el sistema tiene una base de masas, pero es una base pasiva, que soporta, incapaz de hacer frente por sí misma a provocaciones políticas y económicas. El fascismo actual no se manifiesta ya en un partido ni en una persona, sino que radica en la cotidiana educación de los hombres para ser personalidades autoritarias, o sea, en la educación. Dicho brevemente: se encuentra en el actual sistema institucional. Por eso este fascismo, a diferencia del de los años veinte y treinta, no puede producir la base activa de masas -por más que manipulada- con que contó su antecesor. El sistema del capitalismo tardío es más que nunca un dominio minoritario sostenido por la contradictoria unidad del aparato total compuesto por la burocracia socio-estatal y los representantes de los oligopolios. La cotidiana movilización de toda la sociedad contra la idea de la liberación social respecto de un trabajo añadido y superfluo y de un dominio también innecesario tiene que reducir espiritual y biológicamente a los hombres al nivel de receptores de señales. En estas condiciones, mantener el concepto tradicional de masas, el de los años veinte, es ambivalente o, por mejor decir, estratégica y tácticamente falso. Los dominantes no pueden movilizar contra nosotros, de la noche a la mañana, cientos de miles de hombres. El contradictorio aparato global no puede siquiera permitirse hoy día movilizar las masas en su favor. Pues toda movilización de las masas contiene en las actuales circunstancias un momento de toma de consciencia respecto de los mecanismos existentes en la sociedad. Por eso los señores de arriba, los personajes dominantes, tienen que renunciar a la movilización de masas, que en última instancia podría orientarse contra el dominio ejercido por los burócratas y los monopolios.
Las discusiones acerca de la acción de los carteles empezaron en el SDS el 13 de febrero con un informe de Rudi Dutschke que, apelando a Frantz Fanon, intentaba precisar la relación entre el tercer mundo y los países muy industrializados:

Pero «esta atmósfera de violencia y amenaza la amenaza de los cohetes, no asusta ni turba a los colonizados. Los colonizados han llegado por vez primera a la consumación de sus tiempos. A veces sorprende que los colonizados, en vez de regalar un vestido a la mujer, se compren un transistor. Es que viven en una atmósfera de fin del mundo y creen que no tienen que perderse nada de 10 que ocurra. El colonizado, el hombre subdesarrollado, es hoy un zoon politikon en el más amplio sentido de la palabra». ¿Caigo así en un escapismo que teoriza los movimientos del tercer mundo y no encuentra ya asidero alguno para la problemática de nuestra acción aquí? No. El materialista histórico tiene que ver la función constitutiva del tercer mundo para la revolución mundial partiendo de la peculiar situación económico-social de esa totalidad de pobreza y deshumanización en el seno de la sociedad mundial. Aquí está operando la dialéctica de la «pobreza real», la cual tiene que completarse con una «dialéctica de la recta comprensión» en las metrópolis de los estados capitalistas desarrollados para imponer lo que Marx, en carta a Ruge, llamó la alianza de la humanidad que piensa y la humanidad que sufre. Las luchas de los vietcong en Vietnam o del MIR en el Perú son nuestras, y tienen que trasfuncionalizarse realmente entre nosotros en una comprensión consciente, a través de la discusión racional y de manifestaciones y acciones en principio ilegales. Es una tarea gigantesca, casi irresoluble.

En la discusión se trató también la cuestión de las nuevas condiciones de la práctica política en el capitalismo tardío. Por primera vez se intenta recoger para la práctica política de estos países la teoría de los focos de Che Guevara. La cuestión es: ¿cómo y en qué circunstancias puede intervenir el factor subjetivo como factor objetivo en el proceso histórico? La respuesta de Guevara para América latina era que los revolucionarios no tienen siempre que esperar la formación de las condiciones objetivas de la revolución, sino que a través del foco, de la vanguardia armada del pueblo, pueden crear las condiciones objetivas de la revolución mediante una actividad subjetiva. Este problema aparecía en última instancia también en el fondo de la acción de los carteles, y sigue estando hoy detrás de toda acción. ¿Hemos de partir en todas nuestras acciones de la impotencia permanente de nuestro trabajo político, o hemos llegado a un momento histórico en el cual la actividad creadora subjetiva de los individuos en cooperación decida de la realidad y de su mutabilidad? También esta discusión se quedó en el plano de la mera opinión, como las muchas que le siguieron, entre ellas las que acarrearon la escisión o disolución del Club Argument y no tuvieron, como tantas veces ocurría, ninguna consecuencia práctica, organizativa, ni para los individuos ni para el SDS. Pero las discusiones eran momentos de aquel largo proceso de aprendizaje que era condición de la ampliación real del campo antiautoritario dentro y fuera de la universidad. Los dominantes empezaron por entonces a presentar como terror de una minoría política las pequeñas acciones semilegales e ilegales, como la de los carteles, el lanzamiento de tomates y huevos contra la Casa Americana. Aquellos que disponen de todos los medios de la violencia y del terror en esta sociedad, desde la policía, pasando por la gente de leyes y la burocracia, hasta las estaciones de la violencia del trust Springer, el cual domina diariamente, sistemática y funcionalmente las masas en la producción de inconsciencia y las violenta hasta que ellas rompan un día ese aparato...

El elemento de irracionalidad contenido en el lanzamiento de huevos y tomates no es la irracionalidad de los fascistas, que aspira a la violencia como fin en sí, sino la materialización superrealista y provocadora de la irracionalidad de una sociedad que documenta la falta de importancia de la razón política y del lenguaje de la humanidad concediéndoles un rinconcillo de Hyde Park. Cuando además resulta que la caricatura de poder, expresiva de la real impotencia, manifiesta en la forma de lanzamiento de huevos y tomates, provoca al aparato del poder, que se finge tolerante, a poner a un lado las formas democráticas del estado de derecho para entrar sin afeites «en el fondo de la cuestión», aplicando la violencia a los hombres, entonces esa irracionalidad provocadora contribuye manifiestamente a la aclaración política mucho más que la mayoría de las discusiones de mesa redonda.*

49. Van der Freien zur Kritischen Universitat. Geschichte der Krise an der Freien Universitiit Berlin [De la Universidad Libre a la Universi· dad Crítica. Historia de la crisis de la Universidad Libre de Berlín], editado por el AStA, ESG, FDP, HSU, SDS, SHB.

Las irresueltas antinomias entre el oportunismo y el putschismo, entre el exotismo y el provincialismo, constantemente encendidas en las discusiones del SDS, tenían que resolverse «analíticamente» en un gran círculo de trabajo acerca de la «sociedad formada».'" Ese intento tenía que fracasar, porque nos portábamos como teóricos puros frente a la realidad, y ésta no se convertía en tarea práctico-crítica. En el fondo había una comprensión falsa de la teoría y la práctica, una comprensión según la cual la teoría elaborada posibilita la práctica.
A principios del semestre de verano de 1966 se implantó en las facultades de derecho y de medicina la matrícula temporalmente limitada, o sea, la exmatriculación forzosa. Esta decisión fue el punto de partida de la profunda pugna entre la burocracia universitaria y una gran parte de los estudiantes, no dispuestos ya a permitir que se decidiera acerca de ellos sin intervenir en la decisión misma. Precisamente en el semestre de verano de 1966 se articularon ya muy claramente en las asambleas plenarias del estudiantado las tres esferas distintas de la protesta universitaria, de la resistencia universitaria contra una sociedad represiva. El primer plano es la existencia de la guerra criminal de los Estados Unidos en Vietnam, que es lo que ha abierto los ojos por vez primera a muchos estudiantes cuya comprensión de la relación entre la ciencia y el humanismo hizo crisis precisamente por causa de esa guerra y se vio obligada a plantearse nuevas preguntas y buscar nuevas respuestas. Este plano de los intereses emancipatorios vitales por la paz, la justicia y la felicidad se complementó con la política restrictiva de la burocracia, muy claramente perceptible en la universidad y que aspiraba a producir más idiotas especializados en menos tiempo, y precisamente a costa del estudiantado. Esta experiencia sensible inmediata de los estudiantes, la experiencia de que la sociedad capitalista no es capaz de fundar condiciones en las cuales los hombres determinen ellos mismos su destino, se convirtió también en punto de partida de una comprensión del tercer plano, que es el del agotamiento de lo que se llamó milagro económico. Dicho más precisamente: el final del período de reconstrucción económica del capitalismo germanotal. Los intereses inmediatos de los productores inmediaatos, que en este caso eran los estudiantes, se vieron directamente afectados por la exmatriculación forzosa. El nivel ya alcanzado de politización y de actitud antiautoritaria permitió entender aquella medida burocrática como fenómeno social general de una sociedad capitalista llegada al final de su período de prosperidad; permitió entender que una sociedad así y en un momento tal necesita un output mayor de especialistas de la universidad para introducir un nuevo grado de reproducción social total.

* «Sociedad formada» fue la fórmula arbitrada por el antiguo canciller Ludwig Erhard para difundir la tesis de que la actual sociedad capitalista ha conseguido un equilibrio orgánico definitivo.

La conmoción subjetiva de una gran parte del estudiantado afectada por las polémicas sobre la exmatricuulación forzosa durante el semestre de verano de 1966 resultó una nueva fuerza productiva en la recepción de los acontecimientos del tercer mundo, particularmente del Vietnam, y fundamento de la recepción radical de las teorías del tercer mundo. En esa época estábamos ya estudiando el libro de Frantz Fanon, nos reconocíamos en los artículos de Che Guevara sobre la guerra de guerrillas y el hombre y el socialismo en Cuba y estudiábamos los Kursbücher editados por Hans Magnus Enzensberger, parrticularmente el número 2, que tiene el artículo de Frantz Fanon sobre la violencia. También resultaron muy importantes los cuadernos de Argument editados por los camaradas de Marburg, acerca de una teoría de la emancipación económico-social del tercer mundo. El libro de ]ürrgen Horlemann y Peter Gang sobre el Vietnam fue el cierre sistemático de esta incipiente reflexión acerca de los acontecimientos y las luchas del tercer mundo. Estas discusiones y reflexiones sobre las teorías del tercer mundo tuvieron expresión muy importante, pero acaso también ambigua, en las Informationen, nº1, editadas por el SDS de Berlín-oeste:

El espíritu sinceramente democrático recobrará su peso cuando se dirija de una vez a quien tiene que dirigirse, cuando comprenda que ya no se puede discutir con el verdugo que ocupa la Casa Blanca. Evacuación de las tropas americanas, elecciones libres en el Vietnam, ésas son propuestas al vietcong para que consiga una paz justa, exigencias que no se detienen, impotentes, en la solidaridad con los oprimidos, que fue hasta hoy el llanto de un tímido movimiento alemán de protesta, sino que se hacen eficaces en la solidaridad con los vencedores, en cada avión americano derribado, en cada orden de movilización que se quema en los Estados Unidos. Hay que hacer finalmente lo que no se ha hecho hasta hoy: reconocemos en aquellos condenados que se defienden con éxito, en vez de entonar por ellos el canto de la desgracia. Motor de las hojas que siguen es nuestro interés bien entendido, el cual entiende que cada victoria de los vietcong es una victoria para nuestra democracia.

Aunque era acertado pronunciarse contra tímidos movimientos de protesta y declarar que una discusión permanente con el «verdugo» de la Casa Blanca no podía ser ya el sentido de nuestra protesta por el Vietnam, aquella hoja no veía aún las nuevas mediaciones que nos posibilitaban el hacer efectiva nuestra solidaridad con el Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur. Volvió a haber profundos choques dentro del SDS de la RFA y de Berlín-oeste. El que en nuestra exposición hayamos hecho en general abstracción de las discusiones habidas en la RFA se debe exclusivamente a la necesidad de dar a conocer en su especificidad los acontecimientos de Berlín occidental, los cuales empezaron realmente en condiciones específicas. Pero no hay que pasar por alto que precisamente por lo que hace a la cuestión del Vietnam y las discusiones acerca de las teorías del tercer mundo los camaradas de Marburg y Frankfurt intervinieron decisivamente en la formulación de una comprensión radical de los procesos del tercer mundo y su significación para las metrópolis.
La contradicción entre un humanismo moral abstracto por un lado y, por otro, la satisfacción por las cifras de bajas americanas en el Vietnam suscitó una primera discusión de fondo acerca del problema de la violencia en la lucha revolucionaria. Quedó claro que sólo una parte reducida del estudiantado estaba dispuesta a llevar a cabo una discusión así. Lo mismo se apreció en la ulterior cuestación para comprar armas al Frente Nacional de Liberación del Vietnam del Sur. Poquísimos estudiantes cotizaron para ese fin, mientras que eran muchos los dispuestos a dar dinero para ayuda médica al mismo frente de liberación. Tampoco los posteriores acontecimientos del año 1966 consiguieron superar esa real limitación de la consciencia de los estudiantes. El rechazo de la violencia por la mayoría de los estudiantes contenía la acertada comprensión de que en las metrópolis no se puede producir un terror revolucionario mediante las armas. Y como las asociaciones estudiantiles de izquierda, incluido el SDS, habían renunciado también a insistir en sus actos de explicación sistemática en la problemática de la violencia y a discutirla concretamente con los ejemplos del Vietnam y otros, tampoco podía existir entre los estudiantes otra actitud.
Faltaba además en aquel momento una experiencia sensible de la represión en las metrópolis. De todos modos, cada vez estaba más claro que el campo antiautoritario estudiantil no estaba ya dispuesto a colaborar con una «tolerancia represiva» (Marcuse), sino que lo estaba ya a liquidar actos de camuflaje, como el celebrado en Berlín con la presencia del embajador de Vietnam del Sur. Liquidar quería decir intervenir en esos actos, clarificar, desenmascarar al embajador y a los lacayos alemanes que le ayudaban, y mostrar que luego de largos meses de intenso trabajo acerca de la situación en el Vietnam no estábamos ya dispuestos a soportar las mentiras y las deformaciones de un títere de Saigón. Ya entonces había aparecido el librito Kritik der reinen Toleranz [Crítica de la tolerancia pura] que contiene el artículo de Herbert Marcuse sobre la tolerancia represiva. Ese artículo dio forma conceptual a nuestra desazón por la discusión permanente sin consecuencias prácticas. Comprendimos que la burguesía, la clase dominante en todos los países del «mundo libre», puede permitirse que minorías críticas discutan de problemas de su sociedad y de otras sociedades, que la burguesía está dispuesta a permitir toda discusión, toda discusión que no se salga nunca de la teoría. El artículo de Marcuse resultó así para muchos estudiantes una importante fuerza productiva para la elaboración de los problemas del capitalismo tardío teniendo en cuenta el ejemplo del tercer mundo, de Vietnam en este caso. Como se ve, todo este desarrollo presenta una dialéctica de conocimientos acerca del tercer mundo, conocimientos acerca de los países muy desarrollados del mundo capitalista y práctica propia en las metrópolis, la cual posibilitó los procesos de aprendizaje, la radicalización de la consciencia y la radicalización de las acciones. A finales de 1966 quedó también claro que 10 que importaba a los americanos en el Vietnam no era combatir una agresión comunista por el oeste, sino hacer del Vietnam un instructivo caso ejemplar de combate contra los movimientos social-revolucionarios de todo el tercer mundo. Los estudiantes antiautoritarios entendieron las frases de McNamara:

El Vietnam no nos interesa como objetivo estratégico, ni siquiera como base política: nos interesa como ejemplo [ ... ] Este conflicto es típico. ¿Cómo puede superado victoriosamente una gran potencia como la nuestra? ¿Cómo un país que dispone de un potencial militar enorme y de un potencial político menor puede triunfar en cualquier lugar del mundo sobre un contrincante que es militarmente inferior, pero políticamente fuerte? Esta es la cuestión que se nos plantea. No es para nosotros una cuestión de vida o muerte, por lo menos no aquí ni ahora. Pero aquí y ahora tenemos que aprender métodos con los que podamos resolver ese mismo problema en cualquier lugar de Asia, África o, sobre todo, América latina, cuando un día se trate realmente de una cuestión de vida o muerte.

La élite americana del poder, particularmente McNaamara, reconocía cada vez más claramente que el problema del tercer mundo no es idéntico con el concepto tradicional y actual del comunismo. Con ello contribuyeron a la progresiva destrucción de su propia base, el anticomunismo.
La citada respuesta de McNamara, cínica, pero casi «histórico-materialista» en su veracidad, indica que en las fases decisivas de la pugna entre la revolución y la contrarrevolución también la burguesía asimila en medida insólita elementos histórico-materialistas de conocimiento. La burguesía no está condenada, como no lo estamos nosotros, a permitir que la historia discurra sobre ella como ciego acaecer, sino que puede, como nosotros, intervenir activa y autónoma mente en el proceso de la historia para perpetuar la sumisión de las masas, la explotación y la miseria. Desde la organización internacional de la CIA hasta los diversos centros del Pentágono se muestra una tendencia clara: la de aniquilar las fuerzas revolucionarias del mundo entero mediante todas las posibilidades organizativas y técnicas de la técnica más desarrollada, a través de una lucha técnico-económica y militar. Esos hechos se reflejan ya en la resolución «Vietnam Analyse eines Exempels» [Vietnam: Análisis de un caso ejemplar] aprobada en mayo de 1966 por el congreso estudiantil.

Todos los participantes entienden el conflicto del Vietnam como un modelo de revolución colonial y contrarrevolución: en ese conflicto se obtiene y transmite consciente mente el instrumental técnico y táctico que posibilite el combatir con éxito las revoluciones sociales no sólo «aquí y ahora», sino «siempre y en cualquier parte». La evacuación del Vietnam por las tropas americanas y la toma democrática del poder por el Frente Nacional de Liberación sería para otros movimientos de emancipación una nueva prueba de la posibilidad de liberarse y un poderoso estímulo en su lucha. Las oligarquías del poder estadounidense han entendido con claridad ese valor de ejemplo que tiene el conflicto del Vietnam. Esa significación es el motivo principal de la tenacidad con que se aferran los EE.UU. a su posición.

Pero también «la mula vieja», la revolución, pudo continuar su proceso de aprendizaje. Los campesinos vietnamitas tuvieron que aprender a resistirse a una maquinaria imponente, utilizada por la mayor potencia capitalista industrial. El proceso de aprendizaje de la revolución vietnamita, el proceso que lleva, por ejemplo, del dominio de una defensa primitiva, con trampas, etc., contra el dispositivo enemigo hasta la moderna batería de cohetes, fue muy largo y doloroso. Pero esa capacidad de adaptarse flexiblemente y con éxito a condiciones nuevas era precisamente lo que nos cautivaba, particularmente a nosotros, parte considerable del estudiantado. La victoriosa lucha del Frente de Liberación Nacional era muy importante para nosotros incluso en el sentido de que nos dio atrevimiento para adoptar por fin una actitud activa de resistencia frente al sistema de dominio de nuestro mundo y para proceder contra la policía como representante más visible de esas relaciones de dominio. Cunando el 10 de diciembre de 1966 volvimos a arriesgar una manifestación contra la agresión norteamericana al Vietnam habíamos realizado ya intensas discusiones acerca del quebrantamiento de las reglas del juego de la democracia formal en la calle. No debíamos ni queríamos volver a aceptar manifestaciones legalizadas y ya desde el primer momento neutralizadas, por Zonas deshabitadas. Mediante la «discusión en grupos reducidos» y la «propaganda desenfrenada» esperábamos influir en los manifestantes con nuestras consignas. Conseguimos un comienzo de marcha en masa, el cual, empero, fracasó pronto porque los manifestantes no eran aún capaces de aplicar concretamente la táctica de la centralización, la descentralización y la dispersión por las calles al chocar con la policía. Algunos de los nuestros reprocharon por entonces a muchos camaradas nuestros ell1evar a cabo manifestaciones sin que resultaran visibles los contenidos políticos. Pero el hecho es que en esas confrontaciones activas con la policía y, por 10 tanto, con el senado y su política en Berlín-oeste, consumamos el proceso elemental de aprendizaje imprescindible para llegar a ser capaces de lucha política, de lucha de clases. Sin ese proceso de autoeducación y auto aclaración en la práctica, en la pugna militante activa con el sistema, es imposible una politización de los individuos. Nuestra estructura caracterológica, el carácter burgués del individuo en el capitalismo tardío en general, se caracteriza por el hecho de que ese individuo acuñado por la sociedad que lo ha producido interviene muy activa y conscientemente en la vida de esa sociedad. Con todo eso el carácter burgués creó una riqueza gigantesca para la satisfacción de las necesidades de los hombres, una riqueza imprevista que fundamentó la posibilidad histórica única de tener una vida más allá de las necesidades materiales elementales, una vida que pueda estar regida por el principio «Todos los hombres han de comer y han de trabajar poco» (Horkheimer). La contradicción del carácter burgués consiste precisamente en que esas fuerzas productivas por él creadas, esas riquezas acumuladas para la satisfacción de las necesidades humanas, se han independizado frente al hombre y se han extrañado de él Esa separación entre los productores y los productos acarrea el fenómeno antes descrito de la extrañación social, y también el sentimiento de impotencia de los individuos frente al sistema existente, sentimiento que es una parte de la cosificación y la alienación dominantes del individuo. Este «sentimiento de impotencia» (Fromm) es en lo esencial inconsciente en el carácter burgués del individuo. El cotidiano proceso de producción, la cotidiana funcionalización del individuo por la sociedad profundizan esa actitud del individuo, la neurotizan hasta hacer de ella convicción profunda de la propia impotencia, de la propia total debilidad. Y esta neurosis fundamenta la incapacidad de orientarse en el mundo, reconocerse en él, la incapacidad de descubrir en el mundo un lugar adecuado para uno mismo. El desamparo así producido, ya en una ciudad ajena, ya en una nueva clase, entrega el individuo a los poderes dominantes, lo hace fungible en cualquier momento, disponible y aprovechable para las necesidades de dominio del capital. Creemos que gracias a los choques activos y militantes en la calle hemos modificado mediante la lucha esta estructura caracterológica burguesa nuestra y de todos los hombres que viven en la sociedad del capitalismo. Al conseguir desenmascarar la irracionalidad latente y la manifiesta del sistema, el terror contenido en las instituciones y la brutalidad de la policía, intentamos mostrar, como lo hace el vietcong, la vulnerabilidad del sistema. Pruebas afortunadas, como la capacidad que mostramos el 17 de diciembre de 1966 de convertir el Kurfürstendamm en «agua» movida para los antiautoritarios, contribuyeron tendencialmente a destruir en nosotros la estructura autoritaria del carácter burgués y a producir momentos de fortaleza individual, de convicción de poder derribar un día el sistema. El 17 de diciembre la policía detuvo provisionalmente a unos 80 «transeúntes»; sólo dos de ellos eran del SDS. Estas acciones son políticas porque nos transforman Íntimamente. Mientras que la política practicada sin modificación interior de los que participan en ella es manipulación por élites. Cuando la guerra del Vietnam, o, más precisamente, la agresión del imperialismo occidental, nos abrió los ojos, la impotencia, nuestra total impotencia, no podía ser más que nuestra primera respuesta. La élite americana del poder no se preocupaba en absoluto, como probablemente sigue sin preocuparse hoy, por la llamada opinión pública mundial, sino que continuaba intensa y «racionalmente» su obra destructora en el Vietnam. Frente a aquella escalada no podíamos presentar más que nuestra impotencia. En la recepción de la guerra y de sus causas pudimos dar el primer paso, un primer descubrimiento de la problemática. Aprendimos a entender las palabras de Marx:

En nuestros días toda cosa parece ir grávida de su contrario. Vemos que la maquinaria, dotada de la maravillosa fuerza de disminuir y fecundar el trabajo humano, lo mutila y lo devora hasta el agotamiento. Un extraño conjuro transforma las nuevas fuentes de riqueza en fuentes de miseria. Las victorias de la ciencia parecen pagarse con la pérdida de carácter. A medida que domina la naturaleza, el hombre parece sometido por otros hombres o por su propia vileza. Hasta la pura luz de la ciencia parece no poder brillar sino sobre el oscuro trasfondo de la ignorancia. Todos nuestros inventos y todo nuestro progreso parecen desembocar en la dotación de las fuerzas materiales con vida espiritual y la conversión de la vida en estúpida fuerza material.

Pero incluso este saber seguía siendo impotente, no podía ofrecer pasos prácticos para la eliminación de la posición de impotencia. La tensión entre la protesta moral abstracta y la imposibilidad de terminar mediante esa protesta la guerra de los norteamericanos contra el pueblo vietnamita era un inevitable peso duro de soportar. Nuestra impotencia, nuestra incapacidad, nuestra ineficacia para ayudar al Frente Nacional de Liberación en su lucha produjo la cólera. Esta cólera contra el imperialismo y por la traición a nuestros ideales, que fueron en otro tiempo también ideales burgueses, no era todavía una elaboración consciente de sus fines, aniquiladora del enemigo ... Pero la cólera contenía la posibilidad de descubrir este camino, de trabajar en la práctica para abrirlo y de obtener en cada caso consecuencias específicas de las luchas prácticas y de la subsiguiente reflexión teorética. Todos los choques con la policía en las manifestaciones, las subsiguientes frustraciones (resultado más frecuente) y las agresiones cada vez más violentas y generalizadas, han de entenderse como proceso permanente de aprendizaje, como constante intento de transformación de la propia estructura caracterológica. Nosotros, hombres crecidos en una sociedad autoritaria, no tenemos la posibilidad de abrir nuestra autoritaria estructura caracterológica más que si aprendemos a movemos en esta sociedad como hombres a los que ella pertenece, aunque les es negada por la existente estructura del poder y el dominio en el sistema. Los hombres han hecho siempre la historia, pero hasta ahora nunca conscientemente. Esto muestra la necesidad de aspirar a la formación de hombres nuevos. Este proceso de educación no es posible ni tiene sentido más que en la pugna con la estructura actual. Los ejemplos de las revoluciones china y cubana muestran cuántas cosas dependen de esa capacidad de los hombres de tomar conscientemente en las manos su propia historia. Esas revoluciones se caracterizan por el hecho de que ambas, aunque con duraciones muy diferentes, han tenido que superar en la práctica un proceso de aprendizaje muy complicado, sembrado de derrotas, subidas y bajadas. Sólo la constante resolución y aplicación productiva de las contradicciones dadas posibilita el proceso de aprendizaje de los hombres, el proceso educativo de los hombres y, con él, la permanencia de la revolución. Sin la formación del hombre nuevo es imposible la revolución permanente. Así también nosotros tenemos que convertirnos en «hombres nuevos» en la pugna con nuestro sistema de dominio, hemos de reconocernos como hombres en nuestra lucha política y hemos de trabajar por que pase a las masas la idea de la liberación social.
Sobre la base de las muchas acciones y manifestaciones en favor del Frente Nacional de Liberación y contra el imperialismo de los Estados Unidos, que nos enfrentaban siempre con el senado de Berlín occidental y con su tropa policíaca, pudimos ir ganando cada vez más estudiantes para el campo antiautoritario. Cada vez era, además, más fácil mostrarles lo completamente que la élite americana del poder renunciaba a un marco general ideológico de legitimación. Las siguientes palabras pronunciadas por McNamara en 1966 pueden bastar para representar muchas otras formulaciones análogas:

Sólo en los últimos ocho años ha habido no menos de 164 explosiones de violencia con importancia internacional […] Lo extraordinario es que sólo 15 de esas 164 explosiones serias han sido conflictos entre estados. Y en ninguno de esos 164 conflictos se ha declarado formalmente la guerra […]
A principios del año 1958 había en curso 23 sublevaciones en todo el mundo. El 1º de febrero de 1966 eran 40. Además, el número total de sublevaciones ha ido aumentando de año en año. En 1958 fueron 34; en 1965 fueron 58.
Pero lo más importante de todo esto es que siempre ha habido una relación directa y constante entre los acontecimientos violentos y la situación económica de las naciones afectadas.
El Banco Mundial clasifica las naciones sobre la base de la renta per capita, en cuatro categorías: ricas, de renta media, pobres y muy pobres. Son ricas las naciones con una renta per capita anual de 750 dólares o más. La renta anual per capita norteamericana es actualmente algo superior a 2.700 dólares […] Las naciones ricas son 27. Poseen el 75 por ciento de la riqueza mundial, pero componen sólo el 25 por ciento, aproximadamente, de la población del globo [...] De las 38 naciones muy pobres -las que tienen una renta per capita anual inferior a los 100 dólares- no menos de 32 tuvieron conflictos graves [".] Desde 1958 ha habido explosiones violentas serias en el 87 por ciento de las naciones muy pobres, en el 69 por ciento de las naciones pobres y en el 48 por ciento de las naciones de renta media.
Por lo tanto, no se puede siquiera poner en duda que existe una relación férrea entre la violencia y el atraso económico.
La distancia entre las naciones ricas y las pobres va aumentando además constantemente.
Hacia 1970 [...] esta mitad hambrienta de la especie humana no dispondrá más que de la sexta parte de los bienes y servicios producidos en todo el mundo.
La consecuencia que se desprende de todo eso es inequívoca y de imposible ocultación: la actual vinculación del estancamiento económico con la aparición de la violencia es un dato, y los próximos años están preñadas de violencia para las naciones situadas en la mitad sur de la Tierra. Esta afirmación valdría aunque no existiera amenaza alguna de subversión comunista, la cual existe evidentemente. Pero sería una simplificación muy grande considerar el comunismo como factor central de todo conflicto producido en el mundo subdesarrollado. Los comunistas intervinieron sólo en una parte de las 149 sublevaciones serias de los últimos ocho años; esa parte se tiene que estimar entre el 38 y el 58 por ciento de todos los movimientos, pero contando entre ellos los siete casos en los cuales los comunistas mismos eran el objetivo del alzamiento.
Pero intervengan o no los comunistas en todos los casos, la violencia se registra y comunica inmediatamente, se presente donde se presente, a través del complejo sistema ganglionar de las relaciones internacionales de este mundo en tensión; y la seguridad de los Estados Unidos depende de la seguridad y la estabilidad de naciones que se encuentran en la otra parte del mundo. Mas ni la consciencia ni el common sense indican que los Estados Unidos deban ni puedan ser los policías del mundo.50

50. Robert McNamara, en US News & World Report (30 mayo 1966), pp. 91-93.
Ante ese texto se comprende de nuevo, clara e inequívocamente, de qué se trata en realidad: se trata del mantenimiento de las esferas de influencia norteamericanas en determinadas partes del mundo; se trata de la posición de primera potencia mundial que tienen los Estados Unidos en ese terreno. El imperialismo en cuanto sistema total se encuentra totalmente en retirada. Organiza combates de retirada que son, ciertamente, universales y que renuncian a toda base de legitimación, incluso a la del anticomunismo. Su única legitimación -la cual efectivamente tiene carácter real- es la nuda y brutal fuerza que el imperialismo norteamericano tiene que aplicar diariamente en todas las esquinas del mundo para aplastar los movimientos de revolución social o mantenerlos limitados.
Cuando llegó a Berlín el vicepresidente Humphrey el 6 de abril de 1967, los estudiantes antiautoritarios y la parte de las masas asalariadas que ya se solidarizaba con los estudiantes en las manifestaciones por el Vietnam recibieron inevitablemente la noticia como una abierta provocación. Es verdad que éramos y seguimos siendo «una minoría». Pero ¿qué partido de Berlín occidental es capaz de poner en marcha miles de personas por una causa de emancipación política? Ya antes de la manifestación contra Humphrey se habían producido detenciones preventivas de varios miembros del SDS, capturados «in fraganti» por la policía criminal mientras preparaban «bombas» de flan y de humo contra Humphrey. Las bombas de napalm no son de humo, y la utilización de pudding como arma no se puede identificar con los cientos de toneladas de explosivos que caen diariamente sobre el Vietnam. Pero todo medio es bueno para denunciar a los estudiantes críticos ante la población y ante todo posible grupo de simpatizantes. Se recurre a la mentira total en la que ya no queda contenido ni un momento sólo de la verdad. De este modo los periódicos -periódicos, otra vez, sobre todo del trust Springer- contribuyeron a crear en abril el estado de ánimo y la atmósfera de pogrom que aprovechó el 2 de junio la policía en su acción contra los estudiantes. Los seres humanos pueden odiar a un Ky, a un Branco, a un Duvalier, al shah '/ a muchos otros, tienen que organizar una dura lucha militar implacable del pueeblo contra los dictadores o los títeres, realizar atentados, aplicar terror revolucionario contra los opresores y sus auxiliares. Pero esta caracterización de la situación no se puede aplicar a las metrópolis. Entre nosotros, en las metrópolis, incluida Norteamérica, la situación es distinta ya en cuestiones de principio: los señores que nos dominan son básicamente fungibles, se pueden sustituir en cualquier momento por otras máscaras burocráticas. No podemos ni siquiera odiarlos, pues son también cautivos y víctimas de la maquinaria represiva del proceso de explotación capitalista. Por eso no habría tenido ningún sentido el proceder contra Humphrey mediante un atentado; eso habría sido en realidad un acto contrarrevolucionario. No hay que pasar por alto que el 6 de abril la policía movilizó por vez primera grandes grupos de escuadras de asalto contra los manifestantes. Esas escuadras tenían la misión de detener a los estudiantes y trabajadores más activos, con objeto de paralizar la actividad de las masas. La cuestión de la violencia y del atentado se presentó otra vez el 2 de junio, con ocasión de la visita del shah de Persia. Nuestros camaradas y amigos persas, organiizados en la Confederación Irania, realizaron durante los días anteriores a la visita del shah una excelente y eficaz campaña de explicación por toda la República Federal y Berlín-oeste acerca de la situación de la dictadura en Perrsia. Bahman Nirumand, que tuvo un papel destacado en esa campaña de explicación, había llamado ya la atención sobre las decisivas debilidades estructurales del sistema en su libro Persien-Modell eines Entwicklungslandes [Persia: Modelo de un país subdesarrollado], y había insistido en la necesidad de una transformación revolucionaria de su país. La «protección» del shah, tremenda maquinaria que se puso en marcha al empezar la visita, fue el punto de partida de una verdadera caza de minorías de izquierda en la República Federal. El corriente espectáculo de los apretones de manos y brillo de cuento oriental se convirtió en unas maniobras sistemáticas y extremadas de represión interior por parte de la policía de la República Federal y de Berlín-oeste. Aquellos días tomó plena vida entre nosotros la problemática del tercer mundo. No se podía pensar en un atentado contra el shah en colaboración con las organizaciones clandestinas persas. Es verdad que la muerte del tirano, el tiranicidio, es desde hace siglos la clásica forma de resistencia del pueblo al dominio inhumano de una camarilla. Pero en la era de la represión organizada y de la coordinación imperialista un atentado no tiene pleno y acertado sentido más que si se puede convertir en punto de partida de la revolución social, de la lucha militar directa contra el régimen. Y como en junio de 1967 las organizaciones de lucha de los campesinos persas no eran lo suficientemente fuertes como para convertir un atentado logrado en comienzo de la directa transformación revolucionaria de la sociedad, todo atentado habría sido simplemente, en última instancia, una empresa contrarrevo1ucionaria. Por todo eso respondimos a esta nueva y más violenta provocación que preparaban contra la izquierda los dominantes mediante una cadena de manifestaciones. De nuevo, empero, se mostró en ellas que el campo antiautoritario, esencial y primariamente compuesto entonces por estudiantes, era poco o nada capaz de organizarse, de descubrir formas de resistencia que pudieran oponerse eficazmente a la represión organizada. Así, aunque sin duda se produjo, tras la muerte a tiros del estudiante Benno Ohneesorg por el policía Kurras el 2 de junio de 1967, una situación en agudización constante, los estudiantes no fueron capaces de desplegar expansivamente hacia afuera esa radicalización. La muerte de Benno Ohnesorg, la brutal intervención de la policía, las cínicas declaraciones del senado berlinés y muchas cosas más produjeron sin duda entre nosotros repugnancia y pasión, pero no se llegó a una resistencia organizada. Más o menos claramente nos resignábamos ya el 3 de junio a reconocer como un dato inconmovible la abrumadora fuerza de la policía, y ni siquiera nos atrevíamos a ampliar nuestra propia base social, la universidad que en aquellos momentos era unánime, para convertirla en una base de lucha subversiva. Dejamos la iniciativa en manos del enemigo y despreciamos así la primera regla elemental que habíamos aprendido del tercer mundo por mediación de Mao Tse-tung, Guevara y Fanon. En el abandono de la iniciativa se manifestaba una actitud básica resignada y pasiva que no se consiguió romper tampoco durante las semanas y los meses siguientes. Se llegó incluso a una racionalización de nuestra impotencia, nosotros mismos nos pusimos la estrella de judío, racionalizamos nuestra incapacidad de dirigirnos a las masas y actuar expansivamente hacia afuera mediante la explicación y la acción, tomando como base la universidad. Pero no hay que dudar que el día 2 de junio de 1967 pasará de todos modos a la historia de las universidades alemanas y de la sociedad alemana de la segunda posguerra mundial. Por primera vez desde el final de la guerra se movilizaron contra la estructura básica autoritaria de esta sociedad amplias capas del estudiantado. Estos estudiantes experimentaron de una manera perceptiblemente manifiesta y en su propio cuerpo aquella autoridad irracional que se les aplicó materialmente en las manifestaciones. Durante las semanas y los meses posteriores al 2 de junio se produjo una amplia movilización de estudiantes, jóvenes trabajadores, empleados y alumnos de enseñanza media precisamente sobre la base de las experiencias del 2 de junio y de las demás apariciones del shah en la Alemania occidental. Se produjo incluso una mutación de la «opinión pública». Se tuvo que reconocer que las protestas de los estudiantes tenían «a pesar de todo» un núcleo justificado, y que la agitación producida por la protesta era una agitación legítima. En muchas universidades Se constituyeron espontáneamente nuevas organizaciones del SDS y, en general, aumentaron en las universidades las organizaciones de izquierda. En esta época en que se experimentaba la violencia ejercida por los dominantes de uno mismo, el Vietnam y el tercer mundo pasaron un poco a segundo término en la consciencia de los estudiantes. No parecía que todo el mundo hubiera entendido que la fabricación del. tercer mundo en las metrópolis -como en la visita del shah a Berlín-oeste- no es ninguna casualidad, sino algo que está ocurriendo cada día, aunque no lo percibamos, o no lo queramos percibir, más que de vez en cuando. Hasta el 21 de octubre de 1967 no se volvió a producir una manifestación grande contra la agresión de los Estados Unidos al Vietnam. Aquel día se manifestaron más de 10.000 berlineses occidentales por la paz en Vietnam, por la victoria del Frente Nacional de Liberación del Vietnam del Sur. Pero quedó cada vez más claro que el sentido primario de aquella manifestación era la pugna político-estratégica con el nuevo senado de Berlín. Se trataba de mostrar desde el primer momento al nuevo senado que se le combatiría con energía máxima. Mas también quedó claro en aquella ocasión lo difícil que le resulta a una «intelectualidad de izquierda» liberarse del espíritu del individualismo y dar de sí trabajo socialvolucionario de organización. La actual estructura de dominio infunde en la intelectualidad estudiantil, compuesta de parásitos temporales pagados por el sistema, una apariencia de independencia, de protección y defensa en la selección de una élite. Nuestra «libertad» estudiantil, el profundo y falso individualismo de los estudiantes -incluidos los estudiantes críticos- ha tenido siempre hasta ahora sus límites en el hecho de que la represión, en cambio, es orgánica y está organizada. La mera penetración intelectual en los mecanismos sociales del dominio -en el Vietnam o entre nosotros- no disuelve la estructura individualista de nuestro pensamiento mismo. Sólo una re orientación práctico-organizativa de la comprensión social, sólo su reorientación colectiva organizada en la acción podría inaugurar en este punto la tendencia a un lento y largo proceso de transformación de los intelectuales. Ya no es posible, ya no podemos permitimos ningún abandono más del aspecto organizativo de las manifestaciones, de importancia tan decisiva. En esta época de radicalización de la escalada de la élite americana del poder en el Vietnam es más necesario que nunca movilizar todas las reservas estratégicas internacionales con que cuenta ya de hecho la revolución vietnamita, con objeto de debilitar las fuerzas del imperialismo norteamericano. No es posible debilitar el sistema de las metrópolis sin una fuerza organizada de resistencia.
El 2 de junio no fuimos sino mero objeto del ejército que Berlín occidental tiene preparado para la guerra civil. La enseñanza del 2 de junio no puede consistir más que en movilizar para el futuro las fuerzas más capaces del campo antiautoritario para que consigan dirigir y organizar en todos sus aspectos las luchas en la calle, etc. La dirección de la manifestación tiene que estar en las manos de comités de lucha unidos por la experiencia común y la amistad personal, no en las de un servicio de orden o funcionarios de los grupos políticos. Sólo la organización y el ejercicio de la dirección permite el despliegue de la iniciativa, la intervención práctica de todos los manifestantes. Una dirección manipuladora significa explotación y utilización objetual de los manifestantes, frustración y resignación para éstos. La dirección emancipadora significa en cambio actualización y realización de la actividad potencial práctico-crítica de las personas que intervienen, significa toma de consciencia práctica mediada por la explicación.

La crítica y la autocrítica sobre la base de las experiencias de la «Manifestación contra la guerra» del 21 de octubre de 1967

Nuestra manifestación del 21 de octubre no se puede entender formalmente como «participación en la jornada internacional de protesta contra la guerra contrarrevolucionaria de los EE.UU. en el Vietnam». Esa descripción, errónea por inespecífica, produce un pseudoproblema con contenido real: hay que «aguantar» el abismo entre la manifestación en Berlín occidental y la guerra en el Vietnam. Dados esos presupuestos, tanto la «confrontación astutamente provocada» con la policía cuanto cualesquiera otros trucos supuestamente revolucionarios tienen que ser destruidos críticamente, pues son sólo conducta irracional.
El verdadero contexto de aquella manifestación no se revela más que mediante una descripción concreta y específica de la situación de las pugnas sociales entre el senado, la policía y los partidos, por un lado, y la oposición extra parlamentaria por otro. Nuestras manifestaciones por el Vietnam son ya desde hace mucho tiempo momentos, primariamente, de la lucha social contra la oligarquía dominante, y no se pueden ya catalogar bajo la rúbrica del complejo protestatario pluralista, en realidad ya adaptado.
La elección de Schütz para la alcaldía, poco antes de la manifestación, fue el centro político estructurador de las discusiones sobre la táctica en el SDS, portador más consciente de la oposición extraparlamentaria.
El día 21 de octubre se trataba de obligar a la «democracia» representativa de Berlín occidental a mostrar su carácter opresivo, a desenmascararse como «dictadura de la violencia». Había que conseguido por medio de una confrontación sistemática, controlada y limitada con el poder del estado y con el imperialismo en Berlín occidental. Así se habría podido originar una fuerza productiva movilizadora para la campaña anti-Springer. No se alcanzó esa finalidad, y aquí tiene también que aplicarse la autocrítica severa de los organizados, de los grupos de iniciativa, etc.
Sólo en el marco de esa perspectiva táctica tienen sentido coherente los grupos de iniciativa, los de autodefensa, los de escaramuzas, las luchas limitadas con la policía por la «calzada de la izquierda».
Una profunda autocrítica de las fuerzas motoras del campo antiautoritario-socialista tiene que examinar cuáles han sido las erróneas estimaciones de la organización y de las personas que han motivado nuestra «derrota» táctica, nuestra incapacidad de desenmascarar el sistema como «dictadura de la violencia».

1. La falsa estimación de la capacidad de adaptación de la represión policíaca:

El nuevo alcalde Schütz, personificación de la táctica del manager, vio con todo acierto que unas transitorias dificultades con la CDU a causa de la «línea blanda» que estaba siguiendo ahora su policía tenía por fuerza que robustecer su posición en su partido,* mientras que una repetición de los acontecimientos violentos del 2 de junio necesariamente significaría el comienzo del fin para el nuevo senado y la ruptura de la frágil unidad restablecida en su partido.
Nos dejamos engañar por el bluff que era el «duro lenguaje» de Neubauer en las «conversaciones de contacto». La amenaza de inmediatas medidas policíacas en caso de inobservancia de los reglamentos nos produjo «la inequívoca sensación» de que el «cambio de calzada» mediado durante la acción por la agitación y la propaganda y con los grupos de iniciativa más el núcleo consciente de los simpatizantes bastaría para provocar choques de poca duración, controlados por nosotros, y aprender en ellos los métodos oportunos para dominar temporalmente a la policía, la cual no deja de utilizar en Berlín-oeste métodos de ejército en guerra civil. Éste era el sentido eminentemente político de la rotura de las reglas de juego del sistema.

2. La total insuficiencia de la explicación e ilustración de las masas acerca del sentido de una manifestación por el Vietnam como instrumento de lucha en las pugnas sociales nuestras:

Los actos por el Vietnam realizados durante la semana anterior a la manifestación fueron actos casi puramente informativos. Unos especialistas informaban, y unos oyentes consumían. Esa combinación tenía por fuerza que repetirse desde el punto de vista político-organizativo en la forma de una manifestación legal y adaptada, cosa que efectivamente ocurrió el día 21 con más de la mitad de los 10.000 manifestantes.

3. La absoluta falta de discusión pública acerca del aspecto organizativo de las manifestaciones de lucha:

La noche antes de la manifestación discutimos en el Auditorio Máximo con unos socialdemócratas cuya tarea objetiva era romper el frente único de los estudiantes práctico-críticos. Con eso nos «olvidamos» de la última posibilidad de discutir aún «masivamente» la preparación política -o sea, esencialmente organizativa- de la acción del día siguiente, y de llegar a decisiones comunes tal vez incluso en forma organizativa, en forma de comités de acción.

4. La falta de colaboración entre las agrupaciones que intervenían en la manifestación:
Esto produjo desconfianza e inseguridad en la manifestación y resentimiento con un núcleo fundado entre las organizaciones.

5. Los grupos tácticos de iniciativa resultaron, casi sin excepción, demasiado débiles en la manifestación; hacía demasiado poco tiempo que se habían constituido como grupos, como unidades de un conjunto político; no se les había aclarado en ningún gran acto su naturaleza de necesidad político-organizativa para la compleja dirección de la lucha, ni habían sido criticados y admitidos. Que nadie nos venga con una mal pensada mitología de la espontaneidad. La forma más alta de autoactividad es la forma organizada. Ninguna asamblea seguida de discusión puede hacer de los 2.000 o 4.000 oyentes, con a 10 sumo 10 o 20 «dirigentes» políticos que orientan el proceso de aclaración, y, por si fuera poco, de un modo contradictorio, 2.000 o 4.000 «dirigentes» conscientes que puedan luchar por sí mismos en el estado de más alta consciencia. Si así fuera, hace tiempo que habríamos terminado con el sistema. Bajo el dominio del capitalismo no es posible una identidad consciente, entre la dirección política temporal y la masa de manifestantes compuesta por sectores en los que se dan los más varios estadios germinales de consciencia. El problema que se plantea a los más conscientes portadores del trabajo político contra el sistema consiste precisamente en alzar hasta el nivel más alto posible en cada momento los diversos estadios de consciencia mediante el máximo posible de explicación y mediante las adecuadas correas organizativas de transmisión; consiste en hacerse tendencialmente cada vez más superfluos ellos mismos, aunque sin entregarse a la ilusión de que las «masas ilustradas» recorrerán por sí mismas su «camino». Esa ilusión conduce inevitablemente a la «socialdemocratización masiva», aunque sea con ropaje de frente popular, y esa socialdemocratización no conoce ya más que la cantidad de la «protesta», su organización «ordenada», pero no la lucha sistemática y duradera por un «nuevo tipo humano». Pues este último no surge más que en la pugna permanente y cada vez más aguda con el sistema.

6. Después del 21 no basta ya con realizar antes de las acciones grandes actos sólo en la universidad. El Club Republicano, los Falken* y demás organizaciones tienen que ser, más que hasta ahora, correas de transmisión entre los estudiantes y los asalariados, incluso en forma político-organizativa.

7. La parte teórica de la cuestión organizativa (megáfonos, distribución de octavillas, consignas preparadas, canciones, escudos, pancartas, recipientes de pintura, bombas de humo) es un elemento del complejo total; si se independiza se puede convertir en un tecnicismo políticamente vacío; pero si se le desprecia; su falta puede conducir fácilmente a un oportunismo pragmático en la calle.

8. El aspecto organizativo de la actividad «conspirativa» contra el imperialismo norteamericano en Berlín occidental (ejército norteamericano, casas comerciales norteamericanas que intervienen en las canalladas del Vietnam, las centrales de la CIA) no es objeto de discusión pública. Pero la discusión material acerca de la necesidad de esa lucha se tiene que poner cada vez más en el centro de nuestro trabajo de explicación.

Conclusiones:

a) La ruptura con las reglas del juego del orden capitalista dominante no conduce al desenmascaramiento manifiesto del sistema como «dictadura de la violencia» más que si atacamos de diversas formas puntos nerviosos centrales del sistema (desde manifestaciones abiertas no violentas hasta formas de acción conspirativas), por ejemplo el parlamento, las oficinas de impuestos, los tribunales, los centros de manipulación, como el edificio Springer, la Casa Americana, las embajadas de los gobiernos títeres, los centros del ejército, las comisarías de policía, etcétera.
b) Pero para poder realizar esa lucha tenemos que transformar en fuerzas materiales, lo cual quiere decir sustancialmente organizativas, las intensas fuerzas morales que se han manifestado en las grandes demostraciones de las izquierdas desde el comienzo de la guerra fría en Berlín occidental. Hemos de comprender que necesitamos la lucha, y, por tanto, también las organizaciones de la lucha. La mediación de esos dos factores nos convierte en una fuerza revolucionaria, nos capacita para contestar mejor y más eficazmente los golpes internacionales del imperialismo mundial. En los próximos meses el intento de genocidio en el Vietnam volverá a alcanzar nuevos puntos culminantes. No debemos ignorar esa perspectiva, sino que tenemos que prepararnos para contestar sin ilusiones, pero resueltamente, con formas de lucha que no tendrán más que un limitado parecido con las actuales, a la invasión de Vietnam del Norte, o el bombardeo de la República Popular de China, sin olvidar intervenciones de los Estados Unidos en los países latinoamericanos.

* Falken [Halcones], es el nombre tradicional de las Juventudes Socialistas de Alemania


LAS CONDICIONES HISTÓRICAS DE LA LUCHA INTERNACIONAL EMANCIPADORA

Toda oposición radical al sistema existente -que por todos los medios quiere impedirnos la introducción de relaciones sociales bajo las cuales los hombres puedan tener una vida creadora sin guerras, sin hambre y sin trabajo represivo- tiene hoy que ser necesariamente global. La globalización de las fuerzas revolucionarias es la tarea más importante de todo el periodo histórico en el que vivimos y trabajamos por la emancipación humana.
Los desheredados de todo el mundo representan la base histórico-real de masas de los movimientos de liberación, y sólo en ellos se encuentra el carácter subversivo de la revolución internacional.
El tercer mundo, totalidad de los pueblos que sufren bajo el terrorismo del mecanismo del mercado mundial, determinado por las “giant-corporations”, y cuyo desarrollo ha sido impedido por el imperialismo, ha empezado esa lucha durante los años cuarenta, bajo la impresión y la experiencia de la primera y “traicionada” (Trotski) “revolución proletaria” en la Unión Soviética. Diferencia decisiva: el carácter masivo y la duración del proceso, concebido ya como permanente en la teoría.
Durante los años sesenta empezó una nueva etapa con las transformaciones revolucionarias de Argelia, Cuba, y con la lucha ininterrumpida del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur contra la dictadura de Diem.
Esta última lucha cobró significación histórico-universal para el movimiento de oposición de todo el mundo. La agresión de los Estados Unidos era imposible de ocultar. Se produjo en un momento determinado, de una forma brutal, abierta y repentina, en cuanto que los múltiples mecanismos de la “influencia” no bastaron ya para impedir el triunfo de las fuerzas revolucionarias de liberación en el Vietnam del Sur. La mala pata histórica de la élite norteamericana del poder, o, más exactamente, del imperialismo norteamericano, consistió en que tuvo que ir derribando su única “base de legitimación”, la ideología anticomunista, para posibilitar el aplastamiento de los movimientos de liberación social-revolucionarios en general bajo una bandera anticomunista más genérica. Esta aparente contradicción se disipa en cuanto entendemos que el reconocimiento de la ideología soviética de la coexistencia pacífica por el imperialismo tuvo el objeto de estabilizar, al menos en la Europa central y occidental, una “zona tranquila” del sistema, consiguiendo así “seguridad a la espalda” para el aplastamiento rápido y efectivo de los movimientos revolucionarios del tercer mundo. La «culpa» histórica de la Unión Soviética estriba en su completo fracaso en la tarea de comprender profundamente esta estrategia del imperialismo y darle una respuesta subversivo-revolucionaria.
La agresión del imperialismo norteamericano en el Vietnam, cada año, cada mes más violenta, se materializó en los países capitalistas más desarrollados como «presencia abstracta del tercer mundo en las metrópolis» (O. Negt), como fuerza productiva espiritual en el proceso de toma de consciencia de las antinomias del mundo actual.
Cuando el Vietnam cobró vida para nosotros en el curso de los años sesenta, en informes, discusiones, películas y manifestaciones, los socialistas revolucionarios pudimos, en cierto sentido, sublimar históricamente nuestro sentimiento de culpa por la existencia del Muro* y del stalinismo en la RDA, precisando y desarrollando la diferencia específica que hay entre la toma del poder por la violencia, pero sin que las masas mismas estén revolucionadas, y la masificación de la idea de liberación social en el proceso revolucionario, en Vietnam, por ejemplo. Pero el Vietnam era ya a priori algo más que una compensación o que un pretexto para las actividades del estudiantado de izquierda. Muy pronto estuvo en el centro de las discusiones acerca del Vietnam la importancia histórica de la lucha del pueblo vietnamita, el significado ejemplar que tiene esa lucha para las ulteriores pugnas con el imperialismo. Nos parece que el hecho de que ese decisivo aspecto del problema vietnamita penetrara tan pronto en la consciencia estudiantil se explica por la específica situación de los productores estudiantiles en la producción. Aunque sea con peculiaridades en cada facultad, todos tenemos, en cuanto estudiantes, una situación sociológica mente ambigua en el seno de la reproducción social completa. Por una parte somos una fracción del puebla privilegiada en cuanto a situación intelectual y de aprendizaje; pero en realidad ese privilegio no significa más que frustración. Frustración porque el estudiante, particularmente el políticamente comprometido, vive día a día, mientras se va formando, el idiotismo de las camarillas de la casta política de las autoridades irracionales; lo vive conscientemente y a veces lo experimenta físicamente. A ello se añade el que esos estudiantes antiautoritarios no tienen aún en la sociedad una posición materialmente segura, sino que aún están relativamente lejos de los intereses y las posiciones del poder y la fuerza. Esta situación provisionalmente subversiva de los estudiantes produce una identidad dialéctica entre los intereses inmediatos de los productores y sus intereses históricos. Por eso es natural que las necesidades y los intereses vitales por la paz, la justicia y la emancipación se materialicen del modo más fácil en esas posiciones sociológicas. Pero los estudiantes antiautoritarios no entraron en un estadio de declarada oposición hasta que se politizaron por la lucha antiautoritaria en su propio ambiente, la universidad, contra la burocracia de esa institución, hasta que iniciaron resueltamente una lucha por sus intereses y la satisfacción de sus necesidades. La relación inmediata del productor estudiantil con el ambiente en el cual se forma no se puede pasar por alto. La situación de aprendizaje en la universidad está determinada por la dictadura de los exámenes, en verdadera inflación, y por la dictadura de los catedráticos numerarios. A su vez, los catedráticos son servidores del estado. La actual estatificación de la sociedad entera suministra la base de una comprensión de la lucha antiestatal y antiinstitucional de la oposición radical antiparlamentaria.

* La muralla que separa los dos sectores de Berlín, levantada por el gobierno de la RDA.

Con todo eso el Vietnam perdió mucho de su aparente abstracción. La mediación productiva entre los intereses inmediatos y los intereses histórico-emancipatorios de los estudiantes antiautoritarios no puede producirse más que en la lucha política. La política restrictiva de la burocracia universitaria, las intervenciones brutales del ejército berlinés de guerra civil en las varias manifestaciones, la larga y permanente labor de exp1icación de las contradicciones sociales, las formas de acción que sistemáticamente «conculcaban» las reglas del juego de la sociedad burguesa y, en resolución, el proceso de aprendizaje dimanante de todo ello produjeron la actitud antiautoritaria, actitud que resulta más potente que la misma tendencia revolucionaria y la educación y auto educación en este sentido. Los dominantes nos enseñaron a palos el comportamiento antiautoritario. Pero nuestra oposición no se dirige contra pequeños «defectos» del sistema, sino que es una oposición total, orientada contra todo el modo el vida actual del estado autoritario.
El «terrorismo anónimo» de la maquinaria del poder estatal y social está omnipresente en todas las instituciones, pero «no tiene más poder real que el de la misma maquinaria del gobierno» (Marx). La novedad de nuestra situación consiste precisamente en que no aceptamos ya ese orden como necesidad indiscutible e indiscutida, en que el estado pierde cada vez más inequívocamente su apariencia de neutralidad ajena a los partidos y se muestra cada vez más como una «máquina repulsiva del dominio de clase» (Marx).
Al final de lo que se llamó «milagro econ6mico», o sea, al final de la completa explotaci6n de la existente estructura cuantitativa y cualitativa de la fuerza de trabajo y del dispositivo profesional, la RF A se caracteriza por el hecho de que los elevados gastos improductivos del esstado, las subvenciones, etc. que la máquina estatal pudo regalar con facilidad relativa durante el próspero período de su establecimiento a los representantes de los varios intereses, se presentan ahora, al final del período de reeconstrucci6n del capitalismo alemán occidental, «repentinamente», como pesos muertos añadidos, por 10 general improductivos, peligrosos para el ulterior desarrollo de la economía: como faux fraís de la producción capitalista.
Los miles de millones de «inversiones no rentables» en la esfera de la educación (construcción de nuevas universidades, escuelas, escuelas profesionales, de ingenieros, etc.), que serían necesarias para crear una estructura cuantitativa y cualitativamente nueva de las profesiones y la formación, no están disponibles -sin peligro de inflación- en la actual fase del capitalismo alemán occidental. A ello se añade el hecho de que la contradictoria unidad del aparato total de los oligopolios, la burocracia estatal y social, los partidos, las asociaciones d intereses, etc., no está realmente orientada en el cor junto de la sociedad por una «voluntad dominante».
La existencia de ramas de la producción estancadas incapaces de acumulación (minería, agricultura, por ejemplo), «inválidas» que tienen que ser subvencionadas, y la situación atrasada, subdesarrollada en este país, de los que serán portadores decisivos del proceso de acumulación en los años setenta, las ramas industriales históricamente nuevas de la electrónica, la investigación espacial, la construcción aeronáutica, la energía atómica, etc., permiten prever un largo período de estancamiento del capitalismo alemán occidental.
La estimación de la situación económico-social de la RFA y de Berlín-oeste es el presupuesto de toda discusión político-estratégica acerca del proceso de transformación en este territorio, dentro del contexto de la pugna internacional entre la revolución y la contrarrevolución.
La gran coalición,* último y desesperado intento de las oligarquías dominantes para «resolver» las dificultades estructurales del sistema, tropieza cada vez más claramente con limitaciones objetivas en su trabajo y funcionamiento, tiene que ir retrasando a golpe de subvenciones la crisis estructural (véase el informe sobre las subvenciones) y prepara así a la larga contradicciones más profundas. Podemos concebir la «gran coalición» como un nuevo partido del orden cuya tarea inmediata consiste en mantener las masas asalariadas en su minoría de edad política, en echar sobre ellas los costes de la crisis estructural. En los magníficos borradores de La guerra civil en Francia Marx habla de las tareas de esta forma de dominio de clase, y dice que su única «raison d´être» es impedir la emancipación de las masas productoras. Para Marx esta forma es el régimen político más repulsivo. En él se unen hoy, con el fin de mantener reprimidas a las masas, todas las fracciones del aparato, los antiguos fascistas, junto con algunos tipos de antiguos resistentes y la burocracia del estado y los representantes de los monopolios, los sindicalistas traidores; y al mismo tiempo se organizan para colaborar en los mismos fines los centros de manipulación, los Augstein* y los Springer. Juntos forman la «sociedad anónima», el terrorismo sutil o -cuando hace falta- manifiesto del dominio de clase del capitalismo tardío. Las varias fracciones del aparato estatal, de la máquina del gobierno, están celebrando en la gran coalición una «orgía de renegados». Sedicentes combatientes de la resistencia, como Gerstenmaier, antiguos representantes de partidos obreros, como Brandt (SAPD), Wehner (KPD),** socialdemócratas ya cínicos y antiguos nazis como Kiesinger & Co. ocupan esa cama redonda hasta que les echen de ella las masas llegadas a consciencia.

* «Gran coalición, de SPD y CDU, análoga al «centro izquierda» de otros países capitalistas europeos,

La tarea histórica del capitalismo tardío consiste en transformar las masas en una colectividad que reaccione funcionalmente en el interés de los dominantes, en mantener las masas siempre disponibles y aprovechables para fines militares y civiles. Pero esa tarea le resulta cada vez menos realizable en la República Federal. La revolución cultural., período de transición que, desde el 2 de junio de 1967 al menos, ha movilizado considerables capas dentro y fuera de la universidad, no se ha concluido todavía, y sólo han podido «acabado» mediante la aplicación masiva y brutal de todos los medios de represión.

* Augstein, director del semanario Der Spiegel.
** H Brandt y Wehner, actualmente ministros, pertenecen ambos a la socialdemocracia (SPD) desde hace más de veinte años. El autor recuerda sus partidos de origen (partidos, ambos, revolucionarios) en los años 20 y 30.

La clase dominante se ha transformado mucho. Hace mucho que no coincide ya con los propietarios nominales de los medios de producción. Ya Marx, como se ha dicho antes, había visto analíticamente los conatos de aparición de una nueva «clase» de la «burocracia industrial». Esta nueva clase no elimina la contradicción básica de la sociedad capitalista burguesa, sino que, por el contrario, la exacerba e introduce la última fase de la sociedad burguesa. En ésta quedan «persocializadas» todas las funciones del capital, delegadas a determinados grupos e instituciones: «Cuanto más capaz es una clase dominante de asimilar los hombres más destacados de las clases dominadas, tanto más sólido y peligroso es su dominio».51 El desarrollo ha rebasado incluso esa fase, ha consumado la persocialización represiva del capital. En ese punto radican la fuerza y la debilidad del sistema del capitalismo tardío. Este proceso no deja realmente grupo alguno fuera de la compleja conexión represiva, sino que intenta dominados a todos mediante un «sistema de conexiones dentro del marco capitalista» (Sering). Este marco estructural procede de la «muda constricción de la situación», de las normas e ideas interiorizadas de la sociedad capitalista burguesa. Pero si una fracción socialmente relevante de los perjudicados o subprivilegiados queda fuera de la «bolsa de intereses» en la cual se «distribuye» el producto social políticamente, fuera, pues de la «obvia limitación de los intereses y las necesidades para que queden dentro del marco dominante», entonces se pone en tela de juicio el sistema entero: «Por eso la rotura de la falsa consciencia puede suministrar el punto arquimédico para una amplia emancipación aunque, desde luego, en un lugar infinitamente pequeño; pero la posibilidad de una transformación depende de la ampliación de esos pequeños lugares».52
Lo que hemos empezado es precisamente esa rotura de la falsa consciencia. El control y la administración de individuos por el sistema se pone estructuralmente en tela de juicio por obra de nuestro trabajo político, de nuestra tarea de explicación, de nuestras provocaciones y de nuestras acciones de masas. Precisamente por eso incluso los «críticos liberales de izquierda», desde el Spiegel hasta la Zeit, empiezan claramente a apuntar su apartamiento de nosotros. Comprenden ya el incipiente peligro para el capitalismo tardío, peligro que llegará a ser mortal si conseguimos despertar mediante una dialéctica cada vez más eficaz de la explicación y la acción la espontaneidad de las masas asalariadas, destruida por los partidos: «El que tras la traición de su propia burocracia a partir de 1914, tras la conversión de los partidos en máquinas universales destructoras de la espontaneidad, tras el asesinato de los revolucionarios, los trabajadores aceptaran como neutrales el orden totalitario no es en absoluto síntoma de embotamiento».53 El recuerdo de los últimos 50 años del movimiento obrero alemán no tiene atractivo más que para el intelectual contemplativo. Para las masas esos años son una serie ininterrumpida de traiciones de la intelectualidad derechista y de la intelectualidad izquierdista.
Nuestra limitación, históricamente acertada, al trabajo en la universidad no tiene que convertirse en un fetiche. Una dialéctica revolucionaria tiene que entender la «larga marcha por las instituciones» como una actividad crítico-práctica en todos los ámbitos sociales, tiene como objetivo la profundización crítico-subversiva de las contradicciones, hoy posible en todas las instituciones que intervienen en la organización de la vida cotidiana. No hay ya ningún campo de la sociedad privilegiado con exclusivismo en la fase revolucionario-cultural de nuestro movimiento, de modo tal que le compitiera la expresión de los intereses del movimiento total.

52. Herbert Marcuse, Repressive Toleranz, Frankfurt am Main, 1966, p. 122.
53. Max Horkheimer, «Die Juden und Europa» [Los judíos y Europa], en Zeitschrift für Sozialforschung, 1939, p. 122.

Ha muerto el movimiento de la oposición tibia, y ha empezado la resistencia espontánea, a menudo, todavía, con una forma completamente desorganizada; en Frankfurt o en Bremen, en Berlín o en Hamburgo, dominamos, domina el campo antiautoritario, los eslabones decisivos para la toma de consciencia de los hombres: las conferencias de explicación e información fuera de las universidades, las asambleas estudiantiles en las grandes universidades, las asambleas de los institutos de enseñanza media. La gran cantidad de revistas estudiantiles y de bachillerato es un momento moviliza dar y clarificador de todo el movimiento. Por todas partes se forman «vanguardias por propio nombramiento», que emprenden la lucha contra la manipulación y la opresión de las capacidades creadoras del hombre siendo ellas mismas autónomas y sin que ninguna central las organice o manipule, sino porque ellas por sí mismas han entendido que aquella lucha es necesaria. Esa es la fuerza de este movimiento antiautoritario: que la actividad práctico-crítica de los antiautoritarios es expresión real de las necesidades y los intereses de los individuos mismos. La trasposición de las necesidades, los intereses y los sufrimientos propios a la práctica impide la monopolización de los intereses históricos de los hombres por un partido «representante» de las masas. Ya dominamos también las calles de las grandes ciudades, nos encontramos a nuestras anchas en la «maleza de las grandes ciudades», (Brecht); pero aún no hemos conseguido la masificación real de la idea de la liberación social revolucionaria.
En las empresas industriales se están formando los primeros grupos de base autónomos -laxamente coordinados con los demás grupos según el principio de la ayuda recíproca-, que introducen en las fábricas los métodos aprendidos en la calle y en los actos de explicación, e intentan combatir las constricciones autoritarias de la jerarquía de la estructura del taller.
La burocracia de la sociedad y del estado es impotente en todas las esferas. Así ve en los conflictos socialmente mediados la obra de cabecillas o bien un transitorio conflicto de generaciones. La burocracia tiene que personalizar los problemas, pues para ella la historia es obra de las «grandes personalidades», mientras que las masas son sólo el «material» de las «élites».
Las izquierdas, por su parte, se encuentran muy a menudo ante el peligro de absolutizar de un modo llanamente metafísico el «proletariado» o las «masas», y no entender la concreta y difícil dialéctica de la toma de consciencia de las masas, no entender la temporal separación entre grupos conscientes minoritarios radicales y las masas. El otro peligro que nos amenaza es el orgullo intelectual, o sea, en última instancia, el miedo a la capacidad creadora de las masas llegadas a consciencia. Entre los polos de esas falsas alternativas se encuentra la práctica del trabajo de emancipación históricamente correcto.
Se trata de superar críticamente los viejos conceptos del socialismo, no de aniquilarlos, ni de conservados artificialmente. No puede existir aún un nuevo concepto; el nuevo concepto no se puede elaborar más que en la lucha práctica, en la constante mediación entre la reflexión y la acción, la teoría y la práctica. La ciencia revolucionaria no es hoy posible más que dentro del movimiento antiautoritario, como fuerza productiva de la liberación del hombre respecto de los poderes, incomprendidos e incontrolados, de la sociedad y de la naturaleza.
Lo que hoy nos mantiene unidos no es una teoría abstracta de la historia, sino el asco existencial por una sociedad que charla y charla de libertad mientras oprime, sutil y brutalmente, los intereses inmediatos y las necesidades de los individuos y de los pueblos que luchan por su emancipación económico-social.
Esta dialéctíca del sentimiento y de la emoción, radical porque afecta al hombre entero (Marcuse), y en la cual la teoría es sólo expresión consciente de la dialéctica misma, nos mantiene unidos, más sólidamente que nunca, contra esa sociedad autoritaria estatificada y nos posibilita a los antiautoritarios una radical unidad de acción sin programa de partido, precisamente, y sin pretensión de monopolio.
Los métodos y las técnicas de la integración social son ya ineficaces con nosotros, igual los sutiles que los brutales. La recusación sentimental-emocional se convierte en recusación organizada a través de la lucha con las organizaciones violentas del sistema, con la burocracia estatal y social, con la policía, con el aparato judicial, con la burocracia industrial de los oligopolios, etc.; aquella recusación redunda en un saber práctíco-crítico, en una voluntad revolucionaria de destruir las fuerzas productivas sustantivadas, las inhumanas maquinarias de la guerra y de la manipulación que difunden cada día la muerte y el horror por el mundo, pueden provocar cada día un genocidio mundial. En la lucha se desarrollan nuevas necesidades radicales como, por ejemplo, el deseo de romper las ataduras de capital y burocracia que inmovilizan las fuerzas productivas capaces de liberar a la totalidad de los hombres de las largas jornadas de trabajo, de la manipulación y de la miseria, para someterlas finalmente y con todos los medios disponibles al control consciente de los productores.

Pero no nos hagamos ilusiones. La red mundial de la represión organizada, el continuo del dominio, no es fácil de desgarrar. El «hombre nuevo del siglo XXI» (Guevara, Fanon), que representa el presupuesto de la «nueva sociedad», es resultado de una lucha larga y dolorosa, conoce un vertiginoso oscilar del movimiento; progresos transitorios dan paso a «derrotas» inevitables. Nuestra fase transitoria de la revolución cultural era, según las concepciones «clásicas» de la teoría de la revolución, una fase prerrevolucionaria en la cual las personas y los grupos se hacen aún muchas ilusiones, representaciones abstractas y proyectos utópicos; es una fase en la cual no empieza aún a desplegarse concreta e inmediatamente la contradicción radical entre la revolución y la contrarrevolución, entre la clase dominante en su nueva forma y el campo de los antiautoritarios y subprivilegiados. Lo que para América es ya realidad inequívoca tiene mucha importancia para nosotros, aunque con ciertas modificaciones:

Ésta no es una época de reflexión sobria, sino un tiempo de exhortación. La tarea de los intelectuales coincide con la del organizador callejero, con la del que se niega a cumplir el servicio de armas, el digger: hablar con el pueblo, y no sobre el pueblo. La literatura decisiva es ahora la del underground, los discursos de Malcolm X, los escritos de Fanon, los songs de los Rolling Stones y de Aretha Franklin. Todo lo demás suena a informe Moynihan, a ensayo de Time, que lo explican todo, no entienden nada ni cambian a nadie.54

No tenemos aún una amplia y continua literatura de underground, aún falta diálogo de los intelectuales con el pueblo, precisamente desde el punto de vista de los intereses reales del pueblo, o sea de sus intereses inmediatos e históricos. Tenemos un comienzo de campaña por las deserciones en el ejército de ocupación norteamericano, pero no tenemos ninguna campaña organizada en el ejército federal alemán. Nos atrevemos ya a atacar políticamente al imperialismo americano, pero no nos decidimos a romper con nuestro propio aparato de poder.

54. A. Kopldnd, «Von der Gewaltlosigkeit zum Guerrilla·Kampf» [De la no-violencia a la lucha guerrillera], en Voltaire-Flugschriften número 14, pp. 24·25. '

¡Camaradas, antiautoritarios, hombres! No nos queda ya mucho tiempo. En Vietnam se nos aplasta también a nosotros diariamente; esto no es una metáfora ni una frase. Si el imperialismo estadounidense puede probar convincentemente en el Vietnam que es capaz de aplastar victoriosamente una guerra popular revolucionaria, entonces empezará otro largo período de dominio autoritario del mundo, desde Washington hasta Vladivostok. Tenemos una abierta posibilidad histórica. Depende ante todo de nuestra voluntad el modo cómo termine este período de la historia. «Si no se suman al vietcong un cong americano, otro asiático y otro europeo, la revolución vietnamita fracasará como otras antes que ella. Un estado jerárquico de funcionarios cosechará los frutos que no ha sembrado.» 55 Y Frantz Fanon dice para el tercer mundo: «Adelante, compañeros de lucha; es mejor que nos decidamos en seguida a cambiar la ruta. Hemos de sacudirnos la profunda noche en la que estábamos sumidos y dejarla a nuestras espaldas. El nuevo día que ya se muestra en el horizonte tiene que encontrarnos firmes, despiertos y resueltos».56 Aceleremos, por último, la marcha por nuestra acertada ruta. El Vietnam se está acercando, pues en Grecia empiezan a luchar las primeras unidades del frente de liberación nacional. Se agudizan las pugnas en España. Allí ha nacido, a los 30 años de dictadura fascista, una nueva fuerza revolucionaria en el frente unitario de los obreros y los estudiantes.

55. Partisan, nº1, «Vietnam, die Dritte Welt und der Selbstbetrug der Linken» [Vietnam, el tercer mundo y el autoengaño de las izquierdas], Berlín, 1967.
56. Die Verdammeten diesen Erde [Los condenados de la tierra], Frankfurt am Main, 1966, p. 239.

Los estudiantes de Bremen han mostrado la energía subversiva que puede liberar la politización de necesidades inmediatas de la vida cotidiana, con su lucha contra el aumento de precios de los transportes públicos. Su solidarización con las masas asalariadas, el acertado tratamiento de las contradicciones y las luchas con la policía autoritaria y militarista muestran con toda claridad las grandes posibilidades que tiene la lucha en el sistema del capitalismo tardío. Ese choque de formas radicales es posible en cualquier lugar de la República Federal. Depende de nuestra capacidad creadora el que consigamos profundizar y politizar, audaz y resueltamente, las contradicciones visibles e inmediatas, el que arriesguemos las acciones adecuadas, el que despleguemos auudazmente y en todas las direcciones la iniciativa de las masas. La real solidaridad revolucionaria con la revolución vietnamita consiste en debilitar efectivamente y transformar procesualmente los centros del imperialismo. Nuestra ineficacia y nuestra resignación estaban ya incluidas en la teoría.
Revolucionar a los revolucionarios es el presupuesto decisivo que se necesita para revolucionar a las masas. 

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